lunes, 1 de junio de 2015

Los Hermanos de la Nada Por Alberto Espinosa Orozco

Los Hermanos de la Nada
Por Alberto Espinosa Orozco

    La mesa conocida regionalmente como “El Serpentario”, situado a la entrada del Samborn´s, del propietario Carlos Slim Helu, corresponsalía Durango, dejando atrás el ácido corrosivo de la crítica y el dulce veneno de la sabiduría, se ha degradado en una calenturienta hoya de grillos y de ociosos alacranes ponzoñosos, reducidos a jalarse mutuamente las colas o a practicar el mezquino arte de la especulación convenenciera, también conocido como técnica procedimental de "futurismo político-partidario" -sabedores de los agasajos que el poder dispensa, con dádivas que van de mediocres a envidiables, a los deletéreos rebeldes amaestrados. 
   La raíz del mal que causa tal vacío espiritual habría que buscarla en el torpe empeño de aliar la idea de reforma social o de cambio al ateísmo, como si fuesen conceptos analíticos que se implican mutuamente. Que tal es la tradición de la izquierda “nacionalista”, estafeta actual de una desdichada herencia que sienta sus reales en Berlín, proveniente de la casa de la filosofía alemana, cifrada en la corriente que llega de Hegel y se prolonga en Marx, hasta tocar a los bolcheviques camaradas Lenin y Stalin, con todo y sus planes quinquenales de industrialización, y más adelante aún, con su retrógrada sucursal Cubana.
   Nebulosas ideológicas que han llegado todas ellas a la negación del hombre y renegación de lo humano, aparejada a la ciega afirmación de una poderosa burocracia de mandarines ateos, por mor no del amor, la piedad o de la justicia social, sino, sino… ¿de qué entonces? Pues por mor del nihilismo.
   Así, su deletérea amalgama sociológica no es otra cosa que un infeccioso caldo de cultivo propicio a las relaciones desviadas, tramada en una especie de lamentable solidaridad en el error: donde uno dice que Jesús, siendo el más sabio de los hombres, sólo fue un profeta, negando su divinidad, el otro que profetizó, pero que lo hizo mal, viene un tercero y dice que fue un revolucionario, el que llega que fue un romántico, un sentimental, alterna otra voz diciendo que en realidad era un loco, un desquiciado, hasta que el final contribuye el último con la puntilla negando de plano su existencia.

   Y así todos se van volviendo solidarios de confusiones cada vez más toscas y groseras, cada vez más vulgares, hasta convivir con una serie de personas que practican el mismo error a niveles cada vez más rastreros y pedestres, colando entre sus filas a los seres más mediocres, vulgares e imbéciles que quepa imaginar o elevando a la categoría del genio a los más grandes tontos pillastres de la historia, a los más notables volteados, marrulleros y bellacos burgueses de Siglo XXI. Hermanos no de la caridad sino sino de la nada, cuya pesada orfandad se manifiesta, por otra parte, al sentirse obligados a luchar contra hombres que tienen otro credo político, olvidando que es en la solidaridad bien entendida, que en la solidaridad en el combate, contra un enemigo común, es donde se amalgaman los hombres con valores diferentes, y que esa es la única posibilidad de triunfo y, acaso, la única forma válida de fraternidad.





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