viernes, 19 de septiembre de 2014

Arcadia Por Alberto Espinosa Orozco

Arcadia
Por Alberto Espinosa Orozco

                                   
En busca de belleza fui al monte
y la Naturaleza era un río de sal :
bosques talados por el fuego,
brumas de yodo tornasol las nubes,
y el lago de Alegría era espejo glacial 
donde Narciso, en esquirlas,
se miraba la bizarría del rostro.

Vagué por los minutos hechos horas
en días de horas hechas nada:
inexistente instante suspendido
en espumas de granito: polvo,
grito sin luz petrificado.

Bajé hasta el Purgatorio de las almas sin pena: 
inversas colinas se abrían a mi paso sometidas 
a la orfandad, autómatas estatuas 
los hombres de sí mismos armados:
y la fascinación desnuda y el apetito y el lujo 
roían la túnica de los nervios últimos.

Levantando la tienda del Nómada en mis huesos 
armada de otros huesos y otras pieles, 
hinché un aeróstato para cubrir la aridez del mundo:
escarpadas bibliotecas, ruinas, desiertos 
que acorralan a  Memoria y la selva de la etimología 
y el réprobo olor de la mentira 
rutinaria de Bagdad olvidada.

Cuando por fin la encontré dormía
en el balcón de su Castillo de Hadas y ante ella, 
con la acritud roja del humo entre los labios
quise hablar... y descubrí que no tenía palabras.





La Historia de un Maravilloso Tapiz: Historia y Mito (Cuarta Parte) Por Alberto Espinosa Orozco

jueves, 18 de septiembre de 2014

La Durangueñidad: los Tres Durangos Por Don Héctor Palencia Alonso

La Durangueñidad: los Tres Durangos[1]
Por Don Héctor Palencia Alonso



   El Instituto de Cultura del Estado de Durango, que tiene su sede en este recinto, fue creado por el actual Gobernador Constitucional del Estado, abogado Ángel Sergio Guerrero Mier, para rescatar y mantener vivos en la conciencia colectiva los valores de nuestra historia, que hacen crecer esa fuerza unificadora que proviene de la tierra y del cielo de los padres (terra patrum). Se trata de andar por un tiempo distinto, pero sin perder esa tradición de cultura, que es como el hilo conductor de la historia.
   Tres ciudades en el mundo llevan el nombre de Durango, y ese nombre de raíces vascuences que significa tierra regada por un río y rodeada de elevaciones montañosas, indica que los tres Durangos tienen características geográficas muy parecidas. Además, hay lazos históricos y espirituales. Es notable la vinculación entre el antiguo Durango, el de la Provincia de Vizcaya, en España, y el Durango que fuera la capital de la Provincia de la Nueva Vizcaya, en la Nueva España. El otro Durango, fundado en el Estado de Colorado de los Estados Unidos en el año de 1880, ya figuraba siglos antes de su declaratoria fundacional, como sitio de avanzada de la extensa dominación española, y formó parte en lo político y en lo religioso de nuestro Durango en tiempos de la Colonia. “Yo soy yo y mi circunstancia”, escribió José Ortega y Gasset, esto es la interacción entre el hombre y su ambiente ecológico y sociocultural. De aquí depende que lleguemos a entender no sólo una biografía, sino una cultura.
    En la historia de nuestra Patria Chica se encuentra el quehacer ejemplar de numerosos vascongados. Y a propósito de la visita de tan dignos representantes de los tres Durangos a este Instituto de Cultura, considero oportuno y de justicia hacer un breve recorrido por el origen de nuestro Durango, con la intención de rendir homenaje al joven capitán vascongado Francisco de Ibarra, quien poco después de ser nombrado Gobernador de la Provincia de la Nueva Vizcaya, funda esta ciudad de Durango, el ocho de julio de 1563, dando comienzo a la portentosa aventura de la conquista del Norte de la Nueva España, que es propiamente la segunda conquista de México. Surge así una cultura desarrollada en particulares condiciones, por el aislamiento del hombre en la inmensidad de la Provincia de la Nueva Vizcaya, cuyo territorio hacia el norte carecía de límites geográficos conocidos.
   Las inmensidades norteñas estuvieron casi incomunicadas durante muchos años, y este aislamiento produjo un modo particular de vida al hombre de Durango, a quien la distancia le dio imagen interior. “Tierra adentro” se decía de aquel valuarte que era Durango, levantado frente a los indígenas que aquí carecieron de la asombrosa cultura que en otras regiones hiciera natural la fusión de las razas. La incomunicación que gravitaba sobre el grupo hizo fluir la esencial ternura de la solidaridad humana, de la cual el estatuto de hospitalidad se mantiene todavía vivo entre nosotros, sin que los embates de la vida moderna consigan borrarlo de estas latitudes, por las que parece que debía pasar el soplo de todos los vientos sanos de la tierra.
   Cuando se fundó la villa de Durango, las llanuras norteñas que comienzan al traspasar el Trópico de Cáncer, unos cuantos kilómetros debajo de Sombrerete. Eran como tierra de nadie. en la que incursionaban los indios salvajes. Para dominar a los guerreros indígenas del norte, no pudo utilizarse el arma de la diplomacia maquiavélica, que había contribuido al triunfo de Hernán Cortés sobre el Imperio Azteca. Los indios del norte combatían en grupos pequeños, por lo que era imposible para los virreyes imponer algún tratado.


   La sed de oro, la fe religiosa y el espíritu caballeresco fueron la base psicológica de la efectividad de los conquistadores. El enriquecimiento de los conquistadores siempre había sido, durante la Edad Media, consecuencia natural de sus triunfos. Se consideraba una injusticia del monarca que no otorgara “mercedes”, sobre todo si el costo de la expedición no corría por su cuenta, sino que era aportado por los expedicionarios mismos, como aconteció en México. El haber aportado persona, espada y con frecuencia otros bienes, tales como caballo y dinero a la organización de la campaña a cambio de una parte del botín, era un aliciente constante. La expedición era, de hecho, una empresa en el sentido moderno de la palabra, pues adoptaba una forma similar a la de una sociedad en “comandita”, en la que cada uno era retribuido de acuerdo con su aportación y a las hazañas que realizaba.
   A partir del descubrimiento por Juan de Tolsa de las ricas minas de Zacatecas, las que produjeron un torrente de plata hacia España, casi simultáneamente a la muerte de Hernán Cortés, se creó la llamada “aristocracia de la plata” por el propio Juan de Tolsa, Migue de Ibarra, Baltasar Temiño de Bañuelos y Diego de Ibarra, quien fue el primer Gobernador de Zacatecas y el decidido impulsor de la conquista hacia el norte, tarea que encomendó a su sobrino de dieciséis años de edad, Francisco de Ibarra, nombrado Capitán General y Gobernador de la Provincia de la Nueva Vizcaya a la edad de veinticinco años, y un año después fundador de Durango y Alcalde de esta Villa.


Monumento a Francisco de Ibarra en El Fuerte, Sinaloa

   Al Valle del Guadiana en que se halla enclavado Durango habían llegado dos expediciones en busca de oro y plata, antes que la del fundador Francisco de Ibarra. El sanguinario Nuño de Guzmán, Gobernado de Nueva Galicia, envió una expedición comandada por Cristóbal de Oñate y José de Angulo, quienes descubrieron en 1533 el Valle de Durango, que desde entonces se llama Guadiana, por su parecido con el lugar del mismo nombre en España. Y en 1552, Ginés Vázquez de Mercado partió también de la Nueva Galicia en busca de un legendario “cerro de plata en estado nativo”, que al encontrarlo se llama desde esos días  Cerro del Mercado, el cual era uno de los mayores yacimientos del oro del mundo.
   Cuando Francisco de Ibarra fundó la Villa de Durango en sitio inmediato existía ya la misión de San Juan Bautista, llamado Analco por los indígenas, nombre de origen nahua  que significa “más allá del agua”. Esta misión fue el principio en la inmensidad del norte, de la obra inconmensurable de los franciscanos caminantes, que difundieron el mensaje de amor de aquel San Francisco, que hizo montón menospreciable de todas sus riquezas y fue por los caminos cantando la luz del sol y la armónica fraternidad de todas las cosas. Un año antes de la llegada de Francisco de Ibarra al Valle del Guadiana ya se escuchaba en este lugar a los misioneros franciscanos que, envueltos en su sayal de color ceniza y polvo semejante a la pluma de la alondra, predicaban el más alto ideal que no puede ser olvidado.
   El sacerdote y filósofo durangueño Nicolás Hernández Izurieta escribió en latín su admirable Canto a Durango, del que reproduzco una de las estrofas que habla de los primeros misioneros en la Nueva Vizcaya:

¡Oh Juan de Tapia, oh Pedro Erspinareda,
Jerónimo de Mendoza, y tú Jacinto,
Diego de la Cadena, sois más claros
Que el sol entre esplendores¡

   Francisco de Ibarra dedicó la villa que el  fundó a la Virgen de Uribarri, con la advocación de la Asunción, nombre que tubo la primera iglesia de Durango, España.
    Y obra trascendente en la Nueva España y en todo el Nuevo Mundo, la del gran vasco de Durango, Vizcaya, Fray Juan de Zumárraga, cuyo nombre se asocia, desde aquel doce de diciembre de 1531, al del indio Juan Diego, hoy San Juan Diego,  en la tradición guadalupana que es vínculo permanente en la historia de México. La figura grandiosa de Fray Juan de Zumárraga merece especial recuerdo en este día, porque su monumento en la ciudad de Durango, Vizcaya, es creación magnífica del escultor Ignacio Azúnsolo, nacido en tierras de este Durango, México.





   Y precisamente en este lugar se encuentra el busto de Ignacio Azúnsolo, como lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo con la obra de los grandes durangueños del arte: Silvestre Revueltas, Fanny Anitúa, Ricardo Castro, Dolores del Río, Nelly Campobello y otros que han acrecentado nuestro patrimonio de cultura y honor.
   Las novelas de caballerías, tales como el Amadis de Gaula y Las Sergas de Esplandián (1496-1510), tuvieron influencia en las hazañas de algunos conquistadores. Hernán Cortés creyó encontrar en lo que hoy es Baja California, el “Reino de Calafia” –de aquí el nombre de California- en el que, según una de estas novelas, la bella reina Calafia vivía rodeada de Amazonas.
   En 1521 cayó Tenochtitlan y a raíz de ese acontecimiento que marca el nacimiento de la Colonia, las leyendas españolas se combinaron con las indígenas, para crear el mito de “Las Siete Ciudades de Oro”, también llamadas “Cíbola”. Las crónicas aztecas, entre ellas la “Tira de la Peregrinación”, hablaban de siete enormes cuevas, de donde provenía la rica tribu nahua, y dicha historia hizo recordar a los conquistadores la de los “Siete Obispos de Lisboa”, que se escaparon de la península ibérica en el siglo VII, y según la creencia popular  habían construido siete ciudades de oro en las Islas del Mar de Occidente.
   En 1536 tres españoles, Dorantes, Maldonado y Alvar Núñez Cabeza de Baca, y un esclavo africano llamado Estebanico, todos ellos sobrevivientes de un naufragio frente a las costas de Florida, atravesaron en un largo recorrido a pie los territorios de Texas, Chihuahua, Sonora y llegaron a Sinaloa, a Nueva Galicia y desde ahí a la capital de la Nueva España. Con todas las formalidades aseguraron al Virrey Antonio de Mendoza que cerca de Paquimé, el actual Casas Grandes en el estado de Chihuahua, tuvieron noticias de ciudades de oro.
   El franciscano Marcos de Niza, llevando al esclavo Estebanico, encabezó la primera expedición en busca de Cíbola. Partió de San Miguel de Culiacán en 1539 y al regresar declaró ante el Virrey haber llegado hasta las inmediaciones de las “Siete Ciudades de Oro”.
   A principios del año siguiente. En 1540, la famosa expedición de Francisco Vázquez de Coronado, que fue también en busca de Cíbola con cientos de jóvenes hidalgos a caballo, decenas de infantes, ballesteros y arcabuceros, frailes, entre l}ellos Marcos de Niza, cañones de bronce, cientos de bacas y bueyes y más de mil ovejas. Esta expedición buscó Cíbola durante casi tres años, recorrió más de cuatro mil kilómetros y en territorio de lo que hoy es Estados Unidos descubrió el Gran Cañón del Colorado.
   Después de fundar Durango y de llevar a cabo numerosas expediciones, en las que abrió minas, como las de Indé y Topia en el hoy Estado de Durango, el Capitán Francisco de Ibarra fundó en el hoy Estado de Sinaloa las poblaciones de San Juan el Fuerte, en 1564, y la Villa de San Sebastián, actualmente Concordia, en 1566.  Este mismo año partió a la búsqueda de Cíbola por el camino de Vázquez de Coronado y al igual que éste fracasó en la empresa.
   Francisco de Ibarra, llamado por Alejandro de Humboldt  el “Fénix de los Conquistadores”, partió en 1554 de Zacatecas, donde era miembro de la “Aristocracia de la Plata”,  para crear  la Provincia de la Nueva Vizcaya, y gobernó las tierras por él  conquistadas hasta el año de 1577, en que murió a la edad de treinta y ocho años, en el Mineral de Pánuco del hoy Estado de Sinaloa.
   Son muchos los méritos del fundador de Durango. “Sus expediciones fueron modélicas, especialmente en su comportamiento con los nativos, usó más de la persuasión que de la fuerza”, escribe Iñaki Zurralde Romero. La corrupción, término que los estadounidenses usaron antes que nadie para indicar la falta de honradez de los funcionarios públicos, no se encuentra en los inicios de la Nueva Vizcaya, al contrario de lo acontecido en otras provincias o ciudades. Francisco de Ibarra puso, con los cimientos de nuestra ciudad, el ejemplo del ejercicio del poder como servicio a la comunidad y tuvo la emoción de identificarse con las gentes.
   Con la amable evocación de Francisco de Ibarra sean bienvenidos a nuestro Instituto de Cultura los representantes de las tres ciudades hermanadas. Decía Miguel de Unamuno que la vida es una esperanza que se está convirtiendo sin cesar en recuerdo que engendra a la vez a la esperanza. Que esta hermosa relación se embellezca por el recuerdo y se haga más intensa por el compartir de la esperanza.







[1] Discurso pronunciado en enero del 2003 en el ICED ante el  Sr. Lic. José Rosas  Aizpuru Torres, Presidente Municipal de Durango, Doña María Pilar Ardanza  Uribarren, Alcaldesa de Durango, España, Mister John Gamble, Mayor de la ciudad  de Durango, Estado de Colorado, de Los Estados Unidos de América, y un distinguido  público que se dio cita para celebrar la comunidad ideal, cosmopolita,  de tres ciudades  distantes en el espacio, pero unidas por la tradición y la palabra.




In Memoriam: Maestro Don Héctor Palencia Alonso Por Alberto Espinosa

In Memoriam: Maestro Don Héctor Palencia Alonso
Por Alberto Espinosa


   A 10 años de la ausencia material del querido mentor e incnasable promotor de la cultura regional Don Héctor Palencia Alonso, exige la vuelta de los tiempos que corren expresar unas palabras de recuerdo, admirado, a su figura, así como a la magnitud de su tarea educativa, propiamente cultural. Porque el querido Maestro Don Héctor Palencia Alonso, mentor de toda una comunidad espiritual, purifelicó su concepto de libertad con las virtudes del ascetismo y la humildad, añadiendo a la verdadera libertad el valor social no sólo de la tolerancia sino de una actitud más elevada: la de la concordia -porque la actitud del querido jefe cultural era la del ser transparente como el cristal, abierto, siempre igual como las palabras que son modeladas por la expresión verbal de la palabra. El ser como apertura en su actitud liberal se manifestaba, en efecto,  en estar su vida tendida fuera de sí, dirigida hacia los otros y a lo otro radical –se llame igual Comunidad, que Poesía, Misterio o Dios.
   Quiero decir con ello que su vida estuvo siempre dirigida a los demás, referida hacia los otros, preservando la memoria y rescatando los valores de nuestra tradición e idiosincracia propia: que fue el blasón de vida, lo que la iluminaba y le daba sentido. Porque una vida con sentido es aquella que como la palabra no está referida a sí misma, sino al otro; que deja de interesarse en la propia mezquindad de la existencia, para procurar e interesarse en la esencia de los demás y de sí mismo, en lo que importa o que es valioso en ellos, que es la actitud del humanismo... y que así la justifica. La vida justificada es aquella que tiene sentido, pues, al revelar las notas esenciales del fundamento –que ya no tiene sentido, ni justificación, que ya no es para otro, sino que meta aludida que ya no alude, ser puramente en sí y para sí mismo que simplemente “es”, por su potencia, por su valor intrínseco.


   La vida y presencia fulgurante de Don Héctor Palencia puede verse así como un dilatado testimonio de aquello que la dirigía y orientaba: las actitudes y expresiones de su cultura nativa, de su comunidad, pero también de las manifestaciones más elevadas del espíritu -cuyas dos vertientes trató siempre de armonizar en su celebrada donctrina de la "durangueñeidad". Esa modo de afrontar y enfrentar la vida lo llevó a dejar de girar en la órbita cerrada de su propia existencia, dejando de lado la escoria y la negación del vivir en sí o para sí mismo, y disolviendo esa opacidad ganó positivamente para su ser abierto una transparencia hecha de luz que, en efecto, estuvo tendida siempre hacia lo otro diáfano y hacia los otros, y que fue siempre por ello una reiterada revelación de lo que esencialmente somos: una comunidad de espíritu, que el incalculable mentor  abrazó, pues en la comunidad buscaba también un suelo que lo fundamentara. Con ello no atendía a la formula de la vida económica, que postula una máximo de provecho por un mínimo de esfuerzo, sino a la ley de la caridad cristiana, en donde se da el conmovedor espectáculo de un máximo de esfuerzo por un mínimo de provecho personal.


   Ahí, en ese humilde y puro acto de la libertad, tiene que buscarse el misterio y el atractivo de la singular personalidad del Maestro Palencia. Porque el hombre cuya vida tiene sentido no se muestra él mismo, sino que al despejar la esencia del fundamento se hace es instancia revelante ...pero no revelada. Porque el ser para otro no revela nada acerca de sí mismo, sino acerca de la potencia que lo fundamenta... mientras que el fundamento que así apoya y justifica al sujeto tiene por lo contrario como esencia el ser revelado, pero ya no revelante... pues su ser ya no tiene más referencia o no es más para otro, sino que es en sí y para sí mismo. Es vivir teniendo el acento puesto no en propio corazón, sino en el alma que lo alimenta, que ara Don Héctor Palencia Alonso tomo la forma de la cultura y de la transmisión de su valores más caros, con los que hemos crecido como nación, con los que hemos con-crecido como hermanos, como coetáneos y condiscípulos de una misma cátedra del sol de cada día y de la vida que siempre la misma y siempre nueva.  
   Ante el terror de las libertades extraviadas producto del avance vertiginoso de la técnica y de la planificación totalitaria de nuestro mundo moderno acaso quepa entre nosotros el desarrollo colectivo de una nueva actitud espiritual de la que el Maestro Palencia Alonso dio fiel testimonio con su ejemplo heroico individual: la obediencia disciplinada a una autoridad superior, a una ética basada en un nuevo concepto de libertad, en donde pueda abrirse el mundo del valor y de la vida espiritual en una colectividad liberada, ya no de las fuerzas de la naturaleza, sino de las fuerzas destructoras del arbitrio individual. 




miércoles, 17 de septiembre de 2014

La Toma de Zacatecas: Nobles, Barrenderos y Oficiales Por Alberto Espinosa Orozco

La Toma de Zacatecas: Nobles, Barrenderos y Oficiales
Por Alberto Espinosa Orozco

Será mejor no regresar al pueblo,
al Edén subvertido que se calla
Bajo la mutilación de la metralla.”
Ramón López Velarde





I
      En la famosa Toma de Zacatecas por las fuerzas de la División del Centro y de la División del Norte de Pancho Villa se cometieron lamentables extralimitaciones y flagrantes injusticias al calor de los acontecimientos. Algunas de ellas han sido minuciosamente presentadas en el informe que el Licenciado León J. Canova envió en agosto del 1914 al Sr. Williams, del Departamento de Estado Washington, EU, y que mucho tiempo después, casi un siglo más tarde, se publicó en Zacatecas, México, por el Archivo Histórico del Estado de Zacatecas.[1]




   Uno de los principales actos de barbarie perpetrados por aquella victoria revolucionaria fue la que suscitó el jueves 25 de junio cuando por órdenes del caudillo revolucionario las fuerzas de Francisco Villa arrestaron a todos los sacerdotes de Zacatecas, fijando en 100 mil pesos el precio de su liberación, los cuales, a pesar de fueron pagados el día 30 de junio, no surtieron el efecto prometido, pues Pancho Villa ordenó que mandaran a Torreón a los 22 sacerdotes arrestados, de donde fueron luego expulsados del país y desterrados con destino a El Paso, Texas.[2]
   Otro incidente, trágico, se registró en el Colegio de San José de los Hermanos Cristianos, cuando el día 24 de junio de 1914 el General Chao ejecutó en el Cerro de la Bufa al Director del Colegio, Sr. Adrían Astuc, al Profesor Principal de la escuela Señor Adolfo Guillet, ambos de nacionalidad francesa, y al Capellán del Colegio, Pascual de la Vega, descubriéndose sus cadáveres hasta el día 28 y dándoles cristiana sepultura. El resto del profesorado, compuesto por 14 sacerdotes, fue arrestado y enviado junto con los restantes clérigos desterrados a El Paso, Texas. Muchos de ellos encontrarían luego acomodo en los Estados Unidos, trabajando en el Colegio de Santa Fe, Nuevo México, en el Colegio Sanit Michael’s de los Hermanos Cristianos.
   Uno de los responsables de la brutal persecución religiosa fue el Ingeniero Miguel Macedo, quien luego fuera nombrado por las fuerzas villistas Jefe del departamento de Agricultura del Estado de Zacatecas. Hombre violento quien alimentado por sus bajas pasiones después de saquear la casa de Benigno Soto, hijo de Don Manuel Soto, y de apuntarle con su pistola en el corazón de la sirvienta hasta en dos ocasiones, dirigió su ojo científico y su apetito agrícola, según narra Don León Canova en su Informe, a la casa del Padre Fray Ángel de los Dolores Tiscareño, llevándose todo lo que pudo de su casa sin reparar en lo pequeño o en lo grande.[3] También lo hace responsable de la orden por la cual los tres profesores del Colegio de los Hermanos Cristianos encontraron la muerte, pues al parecer actuó por rencor, ya que dos hermanos suyos había entrado al Colegio San José y habían sido expulsados sin remedio por resultar incorregibles –o bien, que los mandó matar por algún otro motivo extra, tal vez de inferioridad intelectual o por el hecho de haber aquellos acumulado bienes temporales para su disfrute.





   No contento con tales atrocidades el Sr. Macedo, conectado por lazos familiares con los Madero y por tanto con influencia sobre Pancho Villa, se apoderó de una bellísima finca con jardines italianos de un ciudadano francés, mandándole decir que le ofrecía una bagatela y que de no aceptar le sería confiscada por la revolución; luego se apoderó de varias haciendas de la región, tomando posesión de la Hacienda la Gruñidora de los hermanos Delgadillo, quienes habían contratado su cosecha de grayule para la Continental Mexican Rubber Company, al parecer es una empresa de los Madero, apoyándose para ello de un decreto expedido por Pánfilo Natera, hombre no muy malo pero de pocas luces,  quien ordenó intervenir todas las haciendas en nombre de la revolución y llegó a comprar o confiscar varias fincas en la localidad.




Padre Ignacio López Velarde

II
   Otra gran tragedia más se registró cuando el Presbítero de la Capilla del Colegio Teresiano, el Padre Ignacio López Velarde, tío paterno del laureado poeta Ramón López Velarde, fue sacado de la escuela el 24 de junio por la noche. Dice Canova que la causa fue que algún enemigo suyo o que Villa tenía rencor contra él. La historia, sin embargo, se remonta hasta Ojo Caliente, cuando “Don Chencho”, como le llamaba el pueblo cariñosamente al sacerdote y culto y caritativo que fuera un potente orador en el púlpito,  siendo sacerdote allá se negó a casar a un feroz rebelde y cabecilla de Villa con una bella joven de la localidad. Cuando Villa ocupó Zacatecas, el dicho cabecilla valiéndose del desorden aprovechó la oportunidad para asesinar a Don Ignacio López Velarde, quien se ocultaba en una casa humilde. Cuando Villa supo de tamaño atropello, sin embargo, mandó fusilar en el acto al feroz rebelde por los mismos revolucionarios de su partido.
   Mientras tanto, por otra parte, dos extranjeros a las órdenes de Villa saqueaban la rica residencia del Obispo de Zacatecas Miguel de la Mora; el capitán alemán Von der Gloz, a cargo de la artillería de Pancho Villa, y un norteamericano apodado Jim The Crack, un ex-convicto de los EU célebre por su pericia en abrir las cajas fuertes, luego de vaciar la casa con las fuerzas rebeldes, junto con todo el mobiliario y las pinturas, violaron la caja fuerte, haciendo luego lo mismo en la casa a de Luis Escobedo. Se dice que al día siguiente, haciendo gala de vileza, el capitán Von der Gloz vendía en la calle por nada las acciones de varias minas. Luego, al enredarse a causa de un entredicho, por el botín los filibusteros profesionales Von der Gloz y Jim The Crack se degollarían mutuamente.



    Relata Canova en su multicitado Informe que lo mismo sucedió en toda casa rica, en donde los propietarios se encontraban ausentes, dejando al frente sólo a la servidumbre. Saquearon también la casa de Manuel Soto, una de las mejores residencias de la región, y al grito iracundo y frenético de “Agandallen”, destrozaron escritorios y alacenas, llevándose toda la ropa de cama, la vajilla de plata, la loza de la cocina y una máquina de coser, mientras usaban la parte inferior de la finca como caballería, abriendo todo por la fuerza en busca de acciones y oro, dejando todo desbalagado, papeles tirados en el suelo en la mayor confusión y los cuadros desmotados de sus marcos que no se quisieron llevaros agujerados a balazos.   
   Robaron los rebeldes sin respetar cosa alguna de las casas ricas, llevándose pianos, mobiliario, máquinas de coser y muchas cosas más, como carruajes y automóviles. También saquearon los templos, todo artículo de valor fue sustraído, pinturas, imágenes y ornamentos religiosos. Todo aquello se despachó en un tren de carga hacia el norte del país, probablemente con destino a Chihuahua.







III
   El colmo de la vorágine llegó cuando aquellos burladores de la religión y de la propiedad privada se ensañaron contra los nobles y notables de la ciudad, obligándolos entre humillaciones y malos tratos a barrer las calles de la derruida capital. Luego que la canalla tomara posesión de sus casas los hombres armados se dieron a la tarea de la trasposición de las cosas, dando una escoba y obligando a limpiar las aceras a los abogados Manuel Zesati, Eusebio Carrillo y José Torres, al comerciante Manuel Rodarte y al propietario Carmelo Sucunza. Paralela suerte correría el prestigioso litógrafo de la Civilizadora del Norte, Nazario Espinosa, pues luego de que los rebeldes entraron a su taller ubicado en la Callejón del Cobre, robando y rompiendo todo lo que pudieron y usando la planta baja como caballería, tiraron los moldes tipográficos en la calle, obligando al editor y artista a barrer las sílabas truncas de aquel siniestro poema ilegible y desmadejado.
   No sabemos si su poca fortuna la incursión de Nazario Espinosa en política  o una supuesta vinculación a una cofradía de un grupo Mason, lo marcó de alguna manera, exponiéndolo en 1914 a las vendettas, insidias e iras revolucionarias. Enrique Espinosa Dávila, hijo primogénito de Don Nazario, atendía la librería y la papelería de su padre, local que se encontraba casi enfrente de lo que fue posteriormente el Cine Ilusión. Cuando el Coronel Bernal voló el edificio del gobierno, echó por los aires también la papelería, robándose luego las fuerzas villistas todas las cosas que habían quedado servibles.[4]  La imprenta de grandes cuartos y enormes ventanales localizada en el Callejón del Cobre sirvió en cambio como cuartel a los forajidos, que destruyeron todo lo que encontraron en su estancia, Ahí trabajaba un nieto de Don Nazario, el joven Antonio Espinosa González, quien vio con ojos asombrados como las fuerzas rebeldes iban robando todo lo que hallaban a su alcance, quedando en el taller apenas unas cuantas máquinas para el final de la refriega. Entre otras cosas en la papelería había tibores de porcelana, oriental, muy finos, que después de la revolución se llegaron a ver en algunas casas elegantes de Zacatecas,  donde presumiblemente los habían vendido los rebeldes villistas.



   La papelería se encontraba apenas al lado del Hotel de la Plaza y de la asociación política Zacatecanos Unidos, cuyo órgano “La Unión Zacatecana” era dirigido por el Sr. Alberto Muños, los cuales habían volado, mientras los revolucionarios saqueaban el Almacén de Ropa y Abarrotes “La Caja”, la cual fue quemada por el revolucionario Galván. Algunas casas quedaron también destruidas en sus interiores. Una división villista asesinara a  Inocencio López Velarde, tío del gran bate jerezano. Aciagos acontecimientos que dejaron en la psicología colectiva zacatecana una profunda cicatriz, la cual quedo abierta y se ahondó al quedar la plaza prácticamente abandonada por más de cinco décadas, colapsándose la población a los 20 mil habitantes, estando la ciudad por mucho tiempo sumida en un limbo de amnesia, sin grandes personalidades, sin los necesarios documentos escritos y sin transformaciones económicas y sociales.[5] 













   Es posible que el rencor de algunos rebeldes contra Nazario Espinosa viniera de un año atrás, cuando fue obligado a diseñar e imprimir los billetes de cinco centavos mandados a hacer por Pánfilo Natera y que circularon por escasos meces por el norte el país.
   Los billtes de 5 centaos  del Gobierno provisional y transitorio de Zacatecas, fueron probablemente dibujados e impresos en los talleres litográficos de Nazario Espinosa. Apenas un mes antes de la Toma de Zacatecas, el 16 de mayo de 1914, fueron publicados tres decretos. El decreto 188 condonó, “por equidad”, contribuciones al empresario editorial Nazario Espinosa. El asunto del dinero para sostener la guerra no era exclusivo del gobierno asentado en la vetusta ciudad de Zacatecas. En Sombrerete, los constitucionalistas también padecían la falta de circulante. En esta situación, el 13 de mayo de 1914 Pánfilo Natera hizo circular una orden: “En uso de las facultades extraordinarias de que me hallo investido y de acuerdo con el decreto de fecha 12 de febrero del corriente año, expedido en la ciudad de Monclova, Coahuila, por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, ordeno la circulación forzosa de billetes del Ejército Constitucionalista de la referida emisión en toda la zona del estado dominada por mis fuerzas, castigándose con multa de 100 a 500 pesos a aquellos que rehusaren los mencionados billetes”.[6]


   Don Nazario Espinosa quedó así atenazado cuando se retiraron las fuerzas de Natera en 1913 y volvió el gobierno federal a establecer el control, hallándose así al regreso de las fuerzas de Centro del Ejército Constitucionalista entre dos fuegos. La voladura el Palacio Federal afectó también la papelería del empresario litográfico, que se hallaba enfrente, cayendo luego su negocio en una crisis por la merma y la falta de trabajo de la que ya no hubo modo de recuperarse.
   Simultáneamente el general Domínguez atacaba la casa de Juan Zesati por rencor, ya que éste había reprendido a aquel cuando era vaquero de la Hacienda de El Cuidado, colindante con la suya, por pasar ganado de un lado a otro, por lo que cundido por la cólera del rencor arremetió contra sus propiedades. La revolución tomó así un sesgo equívoco, convirtiéndose en una gavilla de saqueadores. El general Rosalío Hernández saqueó la tienda de Jesús Soto, robando más de 200 mil pesos en metálico y en mercancía.
   Cuando las fuerzas villistas estaban ya en Torreón exigieron al apresado cura de Calera, de nombre Jesús Alba, la cantidad de 50 mil pesos para liberarlo, el cual intentó cristianizar con palabras dulces a sus captores, por lo que el mismo general Rosalío Hernández optó mejor por asesinarlo. Los catorce sobrevivientes del Colegio de los Hermanos Cristianos, liberados el día 27 de junio, fueron vueltos a apresar el día 29 y puestos en el techo de zinc de un vagón bajo las aguas de un diluvio torrencial, expuestos a morir de frío debido  las bajas temperaturas de Zacatecas, situado a 8 mil cien pies de altura, y cuya estación, además de la de ferrocarriles, era frecuentemente de helada. A la salida de Zacatecas el maquinista se apiadó de ellos y los bajó poniéndolos en un vagón junto a la carga. Cuando llegaron presos a Gómez Palacio dejaron libres a dos de ellos, quienes milagrosamente sin conocer a nadie pudieron reunir los 50 mil pesos para salvar sus vidas, aunque de cualquier manera fueron luego deportados a El Paso. Con ello la lucha de clases se convirtió de pronto en una lucha tan inmoral como vacía, en una cruenta guerra fratricida que no respetaba ningún principio, enteramente bárbara y sin clase.
      La expulsión de los religiosos se hizo contra los deseos del pueblo y en nombre de la revolución. Cerraron todas las iglesias de la ciudad y en escenas más que patéticas las mujeres de hinojos rezaban en la aceras frente a las iglesias. Un peregrinaje multitudinario subió de rodillas, entre peñascos y espinas, hasta el crestón de la Bufa, rezando por el perdón de sus faltas. La persecución religiosa duró por muchos años y hasta más allá de 1928 niños y grandes asistían clandestinamente, a escondidas, a los servicios  religiosos que se ofrecían en algunas casas de la apiñada ciudad minera, reinando en todo aquello un ambiente más bien de desolación. 
   El inmortal bate jerezano escribiría Ramón López Velarde, al helado calor de aquellos aciagos acontecimientos su poema “El Retorno Maléfico”, que reza:

El Retorno Maléfico

                                                         A D. Ignacio I. Gastélum

Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.

Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.

Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha
su esperanza deshecha.

Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: «¿Qué es eso?»

Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica
como un estribillo plañidero.

Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zumba y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.

Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso;
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita...
...Y una íntima tristeza reaccionaria.



Familia López Velarde Berumen
En el centro, sentados: José Guadalupe López Velarde y María Trinidad Berumen de López Velarde con Guillermo en su regazo. De pie, de izquierda a derecha: Ramón y Jesús. Sentados, en el mismo sentido, Pascual, Trinidad y Guadalupe

Billete que circuló en Zacatecas durante 1914. ( Excelsior )








[1] Lic. León Juan Canova, “Una Hermosa Victoria Prostituida”, El Pregonero de la Muy Noble y Leal Ciudad de Zacatecas, Archivo Histórico del Estado de Zacatecas. Año #4, #s 24, 25 y 26. Marzo, Abril y Mayo de 2007. El informe fue enviado el 15 de agosto de 1914 y respondido por el Sr. Bryan como muy satisfactorio –a pesar de las opiniones, de los juicios de valor, que juzgo no pertinentes. El testo también puede verse en: Terranova (Revista de Cultura, Crítica y Curiosidades) viernes, 4 de julio de 2014. Una espléndida victoria prostituida Por León Canovahttp://terranoca.blogspot.mx/2014/07/una-esplendida-victoria-prostituida-por.html
[2] De aquella razia difícilmente escapó el querido padre Ángel Tiscareño, quien ya viejo fue escondido celosamente por sus amigos en algunas casas de Zacatecas. Los nombres de los sacerdotes apresados y luego expulsados del país es el siguiente: José María Vela, Cenobio Vásquez, José Antonio Ramos, Vicente Taso, Manuel Romo, Juan Ignacio Richart, Francisco Sánchez, Emérico Martínez, Benjamín Rodarte, J. Escalante, J. Cumplido, J. Remigio, Juan Martínez, José Quintero, J. Peña, J. Muños, J. Serrano, José Cuevas, Juan Raigosa Reyes, Ramiro Velazco.
[3] El Padre Fray Ángel. Tiscareño es el autor, entre otras obras, del volumen: Nuestra Señora del Refugio, patrona de las misiones del Colegio Apostólico de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas. 1901. Talleres de Nazario Espinosa. Zacatecas.
[4] En la actual Avenida Hidalgo, antes llamada Calle Real y luego Calle de la Merced Nueva, se encontraba las Antiguas Casas Consistoriales o Casas Reales de los Intendentes, que es donde se encuentra hoy en día el Hotel Santa Lucía. En ese edificio estuvieron por dos semanas, del 20 de Agosto a 5 de septiembre de 1811, las cabezas decapitadas del Cura Hidalgo , Allende, Aldama y Jiménez, en tránsito para la Alóndiga de Granaditas, Guanajuato, en donde para escarmiento del pueblo fueron las cabezas colgadas cada una de una esquina, donde permanecieron hasta 1821, hasta que finalmente fueron sepultadas en la Columna del Monumento a la Independencia conocida popularmente como “EL Ángel”.
[5] Nazario Espinosa. Litógrafo Zacatecano. Alberto Nazario Espinosa Orozco, “Nazario Espinosa: la Litografía en Zacatecas”. Ed. La Herrata Feliz y Antecamara Ediciones. México, 2014.Pág. 55.
[6]   La historia, como quiera que fuera, estuvo salpicada de profundas ambigüedades.  Escribe Marco Antonio Flores Zavala que Natera signó el texto junto con su secretario, Antonio Acuña Navarro, y hace notar que “las fuerzas inmersas en la guerra civil, más allá de cuánto y dónde gobernaban, para tener dinero debieron establecer mecanismos impositivos para conseguir los recursos económicos para la guerra”. Panfilo Natera tal vez usó en 1913, en la primera toma de Zacateacas, las prensas de Nazario para editar sus inservibles bilinbiques, y luego sobre eso, en la toma definitiva las fuerzas de Villa saquearon por ello su negocio. Continúa Flores Zavala diciendo que: “El sábado 16 de mayo de 1914 fueron publicados tres decretos aprobados por el Congreso del Estado y promulgados por el gobernador de Zacatecas. La importancia de la publicación radica en que su circulación pública implicó “el debido cumplimiento” por parte de “todos”. En el trabajo de 45 días del Congreso local, en su último período de sesiones ordinarias, la representación de la soberanía popular aprobó cinco decretos que dan cuenta de cómo el gobierno enfrentaba la guerra civil. El decreto 185 reformó el presupuesto estatal en el ramo de guerra. Se hizo para fortalecer pecuniariamente el cuerpo de seguridad pública del estado. El decreto 186 prorrogó el pago de contribuciones rústicas y urbanas. El aplazamiento implicó no cobrar multas ni recargos. El presupuesto de esta contribución implicaba todo el estado e incluía las comunidades dominadas por las fuerzas constitucionalistas. El 16 de mayo de 1914 fueron publicados tres decretos. El decreto 188 condonó, “por equidad”, contribuciones al empresario editorial Nazario Espinosa. Los decretos 187 y 189 impusieron una contribución adicional extraordinaria y la suspensión de una obligación de la ley fiscal vigente. Estos decretos dan cuenta que el gobierno estatal, al no contar con las contribuciones de las comunidades dominadas por las fuerzas constitucionalistas, debió imponer otro cobro “adicional extraordinario” a los propietarios y comerciantes de las comunidades donde gobernaba. El asunto del dinero para sostener la guerra no era exclusivo del gobierno asentado en la vetusta ciudad de Zacatecas. En Sombrerete, los constitucionalistas también padecían la falta de circulante”. Marco Antonio Flores Zavala,Mayo 16 de 1914”. Periodico Imagen de Zacatecas, Miércoles 15 de mayo de 2014.http://www.imagenzac.com.mx/nota/mayo-16-de-1914-22-10-08-l2