Distopía Monterrey: Luis Leonardo Ortega
Por Alberto Espinosa Orozco
En el finísimo realismo mágico de
Luis Leonardo Ortega (1992) se da una curiosa conjunción entre innata sabiduría
del oficio de pintor, de orientación clasicista, y un progresivo develamiento de
la realidad. Su minucioso realismo, pleno de “saber hacer”, es un esfuerzo por
disolver las sombras góticas que impiden el paso franco de la luz del día. Los
fantasmas que rondan por su obra son así vistos de frente hasta convertirse en
objetos concretos: muñecas viejas escarchadas por el hielo, maniquís que innoblemente
ruedan destrozados por el tiempo, máscaras de madera enmudecidas por la
liturgia sorda, manos de pasta desgastadas por el poroso moho que las
habita o estatuas de piedra erosionadas
por la abrazadora incredulidad atrabiliaria. Los cuidadosos empastes,
veladuras, tersos oleos, finos carboncillos van urdiendo orquestadamente así la lucha franca contra
las pesadas tinturas de la noche y sus corrosivos vapores de sopor y melancolía.
Paso, pues, de la imagen del sueño y su rigores de luto e inamovible pesadilla,
de inerte molicie y gratuita fantasía,
al profundo misterio de la germinación, donde por obra del agua y del espíritu
se rompe la semilla aislada, que tiene que morir para que de ella surja la
planta cubierta de verdura, para que el modelo, deslumbrado y ciego en su vitrina de reflejos, encarne, en una
carne concreta como un rostro. Probado virtuosismo de la especie de la templanza,
que se manifiesta como iniciación en los misterios de natura: en querer ser de
luz y de la luz de aquí, de luz de tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario