Sobre la Libertad Irresponsable
Por Alberto Espinosa Orozco
El oximoron de la libertad irresponsable
sólo puede salvarse si se habla de la oscura claridad, de la luz negra,
producida por una libertad entendida en términos de los máximos derechos
conquistados (de pensamiento, de los instintos individuales, de las creencias),
es decir de la libertad contractual, de esa especie de derecho de paso que en
nada compromete, que en nada responsabiliza, teniendo por tanto muy poco que
ver con el problema de la libertad en sí -que es básicamente el ser responsable
para con uno mimo en cada acto que se realiza, de estar justificado, en última
instancia, ante uno mismo.
El derecho a la libertad, conquistado por la
Revolución Francesa, no es sino aquella libertad exterior, automática, que
funciona como un mero permiso de circulación, como algo otorgado por otro, que
por tanto no compromete a la persona; mientras que la verdadera libertad
significa poder responder a cada acto que uno realiza en la vida, en el sentido
positivo de volverla fértil, creativa. En cambio una libertad descendente,
fracasada, es la de la vida que al no aceptar cambio alguno, ni diálogo, ni
verdadera pluralidad, mutila, moviéndose por exclusiones viscerales, o por
inapelables automatismos, lo que viene más bien a ser la definición misma de la
esclavitud -precisamente por ignorar el sentido propio de la libertad
responsable, ascendente, de la libertad hacia el bien. Ignorancia que es el
fondo que se intenta justificar cuando los demagogos, cuando los ideólogos,
cuando los neógogos (ese veneno académico para la juventud), abiertamente adoctrinan
y hablan de la libertad: es decir, de renunciar a la libertad en su sentido
propio en beneficio de los derechos. Pero del derecho de ser libre no puede
sacarse provecho alguno si por ello se entiende cumplir con actos que no pueden
ser sancionados -lo que se parece más al derecho a actuar irresponsable e
impunemente, lo cual evidentemente no puede significar ser libre.
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