domingo, 28 de marzo de 2021

SAN JERONIMO DE LA SAUCEDA Por Pedro Núñez López

 SAN JERONIMO DE LA SAUCEDA   

Por Pedro Núñez López


Un día, en la Historia de Durango: en el año de 1900 existían 256 haciendas en todo el Estado.

En el valle de Canatlán, al sur de la laguna de Guatimapé, los españoles encontraron varios poblados tepehuanes; entre ellos: Berros, Canatlán, Capinamaiz, Gogojito y Ocotán. Los franciscanos y los jesuitas trataron de evangelizarlos desde la misión de San Francisco de la Sauceda y, después del alzamiento tepehuana de 1616,  los primeros fundaron el convento de San Diego de Canatlán para continuar esta labor.

Varios vecinos españoles de Durango recibieron mercedes de tierras en los alrededores donde formaron estancias aprovecharon la mano indígena. Entre ellos estaban Pedro Paredes, Juan de la Torre, Lucas Medina, el factor real Juan de Heredia su esposa Beatriz de Angulo. Tiempo después estas mercedes, junto con las que formaron las haciendas de Cacaria, Labor de Guadalupe, San Salvador y el Chorro, pasaron a manos de Pedro de Heredia.

En 1611, Heredia denunció las tierras de Gogojito donde probablemente vivía el cacique Francisco Gogojito, uno de los principales jefes de la rebelión de 1616. Años más tarde las tierras pasaron al bachiller Pedro de Heredia quien, a su muerte, las legó a las monjas de la Encarnación de la ciudad México donde Beatriz de Angulo quedó como monja profesa en su viudez. El convento vendió las tierras, el 8 de mayo de 1637, a Juan de Orduña, regidor de México. A la muerte de éste, en 1667, las fincas estaban despobladas e inhabitables debido al difícil estado por el que atravesaba la región de Durango entonces.

Como siguientes propietarios de las fincas aparecen Mateo Frías de Santacruz, marqués de Buenavista y contador mayor del tribunal de Cuentas de la Ciudad de México, y su esposa María Teresa de Cantabrana; posteriormente, fueron de Francisca de Lazcano viuda de Quezada.

El licenciado Francisco de Quezada, hijo de Francisca, vendió el 3 de junio de 1687 estas haciendas a Francisco de Inunígarro, vecino de la ciudad de Durango. Inunígarro separó la Sauceda del resto de sus propiedades y la vendió a Juan de Ayala Ureña, quien compró las estancias de Amanquitole, Berros, Capinamaiz y Cocinas. Además, denunció realengos en la sierra para engrandecerla. A la muerte de Ayala, en 1711, la hacienda quedó en manos de su viuda Jerónima de Egazqui, de quien tomó el nombre en adelante. A su fallecimiento, en 1726, su hijo Domingo de Ayala compró a sus hermanos los derechos que sobre ellos recaían.

Domingo de Ayala estuvo casado con Juana María Ruiz de Guadiana y, a su fallecimiento en 1747, ella volvió a contraer matrimonio, esta vez con el vasco Francisco Antonio de Antuñano y Zornoza quien se hizo cargo de la hacienda hasta su fallecimiento en 1756. Quedó entonces como su propietario Bartolomé Ruiz de Guadiana, cuñado y albacea de Antuñano, quien después la vendió a José Martín de Chávez, un adinerado comerciante de la Ciudad de México.

Durante el tiempo en que Chávez fue propietario de la hacienda volvió a florecer el real de San Lucas que, después de haber sido explotado en el siglo XVI, volvió a tener importancia en el siglo XVIII. Como los mineros de ese lugar necesitaban tierras donde alimentar sus animales, así como para hacer algunas siembras, Chávez vendió a los mineros encabezados por Rafael Fernández de Castro tres cuartas partes de sitio de ganado mayor para ese fin. 

En esa época la Sauceda contaba con las estancias de Gogojito, Ocotán, Santa y Sauz Bendito, además del rancho de ovejas de San Agustín establecido junto a los ojos de agua caliente de ese nombre.

En 1809 los herederos de Chávez vendieron la Sauceda al chantre de la catedral Manuel Esquivel, quien la traspaso en 1813 por no haberla podido sanear, al madrileño Juan Manuel Pescador Rodríguez. Tiempo después la hacienda fue adquirida por los hermanos Juan, Antonia y Leandro Sánchez Manzanera Salas. En 1828, con motivo del fallecimiento del primero, la hacienda fue dividida entre los hermanos sobrevivientes.

El prebendado Leandro Sánchez Manzanera heredó la Sauceda poco antes fallecimiento, en 1863, a su sobrino Manuel Pérez Gavilán. Pasó en herencia a su Petra, Nicolasa e Isabel. Esta última separó la parte correspondiente a Berros y Gogojito donde formó la hacienda de Santa Isabel de Berros (Donato Guerra). 

CAPILLA Y CASA

La capilla tiene una portada de dos cuerpos donde se maneja con gran originalidad las formas redondeadas del barroco. El primer cuerpo tiene doble cornisa que juega con varios capiteles que, en forma ascendente están sobre las columnas pareadas que se encuentran a los lados de la puerta y entre las esquinas. ¡El segundo cuerpo es más sencillo debido al adelgazamiento de las columnas y al empequeñecimiento de los capiteles. En él se encuentra la ventana coral muy moldurada que es sostenida por una base de la que pende una guardamalleta. A los lados de ella están dos roleos en forma de interrogación.

Latorre es de un cuerpo y tanto en sus bases como en los capiteles de las columnas que se encuentran junto a las esquinas se repite la misma solución de la portada.

El templo está techado de bóveda. Tiene tres altares, el principales neoclásico con la imagen de San Jerónimo. En el templo se venera un Cristo llamado el Divino Pastor, de gran popularidad en la región.

La casa es de dos plantas, y se encuentra deteriorada. Los altos descansan sobre un portal de recias pilastras. Tiene un balcón corrido que le da prestancia señorial con varias ventanas lobuladas y cajeadas. Las ventanas que continúan la casa después del portal son posteriores ya que tienen triglifos sobre las jambas.

La puerta principal de acceso tiene un sencillo pero elegante almohadillado. El corredor del patio, que está ya incompleto, tiene pilastras en la arcada del primer cuerpo y sencillos pilares en el segundo.

Fuente e imagen: Libro Las Haciendas de Durango, Dr. Miguel Vallebueno Garcinava







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