lunes, 16 de noviembre de 2015

Filosofìa del Éxito o Educación Por Alberto Espinosa Orozco

Filosofía del Éxito o Educación 
Por Alberto Espinosa Orozco








  La educación es coeducación. Educarse es co-educarse con otros todo el tiempo. El proceso educativo hace así evidente que lo único real es, por principio, el individuo inserto en la comunidad –siendo por tanto las nociones de “individuo” y de sociedad” abstracciones parciales lo único verdaderamente real, siendo por tanto y tomadas separadamente tales nociones “entidades“ relativamente irreales. Todo individuo es de una comunidad o está en interrelaciones de educación y de coeducación con otros individuos de ella, por una parte; y toda comunidad está, por la otra, compuesta por individuos.
    La educación falla en su proceso formativo del individuo cuando, sin tener una idea clara de lo humano, precisamente resulta deformante de lo humano. La manifestación hoy en día más patente de la deformación es el complejo que Albert Einstein como procesos educativos que “malean la conciencia social” del individuo. El mayor maleamiento de la conciencia social proviene de ser absorbido el individuo por la abstracción de lo social, predominado lo público sobre lo privado y socializando a la persona hasta el grado en que o es pobremente persona y personal o llega al extremo de dejar de ser por completo individuo (recordando así el gregarismo de las hordas salvajes, las conglomeraciones de los parásitos, al enquistamiento de las bacterias o de los gusanos que suceden a la corrupción del cuerpo vivo; también a la masificación del hombre contemporáneo, y sobre todo al “noscentrismo”, a los grupos de correligionarios congregados con propósitos de ayuda y ataque propiamente delincuenciales, pudiéndose agregar en este capítulo a los fanáticos de toda lay y de un largo etc., etc., etc.) –no es insólito que en tales grupos haya un profundo desequilibrio, que parte de una errónea concepción de lo humano, de reiteras insistencias en lo social con profundas recaídas compensatorias en lo más inmediatamente individual para recuperar relativamente el equilibrio. Individuos grupales (y grupos individuales), si cabe la paradoja, donde el elemento va así siendo movido y promovido por intereses sectarios del grupo (comunidades cerradas) los cuales son alimentados, a fin de cuentas, por ambiciones  puramente individuales, egoístas; utilizando entonces a la comunidad abierta como una especie de trampolín para el logro sus aspiraciones, muchas veces mezquinas, resultando que los alardes verbales y retóricos de tales socialistas profesionales no sólo redunda en el más abierto individualismo, rabioso por lo demás, sino que por ello mismo en una mutilación de lo social en su raíz misma.
   De hecho, el maleamiento de la conciencia social suele incubarse en la escuela, o sus instituciones derivadas, cuando ésta, careciendo de una base moral sólida, premia injustificadamente al individuo, alzándolo sobre los demás, por razones de grupo, resultando tales actitudes injuriosas para los restantes individuos de tales comunidades.
   Terrible expresión, capítulo de la antropología negativa,  que define a la crisis contemporánea en su núcleo justamente como un profundo desequilibrio y desajuste extremo entre el individuo y la sociedad, el cual se manifiesta bajo la forma de un tremendo malestar por herir la naturaleza moral del hombre mismo, el cual se ve desbalanceado por el predominio no de la libre voluntad, sino de las tendencias e incluso meros impulsos egoístas, en detrimento de los sentimientos sociales de solidaridad y de amor al prójimo, los cuales son el individuo más débiles de suyo, requirientes de una cultura y una educación que los reafirme constantemente y los fortifique, bajo cuya falta se encuentran así en la actualidad en un creciente y vertiginoso deterioro.
      La posición del individuo respecto de la sociedad y sobre todo respecto de sus instituciones (las cuales son a medias organismos humanos, a medias artefactos administrativos) ha contraído en la época contemporánea mayores ingredientes de dependencia –dependencia que sin embargo lejos está de contarse como un haber positivo, como un lazo orgánico o como una fuerza protectora, sino tomando la forma de una fuerza totalitaria que amenaza los derechos naturales y morales del individuo, pendiendo de tales relaciones su existencia económica, en cualquier momento amenazada, sumiendo al individuo en la impotencia y el miedo, en la inquietud y la angustia de perder el trabajo si no se obedecen normas y reglamentos de carácter muy secundario y hasta arbitrario, maleándose así, como en una segunda potencia con ello, la conciencia social (materialismo economicista, pues, donde, es el ser social lo que determina entonces la conciencia y no la conciencia el ser social). Conciencia llanamente social que, como una delgada película, como una capa superficial, como un mero barniz, da lustre al individuo, el cual sin embargo se sume en la prisión inconsciente de su propio egoísmo, haciéndolo sentir aislado, inseguro, un átomo meramente danzando autárquicamente en medio del tiovivo del caos social, privándolo con ello del sencillo e ingenuo goce de la vida.
   La causa de tal maleamiento de la conciencia social va unida al motivo del lucro, el cual se resuelve finalmente en el individuo indiferente, incluso hostil, hacia el grupo al que pertenece, ya sea gremial hasta nacional. Tal         
Complejo va injertando así en el sujeto una especie de profundo descontento ontológico que lo va desligando progresivamente de la vida en una especie de nihilismo existencial, que lo llevan a la fácil exasperación y al uso de la provocación, de la fuerza o del chantaje, abriéndose así el paso la concepción de la desaparición, de la aniquilación del sujeto mismo… y de todo lo demás… que es propiamente la genealogía del concepto de la “nada”.
   Tal maleamiento de los individuos por la vía de una falsa conciencia social, presente en el sistema educativo mismo, se presenta sobre todo como una filosofía del éxito y del triunfo, la eficacia técnica y la predación competitiva, y sobre todo de la glorificación del poder –doctrinas avaladas oscuramente por las teorías darwinistas de la lucha por la supervivencia y  de la selección natural, las que no pueden sino conllevar al pesimismo de la servidumbre o al servilismo de la adaptación al medio.
   La pseudofilosofía del éxito y del triunfo se ha postulado en las sociedades occidentales, en efecto, como un principio rector, estableciéndose como una lucha implacable por el predominio a expensas del prójimo, como algo que nace a la vez del afán de popularidad, del miedo al rechazo grupal,  y finalmente de la ambición personal. Sin embargo, tras el disfraz de fuerza y poderío, tal visión del mundo social nace en los espíritus débiles, arrastrados por la corriente de las aguas cenagosas del derrotismo de la persona y del pesimismo sobre la especie –redundando en una visión que avala y codifica las formas socialmente aplaudidas de agresión al prójimo y que simultáneamente desdeña las doctrinas religiosas al considerarlas como ideales meramente utópicos no aptos para regir y orientar los asuntos humanos, destruyendo tal espíritu de competencia todos los sentimientos de cooperación y fraternidad –aun el centro mismo de la cultura y en sus órganos, revistas, escuelas universidades.
   En contra, pues, de los ideales humanitarios, se ha puesto de moda el pensamiento materialista de “los hechos”, fríos, duros, cuya orientación intelectual se dirige solo a los valores práctico utilitarios de la eficacia, trayendo tras de si una terrible helada en la consideración mutua entre los hombres. Ya no más en las universidades y centros de cultura y enseñanza la tarea del ennoblecmiento del individuo mediante la extensión de la educación, de la moral y de la cultura tendientes a elevar al hombre de la esfera inmediata de su existencia meramente físico-biológica a la esfera superior de la libertad de espíritu –la cual renuncian por principio a todo uso de la fuerza bruta, tan presente, sin embargo, en las corrientes políticas bárbaras del siglo XX, las cuales debilitaron así tan severamente el sentimiento moral de los hombres contemporáneos, dando pie a esa dictadura tan malamente disimulada del relativismo moral, la cual se atrevido públicamente a afirmar que la moral descansa en un convención, que la justicia es idéntica a la conviene a un grupo, marchando a pasos contados a intoxicar con la mentira a la juventud, a oprimir a individuos, a perseguir a comunidades enteras o a usar como arma política actitudes intolerantes, causando en la población en general un compromiso funesto, resuelto en una especie de parálisis, que se niega a luchar contra las formas de la injustica y en pro de la justica, imponiéndose de tal forma los estados tiránicos o totalitarios mediante la fuerza de la organización y de la organización de la fuerza, en una especie de comunitarismo apelmazador de masas forjado a la fuerza de la presión social y del prejuicio convencional, fuerzas que efectivamente, de hecho, ensordecen los imperativos de la conciencia y el sentido de la responsabilidad individual , que disminuyen el espíritu independiente en la política y menguan el sentido de la justicia y de la rectitud en el ciudadano, condicionadlo a su vez por una producción anárquica y una no menos anárquica distribución de puestos y bienes.    







   Los excesos de las diversas formas del dogmatismo, del adoctrinamiento, del autoritarismo y de la cerrazón tiene su raíz en considerar que la educción es un proceso unilateral, siendo sus escuelas fallidas por definición, sin coeducación posible, ya sea por los enquistamientos sociales que todo pasado deja en el nuevo presente, ya sea por la enajenación en una tradición, la cual deformando su carácter siempre abierto se transforma en un sistema de reglas y de ideas monolíticas, en un caparazón o dermatoesqueleto cuyas aguas de vida no fluyen, permaneciendo por tanto estancadas, venenosas y sin vida.
  La corrección a tales excesos y deformaciones del socialismo debe buscarse en una actitud moral fundamental: en el desarrollo del sentimiento de solidaridad con todos los seres vivos, muy especialmente con los seres humanos –que es la formulación a la base de las más fuertes demandas del socialismo rectamente entendido. Se trata, en efecto, de una actitud afirmativa hacia toda la creación, cuyo significado en la vida del individuo es el de cumplir con la tarea de ayudar a hacer más noble y más bella la vida de los demás seres vivientes. De tal actitud se derivan actitudes morales y educativas que despiertan y tocan las más altas esferas de lo estético e incluso de la religiosidad: el sentimiento de alegría embriagadora y de asombro ante la variedad y grandeza del mundo, y;  el sentido de profunda reverencia por todo lo espiritual –derivado del reconocimiento del carácter sagrado y supraindividual de la vida, o simplemente del sentido de la unidad de la vida.
   El objetivo de toda educación es así un objetivo moral, el cual puede formularse así: el desarrollo libre y responsable del individuo de acuerdo a sus aptitudes y predisposiciones de carácter, de tal manera que pueda poner sus fuerzas y cualidades tan libre como alegremente al servicio de todo el género humano. Ello debido a que por la naturaleza humana misma, el individuo, la persona humana, tiene como fin superior en la vida servir –más que regir, mandar, o imponer su voluntad de cualquier otro modo. Ideal que, en sustancia, expresa también la actitud democrática fundamental, cuyo esencial liberalismo considera ente los más grandes bienes el fomento el fomento de las diferencias en el campo del espíritu (de cada hombre su filosofía) y del gusto (de cada hombre su belleza), siendo éste uno de los valores más altos de la humanidad.
   Es así la educación por su esencia misma, en su núcleo más solido, la que con mayor fuerza debe rechazar el culto injustificado al individuo, insistiendo a la vez en que la vida feliz y satisfactoria es la vida de provecho a los semejantes, para lo cual no es necesario poseer grandes riquezas, sino por lo contrario más bien recomendable ajustarse a la medida propiamente humana llevando una vida tranquila y modesta, sin ataduras al ídolo, abstracto y petrificante, del dinero. Porque al amor excesivo al dinero apela inmediatamente al feroz egoísmo e invita irresistiblemente al abuso. Las filosofías del éxito fomentan efectivamente en el joven el deseo de triunfar a toda costa; empero, el hombre exitoso, el triunfador que proponen tales modelos educativos, suelen ser aquellos que reciben muchos de la sociedad, incomparablemente y desmedidamente mucho más al servicio que prestan a sus semejantes.  Tales individuos, rendidos al a los llamados de sus instintos más elementales, huyendo sistemáticamente de todo sufrimiento y buscando con exclusividad la propia satisfacción, ceden con demasiada facilidad de llevar una feliz y sin ataduras –perspectiva de la vida ranciamente individualista, egoísta, cuyo resultado social es tarde o temprano el de une estado de inseguridad, de miedo y de miseria común.    
   Todo lo cual implica que las diferencias económicas de clase son generalmente basadas en la fuerza e injustificadas, siendo el ideal de las grandes posesiones, del éxito público y del lujo, más bien un inconsciente perseguir la felicidad y la comodidad personal que deja al individuo ayuno de mayores horizontes espirituales –siendo todo ello para Albert Einstein un flaco objetivo ético al que llama “ideal de la pocilga”, pues subsume al individuo a una vida más bien inmediata y meramente apetitiva, caprichosa por tanto y contingente, siendo lastimoso ver que, en vez de vivir en las altas bóvedas cristalinas de los magníficos palacios del espíritu, se regodee en medrar entre las sórdidas mezquindades particulares de sus covachas o en las triviales ilusiones despreciables de sus más ínfimos y paupérrimos sótanos. Experiencia emocional también de la futilidad de los deseos humanos, demasiado humanos, donde más bien se sufre la existencia individual como una especie de cárcel, aisladora de los demás y de sí misma, cuya emoción negativa debe servir de contraejemplo para catapulta al individuo a la emoción positiva frente al orden plural, sublime y maravilloso, que se revela en los reinos de la naturaleza y en el reino de las ideas, cuando se percibe tal conjunto desde una altura tal que permita contemplar y vivirlos en lo que tienen de universo: de un todo único y significativo, el cual en lo inmediato debería despertar en el individuo los sentimientos de compasión ante toda criatura viva y de reforzamiento de los lazos sociales destinados a relajar tensiones, a abolir las opresiones y atender sus más apremiantes necesidades.                   
   La educación así, como la moral misma, debe verse no tanto como el aprendizaje de una conducta que renuncia ásperamente a los multivariados y variopintos goces de la vida, sino como una especie de social interés activo que trabaja por un destino más feliz para todos los seres humanos.
   El requisito para el logro moral de tal ideal en el comportamiento individual y colectivo radica muy justa y precisamente en la educación concienzuda de sus miembros: en la libertad ascendente y en la oportunidad real de desarrollar sus dotes latentes.
   Porque si en conjunto el proceso de la educación puede verse como: todas aquellas expresiones que articulan situaciones de convivencia formativa (afectando su radio de acción más allá de la escuela a todas las actividades de la vida humana a lo largo de toda la duración de ésta); en lo particular tiene la educación su propio núcleo de activad en la atención de las predisposiciones y aptitudes de carácter del individuo, que siendo desarrolladas lo esencializan, lo definen, lo determinan, facultándolo entonces para cumplir con su propio destino, o dando plena existencia a las singulares exclusivas derivadas de la esencia humana que la naturaleza lo dotó al venir al mundo, y realizando así por tanto su esencia particular.
   La educación, en efecto, tiene como propósito desenajenar al individuo de los enquistamientos ideológicos, bárbaros o inmorales, pero también tanto de las esencias caducas de lo social como del demonio y de la bestia que nos habitan y que le impiden llegar a ser sí mismo, o ser sí mismo. Ardua labor que, acompañada por una serie indeterminada de consejos prácticos en la vida cotidiana y promovidos por el ejemplo (mediante las conductas coherentes o ejemplares), conducen al individuo a las fuentes originarias de su vocación, a la expresión de su singularidad originaria en el desarrollo de sus propias predisposiciones y aptitudes de carácter –es decir, a la formación de su carácter, el cual a su vez se expresa en la especialización creciente, pero a la vez no tecnificada, de un corpus particular de exclusivas humanas donde se realizan toda una constelación de valores (son ejemplos o casos ejemplares el del músico o el del artista del pincel, que al esencializar y especializar, por la constancia y el amor individual en su disciplina, sus aptitudes nativas de carácter, realizan en la el valor social y la participación comunitaria de la belleza, en la poesía; otro caso sería el valor de la verdad, realizado socialmente por aquellas comunidades de individuos que desarrollan en sus disciplinas intelectuales sus predisposiciones nativas al conocimiento de la verdad; otro tanto sucedería en las comunidades vocadas a la realización del valor del bien, cuyo valor es esencialmente participado por individuos de temperamento moral, especialmente en la vida educativa, singularmente en la vida religiosa –sin dejar de tomar en cuenta que tanto en la vida pedagógica como en el pedagogo suele más bien dominar la actitud, en cierto modo contraria, del hombre voluntarioso, crático, preocupado por realizar el contra valor, egoísta, imperativo, del poder).
   Para el compromiso moral, esencial, de la educación, no basta enseñarle al hombre una capacidad (instrucción, adiestramiento), convirtiéndolo así en una especie de máquina útil, un eslabón más en la cadena del proceso administrativo o productivo, porque sin la clara comprensión y la afinidad sentimental con los valores fundamentales de la moral, de la educación, de la religión incluso, no alcanzará el sujeto  una personalidad ni bien desarrollada ni mucho menos armoniosa. Lo mismo puede decirse del conocimiento especializado, cada vez más tecnificado, en las diversas disciplinas, ya sea la historia, la filosofía las letras o la física, o en la especialización técnica que mira en dirección de la utilidad inmediata. Tal clase de especialización, promovida por el sistema competitivo de las filosofías del éxito, en el fondo lo que hacen es paralizar y extinguir la libertad de pensamiento crítico y el sentimiento de cooperación, en los que se basa la totalidad de la vida cultural También el terreno epistemológico el verdadero espíritu de investigación queda mermado por la creciente especialización sin remedio, volviendo imposible captar la estructura de la ciencia y sus objetivos en conjunto, construyéndose la ciencia entonces a la manera de la mítica torre de Babel, presentándose entonces las doctrinas tecnológicas con un carácter peligrosísimamente ambiguo: por un lado como meros instrumentos o artefactos neutrales, desprovistos por tanto de todo aspecto moral o ideológico; por el otro, aptas para influir en las decisiones morales fundamentales del ser humano, al presentarse sus resultados tecnológicos como fines deseables para la humanidad.      
  Todo ello constituye así un terrible complejo educativo, fuente amarga de desequilibro u oscilación onto-axiológica en el hombre, que lo hace zozobrar en una ciclotímia, arrojándolo por un lado a los caprichos de la existencia, ya de la labilidad y la accidentalidad historicista, ya en la jaula y el confinamiento del subjetivismo estéril –con frecuentes recaídas compensatorias en los extremos del gregarismo o de masificación, de sexualidad equívoca o vergonzante o de francachela perpetua, impulsiva y vertiginosa. Poniendo así en el centro mismo del ininterrumpido proceso educativo el desarrollo, la realización y la dignificación misma de la humanidad como conciencia y cumbre de la Naturaleza.   



[1] Ver: Alberto Espinosa, La ética de Alberto Einstein. Universidad Juárez del Estado de Durango e Instituto de Estudios Filosóficos de Durango A.C. Colección: Diálogos. Número 8. Ed. UJED e ICED. 72 pp. Durango, México, 2007.    










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