Los Dos Sentidos de la
Modernidad
Por Alberto Espinosa Orozco
Lo post-moderno mejor se debería llamar lo
re-moderno... porque no es sino una insistencia exacerbada en los rasgos más
cuestionables de la modernidad. Su rasgo distintivo es el temible fenómeno de
la aceleración de la historia, puesto que si algo define lo moderno es la
invención de máquinas, artefactos y procedimientos (técnicos-administrativos,
etc.), los cuales permiten una mayor eficiencia y aceleración de las acciones
humanas, siendo por ello el moderno mundo el de los aparatos que nos rodena por
todas partes... con un sentido de hacer más cosas en el menor tiempo posible
-médula a su vez del inmanentismo contemporáneo, del hombre para el que al no
haber ni Dios ni trascendencia posible en el otro mundo, ni espectativa alguna
de poblar la dichosa Isla de Bienaventurados, se precipita así a realizar sus
caprichos y deseos en este mundo, apresuradamente, angustiosamente, sin tiempo
que perder de por medio, puesto que ve que le queda poco tiempo de vida...,
pues, como repito, para ese tipo humano, materialista, ciencista, o llanamente
existencialista, no hay otro mundo.
Así, lo más característico del inmanentismo
contemporáneo es su angustia estructural, básica, constitutiva, debida a la falta
de tiempo, a sentir el hombre que el tiempo no le alcanzará para hacer todas
las cosas a que le impulsan sus pasiones, sus tendencias, sus instintos... su
irracionalidad. Ligada a esa angustia está también la aceleración en la
producción, propia del mundo fabril, que impulsa a hacer las cosas en serie,
multiplicadas mágicamente por la técnica, por la automatización mecánica de las
labores, y por el engranaje de la fuerza del aparato productivo, que pueblan,
que inundan el mundo de maravillas obsoletas aptas para el consumo y el
desecho; lo que a su vez conlleva el abierto desdén de las cosas hechas a mano,
a conciencia, despacio, con el alma, es decir, bien hechas, artesanalmente, y
que por lo tanto no están hechas sólo o únicamente ofrecidas para el consumo,
sino para ser miradas, porque tienen ellas misma una mirada, y para amarlas.
Es por ello otro rasgo de lo moderno, de lo
reteque-recontra-super-archi-ultra-mega-moderno, la llamada tradición de la ruptura... es
decir, la ruptura con la memoria colectiva, con la tradición de fe
trascendente, en lo esencial, pero también con la artesanía, el arte y la
literatura que buscan la identidad del ser humano, su pertenencia quiero decir,
en los niveles espirituales de la conciencia, o en el alma superior, en la
participación con el Nous del espíritu... que nos purifica y nos lava de las
culpas, de la hybris fáustica, de las herrumbres del pecado y de las
pasiones... y así nos redime y nos reconcilia con un mundo espiritual, que a su
vez resulta a la postre el más bello, justo, verdadero y el más humano de
todos. Mundo cuyas recreaciones pueden llamarse también modernas en su
primitivo sentido, por estar vivas, por su relativa novedad, pero que habla de
principios, mitos, misterios y tradiciones perennes... pues, después de todo,
en materia de espíritu, no hay nada nuevo bajo el sol.
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