sábado, 9 de enero de 2016

José Manuel González: el Tormento y el Éxtasis Por Alberto Espinosa Orozco

José Manuel González: el Tormento y el Éxtasis
Por Alberto Espinosa Orozco




I
   Con la muerte del artista verdadero que fue José Manuel González Rivas (Durango, 13 de diciembre de 1953-Durango, 26 de diciembre de 2015), se cierra todo un ciclo para la cultura local, representando su obra un ejercicio radical de creación estética y pasión por el placer superior, espiritual, que hay en el arte, siendo su trabajo una especie de microcosmos en que se presentan los conflictos más apremiantes de su terruño querido y, por extensión, de la humanidad misma como tal. Personaje indispensable y por tanto insustituible de la cultura autóctona local, que en si mismo portaba sus caracteres, anhelos y aspiraciones más acendradas, también los estigmas de la época existencialista y de crisis de los valores que le tocó en suerte vivir, hallando para ello, a través de la intensa experimentación vanguardista y del sufrimiento de la creación, inéditas soluciones a los patentes conflictos lógicos y vitales de nuestro siglo y mundo mediante un arte original, de gran fuerza expresionista, esencialmente trágico, pero no exento de ironía e incluso de humor y comicidad.




   Nació, creció y murió en la Zona Centro de la ciudad de Durango, en el #203 de la Calle de Santa María, por el rumbo de José Martí, Ciénega y IV Centenario, a dos cuadras al sur de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Cursó sus primeros estudios en el Colegio Guadiana y el Instituto Durango, conservando para siempre el estilo alineado en el vestir y una esmerada educación, que se distinguía en su trato al ser a la vez en extremo cortes y deferente. Siempre pegado a su madre Rosa, mujer de porte distinguido y de humildes faenas, abrevó también del estilo de su tía Elena, sofisticada empleada de los comercios más conspicuos de su tiempo. Estudió luego en el Instituto Juárez, por la época en que adquirió el grado universidad para convertirse en la actual UJED. Se asomó la las clases de pintura de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías del maestro Francisco Montoya de la Cruz, en la que tomó algunas clases, para entrar temporalmente a la carrera de medicina, donde se apasionó sobre todo por la materia de anatomía –siendo con posterioridad en algunas ocasiones ayudante en operaciones quirúrgicas. Marchó a Guadalajara, donde estudió por un tiempo probando la vocación de seminarista y regresó a su tierra natal para estudiar guitarra y piano en la Escuela Superior de Música, ubicada por esos años en la calle de Negrete #400, instrumentos en los que por años ejerció como maestro en varias instituciones escolares, como el Colegio Americano.
    Volvió así al rincón cordial del alma nacional, de su amado Durango quiero decir, del que prácticamente no se movió en el resto de sus fatigas y sus días, siendo durante muchos años una presencia viva, gran caminante de indiagramables recorridos que atrapaba en sus insólitas pesquisas maravillosos objetos de todas clases, desde obras de arte hasta antigüedades, los cuales igual que aparecían, desparecían del pequeño departamento hogareño en el que vivía, de notable frugalidad y carente de todo mueble, adorno u ostentación que no fuera el de algún objeto de mérito estético, conservando hasta el final de sus días la escultura de una cabeza humana, perteneciente a un escultor de la moderna escuela de Montoya. Frecuentó los cafés de la localidad, animando con sus obras, angustias, congojas, visiones e interminables conversaciones la vida artística local, dando razón a los contertulios de un sinfín de anécdotas,  siendo amigo de intelectuales, escritores, pintores y escultores, dibujando con ello en el espacio sonoro de la plática a la vez la gesta de un puñado de hombres resistentes, en incesante lucha por la superación anímica y profesional, y por el desarrollo educativo de su terruño.
   En la misma calle de Santa María, por una extraña conjugación de los astros, conoció y trató al inédito artista Fernando Mijares Calderón, el Van Gogh de Durango, vecino de toda la vida, que pronto se convirtió en su mentor, cómplice de correrías en la inquerida bohemia citadina, y en su guía y maestro estético, al que siempre le guardo gran admiración, infundiendo en el joven artista un irrenunciable amor por el arte, cuya pasión se convertiría en la preocupación central de su vida, trabajando infatigablemente tanto en los procesos experimentales y matéricos del arte,  como en el ejercicio del acto puro de la creación estética. Aprendió desde joven el arte del dibujo con el artista Jesús Gómez, junto con quien vendió emocionado el primer libro teórico y lírico de Fernando Mijares, Los deslindes de la tierra árida, hoy auténtica joya bibliográfica local, que fue editado en Gómez Palacio por cuestiones de costo, y que celebraron ampliamente, vendiendo el extraño volumen en las inmediaciones del Hotel Casa Blanca o tomado proletaria champaña (mezclado el ron con la cerveza), en el descarapelado estudio del pintor junto con el poeta Renato Leduc.
   Con el paso del tiempo fue protegido de algunos intelectuales regionales, como Héctor Palencia Alonso, siendo apoyado por el coruscante orador desde los tiempos del FONAPAS, y al que a su vez el artista acompañó desde la creación del ICED. Gozó de la simpatía de otros muchos escritores de renombre, como Enrique Arrieta Silva, Evodio Escalante Vargas, Mauricio Yen Fernández,  Gabino Martínez, el Lic, Armando Nuñéz, Petronilo Amaya Díaz, Benjamín Torres Vargas y Enrique Torres Cabral, siendo algunos de ellos coleccionistas de su obra, cuando no modestos mecenas, como el doctor Reinaldo Milla, la Familia Martínez Mijares, o el oftalmetrista Homero Andrade de la Torre, ocupándose de él en su penosa enfermedad, con real abnegación altruista y desprendimiento humanista su vecina de Santa María, la Señora Doña Beatriz “Ticho” Tinoco.






II
   El acto de creación fue para el maestro José Manuel González el centro de su actividad artística y eje de su vida durante su etapa final de un cuarto de siglo, dedicándose de lleno a la experimentación y ensaye de su arraigada vocación artística como dibujante, bajo cuya disciplina inventó una técnica completamente original y adaptada a sus posibilidades reales y a las limitaciones materiales impuestas por el medio en que le tocó desarrollarla.
   Partiendo de las lecciones como observador recibidas de su maestro Fernando Mijares, que en el último tramo de su recorrido vanguardista probó su doctrina del “Pluralismo Estético” con materiales de polvo de anilina y  pelotas de esponja partidas a la mitad a manera de poderosas imprimaturas, José Manuel González empezó a probar los rudimentos de su técnica personal por el año de 1995, combinado las ideas de David Alfaro Siqueiros del “accidente controlado” con los materiales más simbólicos que quepa imaginar: como son las cenizas del cigarro que, a manera de manchas, esparcía sobre la hoja en blanco, delineando sus figuras con goma borrador, obteniendo con ello efectos y formas maravillosas y sorprendentes, que luego refinaba y componía ayudándose de su imaginación creadora, hasta lograr una serie de verdaderos arquetipos del inconsciente colectivo, de imágenes indelebles que duermen en el fondo más profundo de la conciencia humana, inaccesibles para la razón o el pensamiento diurno, y que alcanzan por ello mismo frecuente el grado de la universalidad en su expresión plástica. Su técnica fue refinándose con el tiempo, sustituyendo la ceniza de cigarro por la de papel periódico, que da tonos más negros, añadiendo esporádicamente apenas algunos tonos areniscos de pigmentos de color a algunas de sus obras: azul, sepia, amarillo o rojo, usando como espátula dos tipos de goma cortadas, una blanca y la dura “T 20”. Técnica y estilo estrictamente personales, bajo cuyos procedimientos logró fundir el magma volcánico del fuego al mágico soplo de la vida primigenia, debajo de cuyas efímeras nubes iban surgiendo impecables volúmenes y formas de intención escultórica y de inusitado dramatismo expresionista, centrando su “arte pobera” en una serie de retratos o de cuerpos enteros, con especial atención a la significación anímica que expresan las diversas morfologías de los ojos y las cejas, pero también de los gestos de la boca y de la encarnación de los labios, hasta constituir a partir de ellos la unidad de un rostro –que sería mejor llamar una figura, significante alegóricamente de una conformación humana, casi me atrevería a decir que de un mito, que por ello mismo se repite en sus manifestaciones concretas en un sin número de veces de la vida real. Retratos expresivos de las miradas, espejos del alma, pues, y de la boca, con la que el hombre come y bebe, pero también lo mismo bendice, que blasfema o maldice.
   Al igual que Siqueiros, se servía de una serie de fotografías que coleccionaba, recortaba o retenía en la memoria retiniana, traduciendo por medio de su imaginación las formas en intensos arquetipos del subconsciente, plasmados en términos de profundos claroscuros los reinos humanos de la noche oscura del alma o del día esplendido. Por un lado, el tema de los tipos populares, donde pasan revista lo mismo pelados que lisiados, réprobos que miserables, publicanos que famélicos revolucionarios, guardando esta sección dos capítulos especiales, uno dedicado a los desgarradores desnudos femeninos, y otra a los  más necesitados de ayuda y caridad, como es el grupo de las viudas y los huérfanos, frecuentemente unidos en un abrazo de desolación fatal y donde su arte alcanza los más altos timbres estéticos de lo conmovedor, haciendo pensar lo mismo en  las obras de Juan Rulfo que de José Clemente Orozco, en un arte a la vez sentimental y profundamente nacionalista, en donde no faltan los héroes del panteón mexicano, de Benito Juárez a Pancho Villa, de Agustín Lara a Tongolele y Dolores de Río, y en donde figuran también los tres grandiosos muralistas: el mismo Orozco, Rivera y Siqueiros. Por el otro, los surtidores ideales de la más alta espiritualidad y de esperanza, en un abanico que va de los profetas del Antiguo Testamento al Jesucristo coronado con la sangrante diadema de dolorosas púas, y que se extiende hasta completar la esfera cósmica con las figuras inmortales del Quijote y de los dioses clásicos de la antigüedad greco-latina, donde desfilan lo mismo Apolo que Vulcano o donde se asoma la Quimera o nos visita  Mercurio con su sombrero mágico y su capa invulnerable de invisibilidad. 










   
III
   José Manuel González Daher comprendió así, mediante el trabajo de un arte sentimental, profundamente conmovedor y emociónate, la función educativa más radical del arte: desarrollar los sentimientos reprimidos, ocultos, pero latentes en el inconsciente colectivo del espectador. De sensibilizar, pues, a sus coterráneos para la profunda contemplación estética, mostrando lo mismo los profundos misterios de la noche tormentosa del alma, que la promesa de la refulgente gloria del día increado y por venir. También que el acto creativo es un proceso que actúa en el interior del artista, proponiendo en sus pautas y pronunciamientos una solución a los más serios conflictos existenciales vividos desde el interior de la persona, operando una secreta alquimia transformadora, enderezada en el sentido de sanar al alma de sus yagas, superando con ello la fealdad de la tristeza, sin cabida estética, por más que tal elevación artística nos arroje a la playa, un poco estéril, de lo meramente elegiaco, donde se trenzan como en río las aguas de lo nostálgico y lo melancólico para volverse, sin embargo, fértiles, saliendo por tanto de las terribles sombras de la noche y de la muerte, al renacimiento del nuevo día. Porque a fin de cuentas, solo se puede encontrar lo que se pierde, como sólo después del letargo y del sueño se alcanza el pleno despertar de la conciencia. De la misma forma que de la muerte nace la vida.


   El arte del maestro José Manuel González se presenta así orgánicamente y en su conjunto definitivo como todo un microcosmos  de resonancias totales y trascendentes, potentes para dar sentido a toda una vida de sacrificios incontables y de auténtica generosidad. Poniendo así mismo de manifiesto que en el arte hay un placer inigualable, sólo comparable humanamente con el del descubrimiento de la investigación científica, por permitirnos acariciar sensiblemente la idea pura de la paz y la armonía con el todo. Así, si el acto creador lo experimento el artista con toda la complejidad que tiene logro y de éxtasis, dejó en cambio para los espectador la experiencia sentimental del arrobamiento ante su obra, comunicando sus  figuras la emoción verdadera con una parte de nosotros mismos, en que reconocer el vértigo de nuestra naturaleza caída y la vacuidad de la ilusión del mundo, pero también la belleza de la gracia y la emoción sublime de la reconciliación con la ley moral y el eterno orden de la creación. Esfera indivisa donde se conjuntan los misterios lunares de la noche con el orden de la luz del día, y de los que participamos en sus signos, en sus cifras y en sus ritmos, no menos que en sus ciclos cósmicos de cierre y apertura, de muerte y renacimiento. Ciclos en los que el artista, al solidarizarse tan firmemente en su acto de creación y de entrega a una sociedad,  encontró finalmente su destino, dejando en su infatigable paso por el arte las huellas ciertas de su marcha trascendente por el mundo. 





jueves, 7 de enero de 2016

La Casona de José Fernando Ramírez y los Murales de Francisco Montoya de la Cruz para la Normal del Estado Por Alberto Espinosa (1ª parte)

La Casona de José Fernando Ramírez y los Murales de Francisco Montoya de la Cruz para la Normal del Estado
Por Alberto Espinosa
(1ª parte)




I
   Se abre el año de 2016 en Durango con un signo alentador para la cultura regional, porque el 30 de diciembre del año viejo se concluyeron las labores y entregaron perfectamente restaurados los preciosos murales plasmados por Francisco Montoya de la Cruz, en lo que fuera la antigua casona del historiador y bibliófilo José Fernando Ramírez, cuando el precioso edificio colonial funcionaba como Normal Superior del Estado, el día de hoy perfectamente relujado también en su arquitectura y dispuesto para su entrega, en lo que será un prometedor recinto para la investigación estética y la formación artística y musical de las nuevas generaciones, propuesto como Centro de las Artes de la UJED.
   Los trabajos de restauración de los fabulosos murales de Francisco Montoya de la Cruz, ejecutados en el último tramo del año del 2015 por los técnicos especialistas del CENCOPRAM (INBA) al mando de la historiadora de arte venezolana Gabriela Gil Verenzuela, consistieron en una limpieza profunda de los ocho tableros, algunos de ellos afectados por la grasa del uso, la lepra del salitre y los chicles pegados, otro atacado con innobles esgrafiados de cuño fascista, exhibiendo durante muchos años el ominoso signo de la suástica.[1] Pero sobre todo restituyeron, mediante la reintegración de color y, es de sospecharse, mediante la adivinación y lectura de los antiguos vestigios, las ocho pinturas ornamentales que adornaran la parte superior de los arcos intermedios, los cuales se encontraban prácticamente perdidos, borrados en grandes zonas por la acción de la humedad y del tiempo, y por tanto desleídos, y que hoy en día se encuentran perfectamente completados y legibles para la contemplación y ponderación del espectador.








   Por su parte las tareas de relujamiento y conservación del edifico de Negrete #700 comenzaron a fines del 2013 y a inicios del 2016 los obreros y trabajadores se afanan hoy mismo para dar los últimos toques finales a la magnífica residencia para su entrega y próxima inauguración. Los trabajos de restauración arquitectónica han dado perfecta unidad al conjunto, luciendo ahora como nueva la espléndida residencia estilo barroco colonial durangueño, recuperando con ello el centro histórico un aspecto del esplendor y magnificencia que ostentó la ciudad para finales del Siglo XVIII.
    Hay que indicar que la vieja residencia albergaba también a la heroica Galería de Arte Francisco Montoya de la Cruz (llamada antes “Los Tlacuilos”, inaugurada en 1974), junto con una importantísima Bodega de Arte de la EPEA (UJED), la cual malamente sobrevivió olvidada en un rincón anexo a la galería, resguardando sin embargo más de 5 mil cuadros y obras de arte de la primera época de la Escuela de Pintura, Escuelera y Artesanías, de gran valor antropológico y testimonial, guardando aquel recinto un puñado de joyas artísticas de los maestros Bravo Morán, Manuel Salas y Fernando Mijares, entre otros, siendo custodiada celosamente por el maestro Gerardo Carrillo hasta sus estertores finales. Ambos recintos desalojados han sido también totalmente remozados e integrados al original conjunto arquitectónico. El rescate integral del edificio dará paso así a un nuevo Centro de Bellas Artes de la UJED, anunciado en noviembre del 2015, pensado como un órgano artístico de alta calidad, avocado a la formación artística, la difusión de la cultura y la investigación científica y humanística del patrimonio cultural de la región. La rehabilitación del inmueble contempla así la erección de la galería Francisco Montoya de la Cruz, ampliada y remozada, una tienda de artesanías, de textiles, vidrio soplado y de trabajos autóctonos, un pequeño auditorio para conciertos de cámara y una sala para presentaciones de libros y usos múltiples.    




II
   La vieja casona, originalmente marcada con el #23 de la 3ª Calle de Negrete, fue construida a finales del Siglo XVIII por órdenes de Juan Antonio de Asilona, quien fue nombrado por la corona real Contador Mayor del Real Tribunal de Cuentas en Quito, Ecuador, quedando la regia mansión colonial al cuidado de su hermano Lorenzo de Santa Marina Asilona.[2] En el primer tercio del Siglo XIX éste la vendió al notable jurista e historiador durangueño José Fernando Ramírez (Parral, Nueva Vizcaya, 1804-Bonn, Alemania, 1871), quien juzgaba la propiedad como “una de las mejores de la ciudad” de Durango, tanto por su compostura como por su construcción. Para mediados del mismo siglo el jurisconsulto, que fue también uno de los más grandes bibliófilos de México de todos los tiempos, decidió remodelar la casona, derribando algunas paredes para dar cabida a “sus presentes y futuros libros”. Así fue que se construyo un salón de 29 varas para dar albergue a la inmensa biblioteca, y el estudio, de 10 varas de largo, también saturado volúmenes, incunables, manuscritos y papeles, quedando registrado que aún así le sobraron al insigne erudito una buena cantidad de tomos. Se calcula que, junto con los libros que atesoraba en su casa de la ciudad de México, el padre de la historiografía mexicana llegó a contar con más de 12 mil volúmenes, siendo solicitada para formar la Biblioteca Nacional en la ciudad de México.




   Luego de multitud de puestos e infinidad de viajes, el distinguido abogado José Fernando Ramírez fue designado como Ministro de la Suprema Corte de Justicia en el año de 1851. Comprendió entonces que la multiplicidad de sus ocupaciones en México lo dejaba en libertad para vender la mansión de Durango. El reconocido liberal moderado vendió entonces su residencia a la Junta de Instrucción Pública de Durango, junto con gran parte de la biblioteca, por documento del 15 de julio de 1851, por la cantidad de 31 mil pesos. Le fueron pagados 14 mil pesos y los 17 mil pesos restantes se fueron a un largo litigio, que no se resolvió a su favor sino hasta el año de 1874, 3 años después de su muerte –debido todo ello a las vicisitudes políticas de la época y, sobre todo, a lo que sus correligionarios liberares consideraron un gran “error político”, ya que a insistencia de la emperatriz Carlota, participo en el 2º Imperio Mexicano de Maximiliano de Habsburgo como Ministro Plenipotenciario de su gobierno monárquico. Luego de Exilarse en Alemania antes de la caída de Maximiliano, al que aconsejo su dimisión, murió en la ciudad Bonn a los 67 años de edad. Su vieja mansión lo recuerda en el centenario de su nacimiento con broncínea placa, reconociendo el 5 de mayo de 2004 el gobernador del estado Lic. Luis Ángel Guerrero Mier, junto con el UJED y el Instituto de Cultura del Estado de Durango, guiado hasta ese año por Lic. Don Héctor Palencia Alonso, la valía y trascendencia de su obra.


   Antes de aquellos trágicos acontecimientos, con la confianza de normar la vida de los mexicanos por medio de las leyes y de poner los cimientos positivos de la historiografía moderna, José Fernando Ramírez marchó a la gran metrópoli de forma definitiva, llevando con siglo exiguas 20 cajas de material bibliográfico, la “Preferida Parte”, dejando su querida biblioteca y su casa de la ciudad de Durango, conteniendo aquella la friolera de 7 mil 477 volúmenes de los Siglos XV, XVI, XVII y XVIII, en cuyo número caben códices, manuscritos e incunables de incalculable valor.
   Época en que Durango era, a decir del propio Ramírez, una ciudad culta, contando 30 mil habitantes, 11 escuelas generales, 7 particulares, mil 437 estudiantes, además del Colegio Tridentino del Seminario Conciliar de los Jesuitas, cultivándose especialmente el gusto por la música, gracias sobre todo a la Capilla de Música de Catedral, con una tradición de 300 años, abundando también en la capital de la provincia músicos y pianos. Notable también en el desarrollo de la pintura, en la que hubo una tradición nada menor, en la que figuran grandes maestros de la talla de Juan Correa y Juan de Ibarra, y la ebanistería, teniendo como mejor representante de ese arte al toluqueño Felipe de Ureña, quien dejó en la Catedral Basílica tres magníficos retablos, muestra de su genio creador. Las letras, por su parte, no estuvieron ayunas de desarrollo, ya que en el sector periodístico se mostraban también muy activas en publicaciones como el Periódico Oficial del Estado (La Restauración Oficial), La Linterna, la Atalaya, La Opinión, La Enseña de la Libertad, El Zarandajo, La Independencia, etc., estando la vida política agriamente dividida en dos bandos: el de los Chimines y el de los Cuchas,
   En lo que toca a la “Parte Durango” de su biblioteca, vendida junto con su mansión, se formó a partir de ella la Biblioteca Pública del Estado de Durango, inaugurándose el 4 de septiembre de 1853, siendo su primer director  bibliotecario el Sr. José Luis Gómez. La inmensa biblioteca fue la base para la constitución del Colegio Civil del Estado de Durango, que se inauguró tres años más tarde, el 15 de agosto de 1856, con el lema “Virtud et Merito”, teniendo como primer Vice Director al literato Francisco Gómez Palacio, siendo el antecedente directo de la UJED.    
   La casa permaneció como Biblioteca a Pública cuando en 1859 el Colegio Civil se trasladó al “Edificio Central” del Colegio Tridentino del Seminario Conciliar de la Compañía de Jesús, incautado por el Estado, cambiando su nombre a Instituto Civil del Estado. La Biblioteca de Seminario Jesuita era también enorme, conteniendo más de 8 mil volúmenes, la cual, luego de dar tumbos de un lugar a otro, se perdió prácticamente en su totalidad, constituyendo, a decir del historiador regional José Ignacio Gallegos Caballero, “uno de los grandes crímenes de la cultura  que se han cometido en esta ciudad”.[3] No así la biblioteca del Obispo Castañiza, que fue incorporada a la Biblioteca Pública del Estado, y de la que, al menos una parte, sobrevivió a los avatares del tiempo y de las manos réprobas, encontrándose en la actualidad, junto con los fondos de la Biblioteca de José Fernando Ramírez, en la nueva Torre del Libro Antiguo, inaugurada en el año de 2010, anexo a la Biblioteca Pública del Calvario “José Ignacio Gallegos Caballero”.   




   En el mismo año de 1859 la casona sirvió como sede entonces al Tribunal Superior de Justica y al Congreso del Estado, donde sentaron sus fueros por una década, hasta el año de 1869, en el que se trasladaron al Palacio del Conde de Zambrano, que pronto sería conocido como Palacio de Gobierno.
A partir de ese año de 1869 la bella residencia fue la sede de la Escuela Central, conocido también como Instituto de Niñas, donde se preparaban las preceptoras para sus futuras funciones como educadoras de primaria. Permaneciendo en ese lugar hasta 1916, cuando cambió de nombre por un año a Instituto Juan Hernández y Marín.   
   El 7 de agosto de 1916 camia de nombre al crearse la Escuela Normal del Estado de Durango por decreto del gobernador General Fortunato Maycotte, teniendo como directora a Francisca Escárzaga, contando con la ayuda de los maestros Doctores Carlos León de la Peña e Isauro Venzor. En 1924 se introdujeron las carreras de contaduría, taquimecanografía y telegrafista y se introduce en ella a la Escuela Primaria Estatal. La Escuela Normal del estado permaneció en la casa de José Fernando Ramírez hasta el año de 1960, en que se traslada a las nuevas instalaciones en el Parque del Guadiana, frente al Ojo de Agua del Obispo.
   La residencia fue cedida entonces por el estado a la UJED, ocupando ese año el edificio la Escuela Superior de Música, fundada en 1954 por el músico Alfredo Antonio González Flores, compartiendo su espacio con una galería de arte, que a partir de 1974 llevó el nombre de “Tlacuilos”. La Escuela de Música se traslado entonces a un edificio de Ciudad Deportiva, junto a Radio UJED, hasta que en el año de 2010 inauguró su propio edificio a un lado de la EPEA en el Km 0.5 de la carretera a Mazatlán. La casa fue ocupada entonces por uno de los tres sindicatos de la UJED, el STAUJED, siendo conocido por obreros y trabajadores agremiados como “El Centralito”, donde permaneció hasta principios del año 2013, fecha en que se iniciaron los trabajos de restauración y conservación de la vieja residencia, habiendo sido por más de siglo y medio alberge de varias instituciones educativas, centrales en la formación personal y el desarrollo normativo de Durango.  

Continuará…




[1] El CECPRODAM del INBA es en nuevo nombre de lo que fuera el famoso CENECOA, centra de restauración de Bellas Artes, dirigido por muchos años por Walter Bosterley, enrocado luego al puesto de director del Museo de Artes Populares, y que rescató  los murales de la Casa del Campesino de Durango, realizados por el mismo Francisco Montoya de la Cruz en el año de 1937, desprendidos de sus paredes originales mediante la técnica de “strapo”, perdiéndose desafortunadamente la unidad del conjunto en su traslado al anexo del Palacio de Escárcega, apareciendo los murales hoy en día a manera de un imposible rompecabezas, no enteramente a la vista del público, debido a las medidas de seguridad del recinto, al ser usado como sala de sesiones por los regidores del Ayuntamiento. Hay que recordar que en el inmueble del antiguo CENECOA, ubicado en el Ex Convento de San Pedro y San Pablo estuvieron por muchos depositadas grandes obras del arte mural, entre otras los tableros que artista durangueño Ánge Zarraga pintara para la Legación de México en París, pero también el codiciado mural de Alfredo Zalce “La Industria y el Comercio en México” (rescatado del edificio Secretaría de Comercio y Fomento Industrial (SECOFI) después del temblor que cimbró al Distrito Federal en 1985).y que desde el  año de 2015 engalana el Centro Cultural de Convenciones y Conferencias Bicentenario, en el Ex Internado Juana Villalobos. Los diligentes restaurados del INBA, quienes expresaron cierto malestar y preocupación por la nueva dirección (ya que en su centro de trabajo, antes encargado de la formación de nuevos elementos,  de 35 restauradores quedan ahora sólo 20 por jubilaciones y otros movimientos), fueron también los artífices de la colocación de dos magníficos murales de Ramón Álva de la Canal, otorgados por CONACULTA a Durango en comodato de 99 años: “Los Hombres de la Reforma”, en el Salón de Plenos del Palacio Legislativo, y “Origines de la Escritura y la Imprenta”, serie de tres tableros transportables que se exhiben desde julio del 2015 en el patio central del Museo 450 de esta capital.
[2] Javier Guerrero Romero, “Una mansión de Durango: la casa de Ramírez”, El Siglo de Durango. Kiosco. 11 de septiembre de 2003. .
[3]Lic.  José Ignacio Gallegos Caballero, Historia de la Universidad Juárez del estado de Durango. 2ª Ed. Secretaria de Educación del estado de Durango. Durango. 2010. Pág. 13. 






sábado, 2 de enero de 2016

Monumento al Héroe de Nacozari: Ignacio Asúnsolo y Fermín Revueltas Por Alberto Espinosa Orozco

Monumento al Héroe de Nacozari: Ignacio Asúnsolo y Fermín Revueltas
Por Alberto Espinosa 
Orozco





I
   En el año de 1931 Ignacio Asúnsolo se asoció con el artista, también durangueño, Fermín Revueltas. Juntos se dieron a la tarea de realizar  para Hermosillo, Sonora, el proyecto para el monumento al Héroe de Nacozari. De hecho ambos artistas trabajarían en estrecha colaboración hasta el año de 1934 para el proyecto del Monumento a Álvaro Obregón, aproximadamente durante el periodo comprendido por la presidencia interina del general Abelardo L. Rodríguez (Guaymas, Sonora, 1899- La Jolla, California, 1964).  
   Se conoce como el Héroe de Nacozari a Jesús García Corona (1881-1907). Jesús García nació en la ciudad de Hermosillo, pero a la muerte de su padre marchó a la ciudad minera de Nacozari para buscar mejor fortuna, acompañado por su madre y sus siete hermanos.
   La ciudad de Nacozari, que en la lengua aborigen ópata significa “lugar rodeado de nopales”, fue fundada en 1660 por los mineros españoles, que le dieron el nombre de Nuestra Señora del Rosario de Nacozari. A mediados del Siglo XIX, en 1867, la ciudad esperimento un crecimiento en su población cuando las minas de cobre explotadas por la Cia. U.B. Teader, fueron vendidas a la Moctezuma Copper Company (subsidiaria de Dodge Phelps), debido a que contrataron a muchos ingenieros y trabajadores de Estados Unidos, quienes introdujeron adelantos metalúrgicos modernos, además de hospital, biblioteca y casas estilo americano.[1]
   El humilde ferrocarrilero Jesús García Corona (Hermosillo, 13 de noviembre de 1883-Nacosari, 7 de noviembre de 1907), un hombre apuesto, de 1.80 mts de altura, moreno de ojos claros y bigote rubio, había aprendido el oficio de mecánico junto a su padre, Francisco García Pino, quien murió en el camino antes de llegar con su familia a Nacozari. Entró a trabajar muy joven a la industria minera Moctezuma Cooper Company, controlada por el Ing. W.L. York, siendo el menor de sus siete hermanos que ya se habían instalado para trabajar en ella, mientras su madre Rosa Corona Viuda de García atendía un pequeño negocio personal de lonches y café para los trabajadores.




   Su primer puesto fue de aguador, a los 16 años de edad, en 1898, escalando a bombero y luego a controlador de frenos, obteniendo cuatro años más tarde, por su dedicación y notables dotes, el grado de Ingeniero Mecánico, lo que lo facultó como ayudante de maquinista. por ese tiempo fue premiado por el superintendente de la minera Sr. James S. Duglas y el gerente Sr. Elizalde con un viaje todo pagado a Missouuri, estados Unidos. 




   La tragedia se dio cita en Nacozari el 7 de noviembre de 1907, cuando el maquinista oficial de la compañía, el alemán Alberto Biel, enfermó y tuvo que ser remitido al hospital. Como a las tres de la tarde tocó su turno a Jesús García, de 25 años de edad, quien por aquel azar del destino tuvo que tomar el mando de la locomotora, la que se encontraba estacionada en el Patio de Abajo, junto al bodegón de la casa de Máquinas, cargada hasta el tope con más de mil cartuchos de dinamita, lo que la convertía a aquel centro en un imponente polvorín. 
   Un viento contrario se desató entonces, llevando las chispas desprendidas de la caldera del vapor, avivadas por el fuerte viento, hacia las góndolas del tren, cargadas con una serie de cajas que contenían cuatro toneladas de dinamita, que  pronto empezaron a arder. El fogonero y los garroteros se bajaron presurosos del tren. No así Jesús García, quien tomó la decisión de sacar el ferrocarril, corriendo con su Maquina # 501 a toda prisa por la pendiente, cuesta arriba, para que no volara la ciudad entra. Jesús García logró llevar el tren a un lugar abierto, siendo el último en saltar el garrotero José Romero, quien salvó su vida al esconderse detrás de una piedra. A la altura del kilómetro # 6, al llegar al patio de Arriba, lugar conocido como "El Seis", la locomotora y los carros cargados con 2 toneladas de TNT volaron en mil pedazos por el aire, cimbrando la ciudad de Nacozari con un estrépito horrendo que se oyó a más de 16 kilómetros de distancia, rompiendo la onda expansiva todos los vidrios de las ventanas que halló a su paso. Se escucharon tres explosiones sucesivas como a las 2:20 de la tarde, causando una gran destrucción, matando en el acto a Jesús García que iba al frete de la cabina de tren, junto con 13 personas más que deambulaban por los alrededores y dejando heridas a otras 18 más, varias de ellas mortalmente lesionadas. Efectivamente, en el acto también murieron 6 mujeres y dos muchachas que estaban en una casa de sección junto al camino, más 5 hombres que pasaban por los alrededores. También murió el hijo del carpintero de la industria, un muchacho de apenas 14 años de edad de nombre William Chilshom. El superintendente Sr. J.S Duglas rindió a las pocas horas un informe detallado de lo sucedido al gobernador del estado de Sonora, Sr. Luis E. Torres, mientras el cielo se encapotaba de nubes grises y llovía durante toda la noche en el pueblo de Nacozari, como si el cielo mismo se vistiera de luto y llanto.   
   El sacrifico del ferrocarrilero no fue, sin embargo, en vano. Su hazaña heroica había salvado al pueblo de una terrible destrucción, quedando su epopeya labrada en la mente de sus coterráneos, y su figura como un símbolo verdadero, por encarnar los ideales de humanidad, valor y gallardía propios al más hondo arquetipo ideal de ferrocarrilero del norte del país. Héroe blanco de Sonora, héroe civil de la humanidad, en cuyo honor el poblado cambió en 1909 de nombre a Navozari de García por decreto de la legislación de su estado, celebrándose en México el día de muerte, 7 de noviembre, el Día del Ferrocarrilero, a partir de 1944.     



  La epopeya del ferrocarrilero inspiró la lirica popular vernácula, siendo el héroe de un corrido que narra sus hazañas, el que ha sido cantado a la largo de los años por variopintos intérpretes, desde el Charro Avitia hasta Pepe Aguilar, pasando por Los Camineros, Los Alegres de Terán, Las Voces del Rancho, Los Llaneros de Guamuchil, Los Rieleros del Norte, Montañeses del Álamo, Eduardo "El Gallo" Elizalde y Lorenzo de Montecarlo.







Maquina # 501

Maquina # 501
la que corría por Sonora
por eso los garroteros el que no suspira llora
era un domingo señores
como a las tres de la tarde
estaba Jesús García acariciando a su madre
dentro de pocos momentos
madre tengo que partir
del tren se escucha el silbato
se acerca mi porvenir.

Cuando llegó a la estación
un tren ya estaba silbando
y un carro de dinamita
ya se le estaba quemando.

El fogonero le dice
Jesús vámonos apeando
mira que el carro de atrás
ya se nos viene quemando
Jesús García le contesta
yo pienso muy diferente
yo no quiero ser la causa
de que muera tanta gente.

Le dio vuelta a su vapor
porque era de cuesta arriba
y antes de llegar al seis
ahí terminó su vida.

Desde ese día inolvidable
tú te has ganado la cruz
tú te has ganado las palmas
eres un héroe Jesús.




Fotografía de Alberto Bbiel (1904): Jesús García Corona, José Romo, Hipólito Soto, Francisco Rendón y Agustín Bruló


II
   El Monumento al Héroe de Nacozari partió de un diseño de Fermín Revueltas, realizado en mancuerna con Ignacio Asúnsolo. Juntos se encargaron personalmente de la construcción, de diciembre de 1931 a marzo de 1932. Puede decirse que ambos diseñaron toda la estructura del monumento, traduciéndola Revueltas a dibujos y Asúnsolo a maqueta.


   Se trata de una estructura de cuerpos geométricos regulares, un hexaedro de cuatro caras, levando sobre una base piramidal. El estilo sobrio de la composición atendía a la idea de reflejar, en el cubo central mediante la pureza de las formas, las ideas abstractas de justicia, verdad y perfección. Para las cuatro caras del hexaedro Asúnsolo diseñó relieves de gran simplicidad, alusivos a la acción heroica de Jesús García, siendo añadidas inscripciones igualmente sobrias sobre las superficies por parte de Fermín Revueltas. La solución arquitectónica, que contaba con un recinto interior, resulto de gran equilibrio y elegancia, influenciando notablemente a posteriores proyectos monumentales. Por tratarse de las tres virtudes abstractas de la justicia, de verdad y la perfección bajo la forma alegórica de tres figuras femeninas, la voz popular ha llamado también a la obra “Monumento a la Madre” –correspondiendo aquellas más bien a los lauros de gloria trascendentes que coronaron las sienes del héroe sonorense sub especie aeternitis.  
   El monumento, efectivamente, cuenta con tres caras marmóreas en bajorrelieves escultóricos, que Asúnsolo mandó chapear con una capa de granito mezclada con cemento.    


   El amor ideal a su patria chica, Durango, y las afinidades electivas, llevó a los dos artistas a un trabajo de gran armonía en su conjunto, levantándose el Monumento al Héroe de Nacozari en el Parque Madero de Hermosillo Sonora, en los terrenos del Puente Colorado, que había sido propiedad del ciudadano francés Pallet, a unos pasos del lugar donde habría nacido Jesús García Corona.[2] Algún crítico ha visto en el estilo de la obra la difícil conjunción entre el Art Decó y el totalitarismo ideológico de la época, planteándose ciertamente la tensión entre un arte revolucionario y un poder cada vez más corporativo, encarnado por el periodo presidencial denominado del “Maximato” (1924-1934), justo en la época en que el gobierno de Sonora era detentado por Rodolfo Elías Calles, el mismísimo hijo del general Plutarco Elías Calles. Lo cierto es que la obra refleja claramente la mano de la Escuela de Talla Directa, antecedente directo de “La Esmeralda”, trasportando los diseños de las virtudes ideados por Revueltas en mármoles extraídos del Cerro de la Campana, símbolo de la ciudad de Hermosillo, también conocida como “La Ciudad del Sol”.[3]  






   Hay que agregar aquí que Fermín Revueltas realizó una obra más para Sonora: el vitral para la Casa del Pueblo de Sonora del año de 1933. Los murales en emplomado, pertenecientes al último ciclo del artista de Santiago Papasquiaro, engalanaron el teatro de la casa del Pueblo, teniendo como tema el “Movimiento Obrero Mexicano”, hecho por pedido del Ingeniero Juan de Dios Bohórquez. El proyecto fue concluido y montado en su lugar por la casa Montaña de Torreón, Coahuila, contando como ayudante de dibujo con el novel pintor Francisco Montoya de la Cruz. La obra constaba de tres dípticos, cuyos anteproyectos a prisma color aun se conservan, que son: “Zapata y la Maestra Rural”; “La Revolución”, y; "Obrero Muerto y Mitin”. La Casa del Pueblo formó parte de un complejo arquitectónico de beneficio social, contando con canchas de tenis, frontenis, alberca, ring de box y el estadio de beisbol “Fernando M. Ortiz”. Las instalaciones fueron convertidas en oficinas del PNR y los vitrales se perdieron, no dejando ninguna huella de su paso, porque a alguno les gustó y se los llevó para su casa.





   Por su parte Ignacio Asúnsolo  Mason dejó varias obras para Sonora, pues tenía una relación con la entidad, ya que su madre, Doña Carmen Mason Bustamante, era oriunda de Pitiquito, Sonora. Para Nogales, Sonora, labró el “Monumento a la Madre”, inaugurado el 19 de agosto de 1946. También realizó dos monumentos del general Abelardo L. Rodríguez, uno de ellos la estatua sedente que se encuentra en la Biblioteca de Sonora. El boulevard Abelardo L. Rodríguez cuenta con dos obras más del autor: dos estatuas de Plutarco Elías Calles y otra de Benito Juárez. Para Hermosillo, Sonora, labra en 1959 una obra más, titulada también “Monumento a Madre”. Por último realizó dos esculturas de primeros presidentes revolucionarios de la nación: Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles   











[1] Nacozari se encuentra a 150 km de Hermosillo y a 123 km de Agua Prieta, enclavada en el extremo norte de la Sierra Madre Occidental, a 1, 100 metros de altura. En 1900 tenía apenas mil habitantes, contando en 1912 con dos mil y en la actualidad con una población de más de 10 mil almas. En 1912 fue nombrada Cabecera Municipal, con el nombre de Nacozari de García, en honor del héroe ferroviario. En 1904, debido a la necesidad de llevar el preciado metal a los Estados Unidos, se introdujo el ferrocarril, conectando Nacozari primero con Agua Prieta y luego con Duglas, Arizona –pues hasta esa fecha las vías del tren jalaban los vagones que eran arrastrados por mulas.  En 1948, cuando se agotaron los recursos minerales de Nacozari y la industria trasnacional cambio de nombre a Compañía Mexicana de Cobre S.A. de C.V., comenzó la exploración de los yacimientos circunvecinos, encontrando entonces, a 20 millas al sureste de la ciudad, la mina La Caridad  que empezó a explotarse a cielo abierto para el año de 1968, siendo en la actualidad la 3ª mina de cobre más grande del mundo, contando para su explotación con gigantescos camiones de 8 mts de altura por 12 de largo, de 27 toneladas de peso, que soportan paladas de 60 toneladas de mineral, el cual luego de ser triturado en el. Complejo Metalúrgico de Esqueda, Sonora.  
[2] Existe en el mismo Parque Madero un Monumento a Jesús García de confección más reciente, escultura de 1997 debida al escultor Julián Martínez Sotos. Hay que agregar que el escultor oficial postrrevolucionario Federico Canessi (1906/1977) realizo una escultura del Héroe de Nacozari para el Sindicato Ferrocarrilero de la bella ciudad de Toluca en 1948, dejando en Hermosillo, Sonora, la huella de sus cinceles con un retrato de Adolfo de la Huerta. 






[3] Blogger Sonora Diversidad. Tonatiu Castro Silva, “El Patrimonio Cultural ante un urbanismo rapaz,”