Distopía Monterrey: Héctor
Herrera
Por Alberto Espinosa Orozco
El artista Héctor
Herrera (1975), infatigable viajero y orquestador de empresas múltiples,
desarrolla un realismo de la representación ligado al existencialismo
cosmopolita y pluricultural de nuestro tiempo. Estética básicamente concebida
como producción en el que, sin embargo, debido al vértigo de su labor, hay algo
también de creación e imaginación pura. Por un lado, su trabajo se encuentra
dentro del circuito comercial producción-consumo, tendiente por tanto a la
decoración o a convertirse en arte industrial,
estado sujeto a los rigores técnicos de la aceleración y de los procedimientos.
Su arte ha encontrado su plenitud
en una compleja fórmula personal, no ajena al vértigo, de escurridos o drippings,
de manchas y acrílicos modificados con agua, de resinas, transferencias y
yuxtaposiciones, hasta lograr transportar sus mejores visiones al vaciado de la
escultura. Su obra se ha ido decantado así en una especie de realismo
naturalista, que va de la fría neutralidad de la representación mecánica a la
fuerza expresiva, para por fin escapar por el mar hacia el profundo abismo del
símbolo y el mito, por donde igual desfila Faetón que Casandra o el coro de las
ninfas marinas, especializándose en los Selkies, las Lamias y las Alagartas,
hasta por fin entronizar a la sirena Thalassa en las costas de Ensenada. En su
obra hay algo de la imaginación desmesurada del mar, de sus seres anfibios,
extraños y tortuosos, que sin embargo tienen el poder de la adivinación. Obra compleja,
densa, desigual, oscilante, inestable como la superficie del mar; obra diversa e
inquietante, de múltiples registros, en la que hay algo de exceso e hibridismo,
algo también de la magia del demiurgo permeado por las densas pasiones
submarinas.
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