Distopía Monterrey: Armando de la Garza Garza
Por Alberto Espinosa Orozco
El arquitecto y
artista plástico Armando de la Garza Garza (1973), practica una vertiente del
realismo de carácter surreal relacionado
con el arte objeto, estando su búsqueda interesada en una estética conceptual
que borda sobre los temas del estilo y de la moda, pero también del lujo y la
excentricidad. Sus alabastros y porcelanas tatuadas al óleo o revestidas con
aplicaciones de plumas y cintas, pero también en sus construcciones óseas
alienígenas, donde se mezcla el lujo, la ironía y la sensualidad, tienen algo
propio del estilo barroco, algo también que recuerda la cornucopia de la diosa
Fortuna, ataviada de flores y frutos. Figuras que nos hace pensar en la riqueza
tomada como abundancia natural, pero también en el don de hacer reales los
deseos, con el consabido peligro que tal poder implica. Desde esa plataforma, sus
objetos exploran así el sentido del lujo, del trabajo fino, producido
cuidadosamente, que hace bienes preciosos, ligando en un mismo campo semántico
la escasez y la carestía, el precio y la belleza, dando con ello un sentido
estético global a lo suntuoso. El artista agrega entonces a las piezas una
dificultad o una oscuridad. En cierto modo se trata de agregar un misterio o un
enigma, oscureciendo el contenido, que apunta a la abundancia natural vista
como un edén de cristal paradisíaco, ligado a su vez a la exuberancia de la
naturaleza y a la prodigalidad de la tierra, pero sobre todo al despilfarro de
la riqueza, que en cierto modo la ennoblece, salvándola de la avaricia y
lavándola de la explotación del circuito económico del trabajo.
La estrategia conceptual del
artista es la de todo ready made: poner
el trabajo fuera, pasando directamente de la concepción a la realización de la
obra mediante la elección de un objeto. Las aplicaciones del artista, sin
embargo, van revelando algo más, que está escondido. No tanto el regodeo de la
confusión barroca en las meras apariencias sensibles o el sentido del
despilfarro con que se brinda la riqueza para encontrar una belleza libre, que
está más allá de lo económico. Se trata más bien de la trasmutación moderna de los
valores, en cuyo paso se oscurece no sólo el contenido sino la forma misma
mediante el oscurecimiento de la sintaxis, de la gramática o de la misma
estructura de la imagen. Garza Garza, en efecto, enmascara, disfraza o vuelve
extraña la forma, aludiendo con ello no sólo al arte de la prestidigitación, o
a la técnica del prestigio, sino más esencialmente aún a lo extravagante. Mundo
en donde la bella figura de Venus, pródiga y sensual, imagen a la vez de la
naturaleza, del impulso erótico y de la fortuna, deja ver la ambigüedad de su
rostro o cambia de sexo para volverse macho, comenzando con ello los “infortunios de la virtud” al infectar su
erotismo de extraño fetichismo o de siniestra destrucción, paralizando el
sentido en la osificación final de las estructuras, ya cadavéricas, como
reliquias de ominosas significaciones.
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