Distopía Monterrey: Arte Actual Figurativo
Presentación
Presentación
Por Alberto Espinosa Orozco
“El atardecer es la hora de la
pintura.”
Tiziano
“Pintar es tantear atardeciendo
la orilla de un abismo con tu mano
temeroso a adentrarte en lo lejano
temerario tocar lo que vas viendo.
Pintar es asomarte a un precipicio,
entrar en una cueva, hablarle a un pozo
y que el agua responda desde abajo.”
I
Utopía y Distopía
son términos contrarios y polares: entre ambos se encuentra el territorio de la
anchurosa realidad. La utopía, ese sueño de la razón moderna, especificada en
el mecanicismo industrial y tecnológico de la prosperidad y el progreso, ha ido
mostrando a lo largo de su desarrollo
histórico lo que en sus sueños se escondía de monstruosa pesadilla.
En la exposición
“Distopía”
veintiún connotados artistas jóvenes mexicanos
se dan cita, en una muestra itinerante por diversos estados de la república, para pasar
revista a nuestro tiempo. Especie de
espejo de nuestro era, mundo o siglo en ruinas, que gira, a manera de un
portentoso caleidoscopio, para reflejar sus fragmentos desperdigados, dando
cuenta, simultáneamente, de la sensibilidad contemporánea a la altura de los
tiempos, que ha tomado la forma estética de una especie sui generis de “neorrealismo”, último gran movimiento vanguardista
que, por su extremismo, acaso constituya el capítulo final del llamado arte
moderno-contemporáneo.
Lo primero que salta a la vista
en la muestra es, por un lado, el altísimo nivel de refinamiento técnico
alcanzado en cada una de sus disímbolas propuestas; por el otro, el, estar
permeada la colección en su tono emocional por tinturas más bien sombrías y
hasta deprimentes, en donde se siente el desgaste repetitivo de los temas y la
final fatiga de las formas. Sensación de decepción, decadencia e incluso de
cortante amargura que, compensatoriamente, busca un refugio onírico o simbólico
en la ensoñación nostálgica, en la retrotopía, pues, que marcha en sentido inversa
o de visión hacia atrás, impregnada por
una incurable nostalgia del origen o por las huellas de un pasado grandioso… ya
perdido y que ya no volverá.
Escenificación del gran tema de
la estética contemporánea, que es el de nuestro tiempo o mundo convulsionado,
tendiente a la entropía de la desorganización y al caos, de la vuelta de todo
lo organizado a la materia muerta, y cuyo modo de representación tiende por sí
mismo hacia el manierismo tenebrista de los claroscuros, como si los artistas,
visionarios como son, presintieran el inevitable fin catastrófico de toda una
época histórica, la nuestra, que es también el anuncio de una era incógnita por
venir, puesto que algo debe morir cuando algo nace.
Figuración de la distopía, que marca a nuestro tiempo con los bajos estigmas
de la decepción y de la tensión exasperada, motivadas por el constante asecho
de la presión del futuro, de un tiempo que se nos echa literalmente encima, cargado
de negras y pajizas profecías apocalípticas, o que toma la forma de un mañana efímero
e incierto, que a su vez afecta profundamente lo social bajo la forma de la
fragilidad en los vínculos humanos. Temor del porvenir, es cierto, que mira el
futuro como una pantalla en la que proyectamos nuestras angustias y ansiedades.
Visión de la antiutopía, pues, de un mundo prefigurado como insatisfactorio y
amenazador, que aguarda a la vuelta de la esquina, reflejándose en los espejos
y vitrinas, llegando a todas partes e invadiendo la vida privada misma.
Figuración, neofiguración,
hiperrealismo fotográfico u onírico, realismo representativo o expresivo:
estilos avocados todos a retratan un mundo inestable, fluctuante, líquido,
cortado en añicos por el estilete del azar o disperso en el confeti de sus
volátiles fragmentos, en medio de una vida insatisfactoria, sumida en formas
vulgares de equilibrio, cuyos ideales positivos, supuestamente racionales, no
conducen al bienestar general, ni al desarrollo del espíritu, sino a un
sentimiento de insatisfacción, no solo moral, sino específicamente estética,
por más que se trate de las categorías negativas de la fealdad, de lo repelente
u obtuso, en el que se delata una especie de nihilismo universal en nuestra
edad, donde pululan el vicio, el vacío, la violencia o la nada. Estilos artísticos,
pues, en los que hay, sin embargo, una ser de soledad y contemplación, de
ascesis y purificación, que se deslinda e los hechos históricos por creer en
las significaciones, por buscar las esencias y los valores, las secuencias
orgánicas de los actos creadores, pues fin del arte es también el dar unidad a
los fragmentos inconexos, de atar los cabos sueltos para dar sentido incluso a
un mundo que parece no tenerlo, para encontrar la chispa de luz en las
tinieblas, la dignidad en lo que caído, o la riqueza en lo que ha sido
abandonado.
II
La
magna exposición “Distopía”, más allá de ser un soberbio escaparate de los
jóvenes maestros de la pintura mexicana contemporánea, resulta una
pormenorizada meditación de la estética de nuestro tiempo tardomoderno, en el
que las vanguardias han sido convertidas ya en técnicas de representación. Termómetro
y barómetro de nuestro tiempo, la exhibición colectiva registra así la presión
atmosférica y el clima de la estética actual desde la posición figurativa del
realismo, para observar atentamente los estertores finales de la fábrica del
mundo contemporáneo. Formas estéticas realistas, es verdad, que sin embargo
muchas veces suscitan un sentimiento de lo bello contrariado, mezclado de
penumbra e incluso de convulsión y horror, donde se produce una especie de placer…
pero que no place, de un gusto moderno
tardomoderno… pero que no gusta, dejando entre los labios un regusto amargo de
disgusto, que sólo puede explicarse en el marco de esa especie de masoquismo
trascendental producido por nuestra era maquinal, tecnocrática, donde reina una
idea pesimista de lo humano y se exige una inhumana adaptación a la aceleración
propulsada por aparatos y procedimientos, creándose por tanto la necesidad
paralela de experimentar la realidad en sus aspectos más densos, más pesados,
más tectónicos –con un consecuente alejamiento de toda estética del retardo, de
la serenidad o de la sencillez, en una especie de paradójico temor a lo que es
puro, simple o angélico.
Como la estatua de mármol
cubierta de arena en el desierto, fácilmente se olvida la verdad de que el
artista se distingue de otros hombres esencialmente por profundizar en su
experiencia personal, por buscar las significaciones más hondas de la vida y
la mejor forma de expresarlas, así como por su autonomía espiritual. También que ser
artista significa estar ligado a una
tradición solidaria de los esfuerzos humanos en dirección del saber y la
nobleza humana. Porque el hacer artístico es una exigencia y un rigor
universal, una necesidad del espíritu, que obliga a creer en las significaciones
y en las esencias, y cuyos actos creadores sólo retienen de la multitud de
hechos aleatorios, contingentes y gratuitos, los que son capaces de convertirse
en secuencias orgánicas, capaces de fertilidad, de germinación y
crecimiento.
Exposición que si nos deja con un
sentimiento de incomodidad y hasta de pesadumbre, por la representación crítica
de un mundo sembrado de horror, hoyado de tenebrismo y tentado de hibridismo,
extremadamente desordenado, confuso y decadente, donde pareciera faltar la luz
del espíritu, ello se debe a que se trata de momento de pasmo, de paso por el
abismo de la muerte, de travesía por la noche oscura del alma. Muestra
colectiva que es así también un puente entre las sombras de una cultura que
declina entre estertores y el brumoso amanecer de otra orilla que, con sus rosáceos
dedos y sus tibios rayos de luz blanda se perfila, desentumiendo las hojas y
disolviendo las escarchas, despuntando ya en el horizonte.
Durango, Durango, 23 de junio de 2017
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