Sentado
en su sillón
Por
Alberto Espinosa Orozco
Sentado
en su sillón
al
frente de la augusta chimenea
al
final de su días
mi
padre escuchaba sinfonías
reproducidas
por su gran consola
y
se mecía en el viento del recuerdo
entre silencios entrecortados por suspiros.
Así,
de pronto, aparecía entre la bruma
el
fulgor de oro del polvo de otros días:
la
postal de una ciudad enclavada,
como
un tajo, como una herida, entre los cerros
-y
se abría el cofre de tesoros viejos,
mientras
el acento de su alma se ponía
en
el corazón mismo, caliente, de la vida
barajando
imágenes luidas que subían y bajaban
por
entre antiguas calles y entre ruinas.
Llegaban
luego los convidados a la casa
donde
alegre mi padre presidía a aquella comitiva
entre
saludos y abrazos y lejanas memorias de familia,
donde
flotaba la frugal verdad de la provincia
-era
el exilio, me doy cuenta ahora,
aunque
entonces, en esas tardes de sangre
y
de regalo, ni yo ni nadie apenas lo advertían.
A
solas, en su sillón, pensando,
divagando
entre las notas de la música,
mi
padre convocaba sin saberlo a un grupo
de
fieles peregrinos, de exiliados del reino
y
su querer así nos consolaba de estar
en
este mundo desterrados, lejos
de
nuestra verdadera patria: de nuestro Padre,
que
allá en los cielos tal vez nos miraría.
Y
nos decía con su querer, sin decirlo con palabras,
que
somos compañeros en el extraño viaje
de
esta vida, donde la tierra, que es hostil,
se
nos impone como prueba, regalo y aventura,
que
somos peregrinos de la patria, en exilio
-para
llegar un día, al final, tal vez, a la otra orilla,
donde
fulgura la tierra prometida,
en
la que estaremos de nuevo todos juntos,
entre
sonrisas, otra vez, alegres, en familia
reunidos
con el Padre, en casa del Eterno,
resguardados
entre la dulce miel y la materna leche
que
ruedan por el valle como ríos, manando
su
corriente, inmortal, de la sonriente fuente.
De
México
VI CONCURSO DE POESIA-DIA DEL PADRE
EL DESVÁN DE LA AURORA
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