Distopía Monterrey: Enrique Guillen
Por Alberto Espinosa Orozco
En el pintor y
dibujante Enrique Guillen (1983) se encuentra un magnífico paisajista y un fino
observador de la naturaleza humana. Sus marinas y bosques sorprenden por su perfección.
Conocedor de los elementos naturales, especialmente del viento y del agua, hay
en el artista una visión profunda de la dialéctica del deseo y el erotismo,
donde los cuerpos desnudos tienden a la licuefacción de las almas. Su técnica
es un entramado en el que las superficies planas, de pronto, sufren un
corrimiento visual, que da la sensación tanto de movimiento y flujo como de
brumosa caída, en donde se presiente una especie de fatal fugacidad o de falta
de consecuencia. Penetrante observador del desnudo humano femenino, su arte se caracteriza
por la intensidad e identificación afectiva, en las que inevitablemente hay
algo de la salvajería de la impudicia. Sus paisajes urbanos, por otra parte,
parecieran estar anegados todo el tiempo por una terca bruma melancólica de la húmeda
grisura. Complejo mundo interior, afectado por la pertinaz lluvia y las aguas quemantes
del deseo, doblemente tironeado, lo mismo por la aspiración al ideal de los
caballos blancos de Apolo que jalonan hacia arriba, que por los caballos negros
de Vulcano, que frenéticamente galopan entre el humo y las violentas llamas del
incendio.
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