viernes, 27 de marzo de 2015

Gloria Rincón: el Encuentro del Fuego Inextinguible Por Alberto Espinosa Orozco

Gloria Rincón: el Encuentro del Fuego Inextinguible
Por Alberto Espinosa Orozco




   Con la participación de una selecta concurrencia se celebró el pasado 16 de febrero del año en curso del 2015 la inauguración de la exposición retrospectiva de Gloria Rincón “40 Años; 40 Obras” (1975-2015). La muestra tuvo como cede el centro de exposiciones del INAH, dentro del imponente  conjunto arquitectónico del Centro Convenciones Bicentenario de Durango, Durango (mejor conocido como Escuela de Huérfanos Juana Villalobos), a cargo de la directora de cultura estatal Pilar Rincón.


   Gloria Rincón discípula directa del maestro pintor y muralsita Guillermo bravo Morán, cuenta en su haber con 57 exposiciones colectivas y 15 individuales, las cuales han sido vistas en México, Estados Unidos, Canadá y Europa, destacando las muestras “Donde teme el Arco iris” y “Caos Fluorescente”. Sus obras más importantes, tanto por su equilibrio compositivo como por su intenso colorido, son pertenecen a las series “Bonampak” y “Reminiscencias Mayas”¸ los que hay que sumar sus paños en la tierra lacandona y los modernísimos bodegones sobre el maíz.   



. Lo primero que llama la aten­ción en el arte de la maestra Gloria Rin­cón, es la noble nota conjugada teñi­da en el difícil ins­trumento de su puli­do oficio y difundida en la atmósfera que hay en sus paisajes interiores. Esto se debe a que su original estilo participa de dos corrientes plás­ticas en extrema tensión: por un lado, de la poderosa in­fluencia del abstrac­cionismo lírico con­temporáneo, por el otro, de una lograda interpretación personal del surrealis­mo.
   En el intersticio abierto al transitar esos caminos, la pintura de Gloria Rincón oscila entre dos perspectivas super­puestas: en una pri­mera instancia, a manera de ventana interior, sus cuadros tienen que atravesar el rudo camino del campo empírico y la sensación pura, abstraída por com­pleto de la imagen y le la figuratividad, así como de la re­presentación que ello implica, para, a partir de ese torbellino vibrátil de emociones abrir la puer­ta al fluido mágico del sueño y el in­consciente, filtrado como   un   fantasma en las huellas de la imagen, arrojadas a la playa de la repre­sentación en el flujo y reflujo del automa­tismo psíquico.




    Primero, tarea dé despojamiento enderezada en el sen­tido de una crítica a los ídolos del racio­nalismo occidental; luego, inmersión en el despliegue expan­sivo de las formas con que la vida se piensa a sí misma. El resultado: figuras cuya rareza y mara­villa, forjadas en el azaroso instante, nos proyectan a un campo de fuerzas magnéticas y espe­jos, creando un sis­tema de correspon­dencias colectivas que, dando la espal­da al antro de fieras que también es el inconsciente, nos conducen a una compleja y fabulosa senda por donde se abre la aventura ex­pansiva del espíritu.
    El desconcer­tante espectáculo de ausencia de argu­mento o de contexto tradicional, propios del surrealismo, va cediendo su puesto a la riqueza del len­guaje plástico y de las imágenes, las cuales buscando su sentido empiezan a formarse como gran­des nebulosas de éter, dando lugar a hermosas constela­ciones siderales, pero también a en­cuentro con figuras pétreas de la cultura, y monolíticos en diálogo vivo con el paisaje, iluminándose de un diá­fano horizonte.




   Primero, pues, lenta exploración de la materia plástica y de sus cualidades más generales: de la pensantes, cohe­sión y solidez de la dura piedra y del in­cendio de la luz y el color al reaccionar sobre esa materia prima. Luego, el es­tudio de la fluidez del aire y del agua, que bajo la inocente forma de una gota lí­quida, igual de mercurial tiniebla que de luz oxigenante, que como un leitmotiv va guiando al artista .primero y al espec­tador después al en­cuentro de las gran­des esferas y a sus objetos ideales, así como a los símbolos orientadores del pai­saje.
   Es enton­ces cuando la pintu­ra de la maestra Gloria Rincón, alejándose prudentemente de los tonos gris domi­nantes, y de la cursilería del paisaje convencional, abre las puertas de la imaginación, entran­do primero por los márgenes áridos de una tierra de ensue­ño y esplendor, en la que igual desfilan las prendas, los ve­los, y los mantos de­jados por la belleza como un hilo de are­na para salir de la­berinto, que las rui­nas incendiadas o petrificadas del bor­de mineral de la me­moria, o que las grandes montañas que habrá de atra­vesar para volver a ver a la alegría ami­ga, que igual es Dia­na que Artemisa. Pintura misteriosa, cuyo enigmático sentido dolorido está penetrado todo el tiempo por la luz del fuego inextinguible.  






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