Fermín Revueltas:
Traslúcido Vitralista
Por Alberto Espinosa Orozco
“Más ¿quién
puede escuchar las misteriosas
voces que eleva
en místico murmullo
El más oculto
seno de las cosas?”
Manuel José Otón
I
La obra de Fermín Revueltas Sánchez,
trascendente y generosa, se coronó en los tres últimos años de su vertiginosa
vida (1933-1935), con el arte del vitral, llevando esa expresión plástica a su
más alto desarrollo estético, no habiendo sido superado en México hasta la
fecha por artista alguno. Porque en el vitral Fermín Revueltas encontró un medio
material idóneo para transportar el contenido sentimental más propio a su
sensibilidad, hecho de franca luz y de refrescantes atmósferas que parecieran
bruñidas por un aire salubre y transparente en donde todo se limpia y se lava.
Sin embargo, a pesar de la consonancia de la
claridad y de los ámbitos traslúcidos de su obra con su tierra natal es poco lo
que guarda Durango de las reliquias materiales de su obra y nada de sus
vitrales. De Fermín Revueltas conserva su estado natal escasamente un cuadro de
caballete de pequeño formato en el Museo
del Aguacate y lleva su nombre un mercado destartalado en su tierra y lugar de
origen, enclavado en la Sierra Madre Occidental: Santiago Papasquiaro. No
sucede así en los estados circunvecinos del Noroeste Mexicano. En el potente y
millonario Nuevo León, en Monterrey, se cuenta desde el año 2000, en el Centro
de las Artes, con el fresco Alegoría de la Producción (1934), el cual se
proyectó para el vestíbulo del Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas. Revueltas, en efecto, pintó “inspirado y
legalmente asesorado” uno de los grandes murales del siglo XX, cuyos exquisitos
valores estéticos y compositivos sólo pueden compararse con los inigualables
refinamientos logrados en un momento por Ángel Zárraga, su precursor y
coterráneo.
En lo que respecta estrictamente a su obra
vitral, en buena parte desaparecida, puede decirse que algunas de sus cascadas
luminosas fueron imantadas por su estado nativo, tocándoles en suerte haber
sido proyectadas para el Norte de nuestro país.
El extremo y fronterizo estado de Sonora contaba con un extraordinario
vitral concluido y montado por la Casa Montaña de Torreón para la Casa del
Pueblo de Sonora (1933). Aunque fue robado y se desconoce su ubicación actual
queda memoria de los anteproyectos a prismacolor y acuarela sobre papel, por lo
que sabemos consta de tres dípticos: “La Revolución”, “Obrero Muerto y Mitin” y
“Zapata y la Maestra Rural”. Al parecer el último de estos dípticos fue una
reviviscencia del mural escenográfico montado tras la Catedral de Villahermosa
en Tabasco para una representación teatral en 1929, cuando fuera maestro del
legendario grupo de José Vasconcelos en las Misiones Culturales, donde Fermín
Revueltas descolló como la figura del héroe cultural por antonomasia.
Por su parte el vecino estado de Sinaloa
cuenta con uno de los vitrales más vanguardistas y experimentales de Fermín
Revueltas, debido a sus tonos de azul
nítrico, como si fuese bañado por una lluvia de azogue para el mejor zafiro o
sometido a las altas coloraturas de las imparciales atmósferas celestes. Me
refiero al vitral que realizó para las Oficinas del PNR en Culiacán, Sinaloa.
(1934). Obra trashumante por cierto, pues el edifico en que se montó fue
demolido, pero a algún personaje poderoso le gustó y se lo llevó para su casa,
rescatándolo la Universidad Autónoma de Sinaloa para la sala de lectura de la
Biblioteca de Ciudad Universitaria de Culiacán, donde se le conoce como “Todo
por la colectividad proletaria de México”.
Para Tepic en cambio quedo alguna promesa
apenas del genial pintor: el apunte vitral Triunfo Agrario (1933), proyectado y conservado empero en todos sus
detalles el proyecto, realizado en lápices de colores sobre papel, el cual
fuera realizado para la Universidad de Nayarit.
Por su parte la Ciudad de México cuenta
con una imponente cristalería de largo aliento, la cual constituye una
verdadera excursión didáctica de dimensiones colosales; me refiero a las obras
realizadas para el antiguo Hospital Colonia de Ferrocarriles (1934), hoy
oficinas del IMSS, pero también al conjunto de doce vitrales del Centro Escolar
Revolución llamado Ciencia y Electricidad (en donde destacan los tres vitrales
Tres Épocas en la Historia de México, 1934)
Los “Centros Escolares Revolucionarios” fueron fundados por el gobierno
de General Lázaro Cárdenas con quien Revueltas tenía alguna relación. Fermín
Revueltas, en efecto, diseña los vitrales, realizados por la Casa Montaña de
Torreón, teniendo como dibujantes ayudantes a Carlos Vázquez y a Francisco
Montoya de la Cruz. Habría que añadir que después de la inauguración del centro
educativo con los vitrales de Revueltas, el 20 de noviembre de 1934 se completó
la obra arquitectónica, sumándose a los vitrales del artista santiaguero una
serie de murales, llevados a cabo en 1936 y 37 por noveles artistas
revolucionarios de Michoacán, comandados por Raúl Anguiano entre los que se
cuentan: Everardo Ramírez, Antonio Gutiérrez, Ignacio Gómez, Gonzalo de la Paz
y la pintora Aurora Reyes Flores. Por
último no hay que dejar de tomar en cuenta aquellas obras realizadas para
particulares, entre las que se conocen unas cuantas: La Poesía y la Música
(1933) y Las Danzas. (1934), pero también el fabuloso Boceto para la Escalera
Principal del Banco de México (1935), el cual es toda una alegoría de la
modernidad. Obra, pues, que a la vez que espejea el rostro idealizado de toda
una nación, celebra no menos sus grandes espacios exteriores cósmicos y
geográficos que de la fuerza trasformadora del trabajo, vertiendo y esparciendo
en ella la inigualable luz de nuestra tierra.
Fermín Revueltas encontré en el vitral en el último tramo de su existencia
(1933-1935), un medio propicio para alcanzar a dar el color a sus proyectos
didácticos y a sus ideales sobre la educación. Resulta así urgente llamar la
atención sobre la obra de ese último periodo, pues el tema de la educación está
esencialmente presente en todos ellos, sintetizando sus ideales en un pequeño
número de vitrales y proyectos vitrales, que no alcanzan la decena –siendo
empero algunos de ellos de gran envergadura.
II
III
Los vitrales más destacados que versan directamente
sobre la educación, por tocar el tema educativo o ser sus recintos destinados a
sus tareas son: Triunfo Agrario (1933), Proyecto Vitral para la Universidad de
Nayarit), el Proyecto de Tres Dípticos para la Casa del Pueblo de Sonora (1934),
el hermoso vitral virado al azul titulado “Todo por la colectividad proletaria
de México” en las Oficinas del PNR en
Culiacán, Sinaloa. (1934, hoy en la Biblioteca de la UAS en Culiacán) y los
doce vitales del Centro Escolar Revolución (1934) en Ciudad de México.
Las
traslúcidas composiciones de Fermín Revueltas consisten en posar a sus figuras
entre los espacios aéreos y la fuerza monumental de la naturaleza o del mundo
artificial creado por el trabajo y la cultura, que igual son las musas de la
Música o de la Poesía (Melpómene y Urania) que Zapata, el Cuadillo del Sur, o
la Maestra Rural. Celebración de la geografía, es cierto, pero donde lo que
propone al espectador es en realidad un arte de tesis y visionario, de profunda
vocación social, de cuño francamente altruista y de honda raigambre caritativa,
pues, cristiana. Su visión de la era moderna es así la de una mixtura bien
equilibrada de emoción e historia, de riguroso trabajo calificado y comunidad
de fe trascendente, en donde lo que reina en todo momento es el vértigo de la
acción constructiva, armonizada toda
ella por una especie renovada de la “toltecayotl” en cuyo código se expresó la
antigua grandeza nacional. Así, los ideales educativos del pintor durangueño no
son otros que los de la convivencia formativa y la solidaridad social, pero
también los del laicismo entendido rectamente como lo que en realidad es: la
posibilidad autoconferida de la sociedad misma expresándose como libre –todo
ello para lograr expandir la formación humana en el rumbo de una cultura
suficiente, tendiente a la autonomía y a la homologación de justicia social.
Esperanza fundada, pues, en una fe activa, cuyo suelo concreto es una síntesis
orientadora tanto de los fines propios del trabajo como de la escuela, armonizados
al paisaje campesino, propuestos así como una salvación de las circunstancias
por vía de la cultura misma. Temas todos ellos hoy en día vigentes y de gran
actualidad, como veremos.
Lo cierto
es que por aquellos años de los 30´s se debatía en México con pasión y no sin
intriga la idea de la “educación socialista”, a propósito de la reforma del
artículo 3º Constitucional. Respecto del “laicismo” en la educación la
confusión creada por la muchedumbre de opiniones, interesadas por la buena y la
mala fe, fue pronto despejada por la claridad del concepto. Porque si Fermín
Revueltas y los otros grandes artistas de su edad la iban afirmado dándole un
contenido iconográfico sustantivo, los refinados escritores del momento no
quedaron a la zaga. Tocó al lucido poeta y crítico Jorge Cuesta, cabeza
intelectual del prestigiado grupo Contemporáneos, recordar lo que la tradición
de revolucionaria independencia había torneado para esa voz, dándole a la
expresión verbal su carácter propio de autonomía social –diríamos hoy
“democrático”-, y despejando las densas turbiedades con que se quiso confundir
el concepto.[1]
Porque el
laicismo de la educación se llegó a interpretar irresponsablemente como un
monolito oscurantista de antireligiosidad -deformante por tanto ya no digamos
de lo que hay de homo religiosus en
el hombre, sino llanamente de sujeto moral, de esa exclusiva humana consistente
en poder discernir el bien del mal, y que se presenta esencialmente como el
a-priori de mismo de nuestra especie o de la naturaleza humana, dividida de
raíz entre las posibilidades del bien y el mal. Y ello de manera ideológica y
nada gratuita, pues encubría grupos de poder “burgueses” cuyos intereses
económicos y políticos eran los de relegar a la “Revolución Mexicana” en las
catacumbas de las utopías irrealizables o de postergarla para un vagaroso e
indeterminable Día del Juicio Final.
En realidad, a lo que se temía era a una
enseñanza diseñada para abrir el espíritu y aportar un horizonte nuevo,
moderno, a la nación –siendo así el ideal de la educación socialista o
confundido o considerado como una depravación por parte aquellos que quisieran
ocultar los hechos o que huyen de la correspondencia de las definiciones con la
realidad, movidos por la intención de
torcer los caminos de la nación. La corrección de Jorge Cuesta fue tan rigurosa
como elemental: sin desplazar ni el concepto ni su historia, la expresión “laico” se opone a clerical, no a lo
religioso –pues es un concepto sobre la naturaleza de la sociedad, no sobre
cuestiones de conciencia individual. Porque lo que afirma en el fondo el
laicismo es que la “escuela laica” es aquella que pertenece a la sociedad -no a
una clase social, sea esta burguesa, proletaria, clerical o política. Su deber
es así el de impartir la cultura de la sociedad laica, con su contenido
positivo de historia, ciencia, arte, técnicas, lenguas e instrumentos de
producción, que por su parte tampoco pueden pertenecer a la clase burocrática o
proletaria, o a la ignara en materia de cultura, sino a la correspondencia
vocacional con los estudios y a las necesidades profesionales de la sociedad.
Yendo más lejos, la sociedad laica es aquella fundada radicalmente en sí misma
o con capacidad de autonomía radical, capaz de dictarse a sí misma su destino y
de cumplir los fines intrínsecos a la cultura y a la educación mismas. Es
decir, es la sociedad fundada en la idea de autonomía nacional, derivada de la
historia de México como nación independiente –corona histórica, intocable, de
la soberanía nacional.
Sin embargo, también se propuso que tal
educación fuera “socialista”, demanda que se sumaba al reparto de tierras y a
la libertad sindical. La interpretación de esa idea nos aqueja hasta la fecha.
La educación “socialista” se presentaba así al lado de la cultura fundada en la
“verdad científica”, contra los dogmatismos y prejuicios, enderezada en el
sentido de formadora del espíritu de
verdadera solidaridad humana y de socialización progresiva de los medios de
producción económica (estatismo). Empero, la ciencia es sólo una parte de la
cultura, impotente por tanto de gobernarla o dirigirla en su totalidad,
pudiendo tal “verdad científica” no más
que una doctrina entre otras (positivismo) que al no respetar sus
fronteras (ciencismo) tiende a convertir al hombre en parásito de la ciencia y
al público en pasivo zombi de los explicadores.
Hay
atavismos y prejuicios religiosos y capitalistas, pero también los hay debido a
la incultura, al positivismo, al socialismo mismo. Con la idea de la “educación
socialista” se intentaba detener a la reacción, empero la verdad es que fue
desde la Secretaria de Educación que un grupo embozado en un “comunismo” de
ambiciones abiertamente sediciosas se consolidaba conformándose como un “nuevo
porfirismo”, antiliberal y perfectamente reaccionario. El “socialismo” en la
escuela funcionó así como una palabra fetiche en cuyo charlatanismo de circo de
tres pistas podía mezclarse el racionalismo de la iglesia y de la burguesía, el
socialismo fascista, el socialismo sindicalista, el socialismo proletario, el
socialismo antirreligioso, hasta englobar incluso al nacional-socialismo. La
verdad es que el proyecto de la educación socialista no hizo sino combatir el
“fanatismo religioso” con las armas de los jacobinos, cuyo contenido no es otro
que le de la vieja escuela del porfiriato: el positivismo, rebautizado
simplemente con el nombre de socialista. Porque la base ideológica fundamental
de tal escuela no era otra que dar a los estudiantes “una concepción racional y
exacta del universo”. Lo que equivale a una expresión de puerilidad,
inconciencia e inmadurez de espíritu, pues donde por ley se pedía a la escuela
mexicana lo que nadie se atrevería nunca a pedir: que enseñe la verdad
absoluta, intentando con una frase cambiar la faz del mundo y reformar el
universo. Porque si tal verdad absoluta se busca en el “materialismo
dialéctico” lo que se encuentra no es una verdad científica, sino una
interpretación filosófica asentada en el barro de supuestos sumamente
discutibles y abocardada por sus sangrientos fracasos históricos totalitarios.
Acaso la materia posea un principio racional, pero ello es un problema para ser
resuelto por cosmólogos, no por maestros de primaria. Lo cierto es que si la
“escuela socialista” tiene el deber de enseñar una concepción científica del
universo no se le puede distinguir en
nada de la escuela positivista, volviendo indistinguible tanto el “profirismo”
del “juarismo” cuanto el “positivismo” del dogmatismo.
Así, lo
que se perfilaba era una escuela que se adelanta… pero hacia atrás, y que por
ello resulta perfectamente reaccionaria -o bien sovietizante, pues establece
una dictadura educativa proletarizante y sindicalista, que mantiene en la
ignorancia a la juventud de todos aquellos conocimientos y figuras censurados
como herejías por el Partido. Modelo nada nuevo, por otra parte, inventado
desde la Edad Media por la Iglesia Católica y revivido por las dictaduras de
Hitler en Alemania, de Mussolini en Italia, de Franco en España.[2] Curioso
triunfo de la oposición revolucionaria también, consistente en censurar y
perseguir desde su rebeldía entronizada a cualquier otro tipo de educación
calificándola de “ideologías utópicas”.
Así, la
consecuencia de tal modelo educativo no fue otra que el de la supresión
completa de la educción a favor de una propaganda política de superlativo
extremismo. La confusión de la educación con la propaganda política no fue sino
el corolario de un desquiciamiento en las capas más bajas de la mentalidad
magisterial, ayunas de toda técnica y cultura, donde se fraguó la confusión
entre la figura del maestro y la del líder sindical –así como se fraguaba desde
la misma SEP la confusión del artista con la del charlatán. La consecuencia de
tal fantasma, de tamaña expresión vacía de contenido, que tan bien sonaba a los
oídos políticos para sus discursos demagógicos, no fue otra que la del
mimetismo y la simulación, que es lo peor que puede pasarle a una escuela, pues
al ser detectada por los alumnos la insinceridad en los maestros se pierde toda
autoridad -quedando expuestos a la vergüenza pública como el más vivo ejemplo
de inmoralidad.
La
conclusión de Cuesta fue la de que, en definitiva, no puede haber una
“educación socialista”, sino a lo sumo una política socialista de la educación,
que defienda como primer principio motor la soberanía de la conciencia y la
libertad de pensamiento, llevando hasta las clases populares la conquista
histórica de la libertad de conciencia como inarrebatable libertad ganada por
las luchas del pueblo de México.
Lo que en medio de la trifulca argumental se
desdibujo es el punto central: que lo reaccionario no es una cuestión de
prejuicios, sino de intereses -más de clases de intereses que de intereses de
clase. Asunto que el muralismo trabajó a su manera, porque no deja de haber
también en el movimiento muralista una denuncia de los excesos de las
concepciones “socialistas” totalitarias, las cuales en términos de
maquinización y propaganda han llegado a “socializar” a los hombres hasta el
extremo de dejar impedirle ser libremente individuos.
Así,
aunque por esos años se multiplicaron las escuelas en número, la deficiencia
interior en cuanto a calidad educativa pronto las convirtió en obras utilizadas
por los intereses reaccionarios. Porque no es el socialismo el padre de la
ciencia y la cultura, sino el que para realizarse necesita de una ciencia y una
cultura objetivas y universalmente
válidas. Nadie ignora que los ideales de la Revolución quedaron postergados en
esta asignatura. Los verdaderos artistas, es claro, caminaron por otras
veredas. Pretendían dar a la escuela una finalidad que estaba ya en la vida
nacional, que había asimilado la doctrina viviente de la Revolución en términos
de poderosas imágenes y de textos sustantivos.
[1] El poeta cordobés Jorge Cuesta (1902-1942), quien trabajó en la Secretaria
de Educación Pública apoyado por Bernardo Gastellum, sólo realizó dos
publicaciones unitarias en vida, los folletos de 1934: El plan contra
Calles y Crítica a la Reforma del Artículo Tercero. La
serena sabiduría de su juicio crítico lo hacen un autor filosófico
indispensable en las materias de educación y de cultura mexicana contemporánea.
[2] Doctrina de “oposición” heredada de Calleas al gobierno de Cárdenas y
cuyas filtraciones regresivas son hoy por hoy representadas por el “viejo
labastidismo”. Samuel Ramos “El Fantasma
de la Educación Socialista”, UNAM, Nueva Biblioteca Mexicana #46, México,
1990. Este artículo se publico junto con otros en forma de libro en 1941 bajo
el título Veinte Años de Educación Socialista.
La obra de Fermín Revueltas se presenta así
como un arte de significación mística, cuyo argumento es el de una pasión
religiosa por el alma, no en lo que tiene de minúscula porciúncula en el
engranaje social, sino de trascendencia y de totalidad, donde cabe por tanto la totalidad de lo
creado. Imágenes que se suceden y engarzan sin solución de continuidad y donde
cada mosaico se integra en el todo, en una concatenación cromática y
compositiva de rara perfección, de arquitectura necesaria: de revelación de un
orden a la vez humano y cósmico, de un mundo armonizado por la virtud estética
de su arte en correspondencia con las normas eternas.
Inmersión en las profanidades del ser: red de
relaciones y escafandra para poder sumergirse a otro mundo, a un más allá de
nuestro mundo, para revelar entonces lo invisible y trascendente: lo que
sostiene en cada punto a la inmanencia. Pero no para traer de él sus extraños
peces y vegetales fabulosos y arrojarlos a la playa como a un zoológico de
espectros, sino para llevarnos a nosotros allá, para tirar de la molicie y
hacer despertar la sensibilidad del cuerpo adormecido a la realidad de aquello
que más nos cala y sigue dentro de nuestra alma y nos determina, y que por ello
consideramos también como lo más nuestro, comparable sólo con la nostalgia de
la querencia de la infancia, que se muestra en el paisaje, en la tierra o sus
criaturas, y que es la expresión de lo eterno que se ha fundido hasta la médula
con el alma de la nación y del artista. Porque lo que nos enseña la obra de
Fermín Revueltas como vitralista es una especie de pudor religioso, por el cual
el alma del pintor y sus visiones adoptan una posición para mostrarse en su
profundidad y extensión -no para participar de una ilusión, sino para
reconciliar a los amantes míticos: a la vida con la totalidad de lo creado, a
la belleza con la inteligencia y al alma con Dios.
La obra de Fermín Revueltas es así una
búsqueda de la luz y de espíritu que a través de un pequeño conjunto de
imágenes míticas y emblemas de la patria muestra el rigor que tiene el
pensamiento imaginario y la visión, que expresa al espíritu por las virtudes de
su acción edificante y afectiva, por sus poderes de contemplación y de
creatividad -porque la verticalidad y trasparencia del espíritu es también la
del pensamiento, que por sí mismo es naturalmente luminoso. Su obra vitral se
presenta entonces como una clara mística de la luz, cuyo genio hay que buscarlo
en la capacidad para asimilar y armonizadar las diversas tradiciones indígenas
y arcaicas con las recientes y extranjeras. Nacionalismo revolucionario, es
verdad, pero no en lo que tiene de particularismo folclórico o de típica curiosidad,
mucho menos en lo pudiera haber de alarido y estruendo sanguinario o de fuego
resentido, sino en lo que hay en él de conciencia del alma humana y de su
misión universal.
Viaje místico también, pues, donde México no
es visto no como una idealidad abstracta, sino en lo que tiene de espacio
geográfico limitado y concreto, donde lo que se celebra no es simplemente el
paisaje y el exotismo regional, sino un simbolismo poético y filosófico cargado
de reverberaciones sentimentales y hierogamias solares y en donde se revela su
historia y destino espiritual. La
aportación del artista mexicano al arte es visto así en términos de
independencia y de espíritu propio, potente para expresarse en una obra clásica
de perfecto carácter, crítico y reflexivo, dueño de una responsabilidad
superior: de un lenguaje, pues, cuya significación y carácter resulta universal
por su espíritu de trascendencia y de humanismo.
Porque para el artista la existencia del
mundo, amenazada constantemente de retornar al caos por el terror de la presión
y el dolor de los acontecimientos históricos, es vista como una cifra de la
esperanza, pues es también periódicamente regenerado por una nueva creación,
adelantando su obra como en baño purificador la imagen restaurada de la resurrección
y la bienaventuranza eterna. Búsqueda de la realidad absoluta y de la fuente de
la vida, pues, que da a la obra de Revueltas su significación cósmica, ya que
el hombre refleja en su misma estructura histórica a la vez la obra de Dios (el
cosmos) como la revelación de la norma (la Ley). Porque para hacer efectivo el
nacimiento del hombre regenerado y hacer surgir en él el elemento divino,
depositado como potencia en el alma o centro mismo del hombre (atman), hay también que tomar distancia
y hacerse como extranjero del mundo.
Así, el “materialismo dialéctico” del pintor
es interpretado como un padecimiento universal de la materia a ser incorporado
por el artista como sufrimiento personal en términos de labor constructiva y
como drama histórico en términos de su participación concreta en la gesta de
una cultura -no como el cristianismo exasperado de los fósiles de la fe, sino
como un aire salubre y respirable que invade el espíritu después de una jornada
realizada a conciencia. Y es en esa responsabilidad cumplida, en el drama
histórico de su personalidad, donde debe buscarse el prestigio y la autoridad
que de su obra dimana. Porque su expresión es la que surge de un corazón puro,
de una buena conciencia y de una fe sincera y que por ello puede ver la geografía
misma de la nación como un organismo vivo y traslúcido, espiritualizado por las
formas estéticas y transido por los signos de su historicidad.
Tal proceso de humanización se forja
entonces como un nuevo clasicismo, que incorpora a las formas populares de la
poesía y la pintura española, -pues en México no hay propiamente una poesía
popular indígena autóctona-, así como la poesía y el arte culto de la tradición
universal y trasmigrarte. Proceso en el que incluso expresiones corporales
estéticas sobrevivientes, como la danza del mundo mesoamericano, muestran una
inclinación clásica en su preferencia por las normas universales, superadoras
de cualquier particularismo, y cuya originalidad se debe a la fidelidad al
origen –donde, por caso, la danza del venado es contemplada en lo que tiene en
sus evocaciones rítmicas de causa espiritual y de participación con el fluido
cósmico.
Así, el paisaje mexicano mismo incorpora a
la particularidad histórica de lo moderno la cultura universal, no mediante una
descripción impersonal o impregnándolo de los sentimientos caprichosos del
espectador, sino por medio de un humanismo riguroso y culto que lucha
infatigablemente por incorporarlo a la geografía -cuyo ideal va más allá de la
mera complicidad bucólica con las cosas del mundo. Romanticismo, es cierto,
pero que busca en el imperativo de la universalidad un rigor más profundo y en
la historicidad un destino potente para disolver toda opacidad, toda
parcialidad y todo regionalismo.
Si Fermín Revueltas es nuestro máximo
vitralista, ello se debe a que supo ver e interpretar de un modo fiel el
destino de México –digamos su sentido
real de la nación como República. No es menos cierto que a ello precede una
concepción del espíritu humano (nous) caracterizado por la vida y la luz.
Elementos que subrayan, pues, el elemento espiritual entre el hombre (río de
imágenes que como la bruma se disipa) y lo divino (fuente de agua viva). La
luz, pues, como principio (re)generador y símbolo de la verdad suprema
(revelación visible de esa luz), de la que todo procede y que está presente en
nosotros mismos. Así, su obra es toda ella una epifanía del espíritu y de la
energía creadora en todos los niveles cósmicos (ser
viviente-luz-espíritu-divinidad).
Visión paralela y simultánea de la geografía
terrenal no menos que de la celeste, donde se expresan los misterios
cosmológicos que exaltan la obra de Dios no menos que el jardín interior
figurado en términos de paisajes y escenas concretas, donde reversiblemente es
posible englobar la visión del mundo
celeste, del cosmos, pero también de la ciencia y de la historia nacional
–propuesta por la sensibilidad del artista a partir de una visita fiel del
mundo, tanto del macrocosmos (la totalidad) como del microcosmos (el hombre).
También revelación del auténtico futuro de nuestra tierra en una sorprendente
síntesis de antropología filosófica, bajo la solfa de una especie de
sincretismo donde se dan cita la creatividad revolucionaria, la historia y la
fe religiosa.
Son estas facultades visionarias lo que se
ha querido ocultar en la obra de Fermín Revueltas. Empero la incuria, la
destrucción y la irresponsabilidad con que sido
tratado su trabajo (por quienes quisieran cambiarnos el oro de la vivencia
poética y de la contemplación por la pirita de la permisividad y el
particularismo narcisita) no ha podido
ni desdibujar su trayectoria ni borrar la significación de su obra que,
incardinada en la tradición, ha durado y resistido a los embates furibundos del
tiempo. Ello se debe a que la obra del autor se inscribe en la tradición para
continuarla de forma revolucionaria, buscando en ella su sentido social
absoluto, su sentido filosófico, impregnándose así no menos del dolor de la
materia que del fluido cósmico de la creación, para poder entonces atisbar en
la historia lo que hay en ella de obra de arte también, vivificadora del gusto
y orientadora del sentido.
La obra de Fermín Revueltas puede
considerarse una obra poética en lo que tiene de versal, de obra que vuelve
siempre con el ritmo por ser resistente al tiempo, destinada así a regresar, a
retornar, para hacernos volver a ver en sus imágenes que nunca había estado con
nosotros y que nunca había dejado de mirarnos. Visión mítica de México, es
cierto, en cuya elaboración e invención de arquetipos, de figuras y de
estancias geográficas se descubre también un aliento profético y el jardín
interior del alma, reveladores de la perfección que el hombre conoció antes de
la Caída. Porque en sus tapices vitrales se refleja una faceta astillada de la
luz verdadera, donde pareciera posarse tras de las nubes y de los cristales la
eterna verdad del Creador.
Trompo de siete colores en cuyos giros
regresa una imagen sintética, luminosa y unitaria de una época futura más
estable y feliz, la cual se revela delante de los ojos con la precisión de un
traslucido cristal donde se condesa una realización plena, y una completa
filosofía geográfica de nuestra nación asentada en una antropología filosófica
fecunda. Su destrucción parcial y ocultación –porque aún el fuego solar es
herido y dividido por las oscuras lenguas quemantes del veneno- no es así sino
un retraso ponderable, que por virtud del tiempo nos permite empezar a poner
ahora en foco, después de muchas décadas de ausencia, la pulcritud de su mensaje
estético.
IV
El arte contemporáneo y la filosofía, no
mezclados o confundidos por la política, mostraron en esos años un radicalismo
y progreso sin igual en la historia del siglo XX. A la sincera y profunda
intuición revolucionaria, cuya libertad sin restricciones se había penosamente
conquistado, acompañó también la acción falsificada, improvisada y fatua de
aquellos dispuestos a sacar provecho de sus frutos al precio de corromperlos. La primera gran crisis de la Revolución se
escenificó así en la acción política, sucediendo al reino de las “acciones”
libres el reino de los “hechos” encadenados y monolíticos, trenzados a fuerza
del temor por los acontecimientos y por la decisión de determinarlos de
antemano, siendo cosificados por una idea aterrada por el cambio de ideas y en
cuya petrificación se expresó el horror a la imaginación y el propósito de
detener el avance del pensamiento, el cual a más de imprevisible está siempre
lleno de hallazgos y sorpresas.
Osificación sin semilla ni fruto, pues, de
la libertad de acción y de pensamiento, que se expresó bajo la forma de la
reacción propia a la inferioridad intelectual y en la que buscar la razón de
ser de su carácter dogmático y suficiente, también de su tono resentido, cuya
inversión de conceptos repugnaba de la libertad misma o de sus obras, de sus
valores trasmutados en bienes, acusándola de reaccionaria, acuñando un modelo
más de “socialismo vulgar” sin ciencia y sin cultura, y un “arte dirigido” y
artificial destinado a ser un narcótico más, revelador de su carácter
mercadotécnico en la repetición cacofónico o incluso en la venal venta de la
imagen (pornografía).
Fermín Revueltas, por lo contrario, siguió
hasta el final cultivando un arte de desenajenación espiritual y el ideal de la
autonomía nacional libre de rapiñas y asechanzas. Así la recuperación de la
tradición indígena y prehispánica, pero también del mundo colonial, lejos del
folklorismo trascendental que se conforma con una estimación adjetival de las
artes populares o de los héroes civilizadores, fue proyectada por el genial
vitralista como una verdeara Aufbebung:
como un proceso de levantamiento de esas realidades históricas y geográficas en
un nuevo nivel -dimensión donde fue por un momento posible superarlas en su
restaurada conservación, en lo que tienen no de herrumbre y polvo o de
petrificación y de tiniebla, sino de carne espiritual y luz de pensamiento.
Si es verdad que su travesía en las Misiones
Culturales dotó al pintor de una finísima sensibilidad para esas realidades, no
es menos cierto también que lo proveyó de una preclara visión del lugar de la
técnica en el mundo mexicano moderno, al poner en el centro el problema radical
del ser humano: el de su puesto y lugar en el cosmos. La técnica, en efecto, es
celebrada por Revueltas no en lo que tiene de mero dominio de la naturaleza,
sino en lo que hay en ella de instrumento de comunicación y diálogo entre la
naturaleza y el hombre. El arte útil fue visto así como sirviendo al arte
bello. Quiero decir que en sus visiones el artista nos hace observar la
necesidad no sólo de obedecer a la naturaleza para poder canalizar sus fuerzas,
sino también de “humanizarla”, de integrarla a los valores vitales y culturales
de una cultura, creando con ello el verdadero paisaje mexicano potente para
despertar también lo que en el hombre hay de resumen universal o “microcosmos”.
Pintura filosófica, pues, en la que conviven
una interpretación de la historia de México como nación independiente, con la
conciencia del laicismo como la herencia mayor de una sociedad autónoma,
potente para fundarse radicalmente, para darse a sí misma su destino. También
recuperación del ideal del mestizaje y del
pensamiento esotérico cifrado en el mito de la “raza cósmica” y en la
esperanza del “quinto sol”, personificado en la imagen de Quetzalcoatl como
héroe civilizador y el despliegue de todo un simbolismo de carácter solar y
luminoso.
Búsqueda metafísica de la luz solar y del
espíritu, es verdad, la cual se integra a partir de una serie de visiones
prístinas de la geografía nacional puesta en términos del simbolismo del
“pueblo del sol”, pero que a la vez añade la visión transformadora del
vanguardismo moderno bajo la suerte de una serie de citas culteranas o guiños
sentimentales en homenaje al mundo contemporáneo, y donde se dan cita las
poderosas imágenes del futurismo estridentista mexicano: el Avión de Luis
Quintanilla y de Francisco Saravia sobrevolando la dilatada Urbe de Manuel
Maples Arce o dibujando los planos constructivos de sus Andamios Interiores.
Obra efectivamente social, comunitaria incluso en lo que tiene de espíritu de
comunicación, de ferroviario aventurero, y de arte campesino, por lo que en hay
él de insistencia en el carácter del esfuerzo colectivo armonizado al esfuerzo
individual de la siembra de la propia hectárea, para fundirse finalmente con la
nación en la empresa mayor de la gesta cultural. Articulación, pues, de expresiones variadas, cuyo corpus a su vez
es capaz de crear no sólo situaciones aisladas de convivencia formativa, como
las flores y hortalizas en el huerto, sino continuas y ecuménicas,
o cultivadas en los campos contiguos de la realidad geográfica mexicana
y aceptadas responsablemente por una comunidad entera de escala nacional. Es el
ideal la cultura, que en su concentración de valores adelanta por futuribilidad
el nuevo día esperado por venir. Visión inédita y adelantada del mundo y del
hombre, vigente por tanto como promesa hasta el día de hoy, que por ello resulta
perfectamente contemporánea y vanguardista –a la vez originaria y muy antigua,
por ser sus visiones las que arraigan y nos devuelven a un tiempo transparente, pero que a la vez
da cuenta de la ambigüedad de nuestro tiempo,
en donde no sabemos si vivimos el final o el principio de los tiempos.
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