martes, 19 de marzo de 2019

La Bestia y el Demonio Por Alberto Espinosa Orozco

La Bestia y el Demonio  
Por Alberto Espinosa Orozco 




          El objetivo mas profundo del proceso educativo es el de la completa formación del ser humano, para lo cual tiene que liberar al hombre de dos presencias oscuras, de dos estigmas inscritos en su naturaleza: el demonio y la bestia. El hombre en estado natural resulta así un espectáculo más bien deprimente, funesto en su esencia, notable por su falta de gusto y de educación, siendo sus usos y costumbres los de un rojo demonio o bien los de una bestia peluda, al no contar con las luces de la cultura, ni los modos del refinamiento social, ni con principios morales universales, debatiéndose de tal suerte entre las tinieblas de la ignorancia y las rarefacciones egoístas del deseo.
               Sus extremos van de lo ridículo a lo repulsivo, pasando por la diversión bizarra o lo terrible. Dos de sus manifestaciones más tristes son el de la aristocracia devorada por los vicios y de las esencias sociales caducas que convocan lo demoníaco bajo el raído disfraz del relativismo histórico social: también el de la miseria moral de la insaciable urraca ladrona, cuya incontinencia de la voluntad siempre quiere más más sin saciase jamas, a la manera del incendia o de la boca abierta del Seol. 
          Con lo que respecta a la bestia, esta se manifiesta en lo humano como el ancestral impulso, fiero y ciego, de dominar al congénere, de someter al prójimo –impulso que quisiera tener la percepción de la elevación de la propia estatura al ver encoger el cuerpo del prójimo, doblar las rodillas y yacer por tierra. La violencia verbal del macho humano ante la hembra u otro ser del mismo sexo sobre el que intenta la humillación o el sometimiento es ya una característica bestial demoniaca cuando se hace de ello un rito o una costumbre de transacción pecuniaria, que va del vulgar latrocinio a mano armada al secuestro. 
       La voluntad de poder, sin embargo, se expresa también en formas más disimuladas, siendo de entre ellas sólita su expresión bajo el disfraz de la vocación pedagógica, precisamente, que en apariencia tan paternal y divina puede retrogradase en una hipócrita versión, en el fondo y en la raíz, de la voluntad de sometimiento del prójimo –voluntad de poder del débil y cobarde que echa a andar por el rodeo de las ideas y su mayéutica, usando de una elaborada máscara retórica para dominar, sin atreverse a dar la cara, por lo que más bien habría de considerarse un capitulo del arte de la prestidigitación o de la hipnosis. 
          Otra de sus manifestaciones se encuentra en el neógogo y en el demagogo, haciendo su festín en el ruedo de la arena pública. Ni el cocodrilo metido a redentor que se vale de un dogma, religioso o político, ni el burro pedagogo que hacen del seminario un coro de ranas en panegírico a los placeres del abdomen o al lodo de la charca, ni las lenguas impuras que en su ciego apetito sólo saben abundar en temas de lo que están por debajo del ombligo, representan otra cosa que la exacerbación de esos bajos estigmas de la naturaleza humana. 
         Para dar cuenta de tales presencias oscuras en el hombre no encuentro una palabra mejor que la de pecado: lujuria, egoísmo, avaricia, acidia, codicia, pereza, orgullo, soberbia… que son la maldad practicada asiduamente por el diablo -sombra de la caverna oscura donde se desarrolla a sus anchas la bestia humana, pues pecar es escoger la ausencia de luz y por tanto elegir las tinieblas. También, por lo mismo, entraña la elección de un bien injustificado o de un "premio" gratuito, que conlleva sin embargo, o que es el mismo un castigo.
             Principio de la educación, por lo contrario, es la conducta propiamente pedagógica, que nos exige no imponerse al otro o utilizarlo, sino servir; pero también no abatirlo, restarlo, o descalificarlo, sino por el contrario estimularlo para el logro de sus objetivos rectos. Porque la percepción de la propia estatura moral se da en la percepción interna de la postura erguida contemplando a través de los ojos el alma ajena a la altura de la nuestra. Imposible llegar a ello si no se respeta en general el principio liberal de respeto al pensamiento y la expresión de los individuos, añadiendo a él el del gusto por la efusiva compenetración con el prójimo en la maravillosamente rica diversidad de lo humano y de lo real. 
        Porque lo propio de Eros Pedagógico, de la correcta actitud magisterial, es el gusto multánime por el concierto de las voces, atendiendo cada una de ellas a sus particulares inclinaciones, predisposiciones y aptitudes de carácter. 



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