Los
Lamassus: la Evolución de un Mito
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
Los Lamassus constituyen uno de los seres
más llamativos y misteriosos de la zoología fantástica. Emparentados
morfológicamente con los centauros, el Minotauro, las Sirenas y las Arpías, los
Lamassus están estrechamente vinculados con la Esfinge, pues en ambos casos se
trata de leones androcéfalos –añadiendo los Lamassus el rasgo del poderoso
cuerpo y las patas de toro.
El mundo fantástico en que habitan,
atravesado de cruentos acontecimientos históricos, está poblado de ominosos
oráculos, admonitorias profecías e irreductibles conflictos teológicos, siendo
su fondo mítico antropológico más bien oscuro y su simbolismo marcadamente
pesimista. Máxime cuando sus antiquísimas efigies, cuyo antiguo origen se
remonta a las culturas asiria y acadia, han sido consideradas como falsos
ídolos por el nuevo estado Islámico (ISIS), al grado de ser recientemente
saqueadas, destruidas o vendidas en el mercado negro y a través de internet
(anunciadas y compradas en el sitio de e-bey), dado el impuso de dicha asociación
y a nombre de la “limpieza cultural”, constituyendo los mismos Yiadistas un
ejército religioso y fundamentalista. Algunas de las esculturas sobrevivientes
pueden contemplarse en los museos más importantes de Londres, París y Bagdad,
encontrándose actualmente la famosa Puerta de Isthar en el Museo de Berlín,
Alemania.
Los ídolos mesopotámicos proliferaron en las
ciudades de Harta, Nínive y Nimrud, y sus aladas efigies han sido
sistemáticamente destruidas a fuerza de taladros mecánicos y martillos neumáticos,
o arrasadas totalmente con explosivos, en un claro atentado contra la memoria
tangible de la humanidad, ante la indiferencia y consecuente pasividad del
mundo entero- La misma ciudad de Nimrud fue volada por los aires en abril de
año 2015 por el mismo estado islámico de ISIS, que luego procedió a la
destrucción de la ciudad de Harta, considerada por la UNESCO patrimonio de la
humanidad -por lo que puede considerarse
a los Lamassus como un símbolo de divinidad cuestionado por el espiritualismo
judaico y refutado finalmente por las insuperables contradicciones de la
historia.
El ataque a las ruinas de Harta, a 110
kilómetros de Mosul, capital del reino de los Partos en el siglo III a.de C.,
importante estación en la Ruta de la Seda; la destrucción de la ciudad de
Nimrud, capital del Imperio Asirio por siglo y medio desde el siglo IV a, de
C,, a 30 kilómetros de Mosul; así como una serie concatenada de atentados
prolongados hasta el mismo día de hoy, parecieran ser los corolarios al gran
saqueo que tuvo lugar en Irak, en el Museo de Bagdad, a la caída del tirano de
triste memoria Saddam Hussein.
II
Los Lamassus pertenecen a la cultura de la
civilización Sumeria, que sojuzgo a los pobladores de la baja Mesopotamia, cuya
lengua es no semítica, ligándose a los Acadios, de lengua semítica, nómadas
provenientes del desierto de Siria, dando por resultado la cultura Babilónica.
Han sido considerados como efigies representantes de los dioses de la
agricultura y de la lluvia, pero también de la guerra, estando asociados a
sacrificios cruentos y a ofrendas humanas para acercarse su favor. Su forma es
la de toros o leones alados y pertenecen a la rancia cultura sumerio-acadia.
Llevan comúnmente el nombre de su forma femenina: Lamassu, llamada en asirio
Aspasu, representando a la diosa Asera. La forma masculina es conocida bajo el
nombre de Shedu o Alad, llamados en asirio Karabú y en hebreo Séd, el cual
terminó por representar al dios Marduk de los babilonios. Según otras fuentes
sus figuras están asociadas a la diosa Papuskkal y al dios Isum. Los Lamassus
son así una especie de Esfinge, destinados a guardar las puertas y los templos
en pareja.
Se trata de una criatura caracterizada por
su marcada fuerza monstruosa, siendo genios mesopotámicos cuya función principal
es la de infundir terror, guardando las puertas de las ciudades y las de
entradas de las casas protegiéndolas contra los enemigos. Se trata, de hecho,
de espíritus maléficos que matan a aquellos visitantes y viajeros que se
aproximan demasiado a las puertas de las ciudades mesopotámicas fortificadas
-con la sola excepción de dos tipos humanos: los hombres puros o beatos,
protegidos por razón de su relativa santidad, y las mujeres y hombres
absolutamente mundanos, que de manera inversa participan, en su peculiar modalidad demoniaca, de los sagrado.
Las colosales esculturas arquitectónicas,
regularmente talladas en alabastro o en yeso, son muy altas, de aproximadamente
4 metros de altura y 10 a 30 toneladas de peso cada una. Son también muy antiguas,
pertecientes a la llamada Edad de Bronce –datándose su antigüedad en más de 10 mil a 3 mil años a. de C., habiendo tenido su florecimiento entre los siglos IX
a VII a. de C.
Tales criaturas legendarias, símbolo del
poder real, se componen como una peculiar especie sui géneris de híbrido zoológico, pues están formadas de una parte
preponderantemente animal y otra parte humana. La figura del toro, a veces de
león, es androcéfala. El cuerpo del toro simboliza el poder de la tierra, por
lo que se representan con cuatro o cinco patas de pezuñas hendidas, siendo
reproducidas a la vez de frente, dando la impresión de quietud, o de perfil,
fingiendo la actitud de movimiento al ser plasmadas con cinco patas, lo cual
agregaría una connotación de fuerza y una sugestión de poder sexual. La extraña
bestia tiene en el bajo vientre escamas de pez, estando asociados a las
corrientes de agua y por tanto a la fertilidad. Lleva en su cintura alas de
águila y está ceñida con el cinturón de poder real. Por su parte la cabeza se
caracteriza por su melena, en largo pelo rizado, y su larga barba. La cara por
sus cejas pobladas, los grandes ojos expresivos, la boca y el bigote finos, y
orejas de toro. La cabeza está coronada por una tiara con cuernos, astas y
plumas, llevando en ocasiones una diadema estrellada -dando cuenta de una
cultura donde los hombres se maquillaban y adornaban el cuerpo y el rostro con
esmero. Hay que hacer notar que la tiara de cuernos, simbolismo del toro como
emblema divino, es una creación antigua de la religión sumeria, cuya antigüedad
remonta hasta el neolítico. Se trata de una modalidad de la divinidad definida
por la fuerza y por la trascendencia espacial del cielo tempestuoso, pues el
retumbar del trueno es similar al mugido del buey. El toro alado babilónico
está relacionado con el oso de Medo-Persa y el leopardo de Grecia, teniendo en
los tiempos modernos su conversión y reminiscencia en el león alado de Venecia.
El extraño animal está asociado a la crueldad ilimitada de los Asirios y a su
poderosa maquinaria de guerra, a sus torres de asalto y a sus soldados con
armadura de hierro –siendo la vara elegida por Yahvé para castigar a los
pueblos.
III
Las monumentales estatuas tuvieron su origen en el Imperio Medo-Asirio (883-612 a. de C.), teniendo su auge durante la dominación de los reyes aqueménidas en Nínive y Kharabad, extendiendo su influencia hasta los territorios de Sicilia y Palermo. Tuvieron un lugar de gran importancia en la llamada Fortaleza de Sargón, durante el Imperio Asirio de Sargón II (721-705 a. de C.), en la ciudad de Dar Sharakin, a 15 kilómetros de Mosul, que fuera devorada por un incendio.
Los Lamassus forman parte esencial de los dioses mesopotámicos, cuyo panteón sagrado estaría constituido por fuerzas más bien demoniacas, cuya regla general era el infundir el miedo. Su engañosa semejanza humana encarna la filosofía individualista del esfuerzo propio para conseguir la felicidad mundana -siendo explicable que el pueblo judío, deportado primero a Asiria y luego a Babilonia, haya visto en ellos los vigilantes de las mismas puertas del Infierno.
Los Lamassus forman parte esencial de los dioses mesopotámicos, cuyo panteón sagrado estaría constituido por fuerzas más bien demoniacas, cuya regla general era el infundir el miedo. Su engañosa semejanza humana encarna la filosofía individualista del esfuerzo propio para conseguir la felicidad mundana -siendo explicable que el pueblo judío, deportado primero a Asiria y luego a Babilonia, haya visto en ellos los vigilantes de las mismas puertas del Infierno.
La palabra Lamassu significa “genio” y en la
famosa Puerta de Isthar se relaciona directamente con la diosa madre de la
fertilidad y de los desmanes sexuales, en cuyo culto los ritos orgiásticos y de
prostitución sagrada ocupaban un lugar prominente. Se trata, efectivamente, de
una diosa carnal y cruel, asociada a la locura de la tierra
(Tlazolteotl-Coatlicue).
Se trata de la diosa madre, a la vez
nutricia y despiadada, cuya primera conformación es Inanna (Isthar-Afrodita),
llamada también la diosa del cielo, asociada a la fecundidad de la tierra, la
cual encarna el poder opaco del alma inferior, femenina, sensual y apetitiva,
dominada por la búsqueda del crecimiento (fertilidad), en cierto modo ciega a
los valores morales y del espíritu. Inanna es la diosa de Venus, la gran diosa
de Medio Oriente del amor y de la guerra, de la vida y de la muerte, que en la
plenitud de sus poderes es considerada como hermafrodita (Isthar barbata),
El complejo mítico simbólico de Inanna,
estudiado por la filósofa y poeta Elsa Cross, reúne a una serie de parejas
equivalentes: Inanna-Dumussi en Sumeria; Istar-Tammus en Siria y Abisinia;
Isthar-Adonis para los acadios, venerada también en Líbano y Gracia –siendo su
correlato egipcio la pareja de Isis y Osiris. La evolución de la figura mítica
de Inanna hiso que fuera identificada con una serie de deidades del amor y de
la fertilidad, pero también de la guerra y finalmente de la muerte. Isthar se identificó
con ella en Fenicia y en Babilonia con Astarté, también llamada Astarot y
Aschat, que es la abominación de los sidonios, y finalmente con la Afrodita de Chipre, que es
la Venus Pandémica o Citera, diosa del poder y de la belleza.
En el mito sumerio la ambiciosa Inanna,
hieródula diosa de la vida, de la tierra y el cielo, quiere poseer también los
poderes de la noche, por una especie de deseo totalitario y omnicomprensivo,
por lo que visita a su hermana opuesta para enfrentarla: a la malvada Ereshkigal,
que es la reina en el submundo en una ciudad oscura, privada de luz. Es el
reino miserable, llamado la Casa del Polvo o el Gran Abajo: la morada cuya
entrada no tiene salida, y donde quien va allá no vuelve. Lo que desea en
efecto Inanna es ´poseer los poderes de la vida y de también los de la muerte,
por lo que su ambición la lleva a desear cosas prohibidas: descender a los
infiernos para suplantar a su hermana mayor Ereshkigal. Luego de atravesar las
siete puertas de su palacio, Inanna se enfrenta a su hermana completamente
desnuda y encorvada, despojada de sus vestidos, adornos y emblemas de poder
real, fijando Ereshkigal en ella su furiosa mirada de muerte, tumbándola al
proferir su grito de culpa, convirtiendo a Inanna en cadáver, en un pedazo de
carne podrida, fijándola en un gancho, colgándola contra una pared y hablando
mal de ella, dejando sus despojos ahí, en ese lugar horrible que es la Ciudad
Oscura, donde vive la serpiente que no puede ser hechizada. De tal manera se da
una especie de desdoblamiento entre Ereshkigal e Inanna y una transferencia de
sus poderes: la primera queda embarazada, aunque lo que pare es nada; la
segunda, luego de ser resucitada
mediante el alimento y el agua de vida llevados por dos mensajeros y
obligada por los siete jueces del Infierno a dejar a alguien de igual rango en
su lugar –por lo que sale al mundo seguida por una tropa de demonios a quienes
le entrega a su esposo Dumussi, el cual alegremente había ocupado su trono
soberano, condenándolo así a un destino funesto al proferirle a su marido el
grito de muerte. Adquiere de tal suerte la omnipotencia, al sumar a sus
emblemas de poder el de la muerte, unificando con ello los tres reinos (el
cielo, la tierra y el inframundo). Es por ello que se le ha identificado
también como Lilit, el arcaico demonio alado, siendo entonces representada no
sólo mediante la exaltación de sus atributos femeninos, sino ya alada y con los
piecitos con garras de Búho, ya que se trata así de una divinidad nocturna.
La última manifestación del complejo
mitológico de Isthar-Astarté-Asantot tuvo lugar históricamente en Eslovenia,
con la aristocrática Elizabeth Bathary de Ecsed (1560-1614), llamada Condesa
Sangrienta de Transilvania, que era sobrina del Rey de Polonia, Esteban I Batholy.
Dueña de grandes posesiones se estableció en el castillo de Cachtice, donde
practicó maleficios y hechizos, causando daño, infortunio y enfermedades,
especializándose en la magia roja, capítulo de la magia negra concerniente a la
hematomancia, que es el arte de la adivinación mediante la manipulación de
tejidos vivos, de la sangre y el sexo. En sus prácticas de brujería llegó a
dominar el control de la naturaleza de otros, alcanzando una conexión real con
las jerarquías de la oscuridad, especializándose en castigar a sus sirvientas y
en la necromancia. Elizabeth de Ecsed, la Señora Infame, fue condenada por sus
cuestionables costumbres al
confinamiento solitario, por lo que emparedada por 4 años, siendo sus cómplices,
Dorotea, Elena y Piroska, decapitadas. Obsesionada por la belleza, usó la
sangre de sus víctimas para realizar el ideal de la eterna juventud, torturando
sádicamente a más de 613 jóvenes, con quien sostuvo relaciones lésbicas y
chupando la sangre de 37 jovencitas más, de 11 a 26 años de edad. En el año de
1872 la escritora romántica Sheridan Le Fanú inmortalizó su siniestra figura en
la novela Carmila, historia de terror gótico y de éxtasis lésbico, en
donde una vampira-bruja aristócrata lleva a su clímax la elegancia melancólica
del erotismo.
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