jueves, 10 de octubre de 2013

La Preparatoria de San Ildefonso Por Alberto Espinosa Orozco

La Preparatoria de San Ildefonso
 Por Alberto Espinosa Orozco




I.- La Preparatoria de San Ildefonso
   Construido por la Compañía de Jesús entre 1576 y 1603, San Ildefonso funcionó como templo durante 164 años, hasta la expulsión de los jesuitas en el año de 1767. Fue asimismo una de las instituciones educativas más importantes de la Nueva España, fundándose durante virreynato de Álvaro Manrique de Zúñiga el Seminario como Colegio Máximo y residencia de los estudiantes de la Congregación en 1588, albergando también a niños de familias criollas y españolas y becando a algunos niños mestizos.
   A principios del siglo XVIII fue reedificado sirviendo como Colegio hasta el 24 de junio de 1767, año en que son expulsados de México los jesuitas por órdenes de Carlos III de España. Desde entonces el edificio tuvo una vida azarosa: fue sede del batallón del Regimiento de Flandes; Colegio Administrativo del gobierno virreinal; sede temporal de la Escuela de Jurisprudencia y de la Escuela de Medicina; en 1847 cuartel de las tropas norteamericanas; en 1862 de las tropas francesas; en 1864 el emperador Maximiliano lo devolvió a los jesuitas y en 1865 cambió a Escuela de Estudios Superiores y dos años después, en 1867 se crea la Escuela Nacional Preparatoria estableciéndose en el Colegio de San Ildefonso y siendo su primer director Gabino Barreda (1818-1881), teniendo la institución juarista un espíritu liberal que asimilaba el positivismo de Augusto Comte. En 1874, por instancias del director Gabino Barreda, el pintor Juan Cordero decora uno de sus muros con el fresco Triunfo del Trabajo sobre la Envidia y la Ignorancia. El mural fue destruido en 1899 durante el porfiriato y en  su lugar se colocó el vitral La Bienvenida, encargado al Real Establecimiento de Baviera F. X. Zettler, de Munich, Alemania. Para el año de 1910 la Escuela Nacional Preparatoria pasó a formar parte de la Universidad Nacional creada por Justo Sierra. Durante el conflicto armado revolucionario  fue alternativamente, biblioteca, colegio militar, cuartel, almacén de forraje, café cantante y escuela comercial.
   La década de los 20 se inicia trágicamente con el asesinato del presidente Venustiano Carranza a manos de su otrora amigo el general Rodolfo Herrero, por órdenes del general Álvaro Obregón. El “Jefe Máximo” de la Revolución, Don Venustiano Carranza, pagaba con ello las órdenes militares que él mismo había girado para eliminar a los generales revolucionarios más conspicuos de la revuelta armada: Emiliano Zapata, Felipe Ángeles, Leopoldo Díaz Ceballos, Francisco de la Parra Álvarez y muchos otros más.  Venustiano Carranza fue asesinado el 21 de mayo de 1920 en la serranía de Puebla, en una casucha de Tlaxcalantongo. Nombrado como presidente interino el general sonorense Adolfo de la Huerta convoca a elecciones para el día 5 de septiembre y el general Álvaro Obregón asume la presidencia de la república e 1 de diciembre de1920.



II.- Acción y Arte
Los artistas queriendo participar con sus propias propuestas formaron el Grupo de Acción y Arte, organizando la primera Exposición de Independientes en noviembre de 1922. Pese a los intentos por boicotear la exposición ella logró considerable éxito, sobre todo pudo apreciarse el enorme valor de la obra de José Clemente Orozco, quien había trabado de manera silenciosa y apartada, En la muestra también participaron Diego Rivera, Sequeiros, el Dr. Atl, Jean Charlot, Fermín Revueltas, Rufino Tamayo, Leopoldo Méndez, Fidias Elizondo, Fernando Leal, Carlos Bracho, Guillermo Ruiz, Ignacio Asúnsolo, Miguel Cobarrubias y algunos más.
  Los primeros en pintar frescos en la “Escuela Grande” de San Ildefonso, teniendo como tema las fiestas mexicanas, fueron Jean Charlot y Amado de la Cueva. Posteriormente fueron obteniendo muros para su decoración Emilio García Cahero, Fernando Leal y Fermín Revueltas. Entre 1922 y 1923 Fernando Leal (1901-1964) representó La Fiesta del Santo Señor de Chalma y  Ramón Alva de la Canal (1892-1985) La Primera Cruz de México junto con El Desembarco de los Españoles donde pintó el arribo de los españoles a nuestras costas, tamblero también conocido como El Desembarco de la Cruz, y Fermín Revueltas La Alegoría a la Virgen de Guadalupe.  Por su parte Jean Charlot (1898-1979) efectuaba su visión de La caída de Tenochtitlán (también conocido como Masacre en el Templo Mayor), cuadro que se inspiró en la Batalla de San Román de Paolo Ucello y en la que aparecen como testigos de la conquista Fernando Leal, Diego Rivera y el mismo Jean Charlot en una muy afortunda crítica dela Conquista. David Alfaro Siqueiros también se incorporó pintando Los Elementos, Los Mitos, El Entierro del Obrero Sacrificado y Llamado a la Libertad -varios ensayos, no del todo logrados, en los cuales, sin embargo, se observa ya su preocupación por transformar el espacio pictórico, quedando como expediente su obra inconclusa El Entierro del Obrero Muerto. Jean Charlot junto con Alfaro Siqueiros insistieron en la idea del Renacimiento mexicano como eje del movimiento mural, inspirándose para ello en el Renacimiento italiano de pintura. Alfaro Siqueiros tomó como modelo a Massaccio (1401-1478) para pintar sus Elementos y Jean Charlot estudió a Ucello (1397-1475) para su Matanza en el Gran Templo. Irónicamente José Clemente Orozco, el artista más logrado de todo el grupo, fue el último en incorporarse, hasta julio de 1923 –y ello por recomendación del poeta José Juan Tablada, quien tuvo que interceder por él con Vasconcelos, pues era consciente del inmenso valor de su pintura y había escrito una nota sobre su exposición de 1916. Orozco realizaría  a la postre algunos de los tableros más representativos del muralismo mexicano.



   Muchos de los muralistas de San Ildefonso se adhirieron a la técnica empleada por Diego Rivera para sus decoraciones: la encáustica. Sin embargo Ramón Alva de la Canal y Fermín Revueltas, siguiendo a Montenegro,  convinieron en emplear el fresco para realizar sus proyectos –estudiando para ello las indicaciones del libro de  Antonio Palomino El Museo Pictórico y la Escala Óptica.[1] De hecho ambos los pintores se dedicaron por ese tiempo a estudiar con avidez los tratados pictóricos y a experimentar con los materiales en un pequeño taller al fondo del Anfiteatro. A Ramón Alva de la Canal y a Fermín Revueltas se les otorgó el vestíbulo de entrada a la Preparatoria, el cual es estrecho y tiene por tanto una perspectiva fugada, teniendo los pintores que valerse de juegos ópticos para evitar la distorsión de los trazos, para mantener a los personas dentro de la obra y no cayendo sobre el espectador. La Alegoría a la Virgen de Guadalupe de Revueltas es irrefragablemente una obra de carácter religioso, cuyas figuras tradicionales, sin embargo, dan lugar a una representación nacionalista de motivos y personajes mexicanos influenciados por la estética formal de Rivera.

   La verdad es que Revueltas debió sentirse interiormente repelido por el olimpo personal diseñado por Rivera en los muros del Anfiteatro, del cual se derivaba por rigurosa consecuencia de la lógica estética una especie de religión pagana montada sobre un clasicismo nacionalista, cuyas figuras cristianas ( la tres virtudes teologales) se insertaban a la manera de un mero código simbolista, de un juego barroco y meramente formal que se presentaba como un especie de acertijo, consecuencia más que nada de la inercia de la tradición metafísica, pero creída sin fe viva, todo lo cual daba al mural de Rivera un tono grandilocuente y a la vez biográfico, casi humorístico y poco serio. Fue entonces que Revueltas reaccionó adoptando el código estilístico de Rivera pero a la vez buscando las corrientes fontales de la tradición para ponerlas verdaderamente al día mediante su renovación –intento que, estaría presente también en José Clemente Orozco, en Frida Kalho y, un poco más lejos, en Ángel Zárraga.
   Fermín Revueltas, teniendo como ayudantes a los pintores Máximo Pacheco y Roberto Reyes Pérez, dio lugar a uno de los incidentes más memorables del inicio del muralismo se suscitó un día cuanto Vasconcelos fue a verificar las labores murales, encontrando a joven indígena Máximo Pacheco trabajando en el mural de Fermín. El secretario se encolerizó al juzgar que el ayudante estaba realizando el trabajo del maestro, ordenando Vasconcelos que el salario de Revueltas fuera trasferido a Pacheco. Fermín Revueltas tomó el suceso filosóficamente y cada día de pago mandaba a Pacheco por el sueldo, quitándole su parte y dejándole al ayudante el equivalente a un peso a la semana, que era el sueldo por su labor. Cuando se enteró Vasconcelos del hecho suspendió a ambos todo pago. Fermín Revueltas tomó entonces medidas más radicales, protagonizando la primera huelga artística de que se tenga noticia. Se encerró en la Preparatoria y mandó cerrar todas las puertas, tanto en la calle principal como las del lado de Justo Sierra, colocando una bandera rojinegra en lo alto del edificio. Ni los estudiantes, conejos o los revolucionarios, ni los profesores sabían de que se trataba. Fermín Revueltas había llegado muy temprano a la escuela y a fuerza de ebriedad y a punta de pistola sacó al prefecto y a todos los mozos, encerrándose adentro y alegando que no abriría hasta que no se le pagara su sueldo. José Vasconcelos, que laboraba en la SEP cuyas oficinas estaban enfrente se encontraba frenético por aquella insolencia. Cuando llegó a la escuela David Alfaro Siqueiros. Vasconcelos lo llamó a gritos para que viera con sorpresa enorme, desde la ventana de la Secretaría, a Fermín Revueltas paseándose furioso por el pretil de la escuela con tremendo pistolón en la mano. Se trataba de la más increíble de las huelgas: la de un hombre contra todos los demás, incluyendo el mismo Sindicato de Siqueiros. Vasconcelos no tuvo más remedio que seguir el consejo de Siqueiros y pagarle lo que se le debía al loco, desaforado y atrabiliario borracho. Siqueiros salió de la Secretaría con la bolsa de la victoria ente las manos gritando a media calle: “Fermín, Fermín, ya ganamos”. La multitud vitoreo a Revueltas y a Siqueiros. Resultas bajó del pretil, no dejando entrar a Siqueiros a la escuela sino hasta que tocó la plata y con sus inmensos negros ojos, más enloquecidos que nunca, reconoció a su amigo yendo él a la cantina más cercana a despilfarrar en copas aquel sufrido fruto de la pintura.[2]



   Al terminar su mural Revueltas se concentró, ya para 1924, en dos encomiendas, que apenas dejaron escuetas referencias por el paso del tiempo: la decoración de la Escuela de Ferrocarriles, en Buenavista, una serie de formas primigenias de raigambre indígena y estilo abstracto, y el mural para la compañía El Águila, en las oficinas de Avenida Juárez 94, en la que se representaba a la misma Avenida Juárez entre cláxones, águilas, mujeres de pelo corto y un avión que venía de Tampico. 
   Lo primero que llama la atención es que, buscando un carácter que identificara a la nación y uniera la conciencia popular, todos los pintores, terminaron todos ellos derivando sus temas y asuntos de la iconografía tradicional cristiana: vírgenes, mártires, entierros, redentores, el Pantocrator, hasta culminar todo ello con la mismísima Virgen de Guadalupe. Conciencia de una falta, de una carencia, pues, que como una yaga dejaba ver la carne viva tallada y abierta por nosotros mismos y que al ser llenada por la imagen divina se convertía también un bálsamo y un fuego para cauterizar y sanar las heridas. Esteticismo místico cristiano de extraño cuño crítico, que a la vez que hacia un retrato y diagnóstico de la enfermedad que nos roía por fuera y despedazaba por dentro aportaba la medicina para poder elevarnos a una cultura superior.
   Fue José Clemente Orozco el primero que se dio cuenta del enorme valor de Posada, viendo en el pilar independiente y el fundamento estético de la escuela mexicana de pintura. En el año de 1923 Jean Charlot comprendió todo el peso de esa estimación de Orozco y escribió un amplio ensayo sobre José Guadalupe Posada a los diez años de su muerte, encargándose simultáneamente de salvar sus planchas de la dispersión y del olvido. Diego Rivera, fiel a su incomparable oportunismo, llegó a afirmar incluso con el tiempo que Posada había sido el más importante de sus maestros.  Lo cierto es que la escuela mexicana de pintura encontraba en el humilde grabador y excepcional dibujante de Aguascalientes a su precursor y antecedente inmediato.










[1]  El libro de Antonio Palomino de 1723 y el de Francisco Pacheco, El Arte de la Pintura, también del siglo XVIII, habían sido por años  los manuales de arte de mayor prestigio en la Academia.
[2] David Alfaro Siqueiros, Me llamaban el Coronelazo. México, Grijalbo, 1977. Pág. 2002-203. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario