Ah,
Padre Celeste
Por
Alberto Espinosa Orozco
El
Padre celestial mira a sus hijos
hiriendo
el templo, sin levantar los ojos
hacia
el cielo -sin advertir que el tiempo,
igual
que el agua que se filtra en la cisterna,
que
se ha vaciado y que se seca, se ha quedado
con
las horas rebajadas sin minutos, adelgazando
los
segundos; que las horas se van llevadas
deshojadas,
en torbellino, por el viento
que
levanta entre confusos recuerdos la hojarasca;
como
la piedra que cae al pozo mudo
y
que en el eco de la caída reverbera.
Como
la gota de agua que cae en el estanque
y
expande sus ondas hasta besar la orilla;
como
la idea que a sí misma se refleja
en
el espejo de la conciencia que se mira
en
su cóncava esfera para mirar el brillo
chisporroteante
de sus poliédricas facetas;
como
la sal que el mar disuelve y luego arroja
para
secar entre sus labios las orillas;
como
las hojas desprendidas, una y otra,
hasta
cubrir en el otoño el prado de hojarasca:
la
palabra de la sílaba certera cae de arriba
tornasolándose
de añil y de granada,
sobredorada
y de argento coronada
-sin
encontrar abajo, en los oídos, resonancia.
Modula,
sin embargo, con su vibrar
al
sordo tiempo, haciendo temblar entero
el
cuerpo de los días, en los que a cada hora
los
cuerpos se entrecruzan o entremezclan
-aferrándose,
por un instante, unos a otros, en la caída,
sin
oír el murmullo en el rodar del agua transparente
de
la vida, sin saber la sal del sol
que
enciende los sabores, sin leer en la hoja escrita
que
cantando va bajando hasta habitar el viento.
Los
hombres van así, como hechizados,
escuchando
el estridente oleaje de otras voces
que
dicen siempre una cosa que siempre se reitera,
retirándose al tartamudear su misteriosa mudez
-que
sólo dice que están ensordecidos, que no se oye
esa
voz al interior de sus murallas, que dentro
de
sus diques reina sólo la sombra y el salitre;
que
sus exclusas se han cerrado para tragar entero,
entre
el vaho, el río de las arenas movedizas
entremezcladas torpemente con el barro.
Poesia pura!!!
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