De
la Falta de Verdad o De la Verdad en Falta
Por
Alberto Espinosa
Hoy en día la juventud, y la juventud
eterna también, se preguntan que les falta por ver, por tomar, por amar, en un
mundo erosionado por la vanidad, por el individualismo y roído por el consumo,
en donde sin embargo todos andan acongojados, remojados en sus propias yagas
-desechando así e irreflexivamene la cuestión vertebral apuntada por
Schopenhauer y a su zaga por Nietzsche: que somos seres en falta, en deuda, con
una cuenta ontológica, mejor dicho onto-axiológica, que saldar.
Porque el hombre al ingresar al mundo, por los poderes conferidos de su racionalidad, puede hermosear al mundo, proyectando en él su animación, solidarizándose con la naturaleza al impregnarla de su humanidad; puede, sin embargo, por razón del pecado origina, también proyectar a sus demonios y pervertir a la naturaleza misma, demonizarla, o desnaturalizarla al atender a la voluntad de dominio, manipulando la transformación de la materia para su irracional explotación, desentendiéndose entonces de los ritmos cósmicos de los que el hombre mismos forma parte y con los que debería participar de forma armónica.
El intento, fallido, de querer que nos
pertenezca la ley por la cual pertenecemos, ha dejado al mundo al desnudo, y al
hombre como huérfano de la tierra y expósito del cosmos; fallido intento de
llenar de experiencias la vida, las vísceras de emociones y las entrañas de desechos
tóxicos, mientras van vaciando al tiempo de toda significación y a las personas
de toda intimidad e incluso de toda calidad humana, de toda calidez e
inteligencia. Como si el hombre fuera hijo de sí mismo y sólo a sí mismo se
amara.
Falta grave, de superficialidad y ligereza,
en un mundo caracterizado por la ausencia de los segundos planos metafísicos e
incluso metafóricos, simbólicos, que indefectiblemente lleva al pesar y
sufrimiento de la materia, a la prepoderancia del alma inferior apetitiva, que
termina por hundir en la herrumbre del pecado y precipita la caída. Falta,
también, de toda gravedad, que es el rasgo dominante de todo aquello que tiene
que ver con lo sagrado y con el espíritu -del que no somos más que una débil
chispa, que bajo el frío metálico del materialismo en boga y los gélidos
ventarrones del mundo histórico en torno, poco a poco se humedece y apaga.
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