Gloria Rincón: el Encuentro del Fuego Inextinguible
Por Alberto Espinosa Orozco
Con la participación de una
selecta concurrencia se celebró el pasado 16 de febrero del año en curso del
2015 la inauguración de la exposición retrospectiva de Gloria Rincón “40 Años;
40 Obras” (1975-2015). La muestra tuvo como cede el centro de exposiciones del
INAH, dentro del imponente conjunto
arquitectónico del Centro Convenciones Bicentenario de Durango, Durango (mejor
conocido como Escuela de Huérfanos Juana Villalobos), a cargo de la directora
de cultura estatal Pilar Rincón.
Gloria Rincón discípula
directa del maestro pintor y muralsita Guillermo bravo Morán, cuenta en su
haber con 57 exposiciones colectivas y 15 individuales, las cuales han sido
vistas en México, Estados Unidos, Canadá y Europa, destacando las muestras
“Donde teme el Arco iris” y “Caos Fluorescente”. Sus obras más importantes,
tanto por su equilibrio compositivo como por su intenso colorido, son pertenecen
a las series “Bonampak” y “Reminiscencias Mayas”¸ los que hay que sumar sus paños
en la tierra lacandona y los modernísimos bodegones sobre el maíz.
. Lo primero que llama la atención en el arte de la maestra Gloria Rincón,
es la noble nota conjugada teñida en el difícil instrumento de su pulido
oficio y difundida en la atmósfera que hay en sus paisajes interiores. Esto se
debe a que su original estilo participa de dos corrientes plásticas en extrema
tensión: por un lado, de la poderosa influencia del abstraccionismo lírico
contemporáneo, por el otro, de una lograda interpretación personal del
surrealismo.
En el intersticio abierto al
transitar esos caminos, la pintura de Gloria Rincón oscila entre dos perspectivas
superpuestas: en una primera instancia, a manera de ventana interior, sus
cuadros tienen que atravesar el rudo camino del campo empírico y la sensación
pura, abstraída por completo de la imagen y le la figuratividad, así como de
la representación que ello implica, para, a partir de ese torbellino vibrátil
de emociones abrir la puerta al fluido mágico del sueño y el inconsciente,
filtrado como un fantasma en las huellas de la imagen,
arrojadas a la playa de la representación en el flujo y reflujo del automatismo
psíquico.
Primero, tarea dé
despojamiento enderezada en el sentido de una crítica a los ídolos del racionalismo
occidental; luego, inmersión en el despliegue expansivo de las formas con que
la vida se piensa a sí misma. El resultado: figuras cuya rareza y maravilla,
forjadas en el azaroso instante, nos proyectan a un campo de fuerzas magnéticas
y espejos, creando un sistema de correspondencias colectivas que, dando la
espalda al antro de fieras que también es el inconsciente, nos conducen a una
compleja y fabulosa senda por donde se abre la aventura expansiva del
espíritu.
El desconcertante
espectáculo de ausencia de argumento o de contexto tradicional, propios del
surrealismo, va cediendo su puesto a la riqueza del lenguaje plástico y de las
imágenes, las cuales buscando su sentido empiezan a formarse como grandes
nebulosas de éter, dando lugar a hermosas constelaciones siderales, pero
también a encuentro con figuras pétreas de la cultura, y monolíticos en diálogo
vivo con el paisaje, iluminándose de un diáfano horizonte.
Primero, pues, lenta
exploración de la materia plástica y de sus cualidades más generales: de la
pensantes, cohesión y solidez de la dura piedra y del incendio de la luz y el
color al reaccionar sobre esa materia prima. Luego, el estudio de la fluidez
del aire y del agua, que bajo la inocente forma de una gota líquida, igual de
mercurial tiniebla que de luz oxigenante, que como un leitmotiv va guiando al
artista .primero y al espectador después al encuentro de las grandes esferas
y a sus objetos ideales, así como a los símbolos orientadores del paisaje.
Es entonces cuando la pintura
de la maestra Gloria Rincón, alejándose prudentemente de los tonos gris dominantes,
y de la cursilería del paisaje convencional, abre las puertas de la
imaginación, entrando primero por los márgenes áridos de una tierra de ensueño
y esplendor, en la que igual desfilan las prendas, los velos, y los mantos dejados
por la belleza como un hilo de arena para salir de laberinto, que las ruinas
incendiadas o petrificadas del borde mineral de la memoria, o que las grandes
montañas que habrá de atravesar para volver a ver a la alegría amiga, que
igual es Diana que Artemisa. Pintura misteriosa, cuyo enigmático sentido
dolorido está penetrado todo el tiempo por la luz del fuego inextinguible.
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