Guillermo Bravo Morán: Breve Semblanza Biográfica
Por Alberto Espinosa Orozco
El Premio
Estatal de Pintura Guillermo Bravo Morán de la Ciudad de Durango representa un
homenaje a la memoria de uno de los grandes artistas y maestros regionales, Guillermo
Bravo Morán (1934-2004), y es a la vez un reconocimiento público a una
comunidad artística, ligada a la práctica sostenida de un oficio estético.[1]
Los trabajos y los días del Maestro
Guillermo Bravo Morán transcurrieron en la lucha interrumpida por perfeccionar
su rigurosa formación académica, ligada estrechamente al Movimiento Muralista Mexicano. Estudio,
primero, con los tres grandes muralistas de su época, pertenecientes a la
segunda hornada del Movimiento: primero en su ciudad natal con Francisco
Montoya de la Cruz, quien llevaba a cabo la edificación de una de las
instituciones más dinámicas y productivas de su tiempo: la Escuela de Pintura,
Escultura y Artesanías de Durango (EPEA, UJED).
Estudió después, en la Ciudad de México, con
José Chávez Morado, cuando ingreso al postgraduado del importante Taller de
Experimentación Plástica, en la Ciudadela. Posteriormente, en la ciudad de
Morelia, Michoacán, afinó sus armas y sensibilidad colorística con Alfredo
Zalce. El Maestro Bravo regresó a su solar nativo en los albores de los años
60´s para encargarse de los cursos de pintura en la EPEA y pintó sus primeros
murales individuales en la Casa de la Juventud, y otro más en
un pequeño bar del Hotel Casablanca. Al poco tiempo coronó su formación artística en
Cuernavaca como encargado del Taller de Pintura para las obras del Poliforum
Cultural, comandadas por uno de los creadores del Movimiento Muralista,
David Alfaro Siqueiros, encargándose del ensamblaje y composición de los 12
paneles exteriores del monumental y modernísimo edificio, impulsando una temática
universalista de corte cristina y de profunda espiritualidad.
Pintó a su regreso a la ciudad de Durango
tres murales más, permitiéndole su solida formación dar continuidad al Movimiento
Muralista mediante la incorporación de técnicas y la recreación de sus temas,
contenidos y problemas fundamentales, aunando a ello el gusto colorístico y la
profanidad de una expresión personal, propia, ya plenamente madura y original.[2] Su
obra mural, esparcida en los más emblemáticos edificios de la Ciudad de
Durango, puede calificarse de asombrosamente expresiva y aun de extraordinaria,
por sus altos valores estéticos y reflexivos, pues su radicalismo crítico lo
llevó tanto a las honduras de la introspección personal como del alma
colectiva, llegando a calar en la misma médula de las apariencias sensibles de las cosas, hasta
develar los planos simbólicos, ya últimos, que no pueden sino calificarse de visionarios y aún de metafísicos. Los
murales del Maestro Guillermo Bravo son:
en la Casa de la Juventud, “Desarrollo Industrial” (1961); en el Bar
Eugenio del Hotel Casa Blanca, “Ofertorio” (1963); participación como Jefe de
Talleres en el mural externo del
Poliforum Cultural Siqueiros, 12 Péneles
(1964-1970); en la Facultad de Derecho de la UJED, “Humanos: Carga Social”
(1976); en el Palacio de Gobierno de Durango, Museo Francisco Villa, “Alegoría
del Desarrollo de México” (1979), y; en el Hotel Posada San Jorge, “Testimonio
de una Provincia Universal” (1996).
Su lectura de nuestro tiempo y de los
problemas más urgentes del país la llevó a cabo con gran profesionalismo y ejemplar
penetración crítica, ingredientes a los que hay que sumar los poderes hermenéuticos
del auténtico visionario, pudiéndose considerar su obra mural como la más fiel
y representativa de toda la tercera hornada de los artistas que participaron en
el Movimiento Muralista Mexicano –ya purificado de ingredientes desviacionistas,
tanto de corte personalista como de cuño autoritario, dejando atrás o a un lado
a los artistas de su tiempo que, por su afán de experimentación, abstracción o
vanguardismo, prefirieron marchar por otros senderos.
Espíritu puro, adornado con las prendas espirituales
inequívocas de la modestia y la sencillez de carácter, el Maestro Bravo
complemento su copiosa y no menos notable labor de artista solitario frente al
caballete con un importantísimo esfuerzo magisterial, el cual desbrozó el
terreno y supo sembrar con su labor formativa la semilla del mañana, despertando
talentos, estimulando y guiando vocaciones, enseñando día con día el arte del
dibujo y la composición, logrando con ello dar cohesión y amalgamar a los
artistas locales alrededor de una comunidad de fe artística. Tareas que dieron así continuidad a los esfuerzos emprendidos por
Francisco Montoya de la Cruz, abonado con el agua de la verdadera educación,
que es el ejemplo, el huerto de la afición gremial y social por las artes cultas
en la región -hasta el grado de poderse hablar el día de hoy legítimamente de
toda una “Escuela Durangueña de Pintura”.
Tarea magisterial, pues, que nunca abandonó
y que sostuvo hasta la última etapa de su vida cuando, a la media luz del
tiempo y de las circunstancias, hiso brillar el Museo Contemporáneo de Arte Ángel
Zárraga (MACAZ, ICED), donde lució como extraordinario anfitrión en la
dirección, dando muestras de su generosidad en el cuidadoso tratamiento de las
colecciónes, así como en la ordenada seriación cronológica de las presentaciones,
que sabiamente iba hilvanado, dando pruebas en todos los casos de su honestidad
y nobleza, de su acendrado humanismo y de su amor, conocimiento y preocupación
por el desarrollo de la comunidad artística contemporánea tanto local como nacional.
La obra en conjunto del Maestro Guillermo
Bravo Morán, en transe de consolidarse como valor nacional al empezar a conocerse
y justipreciarse fuera de las fronteras regionales, comienza a ocupar el sitio
que naturalmente le corresponde en la excepcional cordillera de grandes macizo montañosos de nuestra imponente
tradición pictórica. A la vez, el huerto de los valores estéticos y formativos,
cultivados por toda una vida de esfuerzos
ininterrumpidos, ha seguido robusteciéndose y desarrollándose, superando
infatigablemente los muchos escollos del camino tardo-moderno y contemporáneo
nuestro, empezando a germinar ahora sus
nuevos brotes y florescencias con el vigor propio del relevo generacional.
Parte de la asombrosa fertilidad artística
regional se debe, en efecto, a la semilla sembrada y cultivada por el querido e
inolvidable artista durangueño Guillermo Bravo, quien con su ejemplo de vida y
con las notas de la constancia y del amor al oficio, supo afirmar sobre el
suelo regional los cimientos definitivos de una autentica tradición artística,
poniendo a la vez en la corona de oro purísimo del Movimiento Muralista
Mexicano dos preciosas gemas durangueñas, de rubí y de zafiro, que ostenta en
lo más alto, como si se tratara de dos ojos visionarios, reveladores de una potente
región de nuestra realidad geográfica, social e histórica.
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