La
Leyenda de la Tarasca
Por
Alberto Espinosa orozco
I
Cuenta la leyenda que Marta de Judea, la
hermana de María y de Lázaro, amigos de Jesús de Nazaret, habían tenido que
huir de Palestina ocupada por los Romanos luego de la crucifixión del Señor.[1] Sufriendo toda clase de vicisitudes llegó en
barco, junto con María Magdalena y María Salomé a la región de Provenza, al sur
de Francia, donde se separaron. Marta fue a dar a una población cerca del
Ródano, cuando la Provenza era dominada por catalanes. Ahí encontró a los
habitantes aterrorizados, debido a que el bosque cerca del Ródano se encontraba
un fiero monstruo femenino.
El feroz dragón, al que llamaban el Tarascón
o la Tarasca, mataba a los que transitaban por el camino que va de Arles a
Aviñón, ahogando a sus víctimas en las aguas del río, para después devorar sus
cuerpos violáceos y podridos en lo más hondo su oscura madriguera. El terror
aumento en la población cuando la horrible bestia exigió a los pobladores que
le sirvieran en la puerta de su casa a su víctima, que debía ser una persona
joven. Santa Marta se comprometió con ellos y decidió enfrentar a la dragona
para acabar con su cruel reinado infernal. Caminó por el bosque en una noche de
luna llena, protegida con el arma de la fe, encontrando la pestífera caverna
del monstruo. Penetró en la oscura cueva encontrándose con una criatura atroz y
horrible, con un cuerpo semiesférico plagado de lancetas o púas, cubierto por
un caparazón duro y escamoso, rematado en la cresta por aguzadas agujas que se
movía con seis pata cortas, rematando el cuerpo una fina cola que movía como un
látigo, siendo su cabeza la de una persona deforme, por la enorme boca saturada
de colmillos.
Marta de Betania rezó entonces fervientemente,
sacando de su ropa un frasquito con agua
bendita, que roció sobre la cara del animal exclamando con voz en cuello:
“¡Jesús, amánsala!”, ante lo cual el pavoroso animal se revolcó sobre sí misma
gimiendo y emitiendo lastimosos chillidos de dolor. Entonces se quitó el lazo
que ceñía su cintura y lo ató al cuello de la bestia, sacándola de caverna para
llevarla al pueblo. En el camino se encontró con unos campesinos, que al ver al
horrible demonio de la Tarasca que seguía a Marta como un manso corderillo, cogieron
sus instrumentos de labranza y le dieron muerte. Los habitantes de la aterrada
población la llenaron entonces de bendiciones por su poderoso encantamiento,
por lo que Marta eligió ese lugar
llamado Tarascón para vivir, donde luego se levantó un convento donde
sería enterrada. En ese lugar, en el año
de 1187, fueron encontrados sus restos, consagrándose más tarde una iglesia
sobre su tumba.
II
La Tarasca está emparentada estrechamente con
otros monstruos mitológicos, tales como el Grifo, la Quimera, el Basilisco, la
Hidra, y particularmente con los Lammasus y la Maticora provenientes de la antigua
Persia, de los que resulta prima hermana.
El nombre de Maticora deriva de la voz persa
“Martya”, que significa ser mortal.
Los griegos los llamaron “Martikhoras”
y los latinos “Martichoras”,
significando con ello un monstruo mítico que como o devora gente, siendo uno de
los depredadores más temibles de Asia. El médico griego Ctesias lo describió en
el siglo IV a. C. en su famosa obra Indika (Historia de la India)
como natural de Etiopía, caracterizado no menos por su gran velocidad que por
su avidez de carne humana. El peligroso depredador sería un extraño híbrido, a la
vez mamífero y artrópodo, formado anatómicamente por una cabeza humana con
largos cabellos y espesa y extraña barba, con cuerpo de león y cola de
escorpión o de dragón, estando su cola rodeada por espinas venenosas que
dispara contra sus presas. Su rápida carrera lo hace inalcanzable por cualquier
otro animal. Dice la leyenda que su voz seductora amalgama en armonía la flauta
y la trompeta y que es tan encantadora como el canto de las sirenas.
Plinio el Viejo en sus Noticias Naturales y
Claudio Eliano en su De Natura Animalium (Anales
de la Naturaleza) lo dan como un animal auténtico –por más que
Pausanías hubiera querido reducirlo a una especie de tigre que gustaba de comer
humanos.
El horrendo bicho mitológico sería tan inteligente
cuan astuto, atribuyendo algunos por la velocidad de su carrera alas e incluso,
por su avidez de carne humana, tres filas de dient4es. Animal territorial que vive
en manadas de 3 a 12 individuos y de costumbres monógamos, el profeta Jeremías
vio en él un emblema de la maldad y el egoísmo
extremo, mientras que en el libro final de la Revelación San Juan los retrata,
cuando el quinto ángel toca la trompeta, bajo la imagen de las langostas:
“Y
el parecer de las langostas era semejante á caballos aparejados para la guerra:
y sobre sus cabezas tenían como coronas semejantes al oro; y sus caras como
caras de hombres.
Y tenían cabellos como cabellos de mujeres: y
sus dientes eran como dientes de leones.
Y tenían corazas como corazas de hierro; y el
estruendo de sus alas, como el ruido de carros que con muchos caballos corren á
la batalla.
Y tenían colas semejantes á las de los
escorpiones, y tenían en sus colas aguijones; y su poder era de hacer daño á
los hombres cinco meses.
Y tienen sobre sí por rey al ángel del abismo,
cuyo nombre en hebraico es Abaddon, y en griego, Apollyon.”
San
Juan, Apocalipsis, Cap. 9. 7-10
[1]
Marta, María y Lázaro vivían en Betania, una población cercana a Jerusalén. La
humilde familia recibía a Jesús y los apóstoles que se refugiaban en su casa, cuando
menos en tres ocasiones según cuenta el Nuevo Testamento (Juan 11. 1 a 5; Lucas
10. 38 a 42), pues en Jerusalén Jesús y los suyos tenían muchos enemigos. Marta
y maría estuvieron en el Gólgota cuando crucificaron a Jesús, acompañando a su
madre María. Se cuenta que María de Betania, llamada la Magdalena, discípula
preferida de Jesús, estuvo presente. Luego viajó en barco con su
hermana Marta de Betania y María Salomé desembarcando en Saintes Maries, cerca
de Arles, en donde se separaron dedicadas a difundir el evangelio. María Magdalena viajó a Marsella donde se
habría refugiado en una cueva de Saint Baume, predicando fervientemente la
palabra, donde ahora se encuentra la
Iglesia de Saint Maximin de Provenza. Por otra parte, Jacobo de la Vorágine
cuenta en su libro Vidas de los Santos la historia de maría Egipciaca, quien en el
Siglo V pasó su vida en una caverna en el desierto, identificándose por tanto
su figura con María de Batania o María Magdalena.
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