sábado, 2 de junio de 2018

Ángel Zárraga: el Futbolismo Por Alberto Espinosa Orozco

 Ángel Zárraga: el Futbolismo

Por Alberto Espinosa Orozco








La crisis de angustia profunda que deja como herencia la guerra danzando en el fondo de París y las delirantes discusiones teóricas del movimiento estético cubista, por él encabezado, hacen a Ángel Zárraga caer enfermo en el año de 1918.
Durante su enfermedad decide organizar su vida, marchando a la campiña francesa para experimentar el paisaje bajo la paleta de Cezanne y casándose con una bella y atlética joven rusa, cuyo verdadero nombre Zárraga intentaba mantener oculto. Hay quien afirma que no era rusa, ni se llamaba Jannete Ivanoff, sino polaca, cuyo verdadero nombre era Jeanne Moots. Lo cierto es que se trata de una fuerte personalidad, de gran porte, maestra de danza rítmica e interesada en los problemas de estética. Jannete se ocupa del pintor, quien recupera la salud física y se casa con ella en 1919. Viajan a California para luego vivir juntos en el número 9 de los Chaletres Talleres de la Cité des Artistes, en el boulevard Argo. Son de esa época: Estudio de Mujer, 1917; Las Futbolistas, 1922; Mujer de Rosa, 1922; Naturaleza Muerta, 1922; Paisaje, S/F.







Jannete Ivanoff fue una futbolista de fama y renombre, llegando a ser la capitana del equipo Les Sportivs de París, que gana el campeonato de 1922, por lo que es retratada por el pintor junto con las estrellas coequiperas Hennrriete Comte y Thérese Renault . En 1924 pinta una serie de grandes lienzos sobre el fútbol, los cuales son comprados de inmediato por el periódico Excélsior de París –y así como fue el Fray Angélico del cubismo se convirtió más tarde en el Ingres del Fútbol.
En los cuadros deportivos y del futbolismo Zárraga quiso expresar la mística de la acción y de los deportes, donde desarrollar el valor de la voluntad y la fuerza moral aportada por la disciplina. En realidad se trata de un empeño del artista por volver al estudio del hombre y de su inalienable esencia. Así, Zárraga continúa su reflexión sobre la exterioridad expresiva del cuerpo humano, en especial de la figura femenina, trasportando el lenguaje de la expresión mímica humana en términos de un formalismo absoluto, aunque ciertamente amable y aún  decorativo, con el cual logra profundizar en la sicología. y profunda complejidad del hombre moderno-contemporáneo, alcanzando figuras no exentas de perfección y angélica monumentalidad. Se le ha reprochado que en tal obra lo que se expresa no es más que el  culto a la figura, al hedonismo del cuerpo, más que los valores clásicos de pureza y serenidad.
Algunos incluso han ido más allá, apuntando a la “transexualidad” de los deportistas, a la visión de los sexos en una sola constitución humana. Algo debe haber de cierto en ello, puesto que en el lienzo Mujer de Rosa (1922) Zárraga dejó el testimonio de una escena ambigua, protagonizada por la misma Jannete quien de hinojos suplica a otra mujer, en un a escena de carácter lésbico.  Sin necesidad de ir tan lejos, lo que se puede decir, más bien, como no ha dejado la ciencia médica de denunciar, es el reconocimiento por parte del pintor del fondo meramente biológico en las actividades deportivas. Época efectivamente de hedonismo del cuerpo y de culto a la figura, la cual captó el artista en un retrato a su primo, coterráneo suyo, el  famoso actor Ramón Novarro (1919-1920).






A la búsqueda de valores clásicos de pureza inmanente el futbolismo de Zárraga añade empero una tesis de carácter social, cuyo ideal es el de devolverle al pueblo pauperizado su bloqueado volumen de voluntad y de fuerza moral mediante las disciplinas deportivas. Se trata, en efecto, de una mística de la acción traspuesta popularmente a términos deportivos, para enseñarla en México, donde abundan los soñadores, a perfeccionar la molicie o la descompostura del cuerpo por el deporte.
A lo largo de su extensa obra el pintor durangueño  desarrolló toda una filosofía del cuerpo, refinando en ese tiempo su visión del movimiento, ya que fue un gran aficionado a los estadios y a las competencias atléticas, a las carreras a pie, al fútbol, al básquetbol, a la natación. al rugby, al tenis. A su prodigioso instinto de pintor se sumó el más cultivado talento hecho de afinamientos sucesivos y aureolados siempre por el buen gusto, un poco seco a ratos, y la elegancia de un paradójico espíritu: religioso, sereno y a la vez ardientemente cultivado.





  
Torpemente se ha querido retrasar el triunfo de los modernos, y de Ángel Zárraga en particular, por su cultura francesa y su espíritu religioso –porque la actitud característica de la reacción ha sido siempre la de fingir ignorancia para no comprender la vida radical y desinteresada del espíritu, ya sea en política o en literatura, religión o en el arte. Empero, México ha querido ser un país original y eso sólo puede hacerlo siendo radicalmente moderno –y una de sus visiones más potentes es, sin duda alguna, la aportada por los experimentos franceses del atlético y culto pintor cubista-muralista: el durangueño Ángel Zárraga Argüelles.
Pintura soberbia fue el cubismo, experimento de abstracción de la vida concreta que exigía por su excentricidad una reacción: el retorno, pues, a la verdad humana. La historia entera puede verse como una sucesión de mutaciones y de reacciones, de excesos y de retorno a lo tradicionalmente asentado. Así a la revolución cubista se sucedió el imperio y vuelta de lo clásico: de Rafael, de Ingres, de los volúmenes corporales que tienden a lo alto. Porque el hombre, ese animal, esa máquina de huesos, está también permeado por un sentido que sólo a él pertenece, que no queda más remedio que llamar metafísico -siendo en la constitución humana los dos polos equilibradores, centradores, de la vida y de la salud, los planos físicos y espirituales -teniendo la grandeza física su escenario en los colosales estadios y cosos deportivos, y la altura espiritual su mejor foro en los templos. La idea directriz del artista: la purificación del templo del cuerpo por el deporte y el saneamiento del cuerpo del templo por un retorno a una renovada comunidad de fe trascendente.
Por último, hay que señalar que el retorno al hombre implicaba un retorno a los orígenes y a la esencia de la naturaleza humana, lo cual se tradujo para el pintor en una vuelta espiritual y geográfica a México. El desarrollo de la conciencia íntima y personal de la patria lo vertió el pintor entonces en términos de piedad, de simpatía y compasión por los dolores y miserias del pueblo mexicano. En uno de  sus últimos cuadros, La niña de la Lima (1942), se respira una inspiración de concentración humanista, de reconocimiento a la paciente humildad, de poderosa sencillez y resistencia, a la discreta actitud frugal propia del alma mexicana. Lienzo de luminosa y  dulce frugalidad y de sutil pudor y analogía, que muestra en el desnudo un tratamiento de respeto profundo a la intimidad de la persona.









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