Distopía Monterrey: Edgar Cano López
Por Alberto Espinosa Orozco
El grabador, dibujante y pintor
Edgar Cano López (1977) combina la técnica hiperrealista con el misterio de lo
real maravilloso. Estilo ecléctico que se mueve entre el azar y la contingencia
con la gracia del equilibrista y la sonrisa del humorista. En sus escenas
barrocas, de compleja composición formal,
hay un elemento bizarro y perturbador, disparatado o descompuesto, cuya
yuxtaposición obliga al espectador a tomar distancia, produciendo una sensación
de absurdo o irrealidad, como si algo oscuro latiese, amenazador, del otro
lado. Artista reflexivo e introvertido, en cierto modo onírico, en el que hay
una suerte de desmesura o hybris, de transgresión de límites o fronteras, de
confusión entre el esse y el non esse, entre la plenitud y el vacío,
entre la vida y la muerte. Mundo abigarrado, hechizado por ángeles caídos, desbordado
como un caudaloso río, poblado de extraños símbolos y de caprichosos reflejos,
cuyas imágenes originales dan una sensación de densidad e, incluso, de
extremosidad y pesadumbre. Lugar de la fascinación, del encanto y la herejía, su
universo es el de un inmenso pudridero de maravillas obsoletas que se filtran
en medio de lo cotidiano. En sus densos jardines interiores, atravesados por
rudas ninfas morenas e intelectuales sirenas pálidas, la realidad se vuelve cortante
y fría, como la del espejo, o un evanescente juego de reflejos que se disipa
como el vaho. Artista visionario, sensible a las conglomeraciones suburbanas,
en cuyos paisajes hay algo del movimiento masivo de las aguas, algo también de
las grandes migraciones épicas determinadas por la historia.
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