Coral Revueltas: Reflejos de un Cuadro
Por Alberto Espinosa Orozco
(Inédito)
“Atrae hacia
sí las gotas de agua,
las filtra de
su fuente como lluvia,
la lluvia
destilada por las nubes,
que cae
copiosa sobre el hombre.”
Job, 36: 26-7
“Como las
caras que se reflejan en el agua.
así reflejan los hombres su corazón por su
mente.”
Proverbios
27:19
I
En la Primera Bienal de Pintura de
Gómez Palacio que se presentó, cuyas obras exhibió el Museo Contemporáneo de Arte Ángel
Zárraga de Durango, destacaron un puñado obras que rescatar
de entre la barahúnda que retrata los extremos de la subjetividad, que sólo sabe
copiar el modelo efímero y que no puede por ello sino desembocar en la imitación
del caos. Tendencia dominante que mira los hallazgos de las revoluciones heredados
por la vanguardia, pero que se petrifica en academicismo oportunista, cuyas rutinarias
copias, por lo demás, se deslizan subrepticiamente por la peligrosísima
pendiente que ha succionado en su caída de sordidez y ruina mercantil al arte
actual, volviéndolo muchas veces una desparramada alacena de horrores fofos, de
cecinas, nalgas, tripas y bofes conservados en formol, o en dermatoesqueletos sin vida, en cuyas momificadas monstruosidades
se revuelca el gusano en su cena de cenizas. Danza onírica y revoltijo circense
donde todo está permitido; alucinación terrible también, cuya obra olvida a
Dios y quien lo olvida, por que en ella todo cabe menos la unidad apacible de
belleza.
Arte original, es cierto, pero cuya
singularidad es empero la antinormativa de la aberración excepcional de lo
anormal: de la vertiginosa preferencia arrebatada e impulsiva por lo bueno
inferior o por lo malo, que con ello rechaza la perfectibilidad que supone la
imitación de lo bueno superior Predomino
de la debilidad del querer cuyos deseos se opone así a lo superior espiritual,
tomando de su debilidad e infelicidad su potencia como fuerza aniquilante
–todo lo cual revela la sintomatología de nuestra edad en lo que tiene de
confinamiento, fragmentación y angustia del bien, cuya caída hacia atrás de la
animalidad compensatoriamente se revuelve en la caída hacia adelante del
orgullo demoníaco, volviéndose con ello confesión de parte, explicación no
pedida cifrada en lenguaje simbólico que hace emerger el estado emocional del
inconsciente turbio, aislado o sin desarrollar.
Arte efímero,
pues, que al mirar a la inconsciente impresión de los sentidos o al tomar como
modelo lo meramente perecedero y azaroso engendra obras contingentes por tanto carentes
de belleza e incluso contrarias a ella o que despliegan en su desmesura una
inteligencia virtual que por su mismo carácter de mera abstracción formal no
puede enraizar en tierra, ni ser semilla de futuro ni sabia real irrigadora de
vida, creciendo sus ramas no sólo sin belleza
sino también sin alma, ajenas al suelo en el que poder enraizar y sostenerse
–siendo por tanto creaciones indeterminadas y a su manera ilimitadas, pues que siempre están naciendo pero sin poder nunca
llegar a existir.
Empero a un
manojo de obras las alienta una verdadera voluntad de estilo y de unidad o están
guiadas por una norma de perfección estética y hechas por tanto para la
admiración y la reflexión: un óleo y tejido en polietileno de Oscar Mendoza en
que grandes células semejantes a incitantes labios se abren como la semilla del mundo bogando por entre
las luminiscencias del plasma amorfo; acaso una pintura de Carlos Cárdenas de
penetrante psicología; también una misteriosa
estancia de armonía fijada por Coral Revueltas, la cual resulta al par una
estampa poética de la realidad y un estudio detenido de la naturaleza de la
creación y de sus leyes, al estar inspirada en la belleza del mundo real y a la
vez ser un estudio del modelo del mundo, de su razón y esencia inmutable.
II
El lienzo de
Coral Revueltas resulta así una gota de agua pura en medio del torbellino del polvo
y de la dispersión, con que la arena del desierto enturbia la mirada. Como gran
parte de su obra, constituida a partir de los más rigurosos procesos de
abstracción, el cuadro de la artista
durangueña es, por su temática y concepto, una imagen inquietante de la apacibilidad,
que en su búsqueda de armonía ha llegado a descubrir su transparencia simple y
las profundidades abismales que la enfrentan -porque su mirada estética ha
tenido que sortear las turbulencias
impuestas por las presiones propias de nuestra altura histórica y en
medio de las más extremas tensiones existenciales y sociológicas guardar el
equilibrio.
Así, Reflejos
I es más que la mera copia de un instante, el reflejo reflexivo y
retenido de una estructura, en la que por su geometría y contenido pareciera
sintetizarse la seminal del origen y el germinar del mundo.
Por un lado,
no es sino la visión detenida de una tarde en que amaina la lluvia sobre un pequeño
lago en miniatura echado sobre la orilla de un jardín y ya apaciguado ondula apenas
movido por las gotas últimas que fugitivas anidan sobre su superficie,
alojándose en el ángulo que limita el doble muro de una esquina escondida, en
medio de la agónica ciudad amurallada, agobiada y horadada por las horas,
añublada por los años del pesado pasado que la impregna con tinturas ferruginosas
las adherencias del olvido Casi podría
decirse que lo que significa la imagen en su pura transparencia es todo lo que
a la vez la constituye y la circunda –pero a la vez es el reflejo de una
interioridad que de pronto pareciera en su plenitud interrogarnos al parpadear
conjuntamente con las ondulaciones del agua en movimiento. Labor de unificación
del alma con la naturaleza, pues, que en
un doble gesto invita a detenerse y contemplar atentamente el remanso aquietado
de las ondas
No se trata así
más que de un signo, apenas de una vibración ondulante en la retina movida por
los corpúsculos del agua y de la emoción que suscita una atmósfera Pero en esa vibración hay también que una
explosión de cinabrio y una descarga azul de luz eléctrica –choques que en la
alquimia combinatoria quisieran lavar el agua del cochambroso aceite que la enturbia
y que mancha de sombras parduscas ahogando de tiniebla al espejo del estanque
en su reposo. Así, el cristal de agua se impregna de añil y de cobalto para
purificar con la descarga eléctrica y con los cloros el acerado estanque que en
su tranquilo reflejo continental limita la antigua edad terrosa de los
extemporáneos muros coloniales.
Reflejo de
una tarde de tristura en el que todo está por nacer, excepto la amargura.
Condensación de la tristeza en el espontáneo estanque de las horas cuyas
constelaciones de botón y lágrimas no logra sin embargo lavar el agua de sus
corrosiones de cobalto ni barrer el viento maniático de su ulular de cueros. Espejo
de agua en el que caen en cuenta, como en el rosario, unas cuantas gotas contenidas
después de la tormenta. Viejas viajeras de una nube lejana e hipotética cargada
de grisura que al final de la escurrida saltan para ver lo que hay allá, abajo
entre la tierra.
Reflejo o
espejismo también de un más allá de la mirada: de la concavidad azul del cielo,
que austero y sin envidia desde su remota castidad de polo no quiere decirnos
nada más que no diga ya su alejamiento, para dejarnos saber desde su ausencia que
lo que quiere en su altura inalcanzable es que lo dejemos como está, secretamente
lejos, como está lejos la gruya en el desierto.
III
El hombre al
igual que la naturaleza construye según un arquetipo. El origen o el principio
de todo lo que nace tiene una causa -que siempre ha existido sin jamás haber
nacido y sin nunca dejar de existir. Es la esencia de las cosas inmutables y
los seres inteligibles de acuerdo a cuyo modelo el demiurgo constituyó el
mundo. Es la fuente inexhausta, que se da a todos los ríos sin agotarse en
ellos. Es el centro del que parten todos los rayos y en el que todos los radios
confluyen. El principio del que provienen y penden todas las cosas y el término
final al que miran, aspiran y deben volver todas ellas. Es también la imagen de
la degradación progresiva del ser en la materia, el cual avanza en un descenso
continuo, pasando por grados cada vez menos perfectos, de la plenitud del
ser hasta por último esfumarse en el no
ser, en la matria informe y desvaída, fronteriza entre el ser y la nada –a la
manera del movimiento en expansión de las ondas producidas por la gota de agua
que cae sobre el espejo de agua, que partiendo de un centro creado por ella
misma se dilata en círculos concéntricos cada vez más débiles, en una
degradación que se produce si saltos, hasta desvanecerse finalmente en la última
y más débil circunferencia.
. La esencia inmutable es así el modelo del mundo, da
la que la inteligencia y la sabiduría participan y del que el universo es una
copia. En efecto, Dios creo el universo sin envidia porque quiso que todas las
cosas fueran parecidas a él mismo. Así, el universo, semejante a Dios, es la
obra más bella y excelente de la naturaleza. El mundo, ser animado y penetrado
de inteligencia, es así un animal visible, semejante en su unidad al animal
perfecto.
El cuadro Reflejos
I .de Coral Revueltas Valle se detiene así en el misterio de la
generación, de lo que arrojado en el río del tiempo y de la contingencia ha
comenzado a ser. Búsqueda de la raíz del mundo y de sus reflejos visibles por
el fuego que en las cosas alumbra la mirada. También un minucioso estudio de la
naturaleza que se ocupa de la oceánica realidad que escurre de las gotas de
agua y que al hablarnos de sus gérmenes y líquenes, se remonta al origen, pues
el principio de la vida es el agua.
Sin embargo,
hay algo en el tono emocional de la tela que comienza por ser una expresión del
mundo del devenir y de la generación, es cierto, pero también de las aguas
herrumbrosas de la corrupción del tiempo. Porque el Tiempo (Cronos) esa
potencia del color del agua, es la causa de que todo devenir quede sujeto a la
corrupción. Nada corrompe tan rápidamente como el agua. Limitación,
contingencia, historia, río del tiempo cuyo cauce de fuerzas, pulsiones e
intereses; materia y cuerpo que acaba por ahogar bajo sus aguas a la vida misma.
Es por el tiempo también que es muerte para las almas resolverse en agua.
Porque las
aguas de abajo hundida en las tinieblas son un agua terrible, a la que fue atraída la luz y el espíritu,
siendo introducidas en aquella naturaleza mezclando dulzura y luz con el agua
terrible y tenebrosa. Así, lo que siempre es y no deviene nunca fue atraído a
lo que devine y nunca es, quedando el rayo de la luz aprisionada en el agua
tenebrosa, amarga e impura. En las aguas
que anegan un agua más oculta y densa en cuya húmeda tiniebla vida y muerta,
quietud y movimiento son lo mismo. Agua del tiempo bebida por la noche, agua
nocturna del tiempo que se acaba, donde el viento en busca del agua brama. En
busca del agua del agua que habla sin cesar ni repetirse, del agua manantial
que duerme con los ojos abiertos, de las preciosas perlas de agua que caen en
el jardín del agua para cantando formar flores de agua.
Laguna
escarnecida de un imperio desolado en el que el agua dulce que brota de la luz
como regente del espíritu cae a la obra del olvido, al mundo donde la luz se
extingue, al manantial colérico para mezclarse con el agua elemental que hay en
la tierra donde domina la cualidad salada, amarga y agria del salitre.
Tema:
rescatar la centella de luz que había caído en el agua de la Estigia que fluye hacia
las profundidades. Es el alma, la perla preciosa que desciende
involuntariamente al mundo y reverbera al caer en agua, es la centella, el rayo
luminoso y que procede de arriba y en la caída se fusiona y mezcla ligeramente
con las aguas tenebrosas inferiores. Lugar de la mezcla y también de la
diferenciación, pues las cosas avanzan hacia lo que les propio, como el hierro
al imán. El rayo de luz mezclado con el agua se apresura a ir a su lugar propio
para hacerse Logos con el Logos.
El agua sutil
e incomprensible contra el agua gruesa y levantisca, terrible, a amarga,
impura, sumida en la densa niebla tenebrosa. Salta así y corre lejos del agua
mortífera y corrompida para volver a ser igual que antes sutil como el aire.
Para ser como el jardín bien regado, como un manantial al que no le falta el
agua. Porque el agua terrible y tenebrosa de las tinieblas que impregna la
existencia de tiempo, de mero fluir, tocando al mundo en lo que todo está
enfermo, tullido, herido y medio muerto, y encima sordo, ciego y mudo. Así,
pareciera haber en la marina un fondo de tiniebla: es el agua amara que infecta
al aire por el calor y el agua agria
cuyo hedor rompe, que en medio de su gran debilidad, de tristeza y
melancolía que olvida todo bien, tiene miedo de curarse. Aguas salitrosas y de herrumbre
cuyo vertiginoso cause oleaginoso se precipita a la laguna Estigia. Son también
las saladas aguas del Mar Rojo, ferruginosas y estancadas, cuya oscuridad se
cierne sobre la luz. Sobre ella, sin embargo, llueve. Cae del cielo entonces un
agua dulce y luminosa y cantarina. Llueve entonces con un suave son de luz y de
dulzura para aliviar con sus cristales al mundo de su postración, del agua
colérica que entume al mundo, que lo corrompe y descompone.
Coral limita
su observación a una escena privilegiada de la percepción y del recuerdo: la
del puro reverberar de las ondas expansivas de las gotas de agua cuando ha
amainado la llovizna sobre la esquina del parque en la ciudad sitiada. La
mirada detenida en la complejidad de los movimientos del blando espejo formado
por del húmedo elemento y sus reflejos. Así, sobre ese fragmento de la realidad
la copia de la artista va ahondando en la naturaleza del cielo y los colores de
de la nube reflejada sobre el nimio horizonte del litoral lacustre que la
lluvia vertical va dejando en su caída y sobre su tierna superficie plástica
que al poco va borrando las leves cicatrices cacarizas de la pertinaz
telegrafía sonora, dejando apenas señales de su paso -pues pasa pronto el
pulular de sus plomizos mundos explosivos, cual la sombra fugitiva que se borra
o la noticia que vuela como el ave por el aire sin dejar rastro.
Empero, en lo
profundo de un ambiente marcado por los tonos del azul plumbago en que
predominan los valores oscuros de la frialdad y de la marina gravedad de agua,
apenas suavizados por el aire transparente que modera y templa al frío, la
pintora se detiene en una escena aparentemente nimia -para con ello detener
también el tiempo de plomizo azul y estudiar el comportamiento de dos gotas
cristalinas que caen juntas por la suerte del destino para convivir por un
instante en un igual compartimiento.
Así, en un
final recuadro de la tela dos gotas caen cerca una de la otra, como dos vidas
que se acompañan y se rozan en un mismo camino paralelo, para danzar por el
momento que dura un suspiro sobre un plástico cristal, teñido por el contorno
de una esquina transversal de azul añil y de tezontle rojo, formando el espejo
de unas horas acumuladas en términos de agua y detenidas para durar por unas
horas más -cual acumulador de tiempo y ráfagas de viento y jirones de agua
encallado en la esquina de un jardín y rescatado del naufragio del olvido por
las chispas apagadas de una misteriosa luz
de otoño preservadas por el trabajo de la artista.
De pronto,
todo está en el movimiento de dos gotas de agua en donde todo está en
movimiento y acaso en donde reina por un momento también el motor que pone a
todo en movimiento.
Contemplación
de fondo a la ley natural que revela una inteligencia y un alma superiores.
Reflejos de una razón más profunda y una
hermosura más espléndida que late en toda vida, que toca el misterio de la
eternidad y se manifiesta en la naturaleza. Estudio del reflejo aparentemente
insignificante de un instante que lo saca de la naturaleza de lo otro, de lo
efímero, para penetrar en la naturaleza de lo mismo y espejear su orden
inmutable. También sentimiento del mundo como un cosmos, como un todo ordenado
regido por la belleza, la pulcritud y la jerarquía, y que al atender con
humildad la escala del microcosmos revela la magnificencia de las leyes
macrocósmicas. Arte minimalista, es cierto, que al estudiar el comportamiento y
atesorar los emblemas de la vida que laten en pequeñas regiones microcósmicas
del mundo encuentra las estructuras inmutables del movimiento y accionar de la
materia elemental que constituye el mundo.
Movimiento,
atracción, ondas concéntricas y expansivas que purifican con su rotal al agua y
que en su movimiento la oxigenan dando a los gérmenes del lirio la fuerza que
requiere para flotar, mirar a la luz y romper en capullo de castidad y de
pureza.
IV
Arte que vuelve
del olvido, que empieza por recordar viejos conocimientos que se han vuelto
grises con el tiempo para lavarlos después de tanto viento y que por ello está
un paso más allá de la etapa final del are moderno, que sólo sabe exhibir y
dilapidar sus medios técnicos sin posibilidades ya de esplendor creador e
impotente por no poder ser otra cosa que parodia. Arte que se aleja de la
antigua idolatría de la novedad por la novedad misma y de su furiosa voluntad
de olvido, el cual desemboca en la confusión posmoderna, cuya vertiginosa
carrera sabe que detrás de lo que la vanguardia destruía no se erigió nada y
que por tanto no despeja un terreno para erigir una creación de sentido sino
justamente para acabar de vaciar de sentido el espacio de la cultura y poner en
su lugar el rugido ciego de una fuerza succionadora que sólo puede dar por
resultado el pellejo agostado o el dermatoesqueleto sin vida del sentido.
Por el
contrario, la pintura de Coral Revueltas, por estar viva, sabe que el arte no es
el frenético tobogán de la carrera, sino el camino de una vocación, la cual
consiste en creer en algo para poder servirlo. Porque lo que quiere el cuadro
como obra de arte es vivir, es abrir un espacio para poder entrar en el sentido
general de la vida –no para dirigirla sino para alimentarla, para dárnosla a
pensar, pero no como pensamiento digerido al que nos empuja con un codazo
aturdidor, sino como quien indica algo que al mostrarse en su valor impone los
límites que la vida exige: respeto, responsabilidad, coherencia, sentido común.
Porque el cuadro ni se basta ni se contiene solo, tampoco empieza y termina en si mismo o apunta al
vacío como la flecha del arco torcido, que sería lo mismo que no apuntar a nada Porque lo que cuenta es el valor de lo
mostrado y el moco con que el gesto indicador nos lleva al centro de la diafanidad
o del deslumbramiento –y cuya luz está
ahí no para sustraernos del mundo que ilumina, sino para entregarlo a nuestra
libertad y responsabilidad. No se trata así del servilismo de consumir unos
valores sin perfeccionarlos ni a ellos ni a nosotros mismos, sino la
servidumbre del oficio, cuyo sentido es el de perfeccionarnos para que al
través de ello un valor pueda respirar, para que este vivo como un retoño y en
su respiración florezca y entere nosotros viva.
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