domingo, 30 de octubre de 2016

Mictlán: Homenaje a Tomás C. Bringas Por Alberto Espinos Orozco (2ª Parte)

Mictlán: Homenaje a Tomás C. Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(2ª Parte)



II
         El homenaje póstumo al maestro Tomás Castro Bringas ha tenido diversas manifestaciones por parte de la comunidad cultural de Durango, en muestra de gratitud, reconocimiento y cariño a su infatigable labor pedagógica y como animador de la cultura local. La esplendida Exposición de Día de Muertos en el flamante Centro de las Bellas Artes de la UJED (Negr4te #700), en conmemoración y rememoración de su trayectoria y entrega profesional, es una muestra de los logros alcanzados por el impuso, por el amor e influencia de su magisterio, tanto por el imperativo de profesionalización de los oficios y el refinamiento en el tratamiento de los temas, como por la continuidad en el desarrollo experimental de las viejas y de las nuevas técnicas de estampación y el alto nivel logrado en el desarrollo del dibujo, la pintura, la fotografía, el grabado, el diseño gráfico, la cerigrafía y el demás técnicas aplicadas al oficio artesanal, sumándose a ello un clima de afabilidad e integración cultural, que casi me atrevería llamar de unidad, entre sus discípulos y alumnos. Reconocimiento de su valía como persona, pues, al que se suma, en la sala de exposiciones del Teleférico de Durango, en el Cerro del Calvario, un Altar del Día de muertos en honor de su memoria y de su decidido proyecto de conservación y renovación de nuestras más queridas tradiciones, que dan al mexicano un inconfundible sello de identidad.  







Las innúmeras expresiones estéticas del día de muertos, muestran que el temor a la finitud de nuestra existencia es contrarrestado por el mexicano mediante el humor, la fiesta y la alegría de las tradiciones populares. La calavera y el esqueleto, objetos de fascinación que al mismo tiempo atraen y repelen, son entonces llamados “la Flaca”, “la Pelona” y “la Huesuda”, apareciendo lo mismo en escenas de baile que en versos panteoneros, en el sentido del carpe diem horaciano, de aprovechar el tiempo de alegría que nos taca en suerte vivir, de disfrutas los placeres de la vida sin confiar demasiado en el mañana, que es incierto, pero también en el sentido práctico de hacer lo que podamos hacer hoy, sin postergarlo para el mañana.
La muerte, ángel que todo lo inmoviliza al rozarnos con su vahara fría, queda de pronto también neutralizada en la festividad del día de muertos mexicana del 1º de noviembre, o alza el ponzoñoso aguijón de su estile para hacernos reír con los versos llamados “calaveras”, también llamadas en el siglo XIX “panteones”, que en las vísperas del día muertos la imaginación  popular pergeña a manera de epitafio, ensañándose sobre algún pasado de vivo tratándolo como si estuviese muerto, expresando así verdades difíciles de expresar en otro contexto, sirviendo la situación fúnebre para las razones que justifican que a una persona se lo lleve finalmente la “Tiznada”, que son las cenizas, o la “Flaca”, que es la huesuda, manifestando de tal forma que cada quien muere como vive. Las famosas calaveras literarias van generalmente acompañadas por un grabado, viñeta o dibujo, remontándose su tradición a la segunda mitad del liberal siglo XIX, cuando una serie de artistas como Constantino Escalante, Santiago Hernández, Manuel Manilla y José Guadalupe Posada comenzaron a hundir sus buriles hasta radiografiar al mundo, viendo a los vivos como si estuvieran muertos, interpretación que cobró fuerza por medio del muralista Jean Charlot y que se difundió plenamente gracias al Taller de la Gráfica Popular de Leopoldo Méndez.





Mundo en el que campea la corrupción y poblado de muertos en vida en el que el mismo José Guadalupe Posada detectó el arquetipo de la “Calavera Garbancera”, hoy conocida como la “Catrina”, mujer de sobrerefinamiento afrancesado (dandizzete), que al seguir la moda puede llegar a la elegancia, parando sin embargo muchas en lo contrario, que es lo cursi, presumiendo de una posición que no se tiene o renegando de su propia raíz, resultando una alegoría entonces de la inautenticidad o de lo snob –figura de la cultura superficial e imitativa, pues, la que aparece frecuentemente también en los papeles de china picados que adornan los altares del día de muertos.
Género de crítica literaria aplicado también a la pintura, que igual desnuda los cadáveres de nuestras miserias sociales, materiales y morales, que punza las desviaciones y atavismos de nuestras enfangadas costumbres o falsos modos de relacionarse entre nosotros,  que exhibe las vergüenzas y quistes de las rémoras políticas.




Por su parte, las ofrendes del día de muertos, compuestas en los altares estéticamente con flores de cempasúchil, hierbas de olor, cañas, panes de muerto, calaveritas de amaranto, chocolate o azúcar, licores y braceros, tienen como función la purificación de las almas. Remiten a los altares prehispánicos dedicados a los seres queridos en el más allá, cuya tradición se resistió a morir, y que se estructuran en tres niveles, pues es creencias que el día de muertos se abre un portal que comunica los tres niveles cósmicos del cielo, la tierra y el inframundo. Las ofrendas así tienen como función fortificar a las formas sin fuerzas de los muertos, que viven en la estación grisácea del pasado y necesitan de nuestro recuerdo, de nuestras oraciones y ayuda espiritual para sobrevivir en el inframundo –exorcizando de tal modo de la memoria los horrorosos Tzompantlis que acumulaban en hileras ensartados en palos los cráneos de los guerreros sacrificados en la plaza mayor del México Tenochtitlan.

Fiesta que es a la vez motivo de duelo y de celebración, en la ceremonia contradictoria mexicana hay una nota optimista: el recuerdo activo de los seres queridos que toca una nota metafísica, ligada a una antigua y rica cosmovisión del ser humano o a una filosofía en la que se entretejen elementos prehispánicos y cristianos: me refiero a la trascendencia o sobrevivencia del alma humana, de la tellolia mexica o el ol maya, en el más allá, en espera del juicio final y la resurrección de los muertos, o la vida en el mundo futuro. Sincretismo religioso que insiste en que el alma de los muertos requiere tanto de alimentos como de ayudas espirituales, simbolizadas por las flores, el incienso y las hierbas de olor, para concluir exitosamente su viaje de cuatro años en la región de los muertos y  descansar en paz en sus moradas.        









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