Distopía Monterrey: Omar Ortiz Hernández
Por Alberto Espinosa Orozco
En Omar Ortiz Hernández
(1984) tiene Durango a uno de sus más poderosos pinceles realistas, junto con Ricardo
Fernández, Luis Leonardo Ortega, Enrique Salinas, Eduardo Alaníz y Christian de
Jesús Castro. Especialista en el arte del retrato, OH Ortiz cultiva un realismo
profundo, determinado por la limpia emoción que hay en los momentos iniciales y terminales
de la obra, debido a que está siempre interesado, no en el verismo mimético de
la imagen, sino en sus significaciones. Autor de gran poder sintético, en cuya
obra marchan entreverándose y de forma paralela la fuerza y la forma, sus
imágenes son una especie de sublimación de lo cotidiano, que así se potencia a
nivel de símbolo de la condición humana, donde tienen plenamente su universalidad.
Su estilo minucioso e hiperrealista nos habla entonces de otra grandeza: la de
lo pequeño, de lo sencillo y humilde, de lo que nos es común a todos y corre
como una sabia profunda por los ríos interiores de la humanidad. Sus certeras
expresiones, no carentes de sarcasmo e ironía, son en realidad chisporroteantes
alegorías de las actitudes humanas fundamentales, tocadas por la gracia del
humor, sin dejar de ser por ello en muchas ocasiones inquietantes. Su lenguaje
es el de la cualidad y del valor, el de la entrega y el sentido, por perseguir
siempre su obra un telos, un
horizonte o finalidad propiamente humana. Actitud más moral que estética que,
rechazando todo conformismo embrutecedor, sostiene el realismo de recordar, de
acordarse de la esencia misma que nos constituye, para concordar, para llegar a
un acurdo, a ser concorde con los filamentos de la vida, pudiendo contemplarse
en su obra la dignidad de lo que está caído y la altura de lo que ha sido
rebajado.
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