viernes, 3 de febrero de 2017

Esbozo Biográfico de Manuel Guillermo de Lourdes Por Alberto Espinosa Orozco

Esbozo Biográfico de Manuel Guillermo de Lourdes
Por Alberto Espinosa Orozco


“El hombre feliz es el que cree serlo o el que se lo propone.”
Guillermo de Lourdes




I
El pintor y muralista Manuel Guillermo de Lourdes Hernández (1898-1971) nació en Texcoco, mordiéndole dos años al siglo pasado, en 1898. Por parte de su padre, Alfonso Guillermo de Lourdes, de origen francés, alsaciano, recibió una educación y una tradición europea; por su madre, mexicana, oriunda de una rama proveniente de Sinaloa, llamada Concepción Filomena Hernández recibió una educación castellana, en cuya dosis entraron todos los defectos y cualidades del criollo, una educación fuertemente católica. Por los datos autobiográficos del pintor, sabemos que el último cuadro que realizó fue un retrato que dedicó a su madre Concepción, quien siempre fue su apoyo moral y material. 
Residió sus primeros años en Aguascalientes y luego en Valle de Bravo, y  durante su juventud realizó sus primeros cuadros, en 1911, sobre tópicos de la Revolución Mexicana. Los cartones fueron hechos sin finalidades económicas, o para merecer un puesto,  sino como un comentario crítico sobre su realidad dramática y terrible, que vio y vivió como una verdad candente y precisa.[1] Época en la que sufrió largas pobrezas, empeñándose, sin embargo, en la disciplina diaria: en el dibujo y la pintura, observando las escenas callejeras, los paisajes, los animales, los árboles, las actitudes de las personas impresas en sus gestos y sonrisas. Por ese tiempo de juventud llegó a coleccionar más de 3 mil dibujos, preocupado por esos años en encontrar un símbolo que representara a Jesucristo, Señor Nuestro, pues ninguno de los cuadros que llegó a conocer realizaba el ideal que tenía del Rabí. Además de elaborar una serie de cuadros sobre la realidad del mundo en torno, dramática y terrible, el joven artista hizo una serie de imágenes sacras, pintando de rodillas, usando silicios, comulgando a diario y dedicando largas horas a la oración. Entre esas imágenes contaba un San Estanislao Kostka (1550-1568), el novicio polaco de la Compañía de Jesús que predijo su muerte en Roma a los 18 años de edad, un San Luis Gonzaga y una Virgen María, más la decoración de un bautisterio. Su ideal de vida era, así, por ese tiempo, purificar religiosamente su juventud, como una preparación para la santificación, para que Dios realizara en él su voluntad -lo que bien puede llamarse, pues, una perfecta mística cristiana.




Su primer viaje a Europa lo realizó de pequeño, en brazos de su madre. Siendo aún joven, antes de 1913, realizó su segundo viaje al continente europeo, emprendiendo así su segunda gran circunnavegación platónica. Cuidándose de que nadie lo viera, se instalaba en la proa del barco para rezar tres credos, encomendándose a la divinidad. Desembarcó en Hamburgo, entusiasmádnosle con las ciudades de Múnich, Berlín y Chalotemburg, al grado de querer entrar a una academia alemana de arte, cosa que su madre le prohibió, ordenándole que marchara a España.
Radicado en Madrid, entra a estudiar al taller del iluminista valenciano Joaquín Sorolla y Bastida (1863-1923), quien tenía como lema: "La vida es luz. Por lo tanto cuanto más luz hay en las pinturas más vida, más verdad y más belleza." . En 1920 Sorolla rememoraba así figura: “Cuando llegó a España era éste muchacho un pintor distinguido y digno de estimación; sin embargo en mi estudio comenzó a trabajar como el más modesto de los principiantes, hasta que logró demostrarnos su fuerza, su estupendo color y su gran talento.”










Traba amistad y trabaja con el artista aristócrata Daniel Vázquez Díaz (1882-1969), interesante pintor vanguardista que desarrollaría en “neocubismo”, amigo de Picasso, Juan Gris y Modigliani, y de los escritores Pio Baroja, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío,  Manuel Machado y Amado Nervo. Llamándole la atención el trabajo de De Lourdes por hacerse de una técnica suya y realizar un mundo de él –tal vez no tanto luchando por deshacerse de las maneras que le habían inculcado sus maestros, sino por asimilarlas de un modo personal. 




















Alfonso Reyes, embajador de México, se ocupa de su caso, brindándole una serie de atenciones y preocupaciones desinteresadas, y lo encamina con el pintor asturiano Darío Regoyos y Valdés (1857-1913), importante artista considerado como el mayor impresionista ibérico, quien fue más allá de la España sombría de su tiempo y su visión desgarrada de la realidad, superando el naturalismo al introducir una paleta clara en su obra, logrando imágenes de hermosos efectos luminosos y atmosféricos que incorporan las metáforas del simbolismo y alcanzan incluso el expresionismo –por lo que fue una referencia indispensable para los nuevos artistas españoles, como Picasso. 
















Entra después a estudiar al taller del pintor costumbrista vasco Ignacio Zuloaga  y Zabaleta, con quien completa su formación, trabajando en Madrid con fe y disciplina, con fervor y entusiasmo. El Taller de las Vistillas del famoso pintor vasco Ignacio Zuloaga, era todo un centro cultural, siendo frecuentado, entre muchos otros, por el filósofo José Ortega y Gasset y el músico Manuel de Falla. La influencia de Zuloaga así como su concepción de  la composición e ideal de la cultura y la belleza  será notable a todo lo largo de la obra de Guillermo de Lourdes.
Hay que recordar que Ignacio Zuloaga Zabaleta (Guipúzcoa 1870-Madrid 1945) fue uno de los principales pintores españoles de entre siglos, famoso por sus cuadros costumbristas y sus retratos. Desarrolló un estilo naturalista de recio dibujo y oscuro colorido -influenciado por los maestros del Renacimiento y por Goya, Rivera, Zurbarán, el Greco y Velázquez. Su fama comenzó cuando estudió en París y trabó amistad con literatos franceses, pero sobre todo con los artistas vanguardistas Toulouse Lautrec, Jaques Emile Blanche, Degas y Gauguin, exponiendo en el Salón de los Independientes junto con Gauguin, Van Gogh, Toulouse Lautrec y Degas. Aunque rechazó adherirse a los movimientos renovadores de la pintura, huyendo del simbolismo y el impresionismo, se considera la parte gráfica de la Generación del 98. Fue amigo de del pintor Pablo Uranga y de grandes figuras de la época, como el poeta Rainer María Rilke, el escultor Auguste Rodin, el músico Manuel de Falla, Juan de la Encina, el Dr. Marañón, Ramón del Valle Inclán, Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, muchos de los cuales se reunían en su famoso taller madrileño en el barrio de las Vistillas. La crítica internacional lo situó al lado de pintores como James Ensor, Pierre Bonnard y Max Liebermann. En la guerra civil española tomó partido por la falange nacionalista del generalísimo Franco, de quien pintó en 1940 un retrato adulatorio. Su costumbrismo y nacionalismo se resolvió finalmente en la celebración de temas populares de un sentido conservador y prácticamente xenófobo, por lo que fue duramente confrontado por los artistas jóvenes que le sucedieron.














En el taller de Zuloaga conoce al artista realista vasco Aurelio Bibiano de Arteta (1879-1940), influenciado por los impresionistas Toulousse Lautrec y Gauguin, quien pinta paisajes urbanos de los barrios obreros y rincones deprimidos, rescatando a la vez la pintura mural, por influencia del Renacimiento Italiano,  ocupado por esa época en decorar el Banco de Bilbao de Madrid, con una famosa serie de frescos, por lo que poco después sería nombrado director del recién creado Museo de Arte Moderno de Bilbao. 























Ahí mismo traba relación con un extraño personaje y pintor admirado, respetado y escuchado por Zuloaga: Francisco Iturrino González (1864-1923), el gran fauvista y acuafortista español, quien vestía como pordiosero, sosteniendo que en la paleta “más que colores, hay que poner sustancia testicular”.  Guillermo de Lourdes lo frecuenta a consejo de su maestro Zuloaga, quien lo envió con él para  quitarle la timidez. Iturrino era en realidad un hombre extraordinario: expuso dos veces en París con Picasso y luego adoptó la influencia de Matisse en su obra. Iturrino, hombre generoso y artista sensible, se refirió al pintor mexicano con subidas expresiones de reconocimiento: “Manuel Guillermo de Lourdes es un pintor y colorista –no colorinista- como los hay de gran nombre. Tiene la preocupación de los grandes clásicos de la pintura: mejorar cada día su oficio, ampliar sus capacidades, y mostrarse menos en cenáculos y salones de sociedad. Su arte es una ambición de altura; su técnica es densa y plástica, llegando a veces, por medios simples, a la perfección y el dominio. Esas cualidades definen a una figura relevante en el arte de la pintura”.












El artista mexicano entra a formar parte de la tertulia de Zubiaurre, Juan Gris, Pinazo, Banbiuren, Juan Echevarría, Néstor de Torre y Julio Romero de Torres.[2] 

























El pintor mexicano asiste a los Salones de Otoño, y vende sus cuadros, especialmente retratos, dejando algunas de sus obras en los salones aristocráticos, gozando de éxito en exposiciones, prensa y comentarios. El mismo Julio Romero de Torres, al ver sus trabajos en el último Salón de Otoño, confesándose amigo de verdad, expresó abiertamente su admiración la emoción extraordinaria que le causaron, reconociendo sus condiciones admirables de pintor, su gran sensibilidad y dibujo vivísimo, así como su interpretación de la vida, tan emotiva y tan personal.[3]

















No sabemos a ciencia cierta en qué fecha Manuel Guillermo de Lourdes viajó a París, gracias a una recomendación expresa de Zuloaga, para estudiar por dos años en el Atelier del genial escultor Auguste Rodín (1840-1917), en París. Aquella estancia se celebró en los años finales de vida del divino viejo. Lo cierto es que De Lourdes, quien dominaba a la perfección el francés como lengua paterna, asimiló por esa época el método pedagógico de Rodin, heredado de su primer maestro de dibujo en la Escuela Imperial de Dibujo y Matemáticas, Horacio Lecoq de Borsbaudran, cuyo objetivo era la búsqueda de la individualidad del artista, en base a la observación directa, y el entrenamiento de bosquejos del natural, con el fin de desarrollar una vívida memoria plástica. También el amor por la perfección y el estudio de la anatomía humana y animal, de la que Rodin fue un gran estudioso a partir de las enseñanzas de su maestro Bayre en el Jardin de Plantes, Trabajando como ayudante en el Atelier de modelado del genial escultor, De Lourdes  se familiarizó con las obras del gran artista: con “La Puerta del Infierno”, coronada por “EL Pensador”, que tardó más de 30 años en lograr, incluyendo la magna obra una serie de figuras que el artista realizaría en gran formato, como "Las tres Sombras", "Dánae" y "El Beso"; con “La Edad de Bronce”, obra que suscitó la envidia por su perfección anatómica; “El Hombre de la Mancha”; el “San Juan Bautista”; “Los burgueses de Calais” y; con los dos monumentos a Víctor Hugo. Luego de que su obra de Rodin fuera reconocida universalmente en 1889 en la Exposición Mundial de París, en el Palace de L´Ame, presentando Rodín 170 esculturas y algunos dibujos, recibió peticiones de todo el mundo, en tal número que tardaría 500 años en cumplir, por lo que trabajó incesantemente hasta el último de sus días. Gozando su obra de reconocimiento universal viajó más tarde a España, donde conoció a Alfonso Reyes y fue amigo de Ignacio Zuloaga. Murió en París, en 1917, descansando sus restos junto con los de su mujer Rose Beuret,  en los Jardines de la Villa de los Brillantes de Mendón. Imposible no mencionar aquí a su discípula, modelo, musa y amante por un tiempo, Camille Claudel (1864-1943), quien posó para él y colaboró en algunas esculturas de "La Puerta del Infierno".




 














Conjugación de riquísimas experiencias artísticas que Guillermo de Lourdes fue aglutinando en su viaje por Europa, enseñando por su paso en La Laguna, muchos años más tarde. Con voz culta y vivaz relataba sus vivencias evocando a los grandes artistas que trató, como discípulo o en sus talleres, dibujando sus contornos como si estuviesen "de cuerpo presente", haciendo revivir sus imágenes ante su auditorio con gran lujo de detalles y sazonadas anécdotas. En alguna ocasión le confesó a su ayudante y discípulo de Matamoros, Manuel Muños Olivares, que la misión del artista es la de viajar hasta los más humildes rincones de la tierra para agasajar al hambriento de espíritu de belleza con los más abundantes manjares, dando con su obra a conocer de su existencia, cumpliendo de tal manera su tarea en el mundo -a la manera, pues, de un testimonio.[4]    
Iniciando una promisoria carrera como pintor, se casa en España con Eloísa Navarro Andrade, con quien procrearía dos hijos: Guillermo y Eloísa, quienes luego de la muerte del pintor vivirían en San Luis Potosí. No sabemos si la boda se celebró en España; si en cambio que fue oficiada por el futuro arzobispo de [5]Durango, José María González y Valencia (1884-1959), quien le ayuda con los gastos de la ceremonia. 
Por medio del general Aguilar, Venustiano Carranza pone en manos del pintor una generosa ayuda económica, quedando favorablemente impresionado por la labor artística y por los cuadros de Guillermo de Lourdes,  cantidad que el pintor envía íntegra a su madre en México. Le llega incluso a ofrecer un puesto en Europa, en la legación de París, Madrid o Londres. El pintor viaja por entonces a los Países Bajos, Holanda e Italia, donde conoce e intenta entrar como estudiante en la escuela del artista florentino Titto Lessi (1858-1917), el académico más importante del género histórico, considerado como el género más difícil y más alta de la pintura, al entrañar el estudio de la iconografía de los personajes históricos y su rica expresividad –cuando lo sorprende  la noticia de la muerte del general Venustiano Carranza. Tiene que regresar a Madrid donde sufre grandes pobrezas, por lo que se ve precisado a regresar a México. Sus maestros y amigos de Madrid se movilizan y le ofrecen una gruesa serie de cartas para avalar su trabajo, las cuales recibe el artista con modestia, reconociendo que obedecían más a la amabilidad de sus hermanos de armas iberos que a la justicia.




El gran maestro cordobés Julio Romero de Torres le escribe unas líneas, en las que destaca en el joven pintor mexicano la extraordinaria emoción y gran sensibilidad, así como el dibujo vivísimo y su personal interpretación de la vida. Por su parte, el maestro Joaquín Sorolla escribe una carta el gobierno de México para recomendarlo, haciendo constar sus condiciones y gran talento, su fervor, disciplina y entusiasmo, advirtiendo que sería un crimen matar sus ambiciones y no ayudarlo. Vázquez Díaz, aplaudiendo al pintor, lamento la salida del amigo queridísimo, mientras que su maestro Ignacio Zuloaga, por su parte, diseña para el artista un programa de trabajo para México, consistente en guardar silencio y trabajar su obra para exponerla en Europa. Con lágrimas en los ojos se despide de sus queridos amigos europeos y se embarca para volver a la patria.[6]






[1] “Manuel Guillermo de Lourdes (1898-1971). Datos Autobiográficos del Pintor.” Museo CJV. http://www.museocjv.com/guillermolourdesbiografia.htm
[2] El círculo más estrecho de amistades de Guillermo de Lourdes fue el constituido por los pintores, José Pinazo Martínez (1879-1933), hijo del impresionista Ignacio Pinzo (1849-1916),  del pintor madrileño Valentín de Zubiaurre (1879-1963), sordomudo al igual que su hermano el también pintor Ramón e hijos del compositor Valentín de Zubiaurre Urionabarrenechea, Juan Gris (1887-1927), el artista de Bilbao representante del fauvismo español Juan Echevarría (1875-1931), el artista modernista y pintor simbolista Néstor Martín Fernández de la Torre (1889-1938) y el importante pintor cordobés Julio Romero de Torres (1874-1930), hijo del también pintor Rafael Romero Barros, quien se ocupo de pasmar el paisaje cordobés, pero sobre todo la belleza femenina española, con asombrosa precisión, delicadeza y gran altura poética (“La Chiquita Piconera”), influenciando profundamente a artistas como Ángel Zárraga en su periodo español, y dejando un museo en Córdoba que lleva su nombre con parte de su obra más representativa.  
[3] Exposición Itinerante de Manuel Guillermo de Lourdes. INBA. Presentación de Fernando Juárez Frías. 1984.  http://www.museocjv.com/guillermolourdesinba.html
[4] Manuel Muñoz Olivares, “Reflexiones al atardecer. Algo de Auguste Rodin”. http://www.museocjv.com/guillermolourdesrodin.html
[6] Hay que recordar que por las mismas fechas, a principios de 1921, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros se encontraban en París planeando la revolución pictórica en México, que sería el de un arte mural, el de una obra monumental pagada por el estado para el gran público, bajo una estética de liberalismo exaltado. Para ello planean viajar a Italia. Diego fue primero y estudia el prerrenacimiento italiano, a Guiotto en Asis, y el arte etrusco; Siqueiros, quien tenía una beca como estudiante de arte por la Secretaria de Guerra, luego de pasar por los seminarios y prácticas del ejército galo en la escuela de Saint-Gyr, le sigue para encontrarse con su pareja de “ojos saltones de rana, ojos feos, opacos, gelatinosos, blanduzcos, marinos”, y descubrir la hermosa realidad italiana.





II
No sabemos con exactitud en qué año volvió Guillermo de Lourdes a México, estando coloreada su biografía por un especie de halo teñido, si no de intemporalidad, si al menos de vaguedad cronológica. Lo cierto es que regresó siendo aún joven, probablemente en 1921, luego de permanecer por casi una década en el continente Europeo, como aprendiz del oficio de pintor, con los mejores y más prestigiosos maestros y talleres del género en España, Italia y Francia.
Hay que recordar que por las mismas fechas, a principios de 1921, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros se encontraban en París planeando la revolución pictórica en México, que sería el de un arte mural, el de una obra monumental pagada por el estado para el gran público, bajo una estética de liberalismo exaltado. Para ello planean viajar a Italia. Diego fue primero y estudia el pre renacimiento italiano, a Guiotto en Asís, y el arte etrusco. Siqueiros, quien tenía una beca como estudiante de arte por la Secretaria de Guerra, luego de pasar por los seminarios y prácticas del ejército galo en la escuela de Saint-Gyr, se queda en París, para encontrarse con su pareja de “ojos saltones de rana, ojos feos, opacos, gelatinosos, blanduzcos, marinos”,  al regreso de descubrir la hermosa realidad italiana. Ambos artistas regresan a México por esas fechas; Diego Rivera en junio de 1921 y David Alfaro Siqueiros, seis meses más tarde, a principios de 1922.
Por sus papeles autobiográficos sabemos que el presidente de la revolución triunfante, el general Álvaro Obregón, se interesó momentáneamente en la obra del artista  Guillermo de Lourdes, ofreciéndole algún trabajo para que recorriera la república y observara los focos de la raza indígena –pensando tal vez en incluirlo en el poderoso movimiento de renovación nacional que iniciaba José Vasconcelos en la Secretaria de Educación, quien por entonces viajaba a la provincia con algunos intelectuales y los artistas Jorge Enciso, Roberto Montenegro y Diego Rivera.
Sin embargo Guillermo de Lourdes, dado su temperamento retraído, no logró penetrar en aquel grupo de revolucionarios y vanguardistas del arte, permaneciendo en la ciudad de México perfeccionando su oficio y adquiriendo madurez como artista, realizando con grandes sacrificios su obra de caballete para exponerla en Europa. Espíritu íntimo y reflexivo, De Lourdes queda por lo pronto al margen del gran movimiento de la pintura nacional resuelto en el muralismo, en parte extrañado por los beligerantes artistas vanguardistas del momento, en parte anonadado en la conciencia de su pecados y sus sombras, abatido por su “mala suerte”, auto recriminándose incluso, de forma tal vez exagerada, por su carácter huraño e indeciso, pues simplemente se reconocía extraño en el mundo moderno, tan dado a las novedades y los extremos; en una palabra, impotente para muchas cosas que requirieran audacia, acometividad  y astucia –que es más bien el oficio, tan premiado en aquel momento, de los acomodaticios y oportunistas de siempre. Choque con el nuevo sujeto de la modernidad triunfante que lo relegó a la soledad e introspección personal.   



Sin embargo, expone y vende su obra en España, donde recibe, entre 1926 y 1927, merecidos reconocimientos de su maestro Ignacio Zuloaga y del médico, premio Novel y escritor Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), quien  anotó en 1926: “La obra de Miguel Guillermo de Lourdes es algo más que promesas. Hombre de pocos amigos y de muchas ideas, seguirá el gran camino, nunca las grandes verdades, de las sanas disciplinas, que marcan con precisión su ascendencia mexicana y su ascendencia francesa. Arquitectura y colorido, pensamiento y embriaguez de la luz.” Ignacio Zuloaga por su parte celebrando la actitud y labor definidas del artista mexicano de 29 años de edad comenzaba a dar al mundo “su obra de belleza”. Es probable que al artista haya viajado a España por esos años, permaneciendo en el continente europeo, entre 1926 y 1928.  
En el año 1928, cuando el candidato ganador a la presidencia, el mismo general Álvaro Obregón, es asesinado, luego de retorno a la ciudad de México Guillermo de Lourdes decide conocer el Norte de la república para vivirlo –y para sufrirlo. Planea realizar con los años una obra fuerte, serena, plástica; suficiente para poner las piedras de su propio monumento, confiado en su entereza, y en la fe y constancia de artista genuino –sabiendo de las dificultadas que le aguardaban en el camino al escoger, no la vereda fácil y corta frecuentada por los espíritus menores, pero más beligerantes, de la “acometividad, la audacia y el atrevimiento”, sino la Gran Ruta, reservada a los espíritus sinceros y fuertes –que es la puerta de la santidad, la puerta estrecha de la que habla Mateo en su Evangelio, cuya mística senda angosta, hallada por pocos, lleva sin embargo a la vida.[1]
Artista singular que ve en el oficio de la pintura una especie de mística superior, dispuesto a trabajar ya sea como pintor o como albañil, comienza su peregrinaje mexicano siguiendo la ruta de Aguascalientes, Zacatecas, Durango y la Laguna. Plazas en las que difundirá, tanto en charlas y conferencias como por medio de su obra, su alta concepción del arte como proceso de transformación y elevación del alma. Es el ideal de la vida cristiana, en efecto, que impregna toda su obra; el ideal más alto de la contemplación mística, de la luz y el paraíso, despegado del mundo de los deseos y las pasiones, de las cosas inferiores, materiales y sensibles; ideal de la purificación del alma, pues, que intenta cada vez subir más alto, en el sentido de la libertad ascendente del espíritu, por la virtud del amor y del principio divino, que dicta la visión del Paraíso.
III
Aunque no estudió en Academia de San Carlos, sino principalmente en España, Manuel Guillermo de Lourdes realizó una obra no sólo pertenece, sino que es uno de los firmes cimientos del “nuevo clasicismo mexicano”, tan buscado por su edad, teniendo su estilo alguna semejanza con el de Saturnino Herrán (1887-1918) y el de Francisco Goitia (1882-1960), habiendo sido estricto contemporáneo de Antonio Ruiz “El Corcito” (1895-1964), quien fuera coterráneo suyo, pues ambos nacieron en Texcoco, centro del Estado de México.
“El Corcito” representa también un caso  único en la historia del arte  mexicano: estudió con los grandes maestros en aquel entonces en la Academia de San Carlos: Saturnino Herrán y Germán Gedovius, Posteriormente fue escenógrafo en la década de los 20´s en los Estudios Universal, y luego creador y director por muchos de la Escuela de Pintura y Escultura “La Esmeralda”.[2] Desarrolló un estilo sui generis, al que puede denominarse costumbrista de gran originalidad, entre moderno y surrealista, siendo sus cuadros pequeños, escasos y de maravillosa factura. Por su parte Guillermo de Lourdes incursionó en los grandes espacios murales, practicando una vena, si bien costumbrista, de fuertes lazos con la tradición y de abierto carácter historicista, decantándose su obra en un estilo en cierto modo refractario los extremos de la modernidad. El trabajo de Guillermo de Lourdes, determinado en mucho por su abierto fervor católico, fue ajeno, por contraste, a las faenas académicas; obra solitaria, quiero decir, que, empero, se enriqueció al contribuir activamente, con un conjunto de obras notables, en el movimiento muralista mexicano.




El ideal del muralismo había estado incubándose por largo tiempo en el aire de Europa, aunque su espíritu social fue de pronto opacado por la luminosidad del impresionismo y de las vanguardias que le sucedieron, inclinadas abiertamente hacia el individualismo. Sin embargo, de hecho, desde la renovación del arte del Renacimiento llevado a cabo por la escuela Nazarena de Oberbeck, en Roma, a principios del siglo XIX, se había desarrollado todo un movimiento de carácter mural, aunque ciertamente de temática religiosa y de carácter purista, pues intentaba limpiar al Renacimiento de sus impurezas paganas. El movimiento siguió reverberando en el aire, dejando Pelegrin Clave, perteneciente a la escuela Nazarena durante sus estudios de especialización en Italia, una muestra de ese género en la Iglesia de Santo Domingo, en México. En la España de principios del Siglo XX baste recordar la obra de dos maestros de Guillermo de Lourdes: los murales de Joaquin Sorolla “Visión de España”, pintados entre 1911 y 1919, para la biblioteca Hispanic Society in America de Nueva York, y; los frescos de Aurelio Arteta y Errasti (Bilbao, 1879 - México, 1940), realizados en el año de 1921 para el Banco de Bilbao en Madrid, de 80 m2. En la obra de Arteta “Tríptico de la Guerra” puede sentirse, por citar otro caso, una intención claramente mural. Cultivador un arte de realismo social, de paisajes urbanos vascos idealizados y de gran melancolía, Arteta fue nombrado primer director de Museo de Arte Moderno de Bilbao, destituido por el dictador Primo de Rivera. Por los incidentes de la Guerra Civil tuvo que refugiarse México, en el año de 1936, muriendo en suelo azteca al ser atropellado por un tranvía, en el barrio de Coyoacán, en el año de 1940.

























Imposible no mencionar los frescos de su amigo David Vázquez Días en el Monasterio de la Rábida sobre "El Descubrimiento de América". 









Guillermo de Lourdes incursiona en el Norte de México a partir de 1928, plasmado en su dilatada travesía por el septentrión mexicano una increíble obra mural. En la ciudad de Aguascalientes, donde había vivido de pequeño, dejó tres obras públicas de gran formato, de intención histórica, didáctica y pedagógica. La primera de ellas, titulada por algún crítico “Medios de Transportación Terrestre en México”, es el mural en el que aparece, al centro, la figura de Fray Sebastián de Aparicio (1502-1600), religioso lego de la orden franciscana que proyectó el camino de Puebla a Zacatecas.[3] En la escena aparece Fray Sebastián enseñando a los indios el conocimiento de la rueda para su uso en las carretas; a un lado, el caminar descalzo de los indios de las tribus nómadas por escabrosas veredas; del otro, la aparición de los aparatos mecánicos de la vida moderna, desde los trenes que surcan las vías férreas hasta los automóviles que transitan las carreteras de hoy en día.[4]  
La segunda serie de murales se encuentra en los bajos de lo que fuera el Hotel Imperial, hoy en día convertidos en Oficinas de Telmex. El tema de los tableros corresponde a una serie de escenas de la vida rural europea y mexicana, donde se intercalan una serie de escenas de fiestas urbanas, todas ellas de gran colorido. En el año de 2009 el director del IMAC de Aguascalientes, Andrés Reyes, denunció el olvido de tan importante patrimonio hidrocálido, pues las obras del muralista mexicano se encontraban agrietadas, con desprendimientos de pintura y bajo la presión de una sofocante humedad, debido a que la compañía telefónica optó por cubrirlas con una serie de estructuras de tabla roca.[5]
Guillermo de Lourdes realizaría una tercera obra mural, en lo que fuera, al parecer, una segunda estadía del artista en la región, en el año de 1956, para el Casino de Aguascalientes, que hoy es el Banco de Comercio. Se trata de cuatro tableros de temas varios, cuyo conjunto es una exaltación a la vida: el primero de ellos, la “Fiesta de Sacromonte” es un paisaje crepuscular, con las torres de Granada al fondo donde, en medio de los esfumatos y las transparencias, una pareja de gitanos bailan al frente, rodeados de una comitiva de cantadores; el segundo es un cuadro flamenco de dos mujeres holandesas laborando en el atardecer en medio del campo y el cielo dorados; el tercero es un paisaje cenital con dos amorcillos o faunos a los extremos flechando a una ave, y; el cuarto es un retrato dramático de un interior versallesco, en el que una dama se mira a un espejo rodeada de cortesanos, donde se destaca la escultura de un hombre hincado, realizado al estilo art  noveau.






En la ciudad de Zacatecas Guillermo de Lourdes pinta, para los muros del legendario el Instituto de Ciencias, “La Conquista de Zacatecas” En la obra se destaca al fondo el cerro de la Bufa, rodeándolo por veredas serpentinas las tropas españolas del fantástico conquistador Juan de Tolosa quien, al frente y a la vanguardia, monta en una cabalgadura nívea flanqueado por dos misioneros franciscanos que se aprestan a la conquista espiritual del Evangelio eterno: por un lado, un misionero con un sayal color de alondra llevando una cruz a cuestas; por el otro, Fray Jerónimo de Mendoza, quien en actitud de protección abraza a unos naturales, invitando a todos a marchar por el camino de la fe, predicando los ideales de la vida ascética y mística de la salvación. Más allá, la figura de Fray Margil de Jesús (1657-1726), de quien el artista dejó varios bocetos realizados con absoluta devoción, destacado como Prefecto de las Misiones de la Propaganda Fidei de los Colegios Apostólicos de Querétaro, Zacatecas y Guadalupe, quien prolonga los caminos de la verdadera religión, fundando las misiones en la provincia de Texas.[6] 


Llegó a la ciudad de Durango probablemente a principios del año de 1934, iniciando su labor con una serie de conferencias en la Normal Superior del Estado y en el Templo Masónico. Sus temas fueron: La Plástica: la Pintura como Medio para Alcanzar la Divinidad; El Papel de los Frailes en la Conquista: la Incorporación de los Bárbaros; La Mano de los Papas en el Renacimiento, y; El Sentido Religioso en la Pintura en Eugen de la Croix, Pietro de la Francesca y Fra Filipo Lippi –sin faltar los comentarios sobre  el papel pacifista de Auguste Renoir en el arte moderno.[7]  Conversaciones en las que el artista destacó haciendo gala de erudición, auscultando el sentido insondable de lo sobrenatural y de la belleza terrestre, angélica y celeste.
Su obra mural en la ciudad de Durango, iniciada a partir de 1934, comprende los cinco tableros de la Escuela Guadalupe Victoria y el gran conjunto mural que desplegó en el patio central del Palacio de Zambrano, entre 1934 y 1936. La nutrida serie de murales para el Palacio de Gobierno,  “Historia del Proceso Revolucionario”, junto con otras siete decoraciones que lo acompañan, puede considerarse la obra maestra mural del maestro Guillermo de Lourdes.











Así lo expresó el periodista y revolucionario Félix Palavichini, amigo del pintor, en una carta dirigida al gobernador Enrique Calderón el 7 de noviembre de 1938, quien reconoce la capacidad técnica e  inspiración estética del artista, no menos que su valiosa interpretación ideológica de los acontecimientos armados. Frescos admirables, de gran sencillez y elocuencia, verdadera propaganda visual de nuestra historia patria, dice Palabichini, que termina haciendo una crítica en los abusos de otros artistas, que adulteraron la divulgación plástica de lo mexicano con situaciones falsas y falsedades rebuscadas.[8]  La carta de Palabichini, escrita probablemente a petición del artista, obedecía al retardo del gobierno de Enrique Calderón (1936-1940) en el pago de los trabajos artísticos murales de De Lourdes.



La reacción del general Enrique Calderón se dejó esperar por mucho tiempo, pues muy tardíamente, con cerca de diez años de retraso, probablemente aquejado por los remordimientos de conciencia, escribió una misiva al entonces presidente de la república y futuro multimillonario Miguel Alemán Valdez (1946-1950) en referencia a su común amigo, el maestro Don Manuel Guillermo de Lourdes, confesando que, desde el fin de su administración en 1940, se le habían quedado a deber al pintor 75 mil pesos por sus dos años de trabajo y 22 mil por materiales, lo que ascendió a un total de 97 mil pesos, los cuales habían sido cubiertos con el dinero personal del artista, rogando insistentemente al presidente su intervención inmediata, en la restitución del adeudo, “sin escusas ni subterfugios”. Acto de sofisticada retórica perfectamente infructuoso, por supuesto, pues al maestro Guillermo de Lourdes no se le restituyo nunca un quinto de sus empeños en la elaboración de su maravillosa serie mural.


IV
A los bellísimos murales del Palacio de Zambrano hay que añadir, pues, las decoraciones que realizó, junto con Horacio Rentería y Francisco Montoya de la Cruz, para la Escuela 18 de Marzo en Gómez Palacio en el año de 1937. Tanto los murales como el magisterio ejercido en la región tuvieron cierta resonancia en la sociedad durangueña, pues con ello ponía a Durango a la altura de otros centros culturales del país, participando así en sus edificios públicos del movimiento espiritual, pedagógico, didáctico e historicista, del movimiento muralista mexicano.




Entre sus discípulos locales habría que contar en Durango especialmente a Horacio Rentería y las hermanas Mercedes y María de la Luz Burciaga, quienes lo acompañaron como ayudantes en los murales de la escuela Guadalupe Victoria y a los que probablemente asesoró en la realización de las decoraciones para la el Centro Escolar Revolución de la ciudad de Durango, realizados, sin embargo, bajo la égida más ideológica que estética  de Francisco Montoya de la Cruz.





En Gómez Palacio formó, entre otros artistas, a Manuel Muñoz Olivares (1925-2011), magnífico dibujante oriundo de Matamoros, Coahuila, quien no se separaría del maestro de 1943 a 1946, teniendo también como discípula a Carmen Yolanda de Balandrano. Puede agregarse la influencia ejercida sobre el maestro durangueño Francisco Montoya de la Cruz, quién tomó del talento de Lourdes el respeto absoluto del orden clásico, así como la atención por los paisajes costumbristas y el misterio arquitectónico de los interiores. Hay que recordar, sin embargo, que Montoya de la Cruz (1907-1994), apenas nueve años menor que Guillermo de Lourdes, había sido un artista precoz, egresado del Instituto de Arte de Chicago en 1928 y de la Academia de San Carlos en 1934, tomado de Diego Rivera la contundencia en los volúmenes pictóricos.

A partir de su participación en la decoración de la Escuela 18 de Marzo en la ciudad de Gómez Palacio, el maestro Guillermo de Lourdes vivió durante cerca de dos lustros en la región lagunera,  teniendo su estudio en una casa que se hallaba en el interior de la jabonera “La Esperanza”, donde impartía a sus discípulos clases de dibujo y daba lecciones sobre los secretos del óleo y la acuarela, el fresco y el modelado. Tuvo una rica biblioteca de poetas, arquitectos, músicos y autores clásicos, pero sobre todo de pintores, desde Atenas a Roma, de los flamencos al renacimiento, del impresionismo a José Clemente Orozco -donde alternaban Sócrates con Fidias, Leonardo Da Vinci con Miguel Ángel, Rafael y Tiépolo con Veronese, Tintoreto, Rembrandt, Rubens y Bernini.
Gran artista de esmerada cultura, Guillermo de Lourdes tocaba el piano como un concertista y hablaba varios idiomas, contando en su estudio de sus correrías por Europa y de la bohemia madrileña. Estando en su madurez artística escribió una columna para el diario El Siglo de Torreón, llamada “Glosario”, donde daba cuenta de su extensa cultura y sus insólitos alcances espirituales.
A pesar de su amistad con intelectuales y políticos de la época a Guillermo de Lourdes no lo tomaron nunca en cuenta, ni lo llamaron a colaborar con ellos, probablemente debido no sólo a los celos que despertó su elevado arte entre las cabezas dominantes del muralismo, sino sobre todo a una oposición ideológica de base. Porque en el arte mural desarrollado en México como en ninguna otra parte del mundo, latía una indesconocible contradicción: ser un arte postulado como revolucionario y a la vez financiado por un estado burgués y liberal, laico y antirreligioso. Campo propicio para los dogmáticos y los oportunistas, como fue el caso de Diego Rivera, pero no sólo, quien codiciaba la taja del león, instrumentando con insidias de todo tipo la anulación o el alejamiento geográfico de sus posibles “rivales” y “competidores” -como le sucedería a Jean Charlot (1898-1979), quien, luego de sufrir la quema de dos de sus muralesen la SEP a manos del mismo incendiario, tuvo que vivir exiliado en Hawái por el resto de su vida, estando siempre, por lo demás, tan cerca del pueblo humilde como de la Iglesia, en cuyos templos dejó sus mejores obras murales.







Para 1944 Guillermo de Lourdes marchó a vivir a Aguascalientes donde probablemente radicó con su familia hasta 1956. Posteriormente vivió en San Luís Potosí y luego en León, Guanajuato, radicando sus últimos años en Naucalpan de Juárez, en su casa de Zumpango #4, del fraccionamiento El Mirador, en el estado de México. Lejos del triunfo mundano, el maestro De Lourdes pasó sus últimos años aquejado por las penurias materiales y una penosa y larga enfermedad, menguando su gallardía y prestancia de otros tiempos. A la pedida gradual de la vista, que lo dejaría prácticamente ciego, sometido a penosos e inútiles tratamientos por los oculistas, se enfrentó también a problemas circulatorios, siendo internado durante largos periodos en el Hospital de la Raza y en repetidas ocasiones, lo que no evitó que finalmente le amputaran una pierna. Adversidades existenciales que el artista sintió como una derrota existencial, enfrentando sin embargo la vida sin rencores y con la frente en alto. Manuel Guillermo de Lourdes Hernández murió en el año de 1971, prácticamente desconocido por la cultura oficial y en el anonimato, a los 73 años de edad.



V
El maestro Manuel Guillermo de Lourdes se refugió por muchos años en la provincia mexicana, dando incontables muestras de su talento y disciplina en el trabajo. Imposible seguir el a pie juntillas el periplo de su viaje. Puede afirmarse en cambio que el maestro pintor, desarrollando su labor en las ciudades del altiplano, dejó como legado una obra rica y de primera magnitud, en cierto modo solitaria, en el centro-norte de la república mexicana, llevando a su árido territorio la fértil semilla revolucionaria del nuevo renacimiento del arte mural, plasmando entornos idílicos, geográficos e históricos, no carentes ni de grandiosidad ni de miseria –como corresponde a la naturaleza, dividida y contradictoria, del espíritu humano en su despliegue por el mundo.
 En su obra es visible una revaloración de nuestra raza mestiza y de nuestra cultura criolla e indígena, destacando en ella una serie de apuntes sobre de temas y problemas, muchos de ellos de punzantes contrastes y desequilibrios aún sin resolver. Su obra abunda en escenas costumbristas, donde retrata a una serie de personajes del pueblo, por completo excluidos del circuito sociales dominantes, que bajo la forma de tipos y personajes distintivos de la región dan realce a los paisajes regionales, detectándose en ello un minucioso trabajo de familiarización y de observación de campo, por decirlo así, con una particular atención por el retrato, una fina observación de los rasgos humanos, de los caracteres fisonómicos de sus modelos y de sus actitudes fundamentales.
En cuanto al estilo puede decirse que, aunque incorpora los elementos definitorios del movimiento muralista mexicano, como son los temas históricos,  populares y realistas del paisaje antropológico y geográfico, ello no es sino el marco dentro del cual desarrolló el espíritu realista de la escuela costumbrista moderna o post impresionista española, teniendo en el pintor mexicano como nota exclusiva un acento personal, de profundas resonancias líricas, espirituales y sentimentales.






Se alejó instintivamente de las vanguardias post y neoimpresionistas, procurando profundizando, con una sabia paleta restringida, más bien cálida y de claroscuros, en los tonos crepusculares, que conviven armoniosamente con un fino tratamiento de la exaltación de la luminosidad. Su gusto por la composición esmerada nos habla de una especie de predominio del dibujo de corte clasicista, muy atento al desarrollo de los volúmenes y de las formas, pudiéndose considerarse su obra dentro de un simbolismo, muy atemperado por la observación de caracteres y costumbres –las cuales, dicho sea de paso, contrarrestaron su tendencia a las escenas idílicas y mitológicas rayanas en el onirismo, sin que ésta, por lo demás desaparezca del todo. Podría decirse que en su arte cívico tiene un papel central el contenido ideológico y el espíritu didáctico de ilustración historicista, sin por ello, descuidar, empero, la celebración del campo, de los personajes populares y sus costumbres, incluyendo también elementos simbólicos, estéticos e incuso idílicos de la belleza femenina.
La obra artística del maestro Manuel Guillermo de Lourdes comprende, además de su obra mural en los estados de Aguascalientes, Zacatecas y Durango,  toda una serie de trabajos plásticos, especialmente dibujos, gouaches, acuarelas y óleos, componiendo todo un corpus de retratos, paisajes y naturalezas muertas. El inexplicable descuido de la figura y obra de Guillermo de Lourdes se debe, como quiera que sea, a las circunstancias contingentes urdidas por los irredentos, por los falsificadores de oficio y por los simuladores de toda laya que, tan frecuentemente en nuestro medio, relegan al olvido a los verdaderos maestros –que cuando no, frustran de cuajo y arrebatan de raíz el desarrollo y el florecimiento de toda esencia a su alcance, forzando muchas veces el sentido propio que toma una cultura, desviando sus caminos. Su trabajo, ha sido severamente desatendido durante décadas, a pesar de encontrarse obras suyas en célebres colecciones europeas, como la Ankermann y la Putz. Sin embargo, recientemente, su obra empieza a ser valorada por los galeristas, no con gran estimación económica por otra parte, despertando alguna inquietud en la crítica de arte. Como quiera que sea, resulta imperativo subsanar tan disonante injustica histórica, debido no sólo a la indudable calidad plástica y estética de su obra, a su impecable factura y a la riqueza de sus valores culturales, de frescos acentos nacionalistas, sino sobre todo a su carácter ejemplar, quiero decir, a  su valor individual como símbolo, que nos muestra, en su terrible contraste, el otro lado de la moneda del arte, acuñada no sólo con los muelles materiales de la vanagloria, sino también con el fuego del sacrificio, la entrega y el heroísmo individual.





[1] Ver: Mateo 7.13: Salmos 16.11.
[2] Tiempo en el que se impartía a nivel nacional un grandioso método para la enseñanza del dibujo, creación de Alfonso Best Mougard, el cual trascendería fronteras, siendo empleado en una época en algunas escuelas de los Estados Unidos
[3] Fray Sebastián de Aparicio nació en la Gudiña, Galicia, en 1502 y murió en Puebla de los Ángeles en 1600. Llegó a la Nueva España en 1533 y se dedicó en Puebla a domar ganado cimarrón, convirtiéndose en ranchero, por lo que se considera el primer charro de América. Hiso sociedad entonces con un carpintero y se dedicó a construir carretas, abriendo, en el año de 1542 el camino del Real de Minas de Nuestra señora de los Remedios de Zacatecas a la ciudad de México. Siendo ya un prospero comerciante compra en 1552 las haciendas de San Nicolás (Del Rosario) en Azcapotzalco, y la de Tlayohtla, más un rancho ganadero en lo que es hoy la colonia Polanco. Luego de intentar en 1562 y 1563 un par de matrimonios, de los que queda viudo muy pronto, entra en la vida religiosa franciscana en 1573, en el Convento de Santiago Tlaltelolco, donando a la orden todas sus propiedades. Muere en 1600 luego de una larga agonía, Juan de Torquemada escribe su biografía y es beatificado por el Papa Pio VI en el  año de 1789. Su cuerpo incorrupto descansa en el Templo de San Francisco de la Ciudad de Puebla.    
[4] Fernando Juárez Frías. “Introducción a la exposición “Guillermo de Lourdes”” del INBA, de 1984. En un estilo modernista, prácticamente futurista, Francisco Montoya de la Cruz pintó un mural con el tema de los “Transportes”.  en las oficinas del ISSTE en Durango, siendo su obra menos conocida.
[5]  Andrés Reyes, “patrimonio Cultural en Riesgo”. La Jornada de Aguascalientes, 12-08-2009.  
[6] Fray Margil, conocido como el padre de los pies alados, figura como uno de los misioneros más dinámicos y puros de todos los tiempos. Antonio Margil de Jesús y Ros nació en Valencia, España, el 18 de agosto de 1667, hijo de Juan Margil y Esperanza Ros; murió en la Ciudad de México el 16 de agosto de 1726. A los 18 años entró a la orden franciscana en el Convento de la Corona de Valencia, España y fue ordenado sacerdote en 1682. Se trasladó a las Indias Occidentales en 1683 en calidad de misionero, Fue uno de los grandes evangelizadores de América, recorriendo a pie desde Luisiana a Panamá. Su primer centro de actividad fue Querétaro, donde inicia una carrera que se dilataría por 43 años de andanzas e intrépidas  aventuras. En Verapaz, Guatemala, predicó de 1691 a 1696, fundando el Colegio del Cristo Crucificado en 1701, en Talamanca, Costa Rica, evangelizó de 1688 a 1691. Su enseñanza misionera dejo su huella en Honduras y Nicaragua, realizando todas sus correrías a pie y descalzo. Inculcó a los indios, hostiles y crueles, nobles sentimientos al instruirlos en materia de religión, los agrupó en pueblos y aldeas, adiestrándolos para las cosas elementales de la vida. Su enseñanza consistía en que los indios aprendieran alabanzas compuestas por el mismo, y salmos, acompañado por música compuesta por el mismo. En 1711 incursionó en los territorios de Nayarit, de 1712 a 1716 realizó su misión en Coahuila y Nuevo León, llevando la conquista espiritual a  Texas en 1722. Se estima que bautizó a no menos de 40 mil naturales durante su peregrinaje. Escribió el libro: Diccionario de Muchos Dialectos Indígenas pasando sus últimos años en las diócesis de Querétaro y Zacatecas. Ejemplo vivo de virtudes, austero y penitente, pasó los últimos cinco años de su vida en la Ciudad de México, en el Convento de San Francisco, muriendo en olor de santidad  el 6 de agosto de 1726 a los 59m años de edad, celebrándose un entierro solemne presidido por el Virrey. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI el 31 de julio de 1836. Ver el Blog: Historia de la Diócesis de Zacatecas. El Venerable Padre Fr. Antonio Margil de Jesús. Por Bernardo del Hoyo Calzada. Jueves, 2 de julio de 2015.
[7] Diario de Durango, “Manuel Guillermo de Lourdes: Conferencias”. 18 de marzo de 1934.
[8] Baste recordar los francos abusos cometidos por Diego Rivera en sus interpretaciones historias a lo largo y ancho de su obra donde, para citar  sólo un ejemplo de los murales de la Escuela de Agricultura de Chapingo, empareja las figuras del facineroso  Emilio Montano con la de Emiliano Zapata.  Exposición Itinerante de Manuel Guillermo de Lourdes. INBA. Presentación de Fernando Juárez Frías. 1984. Op.Cit.  Cit.  Cit.



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