Las Siete Ciudades de Cíbola
La Dos Expediciones Frustradas de
Pánfilo de Narváez
Por Alberto Espinosa Orozco
“Como una pintura
nos iremos borrando.
Como una flor
nos iremos secando,
aquí sobre la tierra.”
Netzahualcóyotl
La historia depararía un triste
capítulo para el conquistador Pánfilo de Narváez, un negro recuerdo y un
destino oscuro.
Diego Velásquez, en gobernador de
Cuba, envió a Pánfilo de Narváez con once naos y siete bergantines con
novecientos españoles y ochenta caballos al Nuevo Mundo para prender a Hernán
Cortés y LO destruyese. Llegando a las costas de San Juan de Ulúa en mayo de
1520. Nevares pensó que Cortés acataría sus órdenes pues decía: “téngolo por hijo, respetarme ha como a
padre, y cuando no hiciere el deber, no serían tan necios los pocos que allá
estén que querrán tomarse con los muchos que vamos”.
Sin embargo, para entonces, el
fabuloso hidalgo de Extremadura ya había penetrado en la capital del Imperio Mexica,
y en las entrañas mismas de México-Tenochtitlan había hecho prisionero al
monarca Moctecuhzoma. Narváez y sus fuerzas desembarcaron en un sitio cercano
al campamento de la Villa Rica, en la que se encontraba Gonzalo de Sandoval al
mando de setenta soldados, fundando un pueblo que después se llamó San Salvador.
Pánfilo de Narváez, aliándose con
los indios totonacas de Cempoallan y su señor Chicomecóatl se fortificó en
aquella ciudad. Hernán Cortés, dejando una buena guarnición de cien hombres en
México al mando de Pedro de Alvarado, salió con ochenta o cien de los suyos,
reuniéndose en Cholula con los contingentes de Velásquez de León y Rodrigo
Rangel, avanzando con ellos hacia Cempoallan, donde se reunieron con las
fuerzas de Sandoval, siendo ya doscientos sesenta y seis y cinco caballos sin
sumar a los guerreros indígenas, los cuales eran superados cuatro a uno por los
de Narváez.
Cuando penetraron a Cempoallan
los hombres de Cortés encontraron a su
llegada al enemigo tan desorganizado que pronto se apoderaron de sus cañones,
desactivando también a la caballería de Narváez, cuyos jinetes cayeron al suelo,
pues indios simpatizantes del extremeño habían cortado los cinchos. Las huestes
de Sandoval lograron llegar hasta los aposentos de Narváez, haciendo frente a
cien fieros enemigos y prendiendo fuego a los techos de paja y siendo reforzado
por la retaguardia. Prendieron a Pánfilo de Narváez, herido en el ojo por una
lanza, quien se rindió junto con el resto de sus fuerzas.
La llegada de Narváez a
Cempoallan dejó una secuela trágica e inesperada. Entre sus hombres iba un
negro con viruelas que contagió a los totonacas de Cempoallan los cuales,
careciendo de anticuerpos para resistirla por su inexistencia en el continente
americano, pronto la extendieron en todas direcciones, causando una terrible
mortandad. Dice Bernal Díaz del Castillo refiriéndose a la infausta compañía de
conquistador que: “harto fue para la
Nueva España, por manera que la negra ventura de Narváez y más prieta la muerte
de tanta gente sin ser cristianos”. La epidemia de viruela llevada por los
españoles y trasmitida sin darse cuenta, llamada por los indios “tos”, fue una
fiebre ardiente o “gran lepra” que acabó a la postre con la cuarta parte de la
gente de indios que había en toda esa tierra, lo cual mucho les ayudó a los
españoles para hacer la guerra y fue causa de que más pronto acabase.
Por información proporcionada por
el mismo Cortés, sabemos que en junio de 1520, estando Narváez herido, una
caravana de su expedición compuesta por 550 personas entre españoles, negros, y
mestizos cayó en manos de guerreros del reino de Texcoco. Todos los hombres,
mujeres y niños terminaron sacrificados en rituales mexicas, entre los que se
contaban unos veinte españoles (ocho mujeres y doce hombres), siete negros y
dos mulatas. Los integrantes de la caravana capturada fueron víctimas de
canibalismo ritual y las calaveras fueron exhibidas por los mexicas y
texcocanos para escarmentar y ahuyentar a los invasores.
Pánfilo de Narváez permanecería
preso en la Villa Rica por dos años, hasta que en febrero de 1522 fue puesto en
libertad, presentándose en España para reclamar sus derechos ante el Emperador
Carlos V, quien lo compensó nombrándolo adelantado de Florida.
Llegó en febrero de 1528 a la
bahía de Tampa con cinco navíos y cuatrocientos hombres. Luego de luchar en el
interior con los nativos, vestidos con pieles de venado, tuvieron que regresar
a la costa y sus navíos habían desaparecido. Tuvieron que construir cinco
naves, zarpando 245 hombres en ellas hacia México, pero la embarcaciones fueron
destruyéndose en el camino y hacia noviembre Narváez desapareció, cuando la suya
fue repentinamente llevada por el viento hacia alta mar y no se volvió saber
nunca más de él.
De la fracasada expedición de
Pánfilo de Narváez, que partió del puerto de San Lucas de Barramedia el 17 de junio de 1527 y que encallara en las
costas de la Florida en 1528, quedaron para contarlo sólo cuatro sobrevivientes,
de los 300 hombres que se adelantaron en la expedición. Ocho años habían
transcurrido en su viaje a pie por el sureste de Estados Unidos y en noroeste
de México, en los que convivieron con distintas tribus de indios y en cuya
aventura no faltó ni el secuestro, ni el comercio, ni la realización de
curaciones milagrosas, hasta llegar en 1536 al río Petatlán, hoy río Sinaloa,
donde encontraron a exploradores que los llevaron al asentamiento español de
Culiacán.
Llegaron por fin a la capital de
la Nueva España los náufragos Alvar
Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros: Alonso del Castillo Maldonado, Andrés
Dorantes de Carranza y su esclavo Estebanico (siendo el primer africano en
pisar territorio de EU, pues era un “negro árabe” bereber, y moro, mercenario
natural de Azamor, en la costa atlántica de Marruecos). Regresaron de su
prodigiosa caminata, medio muertos, harapientos y miserables, con una gran
noticia: en su peregrinar se habían enterado por medio de los naturales de que
al norte existía un país muy rico, el cual no podía ser otro que el mítico
reino de Cíbola.
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