José
Clemente Orozco: el Genio Mutilado
Por Alberto Espinosa Orozco
José Ángel Orozco Flores nació en Zapotlán
el Grande el 23 de noviembre de 1883, siendo su padre Ireneo Orozco Vázquez,
modesto propietario de un fábrica de tintas, colorantes y jabones y de un
taller de imprenta, y su madre María
Rosa Juliana Flores Navarro, matrimonio que procreó a Rosa, Elizabeth, muerta
muy pequeña, el mismo Orozco y un hermano menor, José Luis. . Marcha con sus
padres a vivir a Guadalajara a los dos años de edad viviendo en una casa
sencilla de la calle de San Felipe, frente al templo del mismo nombre,
manifestando un precoz gusto por el dibujo. Ireneo Orozco sufre un revés de la
fortuna por lo que con su familia se traslada a vivir a la ciudad de México en
1890, viviendo en una casa de la calle Hospicio de San Nicolás (hoy República
de Guatemala) dedicándose a la impresión de estampas de primera comunión y de
bodas. Es el tiempo de publicaciones de sátira y entretenimiento como el Hijo del Ahuizote, Don Chepito, El Fandango, Colmillo Público, etc.
José Clemente Orozco estudia en la escuela primaria
anexa a la Normal de Maestros que se encontraba en la cerrada de Santa Teresa
(luego calle Licenciado Verdad) al tiempo que, siendo aún un niño, tranquilo,
reservado y solitario, tomaba clases nocturnas de dibujo en la Academia de San
Carlos, donde fue inscrito por Rosa su madre a insistencia del futuro
muralista, asistiendo primero en calidad de oyente (supernumerario) y luego
como por órdenes del director del plantel como alumno regular. Saliendo del
plantel el futuro genio del pincel corría a las vidrieras del expendio para
comprar las ediciones el artista poblano Vengas Arroyo, ilustradas por el
grabador y dibujante guanajuatense José Guadalupe Posada: verdadera cajas de
sorpresas de la que salían calaveras, cuadernos de adivinanzas, ejemplos,
oraciones, recetas de cocina y escritos satíricos.
Muy joven ingresa a la Escuela Nacional de
Agricultura de San Jacinto en 1897 para cursar la carrera de perito agrícola,
recibiendo una pensión mensual del gobierno de Jalisco para pagos de libros y
colegiatura de donde egresa en 1900, recibiéndose un año después con la tesis
“Las Fibras Vegetales” –llegando incluso a obtener un diploma en 1899 por un
segundo lugar en un concurso de dibujo topográfico de manos de mismo Don
Porfirio Díaz.
Ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria a
estudiar arquitectura, pagando sus estudios con un sueldo que ganaba por
levantar planos topográficos. Sin embargo, en 1903 sufre la perdida de su
padre y teniendo 21 años de edad se hace
cargo de su madre y de sus hermanas trabajando como dibujante en El Imparcial al lado del caricaturista
Carlos Alcalde. Porfirio Díaz vuelve a reconocer a Orozco con medalla de oro y
diploma por sobresaliente alumno preparatoriano donde se le conoce también con
el mote de “El Abrojo”. En ese tiempo estando experimentando con pólvora ésta
estalló y llevado de urgencia al hospital de San Lázaro donde el médico tuvo
que amputar la dañada mano izquierda, quedando la otra con profundas cicatrices
y acusando Orozco marcados problemas de sordera y problemas de miopía. A partir
de ahí Orozco deja a un lada la carrera de arquitectura y regresa en 1906 a la
Academia de San Carlos determinado a ser pintor, luchando por ello durante
varios años con tenacidad y verdadero encarnizamiento, con determinación y sin
importar el precio. Es cuando conoce al pintor catalán Antonio Fabrés, mandado
traer por ministro de Instrucción Pública Justo Sierra, quien impone un fructífero
academicismo europeo cuyo método basado en la disciplina y el trabajo intenso
en la copia fiel de un modelo –en sus clases de pintura Fabrés insistía en que
es la práctica del dibujo la que da la estructura misma a la pintura. El otro
polo dominante en la Academia era la palabra fácil e insinuante del Dr. Atl,
quien en las clases nocturnas de dibujo platicaba sus correrías por Europa, de
Paris, Madrid y Roma, de Miguel Ángel y
de Leonardo, de los inmensos frescos renacentistas y las pinturas murales:
“algo tan increíble y misterioso como las pirámides faraónicas -cuya técnica se había perdió por
cuatrocientos años.”
En 1910 el anciano general Porfirio Días
gana las elecciones presidenciales y se apresta a iniciar su octavo periodo de
mandato mandando aprender en Monterrey a Francisco Ignacio Madero, candidato
opositor del Partido Antirreleccionista. Así, en septiembre de 1910 se celebró
el primer centenario de la independencia celebrándose durante todo un mes un
apretado y organizado programa de actividades –en cuyo centro se encontraba la
inauguración de una muestra de pintura española. El Dr. Atl manifestó de
inmediato su inconformidad, pues no era congruente festejar la independencia
del dominio español y se ignorara simultáneamente a los pintores mexicanos. Con
ello Atl logró tres milpesos para organizar una exposición colectiva en la
Academia de San Carlos, contando la misma con cincuenta pintores y diez
escultores, destacando entre estos las obras del Dr. Atl, Roberto Montenegro,
Jorge Enciso, Joaquín Clausell, Ignacio Asúnsolo y José Clemente Orozco.
Después de un existo estruendoso Justo Sierra les concedió el edificio de la
Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso para que un grupo de entusiastas
artistas pudieran pintar los primeros murales del México contemporáneo.
Saturnino Herrán incluso llegó a concluir los paneles murales sobre el trabajo
en la Escuela de Artes y Oficios. En eso estalla la revolución y el anhelo
proyecto mural de los pintores se derrumba y pospone por diez años más.
El 28 de julio de 1911 los alumnos de la
Academia de San Carlos e van a huelga protestando con el director Antonio Rivas
Mercado, de quien se pedía su destitución –los estudiantes azuzados lo apedrean
en una ocasión y uno de sus líderes, David Alfaro Siqueiros, va a dar a la
cárcel. El 6 de noviembre de 1911 toma protesta para el cargo de presidente de
México Francisco I. Madero, y como vicepresidente José María Pino Suárez
–estando su gabinete desequilibrado entre una democracia liberal y gente del
antiguo régimen. Orozco entra a trabajar
como caricaturista en el periódico antimaderista de Miguel Ordorica, El Ahuizote. El 22 de febrero de 1913
México es sacudo por la Decena
Trágica donde pierden la vida los hermanos Madero y Pino Suárez, ascendiendo al
poder el ladino chacal del general Victoriano Huerta. E gobernador de Coahula
Venustiano Carranza lanza el Plan de Guadalupe desconociendo a Huerta y siendo
designado primer jefe del ejército constitucionalista, aliándose entonces las
fuerzas villistas y zapatistas. En junio de 1914 las fuerzas huertistas fueron
derrotadas y Victoriano Huerta es obligado a renunciar a la presidencia y
abandonar el poder ejecutivo. Sin
embargo por la Convención de Aguascalientes es cesado Carranza de su cargo
quien se traslada con su gente a Veracruz quedando al mando de la república
Eulalio Gutiérrez.
Marcha a Orizaba siguiendo al Dr. Atl quien
funda y dirige en esa ciudad el periódico La
Vanguardia, teniendo en Orozco a su caricaturista, cartelista y dibujante y
en David Alfar Siqueiros al propagandista de la publicación. Orozco conoce a la
joven y futura esposa del artista, Margarita Valladares, quien con Estela y
Hortensia eran hermanas de Francisco Valladares, trabajador del diario y amigo personal del pintor.
Orozco regresa de Veracruz al ser derrotado en Celaya las fuerzas de Francisco
Villa por el ejército de Álvaro Obregón, lo que le permitió a Carranza regresar
a la ciudad de México, desintegrándose con ello el grupo de colaboradores de La Vanguardia –no volviendo a ver Orozco
a Margarita Valladares sino hasta 1921.
En 1915 la epidemia de tifo que cundió en la
capital contagia al pintor quien sin embargo exhibe sus dibujos con escenas de
barrios populares y los vicios del ser humano, en un negocio de comida estilo
jalicience en las calles de Republica de Cuba, negocio de su hermano José Luis
llamado “Los Monotes” y al que
acompañaba una muchacha robusta y alta a la que llamaban “La Güera”.
En 1916 forma parte de una exposición
colectiva en la Academia de San Carlos y el 20 de septiembre arregla montar su
primera exposición, titulada Estudios de
Mujeres, en la casa-galería de Francisco Navarro, sobre la avenida Madero
No. 28, quien a la última hora se retracta de la invitación. José Clemente
Orozco tiene 32 años y es Invitado a realizar la exposición en la librería “Biblos” de Francisco Gamoneda, casa
dedicada a organizar eventos culturales, conferencias y diarias tertulias de
artistas y escritores, llamándose la muestra “Muchachas” de José Clemente Orozco, donde se presentó la memorable
serie Casa de Lágrimas.
Un incidente al parecer menor es la gota que
derrama el vaso: un periodista de nombre Rafael Pérez Taylor firma bajo el
pseudónimo de Juan Amberes un acre artículo donde hace una crítica a mansalva
abundando sobre la personalidad del pintor, en el diario El Nacional, el 18 de septiembre de 1916, donde lo describe como un
joven atormentado que lleva alma de viejo y lo tilda de caricaturista
atormentado, de haber estropeado dolorosamente con cincel de maldad e ironía
las caras atiborradas con afeites, los cuerpos flácidos y cansados que soportan
las miserias varoniles, ridiculizando con ello el amor mercenario en su más
baja aceptación. Los fieles a Venus Pandémica pasan ante sus cuadros cariacontecidos
y abofeteados por la tremenda realidad del arte de Orozco, quien sabe mostrar
la cifra que hay bajo la presión del abrazo y el cálculo escondido detrás de
cada sonrisa. Caricaturas de frailes seniles y lujuriosos ajenos ya a los
paisajes mitológicos donde se muestra una técnica, prosigue el articulista,
mediocre, monótona, confusa y gris. Para el envalentonado crítico el brazo
derecho de Orozco refleja su intenso fracaso de prematura vencido en las lides
del amor, considerándolo, para rematar, muerto sentimentalmente para el amor.
El quintacolumnista termina felicitando irónicamente al pintor de “Los monitos”
por los innúmeros comentarios que su obra ha producido. Escribe al director del
diario una carta de inconformidad por el mal gusto del crítico revelado en sus
apreciaciones ofensivas e insultantes, agregando a su defensa que no sería el alma de un viejo prostituido quien contribuyera con un grano de arena para la
creación de un futuro arte nacional –advirtiendo sobre la torpeza de confundir
la vida con las representaciones de la vida, como si los artistas adolecieran
de los vicios, miserias o deformidades de sus personajes, pudiéndose identificar a Francisco
de Goya y Lucientes al imbécil de la tela o de la ambigua realidad que fue la corte de Carlos IV.
El mismo 18 de septiembre de 1916 un anónimo
publicaba en el periódico El Pueblo
sobre la personalidad, ya muy apreciada entre los intelectuales, de José
Clemente Orozco, cuya imaginación torturada traduce sus concepciones en un
impresionismo audaz, desconcertante, imperioso. Así, su lápiz y pincel han
trazado perfiles alocados, rostros
tocados de lacerante morbosidad, curvas de brutal elocuencia, en un
ambiente de pesadilla y de extraña vehemencia en una atmósfera siniestra,
envenenada y morbosa. Verismo de las figuras, a las que Orozco ha dado tal
poder que hace sentir la vida de esas almas tristes agitadas a impulsos de la
más cruel de las angustias: la de la carne. Sus mujeres no son así los rostros
afiligranados, no las mujeres hechas de rosas y azucenas, de nieve y tersura;
no, es a hembra de intempestiva animalidad, de caricaturesco y duro desaire,
investida de una sensualidad salvaje, de una lujuria dolorosa y martirizante.[1]
Su viejo amigo Raziel Cabildo, el poeta que
estudio pintura y cumplió como revolucionario trabajando en Orizaba para La Vanguardia del Dr. Atl, apreció el
arte de Orozco de inquietante, espectral, torturador. Sus obras, un estudio de
teratología social, voluntad de flagelación hiriente realismo la ruindad
psíquica y orgánica de los hombres, hallando dilección morbosa en las escenas
del vicio del hampa suburbana. Acuarelas de pesadilla en las que monstruos
humanos agitan la podredumbre de sus carnes en una danza convulsiva, envueltos
por una atmósfera brumosa y asfixiante de alcohol, de tabaco, de pomadas
descompuestas, en la que se entre ven rostros demacrados perlados por el sudor
hediondo sobre la adiposidad blanquizca de los afeites, dejando en el
espectador la sensación repugnante que produce el vicio.[2]
El escritor Roberto Núñez y Domínguez, que
firmaba con el pseudónimo de Roberto el Diablo, pareciéndole los 123
dibujos en “Los Monotes” una serie de
dibujos caricaturescos, bizarros y coloridos de escenas “barriobajeras, en las
que aparecían peladitos y borrachines acariciando a sus mujerzuelas y soldados
y gendarmes en escenas de vicio o de comisarías, así como también cuadros
descarnados de la vida de lo lupanares, todos ellos iluminados con los más
detonantes colores, haciendo resaltar la garra de su técnica y el sarcástico y
mordaz humorismo que los inspiraba.[3]
Sobre los dibujos “magníficos y terribles” de esa exposición Diego Rivera llegó
a decir que Orozco alcanzaba en ellos la más alta calidad que puede alcanzar un
artista; ser pintor del pueblo y para el pueblo –siendo como en muchos de sus
frescos, sangriento y sin piedad para los enemigos y explotadores de ese
pueblo, los que guardan desde entonces un rencor feroz contra la pintura de
Orozco y toda la pintura moderna mexicana.[4]
David Alfaro Siquieros consideraba ese conjunto el punto de partida formal de
su movimiento, pues la obra que produjo entonces saturó su naturaleza de un
gusto nuevo, agrio y fuerte, raspando el paladar de toda la confitura que había
saturado toda una época con el preciosismo
porfiriano.[5]
Arte crítico destinado a expresar la
realidad oprimente de los marginados de una forma brutal y cruel, y a la vez
íntima, sincera y verdadera. Retratos del vicio y sus palideces areniscas, sus
ojos febriles, sus debilitamientos extenuadores, sus embrutecedores hastíos,
sus paroxismos rabiosos y delirantes, sus sordas rebeliones y su fanatismo
supersticioso.
El 5 de febrero de 1917 promulga Venustiano
Carranza la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos llegando con
ella su término la revolución armada –unos meses después el caricaturista
atormentado prefiere mudar de costumbres y de país y se marcha a los estados
Unidos, buscando un panorama artístico favorable para su trabajo. Empero al
pasar por la frontera de Lardo, Texas, lo encargados le decomisaron y
destruyeron sesenta acuarelas, pretextando la ley que prohibía introducir
“estampas inmorales” en los Estados Unidos –serie que Orozco recobraría
parcialmente con los años al pintarlas nuevamente tres décadas más tarde en
1948. Las acuarelas de Orozco en realidad nada tenían de pornográfico, sino que
con un ardiente realismo retrataba las condiciones de extorsión y de pobreza en
las que vivía el pueblo mexicano, siendo así continuación de la serie expuesta
en la librería “Biblos” en 1916. Orozco había recorrido los bajos y los
burdeles de la ciudad de México así como los teatros de pueblo, las ferias
populares y los balnearios de provincia, no menos que los circos donde
alquilaban enanos por docena y vestían a las pulgas. Arte crítico que expresaba
la realidad oprimente de los marginados señalando, con los instrumentos del
sarcasmo, la burla y la verdad descarnada de los causantes de las injusticias
sociales, siendo cierto lo que Juan José Tablada opinaba de su obra: que no
había otra más moral ni más meritoria en el terreno de la estética pura. La
sorpresa lo dejó mudo los primeros momentos, después protestó con energía,
vanamente, siguiendo así su camino muy triste hacia San Francisco, en el tiempo
en que Estados Unidos había entrado en la primera Guerra Mundial.
El famoso manco de Zapotlán llegó, en
efecto, a San Francisco en 1917, a los 34 años de edad, siendo poco más que un
bracero, apenas un inmigrante que tiene que sobrevivir retocando al óleo
carteles cinematográficos en el negocio de su amigo Fernando R. Galván,
viviendo de cerca el carnaval alrededor de la hambruna que circulaba en el
tiempo solados, marineros, enfermeras, hombres de negocios y jóvenes orientales
y mexicanos que huían de la revolución. Durante su estancia en San Francisco
Orozco asiste a las clases nocturnas de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de
California, impartidas por Spencer Macky. También visitó los barrios bohemios,
recorrió las playas y respiro los bosques donde crecen los pinos más altos y
milenarios del mundo, entró a los circos y a los teatros atraído por los
barrios populosos.
Posteriormente Orozco se traslada a Nueva
York donde se comenzaba a conocer el arte moderno que se hacia en Europa y se
encuentra con el escultor Juan Olaguíbel, y con el pintor David Alfaro
Siqueiros y su esposa Graciela Amador que en viaje a Europa habían quedado
varados ella urbe universal de los
prodigios mecánicos. En 1917 triunfa en Rusia la revolución socialista
bolchevique instaurando un nuevo Estado, mientras que en Nueva York hay
muestras de la mejor pintura europea vanguardista: no Van Gogh, Césznne o
Gauguin, sino cubismo, fauvismo, expresionismo abstracto. Mientras tanto Orozco
trabajaba en una pequeña fábrica de yesos, coloreando con pistola de aire las
orejas y mejillas de unos cupidos copetudos y panzoncillos que se habían puesto
de moda por todo el mundo por entonces.
José Ángel Clemente Orozco Flores había
regresado de los Estados Unidos a fines de 1919 luego de dos años de ausencia
en los que, al no encontrar la situación propicia para su desarrollo en México,
vivió en San Francisco y en Nueva York. Su segundo viaje lo haría a Nueva York
ya como artista consagrado en 1927 y del cual no regresaría a México sino hasta
1934. Siete años de intensa labor en la que expone en las importantes galerías
“Downtown Galery”, “Art Student´s Leage”, y “Marie Steiner”. Se involucra con el
“Circulo Délfico” de Eva Palmer y Ángelos Sikelianos, uno de cuyos ideales era
fundar una universidad en Delfos donde se educara lo mejor de la nueva élite
mundial. Pronto con su amiga y promotora Alma Reed montan una galería llamada “Delfic Studios” donde se promueve obra
de Orozco y de algunos amigos afines a su estética. Pinta algunos murales en
Estados Unidos auspiciado por diversas universidades: pinta así en el Pomona
College de Claremont, California en 1930; en el New School for Social Research de Nueva York en 1931, y; en el Dartmouth College de Hannover,New Hampshire entre
1932 y 1934.
El movimiento muralista pretendió hacer
y lo hizo, una historia ideológica del continente americano. Fue entonces
que México apareció como lo que es: un rebelde rodeado
de enemigos. Orozco pinto en Nueva Inglaterra, donde alrededor de la escuela y
la academia se forma la agricultura, la democracia y la cultura pero su alma mater está muerta. Orozco mismo
decía de sus murales: la idea es el
punto de partida o primera causa de la construcción plástica, que esta
presente todo el tiempo como energía creando materia. La calidad de la idea es lo
que inicia y organiza toda la estructura de un mural. La pintura estructural para Orozco, es la que
toma en cuenta la proporción de las partes y el juego de ellas entre, teniendo
cada parte un eje geométrico y un eje
mecánico así: ¨Por cada punto, línea, plano, volumen o espacio que se
establezca hay que establecer otro punto, línea, plano, volumen o espacio
correspondiente o directamente opuesto o
relacionado y que determine el cuerpo
mismo o la posición y la proporción relativa de sus partes, su estructura. Una estructura puede ser
activa o pasiva, estática o dinámica equilibrada o desequilibrada; pero estos
opuestos no se excluyen; en un mismo cuadro se pueden sobreponer dos
estructuras diferentes. Así la fuerza y la intensidad plástica de una pintura
dependen de su estructura. Así los objetos puestos plásticamente desarrollan
una determinada cantidad de energía visual
y para estructurar esa energía
hay que tomar en cuenta el espacio la cosa, la materia, la idea y la emoción.
Clemente Orozco no fue un negociante, incluso
puede decirse que fue el artista más antimercantilista de todo el grupo.
También fue un artista que sujetó a una completa revisión los valores marchitos
y la locura del convencionalismo. Fue un espíritu libre, sereno y vigoroso
fuerte y gigantesco que exhibió, no sin
crueldad sarcasmo e ironía las torturas y dudas de la modernidad, el fracaso
ruidoso de las instituciones tradicionales y el desastre del mundo
contemporáneo. Retrato el fracaso de la academia y la educación convencional, a
los universitarios fríos, sin alma saturados de prejuicios, a los señores de
horca y cuchillo creadores de la miseria y de la guerra.
Su verdad personal fue la critica su fe la
de una reforma religiosa que abriera una edad de cambios definitivos y perdurables. Supo que no hay peor sufrimiento
que el causado por el odio, por el espíritu de las tinieblas extendido por la
faz de la tierra, viendo en la técnica todo lo que hay en ella de dominio y
explotación, de lucha del hombre con la maquina donde el creador es convertido
en criatura y el dominador es esclavizado, por que la técnica es un instrumento
que puede causar goces y felicidad pero su precio es el dolor y la esclavitud.
Observó, así, a una ostentosa civilización que se derrumba dilapidando las riquezas
sin objeto, vislumbrando con ello el futuro de una civilización más sencilla
donde habrá de procurarse el estudio y el entendimiento mutuo de individuos y
grupos supranacionales. Volvió entonces a la dulce doctrina del cristiano: a la
pureza e inocencia de María, abrazando
tan bien la justicia y la cólera de san Juan. Contemplo, pues el fin de la
civilización contemporánea con sus templos paganos, ídolos falsos, y los
cañones y tanques como vehículos del odio y la destrucción. La pintura de José Clemente Orozco se
desenvuelve toda ella así bajo el orden de un estilo heroico y realista, ferozmente
impresionista con notas fauvistas, crecientemente ligado a las tradiciones
artísticas mexicanas. Por una parte, feroz crítica a la exaltación del violento
dinamismo moderno; por la otra, amplísima manufactura artesanal que preserva la
moral del oficio.
[1]
Raquel Tibol, José Clemente Orozco: una vida para el arte. Op. Cit. Pág. 51.
[2] Raziel
Cabildo “La exposición en la Escuela nacional de Bellas Artes”, Revista de
Revistas. 7 de mayo de 1916. Ver Raquel Tibol, José Clemente Orozco: una vida
para el arte. Op. Cit. Pág. 47 a 48.
[3]
Roberto el Diablo, “Orozco y los Monotes”, Revista de revistas,18 de septiembre
de 1949. Ver Raquel Tibol, José
Clemente Orozco: una vida para el arte. Op. Cit. Pág. 46.
[4] Ver
Raquel Tibol, José Clemente Orozco: una vida para el arte. Op. Cit. Pág. 46.
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