lunes, 9 de julio de 2018

Distopía Monterrey: Luis Leonardo Ortega Por Alberto Espinosa Orozco

Distopía Monterrey: Luis Leonardo Ortega
Por Alberto Espinosa Orozco
 
 

En el finísimo realismo mágico de Luis Leonardo Ortega (1992) se da una curiosa conjunción entre innata sabiduría del oficio de pintor, de orientación clasicista, y un progresivo develamiento de la realidad. Su minucioso realismo, pleno de “saber hacer”, es un esfuerzo por disolver las sombras góticas que impiden el paso franco de la luz del día. Los fantasmas que rondan por su obra son así vistos de frente hasta convertirse en objetos concretos: muñecas viejas escarchadas por el hielo, maniquís que innoblemente ruedan destrozados por el tiempo, máscaras de madera enmudecidas por la liturgia sorda, manos de pasta desgastadas por el poroso moho que las habita  o estatuas de piedra erosionadas por la abrazadora incredulidad atrabiliaria. Los cuidadosos empastes, veladuras, tersos oleos, finos carboncillos van urdiendo  orquestadamente así la lucha franca contra las pesadas tinturas de la noche y sus corrosivos vapores de sopor y melancolía. Paso, pues, de la imagen del sueño y su rigores de luto e inamovible pesadilla, de inerte  molicie y gratuita fantasía, al profundo misterio de la germinación, donde por obra del agua y del espíritu se rompe la semilla aislada, que tiene que morir para que de ella surja la planta cubierta de verdura, para que el modelo, deslumbrado y ciego  en su vitrina de reflejos, encarne, en una carne concreta como un rostro. Probado virtuosismo de la especie de la templanza, que se manifiesta como iniciación en los misterios de natura: en querer ser de luz y de la luz de aquí, de luz de tierra.








 

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