sábado, 5 de marzo de 2016

El Materialismo sin Dios: las Herejías Modernas Poer Alberto Espinosa Orozco

El Materialismo sin Dios: las Herejías Modernas
Poer Alberto Espinosa Orozco




   Lo que puede reprocharse al materialismo rampante de hoy en día es la idea, ciertamente muy materialista, de la no necesidad de Dios. Idea que deriva del sentimiento del hombre moderno de la no necesidad de Dios, prescindiendo de su idea personalmente y viviendo efectivamente como si Dios no existiera. Idea, pues, que deriva del sentimiento de autosuficiencia del hombre moderno -el cual, sin embargo, sale adelante apoyándose en algún bastón, físico o metafísico, recurriendo finalmente a las místicas degradadas, a otras potencias carentes de luz o pactando directamente con la muerte, incurriendo de tal modo en apostasía, que es la negación explícita o práctica de Dios.

La participación en las orgías del dinero, en abstrusas especulaciones de dominación tecnocrática del mundo, en la huida de la realidad que se sume en la irrealidad de esos infiernos pánicos llamados, no sin ironía, paraísos artificiales, el entrarle al revolcadero con hieródulas sagradas o de hundirse en el pestilente lodo de prácticas contra natura, hoy al alcance de cualquiera, son entonces símbolos suficientes para granjearse el seguimiento, cuando no el aplauso y hasta la aceptación, de la cofradía de los hijos de las tinieblas. Como el humo turbio de Satán que ha penetrado al interior de la barquichuela de los creyentes, su densa llamarada muerta ha vertebrado también la negra médula del inconsciente, articulando las empalmadas escamas y estrechas lajas de los ejércitos de burócratas, reclutando bajo su orgiástica égida no ya digamos a instituciones particulares, sino a naciones enteras, postradas en obediencia nocturna.

El gesto gemuflexo, ya de inclinarse ante un jerarca hipostasiado en el orden de una secta oligárquica, ya de dar por bueno un valor negativo, de hacer pasar por autoridad cultural o educativa a un charlatán, a un animal o a un bárbaro, por decir algo, o de hacer de un charro bigotón y bien vendido, con casa de seis cúpulas en Las Lomas, un líder social o sindical, son actitudes tan materialmente arraigadas en nuestras mezquinas costumbres sociales, que pasan hoy en día como toleradas y hasta desapercibidas, pero que no por ello dejan de hundir en el barro y en la confusión moral a los infractores.

Infracción moral, es cierto, y de calibre, cuya gravedad implica no sólo él no querer el bien y la luz, y sobre todo el no odiar y rechazar las tinieblas, digamos que con cruda indiferencia, sino el amar positivamente el mal, en alguna medida, o cuando menos el pactar, que viene a ser lo mismo que el colaboracionismo.  Actitudes derivadas de una razón meramente disolvente, sin principio de luz, meramente destructiva, al ser la crítica de todo lo existente su último y único peldaño y exiguo fundamento racional.
   Desear la inexistencia del bien, la aniquilación de la luz, en favor de pobres ventajas materiales, de enredarse, como se decía antes, en la tenebra, como un medio para sacar raja, para competir en un medio cultural de manera oportunista y hasta ventajista. Es también, y acaso esencialmente, el vehículo idóneo para dormir el espíritu y ser dominados por la opacidad material, incurriendo entonces en la ceguera moral de nuestro tiempo que, como pasa en las leyendas brujiles, acaba por precipitar en los excesos de la carne y en la disolución de las costumbres, terminando sus incautos participantes como aquel lamentable cuadrúpedo que camina inconsciente siguiendo la zanahoria que cuelga de un hilo por delante de sus narices, en medio de sus inmensas orejas agachonas, en un lamentable retorno a la animalidad. 
   Porque, en efecto, como no se cansa de repetir la filosofía hermética, la ignorancia de Dios resulta ser el peor de todos los males. 




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