miércoles, 16 de diciembre de 2015

Petronilo Amaya: Vaivén de Vers(i)ones y Visiones Por Alberto Espinosa Orozco

Petronilo Amaya: Vaivén de Vers(i)ones y Visiones
Por Alberto Espinosa Orozco 


I
   El más reciente libro de Petronilo Amaya, Di-vers(i)ones y la artillería verbal de los poetas duranguentes (IMAC, 2015) resulta un viaje al interior de sí mismo, conjugando las virtudes líricas y críticas. Autoexamen que tiene por telón de fondo el paisaje urbano y los emblemas de toda una región geográfica, no menos que el retrato de las esquivas figuras fugitivas que encienden los pasajes interiores, más bien tórridos, de la pasión. Poemario en cierto modo tormentoso, que urde los hilos de los tiempos borrascosos y revueltos que nos pueblan, surcado por la nostalgia y la melancolía, donde la voluntad de la existencia y su potencia se enfrenta a las contingencias del tiempo moderno, hecho de instantes discontinuos que no garantizan el siguiente, de olas altas y de agudos arrecifes de coral en playas bajas, sintiendo la necesidad así de echar alas para aferrarse a algo esencial que lo sostenga y dar continuidad al movimiento al estar informado el cuerpo del poema por esencias.
   Sus poemas conjugan de tal forma, entre versos diversos, desarticulaciones y desvaríos, la crónica vislumbrada de una conversión, que despunta con sus reflejos de diamante al final del camino. Pasajes del pasado que pasan vertiginosos como flamas, que arden en llamas, que lo consume en la llama del amor, rendido a la adoración de las caricias réprobas, para probar en la aguda ausencia del tedio instable la flama del verdadero amor, que en medio de naufrago incandescente no ha dejarlo nunca de llamarlo, que le pregunta si en verdad ya ama, con buena voluntad, de veras, Petronilo Amaya.
  Los poemas del bardo durangueño se sujetan  entonces a las tensiones dialécticas de su recorrido existencial, trazando así los términos extremos de su poética de experimentaciones formales, verbales  y viscerales, transitando entre el canto y el cuento que es a la vez anestesia y amnesia, invención y fiel imagen, joya eterna, calculada cifra y rescoldo, ceniza, gris olvido producido por un relámpago pegado a la camisa. Bitácora de naufragios, de los pasos perdidos por Progreso, el poeta concibe al hombre como un ser sentimental, cordial, que ríe y que llora llevado por sus emociones y pasiones, tomando entre sus dedos la pluma para  conectar con el lenguaje del alma, haciendo ejercicios para poner en forma al verso, tomando en cuenta primordialmente la materia verbal, la sonoridad de ritmos y de rimas, pero también a la escritura como una arte gráfico, espacial, donde la forma fluye y transcurre sobre el espacio en blanco como un dibujo y una cifra arcana –haciendo llegar frecuentemente al centro mismo de la lengua una comunicación extralingüística, llámese lo mismo sentido que emoción o revelación. 
   Y así, sobre una estela de quebrantos y un fondo de hedonismo confeso, el poeta arroja sobre la alfombra que se tiende a sus pies una serie válida de imágenes propias, originales, por cuya boca herida manan una serie de signos y metáforas para descifrar el mundo, que a la vez esculpen un alma.  Mundo cifrado en la escritura para ser descifrado en la lectura y para hacerse, con todo, legible, para saber de la salvajería del deseo y de su informulable ley, para saber de la ley del deseo y para saberse, para observarse en ella reflejado: para ver que el orden del deseo es a la vez incansable gozo de mirar y libre elección. Que la poesía es inspiración incontrolada, acaso divina, oscuro impulso que escapa a toda regla, que a la vez debe ser tomada a su cargo por unas leyes que transportan su sentido sin trastornarlo, y que por sí misma es opuesta a perversión de la ilegitimidad. .Poesía cálida, incluso coloquial, que se pasea parsimoniosamente sobre el asfalto del infierno donde ha llovido sobre mojado acariciando el pensamiento en las palabras, para palparlas y delectar su aroma por el poder de la lengua que así hace suya.




II
   Su poesía se presenta entonces como un bálsamo del deseo turbio y de la libertad amortajada, útil para sentir menos frío entre la lluvia y el cierzo del invierno, para volver a incardinar los sentimientos y desentumir las articulaciones óseas, para reembobinar el querer y despetrificar a la conciencia: para encallar de la zozobra del naufragio, secar los ojos y sacarlos de su laberinto cóncavo de espejos. Arte de la confidencia y de la confesión, poesía que no puede callar, que se niega a no decir su nombre verdadero y que es por tanto potente para descifrar las señales de su tiempo –así tenga que nombrar miserias que los demás entierran.
   Propenso a las distancias del paisaje el artista lava sus pupilas e integra catalejos a las niñas, para escuchar los ecos que vuelven o nos llegan, y que son equivalentes a un despertar, a salir de un claustro y caminar, olvidando el hambre, la sed y los prejuicios, el veneno, la demencia y los demonios. Proceso de autognosis, pues, que por fuerza se ve impelido a ir más allá de sus fronteras, para buscar en el ojo ciego de la chistera del mago la lámpara de Alì Babà. Recorrido que sigue los pasos de los días sin huella, luchando contra el angustiante vacío que corroe la existencia, su hueco por siempre insatisfecho  y el agujero sin fondo de la nada, que son como esa corona sin flores en el centro, como la mancha de vino en el mantel de la conciencia. Y donde no queda más que coger el hilo salvador de la palabra, agarrando en su cabo la cauda del cometa que se escapa, como la imagen rauda que vuela con el viento, y sujetarla firmemente, por más que haga sangrar los dedos, al ir preñada de posibilidades de infinito.




III
   Exploración de la cóncava desolación y de la tentación convexa, de la insufrible tensión y de la gracia, en una labor que se antoja de conversión, donde sincopada, conversadamente, busca el verso que se posa en las alturas de las nubes, por reinar en él el espíritu del bien. Tarea de despertar el caracol de la oreja dormida, de afinar el metal del instrumento con los rigores del cinabrio y purificarlo al pasarlo por el azogue, para que al amor de la nostalgia, de ser huéspedes del tiempo, logre alzar el vuelo.
   Visión dialéctica de la realidad toda y del hombre como la de un ser oscilante entre pares de términos contrarios, cuyos extremos son la cordura de la razón y la locura, el dominio de sí y la delirante enajenación, la soledad y la masa, la pobreza y la riqueza, el brindar el alma a Dios o de venderla al diablo, la vida y la muerte, la esencia o entelequia y la existencia o energía, la memoria y el olvido, el sufrimiento y la comodidad, el dolor solitario y el amor cómplice. También visión del cáliz vivo de la religión del erotismo, que se detiene en el vientre que es espejo y Venus embruja con su mar incandescente, volviendo al canto aullido, donde se incendia la ilusión en el segundo piso de un motel, cuya ventana abierta solo asoma al pavimento sobre el que flota el anuncio del espectacular inmenso, que vuelve el ánimo como el de ánimas en pena.
    Recorrido por sitios donde el tiempo se vuelve cacarizo y la página en blanco se vacía, como una carcasa en el espacio impertinente, como una partitura silente impenetrable, donde sin embargo se afina la cadencia de bordes biselados, volviendo dóciles los veros a la modulación del aire –por más que el gárrulo animal humano se desgarre entre los quebrantados aullidos doloridos. 




IV
   El recorrido del poeta encuentra entonces una serie de imágenes autóctonas y emblemas tradicionales en que reposar por un momento la cabeza, y ante el frívolo vacío contrapone sus lamentaciones, por la carcoma del vicio que roe hasta los huesos la conciencia adocenada de su pueblo. Imagen del lobo durangueño, perfilado sobre el verde pasto y la campiña de oro que se encoje y evapora como agua arrojada al pavimento, cuyo aullido profético de agudas sombras como el viento consigna su exterminio, venido a menos día tras día. Como el daguerrotipo del manantial, del Ojo de Agua del Obispo del Parque del Guadiana, por el que rodaron las aguas como espejo entre ahuehuetes y eucaliptos, el cauce que jugueteaba con los niños entre tumbos y tumbos de alegría.
   Lamentaciones, porque a lo lejos se queja una sirena, porque en las cuatro esquinas de Progreso, que caben en el dedal de una mirada, los brillantes tacones de las muchachas ebrias pasean por congales con fachadas de inocencia, entre escombros. El poeta sorprende en otra esquina a la pareja que apacigua su adulterio con los tacos,  y el olor de la fiebre que atrae a los gatos que miran el amanecer desde los cielos.
Queja también del alacrán esquivo, agazapado en la penumbra que es su elemento, sombra, mancha, rescoldo, inesperada fosforescencia, alarma, entre los adobes desnudos de la noche, que en el día busca los ecos solariegos para posarse y reposar en las largas horas del hipnótico letargo. Centinela de oquedades y de escombros cuya queja deslavada es un grito detenido y el reloj de la rutina y del tedio envenena más que él los pensamientos. Hechizado del silencio, sin lacra ni nardo en su cuerpo, queja desleída, detenido grito, encarnada exclamación, esponja insustante que odia a los violentos devolviendo sus maldiciones en picadas y cuyo lento paso se posa pavoroso narcotizando la tarde con su néctar.
   Cuadros, dibujos, estampas de la ciudad en ruinas, iluminada a tientas por agonizantes focos amarillentos, entre calles hundidas por el desaliento del polvo y asfaltos horados por el rodar neumático del río. Y a la vez melancolía del recuerdo por la opíma ciudad de los recuerdos, refulgente como una charola de plata donde la catedral se alza como un dedal de oro entre palomas en medio de la tarde ingrávida.
   Recuento de las culpas que revientan el alma, visión de los incendios, de las culpas por extirpar como un solecismo incrustado agazapado entre la lengua o la espina clavada en medio de una llaga, que es el intento por desentrañar las sombras que acosan a una región geográfica, para encontrar la cifra de su signo, contrarrestando así la beligerancia de su elixir de veneno, hasta encontrar los brillantes imperturbables del diamante entre el fuego y olfatear la esperanza en su deseo. Porque en el calvario del naufragio de la noche es imposible dormir siendo ceniza. Porque, a fin de cuentas, como todos, “Así anda uno”:




Anda uno –después de la tormenta-
Tal si buscara sus huellas en el fuego
O invocara a banquetas vírgenes
Olisqueando esperanza en los desechos.
Pedalea a la vida
Hincándole hasta el fondo las espuelas
A ver si así, la hija de puta,
Detiene su alharaca holgazana
Y deja algo menos tétrico
Que el sinfín de sudarios con su rostro.





Imágenes de Eduardo Orozco Xivan 


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