domingo, 22 de septiembre de 2013

Roberto Montenegro: la Escuela de París Por Alberto Espinosa Orozco

Roberto Montenegro: la Escuela de París
Por Alberto Espinosa Orozco




   Existía la tradición en México, como en América en general, de enviar pensionados a Europa a los más destacados artistas regionales, los cuales regresaban a sus países influenciados con los “ismos” parisienses. Mientras tanto, las pequeñas repúblicas eran conquistadas y dominadas por los monopolios comerciales extranjeros, teniendo en el México porfirista el modelo de una cultura occidental afectada y de importación, de moda francesa y kioscos austriacos donde se tocan valses y contradanzas, mientras el arte y el folklor de las culturas indígenas son abiertamente ignorados con marcado desprecio.
   El gusto decadente del fin del reinado de Porfirio Días fue creando un presuntuoso academicísimo positivista y de marchito neoclasicismo, a la par siniestro y ridículo, propiciando que muchos escritores y artistas huyeran de tal clima, amenazado de asfixia y modos cortesanos, viajando a Europa o Estados Unidos en busca de un aire nuevo de modernidad y liberad creativa –José Vasconcelos, José Clemente Orozco y Silvestre y Fermín Revueltas van a Estados Unidos, mientras que Ángel Zárraga, Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros, el Dr. Atl, Alfonso Reyes y Diego Rivera marchan hacia Europa.
   En el Montparnasse de París de 1910 a 1920 se vive una época fértil, tanto para la semilla de las ideas como para las arborescencias de la pintura, sólo comparable con el Londres de 1890 –o con la misma Ciudad del México post-revolucionario de la década de los 20´s, que así coronaría el mediodía del norte continental americano al convertirse en el alto torreón y faro orientador de los pueblos oprimidos de América.
   La llamada Escuela de París encontró su desarrollo y expansión gracias en buena parte a los comerciantes, sin embargo, estuvo formada con aportaciones del mundo entero: francesas, españolas, rusas –influenciadas desde un primer momento por los aires de América, pues hay que recordar que el aduanero Rousseau fue soldado del ejército invasor de Bazaine en suelo mexicano. La Escuela de París fue revelándose con el tiempo como una gran bolsa de valores artísticos de toda Europa. Sin embargo, la pluralidad de sus escuelas o maneras no eran necesariamente francesas, otras fueron mediterráneas y hubo una aportación fundamental de los talentos mexicanos. Junto con Ángel Zárraga y Diego Rivera, Roberto Montenegro participó activamente de la Escuela de París, y es uno de los fundares incuestionables de lo que llegaría a ser la Escuela Mexicana de Pintura.


    Roberto Montenegro (1885-1968) nació en la Perla de Occidente, hijo de un coronel del ejército porfiriano, Ignacio L. Montenegro, en algún tiempo alcalde de la Ciudad de Guadalajara, Estudió en el Liceo de Varones de la misma ciudad y hecho estudios de pintura con Felix Bernardelli. Llega a la Ciudad de México con el propósito de estudiar arquitectura e ingresa  a la Academia de San Carlos, adyacente a la Escuela de Arquitectura, rentando un cuarto en la Cerrada de Santo Domingo. Pariente cercano del poeta modernista Amado Nervo, éste le consigue un trabajo en la Secretaría de Educación, con un salario de 30 pesos semanales. El ministro de la Secretaría de Educación era Justo Sierra, y la dependencia era frecuentada por figuras como Ezequiel Chávez, Jesús Urreta, Luis G. Urbina, Roberto Arguelles, Manuel de la Parra, Rubén M. Campos y José Juan Tablada.
   El Licenciado Justo Sierra era un patriarca bíblico, lleno de sabiduría y de bondad, un hombre de enorme valor, cultura e inteligencia. El joven Montenegro llegó a hacerse amigo íntimo de la familia de Don Justo Sierra.
   Era el tiempo en que Amado Nervo dirigía la Revista Moderna, de José Juan Tablada, donde publicaban poesía con ilustraciones de Julio Ruelas y dibujos del mismo Montenegro, de Bolaños Cacho y de Audifred. Junto con Tablada, Montenegro y toda su generación estaban bajo la influencia de la obra fascinadora del dibujante inglés Aubery Beardsley –obra que le parecía a Siquieros, como señalo en su “Llamado a los Artistas Americanos” lanzado en Barcelona, un “arte anémico”, pues era a la vez tremendamente estilizado y efectivamente decadente. 









  En sustitución de Santiago Rebull el director de la escuela de San Carlos era Antonio Fabrés (1854-1936), pintor de origen catalán de orientación académica, de excelente dibujo y gusto por lo exótico y el art noveau, quien intentaba renovar las técnicas clásicas al través del realismo, siendo los profesores más destacados los maestros Leandro Izaguirre, Germán Gedovius, Fuster y Herrera, quienes trasmitían sus doctas enseñanzas a un pequeño grupo de estudiantes, entre los que figuraban Diego Rivera, Ángel Zárraga, Francisco Goitia, Coria, los hermanos Garduño, Francisco de la Torre y Saturnino Herrán, el benjamín el grupo. Pronto se les unió, proveniente de Guadalajara, Jorge Enciso quien gracias a su amigo, Luis Castillo Ledón, de Tepic, llegó a conocer y venerar a pintores japoneses como Okusai, Hiroshigue, Toyokuni, y amar a aquella cultura.


   Luego de dos años de estudio en la Academia de San Carlos se abrió un el concurso para continuar los estudios en Europa. Una decena de los alumnos más aventajados de Fabrés se inscribieron. Los encerraron en una habitación con una semana de plazo para trabajar en la copia de un modelo, que le tocó a Montenegro retratar de espaldas. De entre los concursantes resultaron ganadores Rivera y Montenegro, creando con ello un problema para el Secretario de Educación, Don Justo Sierra, quien de acuerdo con Fabres, para dirimir salomónicamente  quien sería enviado como pensionado a París, lanzó una moneda al aire, marcando que quien se sacara el águila iría a Europa y que el segundo partiría seis meses después. Roberto Montenegro se sacó el águila y Fabrés y Diego quedaron contrariados, aunque no más allá que  un cuarto de hora. 
   Llegó Montenegro a España siendo para su fortuna en ese momento su primo, el poeta Amado Nervo, el Primer Secretario de la Legación de México en España, de la cual era ministro  Juan Béistegui, un gran señor amante de las artes relacionado con lo mejor de España, por medio del cual el joven estudiante ingresa a la Academia de San Fernando, en donde se hace discípulo del grabador Ricardo Baroja, sabio y filosófico hermano de Pio Baroja y maestro de reconocidos artistas, como Pablo Picasso en 1901, de Diego Rivera en 1907, y del mismo Montenegro en 1906. El dramaturgo Martínez Sierra entre sus ediciones de arte imprimió una colección de los aguafuertistas de España, publicando  tres grabados de Roberto Montenegro. También participó, junto con sus amigos del café Nuevo Levante, en el concurso de dibujo para la cubierta en colores de un número de la revista Blanco y Negro, dirigida por Luca de Tena, en el que se inscribieron cuatrocientos participantes, resultando para un jurado de recios académicos Montenegro el ganador de cuatro mil pesetas, con la que pasó cuatro días en Córdoba y una Semana Santa en Sevilla, guiado por Julio Romero de Torres. donde admira al Greco, a Zurbarán, a Murillo, a Montañes, así como las procesiones religiosas a la Virgen de la Macarena. 


   En Madrid conoce al pintor Anselmo Miguel Nieto, gran retratista, orfebre de la línea, de una gran cocina, de elegante retórica y con características propias, quien en su estudio había desarrollado una técnica consciente. También asistían a su taller a oír sus pequeñas conferencias Ramón del Valle Inclán, Julio Romero de Torres, Pio y Ricardo Baroja y Roberto Montenegro. Conoce también a Miguel y Antonio Machado y al Dr. Gregorio Marañón, a Miguel de Unamuno, a Juan Ramón Jiménez, quienes también asistían al taller de Ignacio Zuloaga. 
   La buena pintura de esa época la hacía los artistas que retrataban a los nobles españoles, en cuadros muy parecidos y bien pintados: Benedito, Chicharro, Moisés y otros, cuya facilidad española posee también Sorolla, que llena sus telas de mar y sol. El pintor jalisciense conoce entonces a los hermanos Zubiaurre, quienes en su clasicismo desarrollaron una fórmula de ambiente  realista y folklórico con una poesía inédita; a Julio Romero Torres, pintor romántico hasta el delirio que aprovechaba las tonalidades de los cuadros antiguos para expresar una poesía provinciana, gitana, torera y árabe, tratados siempre con una técnica precisa para esconder un misterio… que en realidad no existe. Conoce también a Rosales y a los hermanos Madrazo, magníficos retratistas y a Moreno Carbonero de Pardilla, cuyos cuadros son lecciones de historia. De todos los pintores residentes en Madrid sobresalía en aquellos tiempos Gutiérrez Solana, el Divino Loco, quien conversaba con los maniquís de Museo Civil mientras los pintaba. De entre los escultores sobresalían Vitorio Macho y Julio Antonio, quien estaba condenado a muerte y que al poco tiempo murió vestido de franciscano y ornamentado de violetas por las monjas. 





   Montenegro perteneció al grupo que se reunía en el café Levante para escuchar las cátedras de Ricardo Baroja y Ramón de Valle Inclán, y donde se hablaba a mares de pintura, escultura, literatura, teatro y ciencias. Alguna vez Ramón del Valle Inclán organizó una memorable y dogmática excursión a Toledo, a pie, saliendo a las dos de la noche, junto con los jóvenes pintores, para llevar su estulticia como homenaje al Greco e ir a la capilla de santo Tomé para arrodillarse al pie del Entierro del Conde de Orgaz. Más tarde, en 1921, fue invitado Ramón del Valle Inclán a México con motivo de la proclamación de la Independencia y Roberto Montenegro tuvo la oportunidad de presentarlo al presidente Álvaro Obregón y al darse un abrazo, cada uno con un brazo nada más. El poético general Obregón le dijo entonces a Don Ramón: “Nos completamos, amigo, nos completamos”, naciendo así entre ellos una gran amistad.  
   Por aquella época Montenegro se dedica a venerar a Goya y al Greco, teniendo como iglesia las capillas del Museo del Prado, donde admira a tantos pintores que han dado prestigio a España: la gracia conceptuosa, sensual e irónica de Goya y los pintores catalanes de agudo bizantinismo: al Fra Angélico de “La Anunciata”, pintada con beatitud seráfica, científica y técnica; la pintura magnífica y teatral de Velázquez; la honda devoción canóniga, perfecta técnica y profundo sentimiento de Zurbarán; el tecnicismo de Valdés Leal, quien lleva a su más alta expresión la decepción mundana: la perfección plástica de los cuadros de Carreño, de los Pantoja de la Cruz, de los Rivera; la coquetería superficial de Megns. Excelsos pintores a los que sumar los magníficos artistas italianos allí representados, los flamencos y los alemanes del siglo XVI: Tiziano, Tintoretto, Rafael, Durero, el Bosco, Lucas Cranach.   
   Luego de vivir algún tiempo en España se traslada a París donde queda perplejo y deslumbrado por las tendencias modernistas y revolucionarias en todas las áreas del arte, pues se trataba del momento en que se buscaron mil maneras diferentes de expresión, intentado llevar a cabo una evolución radical en la representación del el color y la línea. Era la vanguardia, que se abría como un nuevo camino, como una revolución incipiente que trastornó los fundamentos clásicos de la enseñanza en una visión nueva y atrevida de la pintura y del hombre.  Montenegro había consolidado en España sus estudios de acuerdo a los cánones establecidos, a las enseñanzas clásicas severamente académicas, inspiradas en el estudio de los viejos maestros: copiar la naturaleza fielmente e imprimir la propia personalidad sin salir del objetivo realista y conservador.
   El arte nuevo de la revolución vanguardista conmocionó al mundo. Cézanne con ceniza en los azules, negros luminosos y con las Hespérides, que traen las manzanas de los frutos prohibidos en sus manos ardientes. Fue entonces cuando en Montenegro se siembra la duda y comienza realmente la lucha por el encuentro de sí mismo, el trabajo por comprender que es lo que se busca y las posibilidades propias. Los movimientos que imperaban en los medios artísticos, especialmente el cubismo, llevaron al pintor mexicano a realizar unos ensayos con el ejemplo de su amigo Juan Gris. Había un mare magnum de publicidad desatada por las ideas expuestas de los críticos de ambos lados, los conservadores y los revolucionarios, lo que suscitaba en los pintores los temores y el dolor sin nombre del fracaso o el placer sin límite del éxito, motivado por el ardiente afán de prosperar. Alejados de esnobismos y de toda publicidad el grupo de amigos argentinos de Montenegro, entre los que se encontraban Ramouge, Franco, el Pibe López Naguil, el Turco Lagos Noccetti y otros, hacían una vida común de trabajo. Con la patota de los argentinos iba algunas noches a un cabaretucho de Montmartre llamado Lapín Agil, en cuyos arcillosos y viejos muros se hallaban claveteadas las telas sin bastidor de Picasso y muchos otros genios. 



   Tales experiencias contribuyeron a que Montenegro se desligara poco a poco de la escolástica antigua y de la tutela clásica, sin dejar por ello de admirar a los viejos maestros, particularmente al Greco, quien lograba separarse del natural para crear nuevas formas o exaltando a la naturaleza de una forma que llegaba a la creación de nuevos mundos objetivos. El estandarte revolucionario en el arte que seguía el ritmo del momento era sostenido por los cubistas  españoles: Picasso, Paco Durió, Utrillo y Juan Gris, algunos franceses como Braque, Segonzac y otros muchos, quienes resistían frente a las críticas irónicas y furiosas de los museos, que les negaban el camino a la gloria. La lucha tesonera, implacable y terrible por imponer sus nuevas teorías pictóricas, desechar los antiguos moldes, pues tenían que enfrentase a la prensa, al público, a la burguesía y a los intelectuales. Surgieron entonces nuevos críticos que defendieron el movimiento: Guillaume Apolinaire, Max Jacob, Andrés Salomón, Gertrude Stein, que empujaban por la transformación del arte, contra una pintura que había sido inalterable durante siglos.  
   Sin embargo, la publicidad a favor o en contra, los periódicos, las hojas sueltas, las exposiciones en los muelles o en las banquetas, los Independientes, el cubismo, el fauvismo, el extraordinario pintor y dibujante Marino, precursor de Dalí y otros superrealistas alabado por el crítico Victorio Pica, le produjeron a Montenegro una desesperanza dolorosa, pues se dio cuenta de que uno de los motivos que encauzaban el movimiento era simplemente el afán de prosperar. Diego Rivera se entregó de lleno a cubismo y con gran éxito –aunque de vez en cuando recuerda  su antiguo saber y hace cuadros magníficos, como el retrato de la señora Esther Alba de Pani, con influencia de Renoir, o como El Matemático, magnifico retrato donde, según confirma la crítica, reveló definitivamente su genio y personalidad.



   Con su amigo Jorge Enciso y el poeta argentino Fernán Félix Amador llegó a visitar el  taller del gran maestro Augusto Rodin, pues el gobierno de México le había ordenado entregar al escultor un bajorrelieve de la Cruz de Palenque. Entre las obras maravillosas que el genio les llevó a ver se encontraba La Puerta del Paraíso, que luego estuvo en Buenos Aires, en la chimenea del palacio de don Matías Errazuris. 
   También trabó amistad con el pintor Juan Gris, a quien conoció en compañía de Jean Cocteau en la antesala del despacho del periódico Le Termoin, dirigido por el dibujante y periodista Paul Tribe, a quien Montenegro entregaba una ilustración semanaria y Gris unos pequeños dibujos y unos epígrafes más o menos irónicos acordes con el carácter del periódico. Montenegro trabajó por aquel tiempo para algunos periódicos colaborando con dibujos e ilustrando libros, mientras trataba de desligarse de la influencia casi hipnótica de Aubery Bradsley. Juan Gris hacia por entonces colajes con etiquetas de perfumes y pedazos de periódico, que vendía a veinte francos, y algunos retratos que ahora figuran en los mejores museos del mundo y que se cotizaran en millones. Junto con Picasso, Juan Gris realizó una obra que alcanzó el éxito de la transformación total de la pintura –pues por amor a la libertad, rechazó el camino extraordinario, pero que entonces se juzgó atrasado,  de la copia servil de la naturaleza,  realizando su talento acorde a las tendencias de su temperamento temario y audaz, y a partir de un caudal de esfuerzos mentales, como un enorme poliedro que iluminaba cada día con una nueva faceta. Juan Gris descansa en un humilde panteón de Bolulogñe sur Seine, mientras que en los grandes centros de arte se cotizan sus cuadros a precios increíbles. Pablo Picasso sembró la semilla de la inquietud en la pintura guiado por la inmanencia en el arte, por la revelación constante de lo siempre diferente, por la inquietud de encontrar aquello que finalmente no se encontrará. Picasso, artista de una sabia y profunda e inigualable sensibilidad e inventiva, tuvo así el poder de convertir lo que tocaba en el origen del “ahora”.


 




   En el París luminoso de 1907 a 1914 brillaba Modigliani, la ingenuidad e inocencia del aduanero Rousseau, la pasión sexual y la idea del arte de Gauguin, mientras que Paul Poiret revolucionaba el mundo de la moda con sus modelos de una elegancia extravagante y llamativa, mientras que la nota exótica del orientalismo era expuesta en la visión feérica de los ballets rusos de Diaghilev, con Nijinsky y la Karsabina. Arte perfecto de la coreografía y las decoraciones de Basch, de Benoit y de los pintores más celebres de París, que daban un ambiente moderno y una transformación constante a las corrientes artísticas de París, pues en todos los sectores artísticos se sentía la necesidad de un cambio total.
   Roberto Montenegro tenía su taller en  el # 9 de la Rue de Campagne Premier. Un día llegó a su estudio su querido amigo el Dr. Atl, como un vendaval, con su gran sonrisa y siempre de prisa, con su solido optimismo y gran imaginación, Le contó a Montenegro cosas interesantísimas sobre la revolución mexicana –salpicadas de proféticas y de mentiras creídas a fuerza de repetirlas. En México las cosas cada día andaban peor: Victoriano Huerta se había adjudicado el poder y seguía una lucha terrible contra los maderistas. El usurpador cometía toda clase crímenes contra los héroes sedientos de libertad. Los asesinatos sin nombre y las acciones del gobierno fraudulento de México asustaban al mundo entero. El Dr. Atl y sus compañeros escogieron entonces el estudio de Montenegro para llevar a cabo unas misteriosas juntas conspiratorias, en las cuales obligan al artista a alejarse de las sesiones, mientras que le encomendaban llevar al telégrafo misteriosos telegramas en clave o cuartillas escritas para una revista periódica que era el alma de la revuelta.
    Marchaba con el Dr. Atl para ir con sus amigos rusos desterrados, que se reunían a espaldas del panteón, fraguando muy probablemente lo que sería la revolución de octubre. Junto con ´él también cantaba la Internallcional al regreso de oír los discursos extraordinarios de Juarés. El Dr. Atl era un torbellino de actividad, pues intentaba conectarse con sus aliados en México para luchar contra el “monstruo sanguinario” de Huerta, siendo el motivo de la conspiración la compra de aviones de guerra, de tanques, armamento de toda clase, para terminar con la horrible situación que vivía México -pasión por la libertad, eterno anhelo por la lucha, que sin embargo acercaron al artista a las ambiciones de Venustiano Carranza y en cambio lo alejaron del sino más puro del arte. 






   El Dr. Atl incluso llegó a quitarle a Montenegro 500 francos para realizar su programa de lucha, enviando una serie de necesarísimos telegramas a México para su regeneradora organización. El dinero lo había ganado Montenegro por editar el álbum de veinte dibujos, en mil ejemplares, impresos en papel de algodón, gracias al escritor guatemalteco Gómez Carrillo y prologado por el poeta Henry de Régnier, autor del célebre poemario Cité des Eaux, a quien se lo presentó el joven pintor revolucionario Ozenfant, quien a su vez pintaba unas naturalezas muertas en una superposición de tonos trasparentes, hechas con una gran delicadeza y magnífico oficio y quien más tarde escribiera un libro sobre las nuevas teorías. Por su parte Régnier estaba casado con la hija del gran poeta José María Heredia, autor de Trofeos, encantadora señora de gran belleza y suprema elegancia, escritora y poetiza que escribía bajo el seudónimo de Gérard de Hourville.
   Henry de Régnier escribió en su presentación que las virtudes como artista de Roberto Montenegro son las del dibujante preciso, elegante y sugestivo, las un pintor-poeta cuyos sueños son pintorescos, enigmáticos y voluptuosos, donde la muerte, el espectro y su dedo descarnado, merodea, altiva y reservada, para recordarnos que la vida es breve, que las horas pasan rápidas. Dice Régnier: “Pero no son solamente los sueños pintorescos, enigmáticos o voluptuosos que ha logrado M. Roberto Montenegro; no son solamente el amor, el misterio y la voluptuosidad que habitan para él en el bello jardín de las rejas de hierro. La muerte merodea, altiva y reservada. Ella nos recuerda que la vida es breve y las horas rápidas.”Vulnerant omnues ultima necat” dice la divisa famosa que sirve de título a una de las mejores composiciones del señor Montenegro. Es inútil que Salomé baile delante de nosotros, y que Susana se bañe a nuestros ojos en el agua pérfida de la piscina. Es inútil que el jardín sea profundo y perfumado. .El  laberinto de sus caminos nos vuelve siempre a la salida. Y estamos de nuevo en el camino… el espectro nos precede y no muestra el fin de su dedo descarnado.” Régnier califica así con acierto el arte de Montenegro de complicado y graciosamente extraño, delicadamente suntuoso, de un carácter particular y de una calidad singularmente imaginativa.




   La marquesa María Luisa Casatti Stampa, conocida por toda Europa como una de las mujeres más ricas, elegantes y extravagantes, casada con el dueño de los grandes almacenes y fábricas de las mejores sedas de Milán, gastaba sus millones en un trajinar de lujo y dispendio en sus grandes saraos y festivales de beneficencia en Paris, Roma, Venecia, dejando tras ella una estela de magnificencia, lujo y ostentación. Dos veces posó la marquesa para el pintor mexicano, quien le hizo un retrato a pluma, del que manó hacer un clisé, imprimiéndolo en papel dorado y enviándolo a sus amistades de tarjeta de navidad. Dibujo elogiado por el poeta D´Anunnzio. La marquesa fue la mujer más retratada de su época por los más grandes pintores. La fábrica de Milán quebró un día, y tuvieron que vender el palacio de Roma, el hotel de París y hasta el palacio de Venecia, los automóviles y unas perlas célebres que atesoraba la marquesa quien murió entre sueños dorados por ese oro efímero.
   Montenegro regresa a México a principios de 1920. Pinta otros murales para distintas oficinas de la SEP, en el ExConvento de San Pedro y San Pablo, en el mismo edificio de la SEP, y en el Centro Escolar Benito Juárez. Creó escenografías para las obras de teatro de Xavier Villaurrutia y colaboró en la película ¡Qué Viva México! del director ruso Serguei Eiseistein. Como escenógrafo incursionó en el ballet, el teatro, la ópera y el cine. Desplegaría también una gran capacidad como ilustrador, destacando una serie de caricaturas antiimperialistas en la revista Multicolor, junto con García Cabral. Fue un ilustrador de gran virtuosismo. Montenegro, artista con una personalidad artística propia, desarrolló una pintura elegante, de fantasía exquisita que se sumerge en los recovecos del simbolismo y del sueño, de un sensualismo lánguido y gran sentimiento poético –aunque acaso falto de fuerza, por lo que fue tachado de frívolo y aun de conservador. Su arte simbolista de tintes art noveau recorrió el espectro de  las artes e incursionó en el rescate del arte popular y prehispánico.  

















2 comentarios:

  1. Pues que Montenegro fue un grandísimo artista. Mi única "pega" (personal, por supuesto) es que lamento que abndonara su línea decadente y simbolista, pues sin duda fue uno de los más espléndidos representantes, en su momento, de esta escuela-tendencia -movimiento en el ámbito hispano junto al también mexicano, y el más puro artista del Simbolismo que habló español, Julio Ruelas. A ellos también les podía-les debe- acompañar Saturnino Herrán, Germán Gedovius y el Dr. Atl (y alguno más). Todos ellos grande artistas de verdad de los que no sólo Mexico, si no toda la cultura de raíz hispana debería estar orgullosa, y conocer (sobre todo esto último).

    ResponderEliminar
  2. Pues que Montenegro fue un grandísimo artista. Mi única "pega" (personal, por supuesto) es que lamento que abndonara su línea decadente y simbolista, pues sin duda fue uno de los más espléndidos representantes, en su momento, de esta escuela-tendencia -movimiento en el ámbito hispano junto al también mexicano, y el más puro artista del Simbolismo que habló español, Julio Ruelas. A ellos también les podía-les debe- acompañar Saturnino Herrán, Germán Gedovius y el Dr. Atl (y alguno más). Todos ellos grande artistas de verdad de los que no sólo Mexico, si no toda la cultura de raíz hispana debería estar orgullosa, y conocer (sobre todo esto último).

    ResponderEliminar