lunes, 12 de octubre de 2015

Tesis de la Durangueñeidad Por Alberto Espinosa Orozco

 Tesis de la Durangueñeidad
Por Alberto Espinosa Orozco





   Vale la pena recordar la doctrina de la durangueñeidad, a doce años del viaje postrero de su insigne fundador, el cultismo abogado, campeón de oratoria nacional y bienhechor de la cultura regional Don Héctor Palencia Alonso. La tesis de lo "durangueño" consiste en la idea de una cultura nueva, de un provincialismo sano, por inclusión, que no por exclusión, que con la debida distancia del centro por mor de su autonomía y particularismo propio logre conciliar el pasado con el presente, las bondades de la técnica moderna con los preciosos frutos distintivos de la propia tradición, para poder así llenar con vino nuevo los odres nuevos. 
   Tesis no económica, ni política, como quisieran algunas manos estrábicas, ojos confundidos y oídos miopes, prosélitos del determinismo materialista, hoy en día tan en boga; por lo contrario, se trata de una tesis propiamente cultural, que atañe a la cosas del espíritu, a la comunidad y a la intimidad de la persona, consistente esencialmente en una defensa del pasado que, al preservar y restaurar nuestra memoria colectiva, nos permita poner en foco lo que somos y el acento del corazón en el alma misma de nuestro pueblo, de nuestra raza, signada con un destino histórico de independencia frente a las potencias hegemónicas internacionales y sus pertinaces sistemas de cosificación y enajenación, aportando con ello una nota sin par, por su alegría y colorido, al concierto mundial de las naciones.
   Tesis de conciencia histórica es la de la durangueñeidad, pues, que se enmarca dentro de del amplio movimiento de la filosofía del mexicano propuesto por José Gaos y a su zaga por Octavio Paz, y con el que alcanza su acmé y su corona. Preciosa tesis, que nos hace ver lo que tiene nuestra circunstancia moderna de inborrable raíz: el ser nuestras vidas plurales y superpuestas a otras capas tectónicas del tiempo, porque debajo de la película relativamente superficial del hombre tardo-moderno, confinado, solipsista, egológico, cuya razón instrumental se delecta ahora en el vacuo culto al hedonismo personalista y al engañoso brillo del oro vulgar, porque debajo de esa capa, decía, se encuentran los firmes pilares y los vestigios ciertos del hombre medieval, religioso, cristiano, y la certeza de su fe inconmovible, inquebrantable, ligada al destino de un más allá y a una metafísica de la esperanza, enraizada a una sociedad creyente de misión trascendente -que es el hombre de la cristiandad, que llegó en la Colonia con la moral edificante, que igual construyó en nuestra tierra iglesias que escuelas; el hombre de provecho para su prójimo, del hombre de servicio bienhechor de su prójimo.   
   Por lo que el centro o núcleo de la tesis provinciana de la Durangueñidad encuentra su clave en la nota de resultar nuestras vidas, vidas hermenéuticas, cuya modernidad radica justamente en el esfuerzo de ser contemporáneos de todas las edades que nos constituyen, de ver nuestra actividad de hoy sobre el transfundo del sentido histórico. Sensibilidad histórica, en efecto, consistente en ir reviviendo así en la memoria las tradiciones y formas de vida que nos constituyen medularmente, que es el hombre medieval, cristiano, o el converso al catolicismo de la Colonia con la buena nueva de la redención de los pecados y la bienaventuranza del perdón celestial y de la vida nueva -contrarrestado con ello, asimismo, las inercias del hombre viejo y pagano, bárbaro e inmoral, invertido y hedonista, de la culturas antigua griega y de la mexica-azteca, o materialista, excéntrica y extremista de hoy en día, que son los agujeros por los que se desfonda toda modernidad auténtica. Viaje de vuelta, pues, de los extravíos modernos, que con los cloros regeneradores y el humus primordial del profético hombre nuevo a un centro más estable de la persona, que con su confiable doctrina sempiterna regala a los suyos con sus inconsútiles destellos de luz y misteriosos velos de belleza.
   Contra el desprecio de esos soñadores de quimeras, de esos habitantes del futuro inexistente, que sacrifican por el mezquino progreso personal la memoria colectiva que nos hace pertenecer a un  horizonte espiritual colectivo, la tesis de nuestro querido mentor Don Héctor Palencia Alonso, fundador de los Festivales de Cultura Revueltas en el año de 2002 (antes Festival de Cultura Tonalco) nos hace despertar a un valor enraizando íntimamente a nuestra tradición, a nuestra memoria colectiva, que al preservar en la evocación y en el recuerdo los tesoros de nuestros artistas más insignes como logros distintivos de la cultura propia, regional, durangueña, pues como en cada provincia, gracias a la resistencia  de la memoria y a la relativa distancia de los centros metropolitanos hegemónicos, está depositada en mucho el alma misma de la nación. 
   Sensibilidad histórica propiamente moderna, pues, que implica no ver el presente como el fruto de un pasado consumando, como el fondo lacustre de una tradición petrificada, sino ver el pasado que también nos constituye desde un presente en movimiento, que lo interpreta -y así el pasado cambia, se mueve hacia nosotros, volviendo al presente un comienzo. Pues el peligro de ignorar lo mejor del pasado es entrar a un tiempo cíclicos, cerrado, como el de los pueblos no históricos, o de perderse en el presente instantáneo, siempre amorfo y cambiante, de los modernos. 
    Sensibilidad histórica que también nos permite poner el punto sobre las "íes", la tilde en lo que es realmente importante y valioso, por su sentido trascendente incluso, para participar con ello y formar parte del alma sencilla, humilde y colorida, de un pueblo sufrido más cantarino, amable más resistente, manso, bueno, y profundamente religioso -que por lo mismo ha sido señalado por el dedo de Dios.




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