María Dolores Guerrero de la Bárcena: el Alma , el Sueño y la Muerte
Por Alberto Espinosa Orozco
I
Mujer de personalidad encantadora, tierna, delicada, pensativa, de gallarda estatura y graciosos movimientos, de cabellos rubios oscuros y de oscuros ojos en donde convivían la languidez y el fuego, inteligente y simpática, María Dolores Guerrero de la Bárcena fue también una de las primeras poetizas mexicanas en el siglo XIX, principal iniciadora de la revolución romántica de la sensibilidad que daría paso al modernismo hispanoamericano.
Nació en Durango, el 15 de septiembre de 1833 y murió en la misma ciudad el 1º de marzo de 1858, a los 24 años de su corta edad. Hija del político Francisco Guerrero y de Guadalupe de la Bárcena, de familia acomodad, Dolores Guerrero recibió una esmerada educación, condensando en su ser la nueva sensibilidad moderna y liberal, conquistando por su inspirado lirismo y maneras refinadas a muchos amigos y admiradores. Indiscutible heroína de la lírica del Siglo XIX mexicano, quien acuñó en la memoria de su tiempo su poema “A ti te amo nomás”, el cual fue musicalizado por Cenobio Paniagua y Octaviano Valle, entrando así el canto de su voz a todas las casas ilustradas de la nueva república independiente.
Dolores Guerrero fue una mujer excepcional, refinada y de educación superior, estudiosa de la literatura francesa, embebida en la lírica y en las novelas románticas de su tiempo, no menos que de la literatura clásica y tradicional, quien estudió canto y música, arrobando con su canto e interpretando en el piano con el sentimiento de quien pone en la yema de los dedos entero el corazón. Por sus composiciones musicales y líricas se le conoció en el siglo como la Undécima Musa, apenas a la zaga de Sor Juan Inés de la Cruz.
Compositora de música y de poesía, desarrolló un arte inspirado, de una erotismo a la vez depurado e instintivo, delicado y de deliciosos sentimientos. Mujer de atento y sencillo trato, de vasta ilustración y fácil palabra que llamaba la atención, ocupando siempre en todas partes un lugar prominente. Sus coplas se distinguen por la clara superioridad de su poesía, por sus profundos sentimientos transparentes, por su ternura femenina y su verdad.
Francisco Sosa Escalante y Juan de Dios Peza escribieron su biografía.[1] Vicente Riva Palacio en su Parnaso Literario la coloca junto a las michoacanas Refugio Barragán Toscano y Esther Tapia de Castellanos, Josefina Pérez de Jalapa y Juana Ocampo Moran de Jalisco. Fue ponderada por el implacable Francisco Pimentel en su Historia Crítica de la Poesía en México (1892), poniéndola al lado de Isabel Prieto de Landázuri. José María Vigil, en su libro Poetizas Mexicanas de los Siglos XVI, XVII, XVIII y XIX (1893), la incluyó con tres de sus poemas: “Con más ternura que el agua”; “A tu retrato”, y; "Lo que sé”.
En nuestro tiempo, el maestro Don Héctor Palencia Alonso hablaba de ella con gran admiración, llamándola la undécima musa durangueña, o la paloma blanca del Valle del Guadiana. Recientemente el Instituto de Cultura del Estado de Durango publicó, en un pequeño volumen, un valioso documento: Sueños y Lágrimas de Dolores Guerrero, que suma a la antología representativa de sus poemas, una serie de valiosos ensayos sobre la vida y obra de la poetiza mexicana, en donde María Rosa Fiscal, Gloria Prado, José Petronilo Amaya Díaz y Pedro Raigosa Reyna se dan a la tarea de recuperar una figura imprescindible del pasado durangueño, poniendo al alcance de los ojos la herencia de sus nobles letras, colocando así el acento contemporáneo de la vida en uno de los más claros logros distintivos de la cultura regional.[2]
II
Alrededor de los 15 años, en 1848, Dolores Guerrero se traslada con su familia a la Ciudad de México al ser nombrado su padre Francisco Guerrero senador de la república durante la Intervención Norteamericana, bajo la presidencia de José Joaquín de Herrera. Su madre, Guadalupe de la Bárcena muere en México en 1850 cuando Dolores contaba 17 años, y regresa a Durango en 1853, a los 20 años de edad.
Durante ese lustro se dio a la imposible tarea de armonizar las tendencias liberales de su tiempo, con su insaciable búsqueda de autonomía y excesos pasionales, con sus delicados sentimientos y creencias trascendentes. Oscilación del alma entre una isla de ensueño y los riscos de una realidad agobiante, que fácilmente conducía a estados patológicos del alma: a la melancolía, a la angustia, a la desesperación o al suicidio. Época marcada por la búsqueda del Unicornio de George Sand (Aurora Dupin) y de sus amoríos con Chopin, de las Cumbres Borrascosas de Emily Bronté (Ellis Bell), que seguían las dudosas huellas de Las Desventuras del Joven Werther de Johan Wolfgang Goethe y cuyo correlato filosófico sería expresado más tarde en la piscología existencial de Soren Kierkegaard, criticando la hipocresía del cristianismo y despertando al pavor de la angustia y de la enfermedad mortal, que no es otra cosa que la desesperación.
Dolores Guerrero, en efecto, también denuncia la dobles, la hipocresía y el horror del mundo moderno: las traiciones y veleidades, el engaño y la ingratitud, la deslealtad, la mentira y el alejamiento del espíritu, exacerbados en la capital de la república, dando como consecuencia en el corazón los sentimientos de dolor y en el alma las yagas del martirio. Descubriento, pues, en el fondo de la ciudad espléndida y enorme, un mundo hostil, que la inunda de desencanto, dolor y llanto.
III
Al llegar a la Ciudad de México Dolores Guerrero se relaciona, por medio del periodista durangueño y amigo de su padre Francisco Zarco Mateos, con la flor de la juventud intelectual mexicana. Especialmente con el grupo de poetas y escritores del flamante Liceo Hidalgo, inaugurado en 1848, que venía a sustituir a la menguante Academia de San Juan de Letrán. Se sumó así a las tertulias del liceo, compuesto por personalidades como Juan Díaz Covarrubias, Emilio Rey, José María Roa Bárcena, los orizabeños Manuel y Vicente Segura, Joaquín y Marcos Arróniz, Casimiro del Collado, Félix María Escalante, Ignacio Manuel Altamirano, Luis Gonzaga Ortiz, Francisco González Bocanegra y las musas del grupo, Laureana Wright y Concepción Piña.
En el grupo más cerrado de admiradores se encontraban el propio Francisco Zarco, Luis G. Ortiz y Francisco González Bocanegra, quien más tarde, en 1853, pergeñaría los inmortales versos del Himno Nacional Mexicano. La hija del Valle del Guadiana pulsó entonces la lira del norte para deslumbrar a todos con sus versos, que se publicaron en el diario La Ilustración Mexicana. Sin embargo, pronto se enamoró perdidamente del poeta Marcos Arróniz, poeta inspirado, creador y presidente del Liceo Hidalgo, quien moriría antes de los 30 años, afectado de locura, apenas unos meses después de Dolores Guerrero.
Marcos Arróniz, oriundo de Orizaba, Veracruz, formaba parte del grupo de intelectuales veracruzanos distinguidos en la Ciudad de México, entre los que se contaban: Bernardo Couto, director de la academia de San Carlos, José Joaquín Pesado, Manuel y Vicente Segura, José María Tornel y su hermano, el historiador Joaquín Arróniz, a quien se debe el ensayo Estudio geográfico, Histórico y Estadístico del cantón y de la Ciudad de Orizaba, el que moriría en 1870.
Por su parte Marcos Arróniz, aristócrata conservador de educación europea, hermoso, enfermo y escéptico, fue un poeta culto que pronto rompió las cuerdas de su dorada lira.[3] Conocedor del inglés, el francés y el italiano, tradujo el 2º Canto del Don Juan de Lord Byron y algunos poemas de Víctor Hugo, entre otros. Sobre todo, escribió como ensayista tres importantes manuales que hoy en día comienzan a llamar mucho la atención: en primer lugar el Manual del Viajero en México; pero también el Manual de Historia y Cronología de México, y; el Manual de Biografía mexicana o Galería de Hombres Ilustres de México, editados en París, Francia, entre 1858 y 1859, año de su muerte, por la Librería de Rosa y Bouret, recientemente reeditados por la UNAM.
Poeta vigente de 1847 a 1856, año en que perdió el juicio, Marcos Arróniz había combinado la lira con las armas, pues fue Capitán de Lanceros de Caballería, quien defendió al déspota Antonio López de Santa Ana en 1853 contra el Plan de Ayutla y que en 1855 se sumó al Plan de Zacapoaxtla, luchando en la batalla de Ocotlán, al lado de Antonio Haro contra las fuerzas de Ignacio Comonfort, sufriendo persecución y cárcel en la derrota. Publicó sus versos en los diarios El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano, El Álbum de las Señoritas de México, La Ilustración Mexicana y El Pariente Amistoso.
En el Gran Teatro de Santa Ana declamó su composición “Oda a Miguel Hidalgo” el 15 de septiembre de 1853. Fue gran admirador del dramaturgo y poeta José Zorrilla quien llego a México en 1855 para vivir en la casa del Conde de la Cortina y que durante el 2º Imperio de Maximiliano fuera nombrado director del Teatro Nacional.
Su grupo de amigos más cercanos estaba constituido por Florencio M. del Castillo, Francisco González Bocanegra Juan Díaz Covarrubias, Ignacio Manuel Altamirano, Félix María Escalante y Francisco Zarco, quien lo espoleaba con el estilete ponzoñoso de su pluma llamándolo “La Doncella de Orleans”, en referencia a Juana de Arco, por su carácter militar mezclado a sus modos refinados. Casi todos ellos le llamaban Byron, por el poeta inglés al que tanto admiraba. Joven bien parecido, de cabellera negra y rizada, de facciones definidas, introvertido y de mirada grave, Marcos Arróniz cautivo a la poetiza Dolores Guerrero, quien le dedicó explícitamente varias de sus composiciones, como “”Pobre amigo, ya no llores” y “Versos a mi amante”. Pero en otros muchos poemas aparece la figura del bardo de la lira dislocada de forma velada, como “Sueños y lágrimas”, “Recuerdos”, “Tu Retrato”, y “Ruegos a mi amante”, con un epígrafe del mismo Marcos Arróniz, (“Ven a mi lado, ven, ídolo mío…”), haciéndose presente en no pocas de sus “Rimas”: “¡A ti, joven de negra cabellera…!”, etc.
La poeta no se cansa de describir su perfil y de adorar su figura: sus versos nos hablan así constantemente de su lánguido mirar, de sus ojos lánguidos, de su blando acento, de sus dulces ojos, de su seductor y afable sonreír, de su notable frente, de su faz doliente; no menos que de su amor secreto de frenesí y locura, y de su fe burlada, de su delirio en que lo creyó su Dios, elevándolo a ídolo suyo, reprochándole finalmente su ingratitud, que dejó en su alma una pena que la devoraba en razón su fe burlada, marcada por el terrible estigma de los celos, sumiéndola en la bárbara agonía de la desesperanza con un amargo resabio de hiel.
Y así, incluso cuando la poetiza quiere servirse de un apócope para encubrir la identidad del amante ("Lusi"), nos da a la vez con ello una clave para revelar su verdadera personalidad. El misterioso emblema de "Lusi" aparece entonces, probablmente, como una contracción de Lusignan, nombre que figura en el famoso soneto “El Desdichado" de Gerard de Nerval:
“¿Soy Amor o Febo? … ¿Lusignan o Byrón?
Mi frente aún esta roja del beso de la Reina;
Soñado he en la gruta en que nada la Sirena.”
Lusignan fue una casa de Poitou, que aparece ya en el siglo X y da reyes, durante las Cruzadas, a Chipre y Jerusalén. El más famoso es Guy de Lusignan (muerto en 1194), que llegó a ser conde de Jafa y Escalón, y al casarse con la reina Sibila fue rey de Jerusalén, reinado que perdió ante Saladino I. Fue rey de Chipre hasta su muerte, quedando la isla en manos de los Lusignan hasta el 1472. Los Lusignan se decían descendientes del Hada Melusina, personaje omnipresente en la tradición medieval, y que ellos llamaban “mère Lusigne”, de origen incierto (celta o escita), a la que se la representa como mujer-serpiente o como sirena. Por su parte Biron o “Byron”, no se referiría tanto al bardo inglés Georges Gordon Byron, Sexto Conde de Byron, cuanto a los barones del Perigord, supuestamente emparentados con los Labrunie, personajes que se encuentran en la historia francesa desde el medioevo hasta el XVIII. La asociación entre Lord Byron y el Birón de Perigord es, sin embargo, inevitable, o la duda respecto de su identidad, que igual encarna en figura de Lusignan, rey de Jerusalén, o en la de Lusi, que sin saber si es Amor o es Febo no sería otro que el mismo Marcos Arróniz, identificándose entonces, en el juego de trasposiciones del simbolismo onírico, Dolores Guerrero con la reina Sibila lo mismo que con Melusina.[4]
Delirio de amor, delirio romántico, que dejó como saldo en el corazón de la poeta las penas de amor y el desencanto de la vida, junto a la sensación de que la vida, como una niebla, pronto pasa.
“Húmedas con mi llanto y marchitadas
Con el fuego y los ayes de mi boca
En mi triste retiro aprisionadas
Guardo tus flores ¡Miserable loca!
Mis lágrimas al mirarlas desatadas
Ruedan, y el llanto horrible me sofoca.”
La vida, pues, convertida en pálida agonía luego de los mágicos delirios y los falsos sueños de amor: el horror de los celos, la agonía de la duda y el furor rojo del rayo que arranca de la tierra a la azucena. Poesía clara como el nácar y pulida como la porcelana que, de pronto, navega en aguas procelosas de la perdición y entre las visiones sombrías de las miserias de la tierra. Expresión también de la catástrofe moral implicada en las gélidas luces de los sueños de la Ilustración: choque brutal entre la moral tradicional, con la fe cristiana quiero decir, y la nueva libertad perseguida por los románticos, lo que no podía dejar como saldo sino una ética a la vez subjetiva y desequilibrada, profundamente emotiva y contristada.
“Perdió la vida para mí su encanto,
Mi única esperanza está en el cielo…
¡Quiero volver a él, éste es mi anhelo
Porque es triste en el mundo vegetar.”
Por su parte Marcos Arróniz, ya afectado como Torcuato Tasso de locura por la prisión y sus desventuras románticas, perdió misteriosamente la vida en Río Frío, en San Martín Texmeluca, camino entre Puebla y Ciudad de México, en el año de 1859, antes de que el poeta cumpliera los 30 años de edad. Nunca se supo si murió de un ataque de locura, pues igual se dijo que fue asesinado a puñaladas, que murió por penas de un amor no correspondido o que se trató de un suicidio. Por lo que su amigo el poeta Juan Díaz Covarrubias diría de él que fue "un flor por el Señor maldita".
IV
María Dolores Guerrero de la Bárcena regresó a su querido Durango natal en 1853, sumiéndose progresivamente en la depresión causada por la añoranza del amado ingrato, pero a la vez saboreando las sorpresas de la vida, pues tres años más tarde, en 1856, el presidente Ignacio Comonfort, al triunfo del Plan de Ayutla, nombra como gobernador de la entidad a José de la Bárcena, tío de la poetiza, quien toma posesión del cargo el 9 de marzo de 1856, nombrando como consejero de gobierno a José María del Regato y Francisco Guerrero, padre de la artista. Toca entonces a la musa componer el poema de recibimiento a su tío como gobernador del estado, titulado “Brindis”, publicado por el diario oficial La Enseña Republicana el 26 de marzo de 856. El 15 de agosto de 1856 se inaugura el Colegio Civil del Estado, y el 15 de septiembre su Vice Director, Francisco Gómez Palacio declama ante la ciudadanía el poema de Dolores Guerrero “¡Oh Dulce Libertad!”, publicado por La Enseña Republicana el 21 de septiembre del mismo año. La poetiza entonces, conjurando a la Libertad, se confiesa herida por su mágico esplendor, embriagada y cediendo a ella por su dulce encanto, reconociendo su imperio soberano como fuente de amor, de gloria y de paz… Hada divina, la llama incluso, de mirada ardiente, señalando su origen revolucionario, pues la pinta como deidad de bandera militar.
La otra cara de libertad producto del espíritu de la ilustración cobraba, sin embargo, su tajada: Dolores Guerrero escribe un poema “A la Memoria de Don Antonio Bengochea”, muerto el 22 de diciembre de 1856 por una enfermedad contraída en la Feria de San Juan de los Lagos. El poema, publicado el 26 de febrero de 1857, confiesa el dolor por la ausencia del amado, por las flores perdidas que embellecieron su vida, reconociendo a la par el eterno poder de las tinieblas y la suerte malhadada por la existencia de los males, impuesta por Dios a los mortales.
“Cuan triste es ver en la florida selva
Los troncos que crecieron más erguidos
Doblar la frente mustios y abatidos
Del huracán al soplo destructor.”
…
“Grata es la muerte
Alma triste de sufrir cansada
Toca el celestial confín
Para quien vive penando, sufre y llora.”
Todavía, el 22 de octubre de 1857, Jesús María Bellot alcanza a publicar un soneto dedicado a Dolores Guerrero, en elogio al bello sexo. Al poco tiempo Ignacio Comonfort tiene que refugiarse en los Estados Unidos al unirse al Plan de Tacubaya, al que se adhiere también José de la Bárcena, y debido a la inestabilidad social y política provocada por la nueva Constitución de 57, estalla la Guerra de los Tres Años o Guerra de Reforma (1858-1860).
En una última visita a su amigo Don Juan Nepomuceno Flores, Dolores Guerrero se confiesa ante el patriarca: “Debo morir muy pronto”, le dijo, pidiéndole a continuación que le concediera que sus restos fúnebres reposaran en la capilla de la Hacienda de Ferrería, para ahí “dormir su último sueño”. Habiendo sido amiga de Rosa Flores, hija del prospero empresario, la misma Dolores Guerrero había dedicado uno sentidos versos a su muerte, el 19 de febrero de 1855, por lo que el magnate durangueño aceptó solemnemente su grave petición.
María Dolores Guerrero y de la Bárcena, el albo cisne durangueño, murió el 1 de marzo de 1858 a la edad de 24 años, descansando los restos mortales de la blanca paloma del Guadiana en la Capilla de Ferrería de las Flores, junto al río Navacoyán, entre el encanto de sus florecientes jardines. La sociedad durangueña toda lloró la temprana muerte de la undécima musa mexicana. Los poetas regionales se despidieron de la triste alondra de sentido canto, tocando a Pedro López la visión de la musa subiendo la escala hasta llegar al albo coro de los Querubines, junto al Cordero inmaculado, para recibir el premio de los justos por su pureza, caridad e inocencia, contemplando a la ninfa del celeste coro con las cuerdas rotas de su laúd, dando con ello fin al mar proceloso de la vida. Se sumaron al póstumo homenaje Ignacio Lira con su “Flor Marchita”, Cayetano Mascareñas, Vicente Quijar, Vital Aza, Pedro José Olvera y el mismo Juan Nepomuceno Flores con unos sentidos versos.
La poetiza Dolores Guerrero cantó con sin igual sonoridad a las dichas y desdichas del alma desgarrada de su tiempo, registrando, en una fiel radiografía lírica, los desengaños del mundo en una honda reflexión de la poesía sobre sí misma, explorando hasta su fondo los acordes y ecos de la nueva sensibilidad en la desgarrada alma del poeta, apuntando con letras áureas y de argento los delirios más agudos del subjetivismo promovidos por la nueva libertad conquistada y el tormentoso choque inevitable con las mansas aguas de la tradición.
[1] Juan de Dios Peza, El Álbum de la Mujer, #22, 1 de junio de 884; Francisco Sosa en Diccionario Geográfico, Histórico y Biográfico de los Estados Unidos Mexicanos de Antonio García Cubas, 1889, Secretaría de Fomento, México, DF.
[2] Dolores Guerrero, Sueños y Lágrimas. Selección de textos de Gerardo Campillo Llano. ICED, CONACULTA. Durango, México, 2015.
[3] Sobre la vida y obra de Marco Arroniz ver: Marco Antonio Campos, La Lira Rota, UNAM, 2007, José Ángel Fernández, “Marcos Arroniz y sus amigos del Liceo Hidalgo”, UNAM 2005. .
[4] El Desdichado
Je suis le Ténébreux, - le Veuf - l'Inconsolé,
Le prince d'Aquitaine à la tour abolie:
Ma seule étoile est morte, - et mon luth constellé
Porte le Soleil noir de la Mélancolie.
Dans la nuit du tombeau, toi qui m'as consolé,
Rends-moi le Pausilippe et la mer d'Italie,
La fleur qui plaisait tant à mon coeur désolé,
Et la treille où le pampre à la rose s'allie.
Suis-je Amour ou Phébus?... Lusignan ou Biron?
Mon front est rouge encor du baiser de la Reine;
J'ai rêvé dans la grotte où nage la Sirène...
Et j'ai deux fois vainqueur traversé l'Achéron:
Modulant tour à tour sur la lyre d'Orphée
Les soupirs de la sainte et les cris de là Fée.
El Desdichado
Yo soy el Tenebroso – el Viudo – Inconsolado,
El príncipe Aquitano de la Torre abolida:
Mi sola Estrella ha muerto – y mi laúd constelado
Arrastra el Sol negro de la Melancolía.
En la noche del Túmulo, tú que me has consolado,
El Posillipo vuélveme, y los mares de Italia,
La flor que a mi pecho placía, desolado,
Y la vid donde el Pámpano a la rosa se alía.
¿Soy Amor o Febo? … ¿Lusignan o Birón?
Mi frente aún esta roja del beso de la Reina;
Soñado he en la gruta en que nada la Sirena…
Y atravesé dos veces, invicto, el Akjerón:
En la lira de Orfeo aunando, modulados,
Suspiros de la santa con los gritos del Hada.
Hola Maestro Espinoza!Muy interesante. Me interesaría saber de qué murió la poeta. Gracias!
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