Beautifull
& Sad & Hause
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
La plataforma cultural “La Casa”, en
Coronado 941, Zona Centro, luego de engalanarse con la muestra de Manolo Valles
“Inútiles”, volvió a abrir sus puertas
para su segunda exposición, titulada Beautifull & Sad, de los noveles
artistas durangueños Christian de Jesús Castro Guzmán y Guillermo Martínez.
La exposición de dibujo y pintura mural se
divide en tres secciones, salas o tiempos, teniendo algo de los performances
escenográficos contemporáneos. A la manera de un tunel la muestra lleva por un
largo pasadizo, que representa la extensión del camino, el cual empieza por mostrar un largo
dibujo, de dos metros por cinco de largo, saturado de grafismos, más bien
ininteligibles, donde destacan los signos verbales de la negación y la densidad
gráfica, advirtiendo así del contexto actual en el que nos movemos, escabroso,
vertiginoso y derrapante, donde lo que impera es la confusión de la
información, donde el nosotros y los otros se encuentran por decirlo así
ensombrecidos, rodeados por el ruido, creando una especie de presión
situacional, que inmediatamente se eleva de dos o tres atmósferas de densidad,
empezando a insinuar un contexto de caos, de exclusión y de repudio, donde las
flechas de entrada se contradicen, para volverse de salida, en una especie de
dialéctica de la negación del todo inextricable –en medio de la cual sin embargo siguen
parpadeando los flaschasos de la belleza, límpida y hermosa como es, en el despliegue de la
composición textual.
II
En el segundo momento se entra al cubo de la
escalera, que obedece a una composición mural en la que los artistas
literalmente se bañaron esforzadamente en la pintura, dando cuenta así de las vibraciones
exteriores que se imprimen y son interpretadas en la interioridad del alma del
artista. La presión atmosférica sube entonces varias atmósferas, aunque sin volverse
intolerable gracias a los símbolos que revelan el contenido profundo, en cierto modo humorístico, de nuestra
altura histórica: el de las elegantes conserveras que van vacías de contenido, y que recuerdan las
ilusiones trascendentales del arte pop; el de los hombres patos que propiamente
no hablan, por más que levanten la voz, sino que más bien “pat-hablan”, como en
la novela Orweliana de 1984, o que se hacen patos, mostrando entre su pico sus
afiladas cerdillas alacránidas.
Las imágenes empiezan así a ganar terreno
sobre los textos, los cuales sin embargo aparecen aquí y allá, a manera de
leyendas fragmentarias, indicadoras de rupturas afectivas, o de los muchos días
en que la soledad se cierne, como una densa capa oscura, sobre los breves días.
Destacan en el primer muro dos figuras
esperpénticas y ominosas, de gran expresión primitivista, graciosas y
caricaturescas, que sin embargo casi podría describirse como totémicas, donde se
representa el horror de un “Yo” y un “Tú” desgarrados, al borde de la separación, donde se condensan los sentimientos
de tristeza y de belleza, marcados con los signos del cuervo de Edgar Allan Poe y
su monótono graznido, que tétricamente reza: “Never more, Never More”. Dictando
la esencia misma de la vivencia amorosa: de la que no se vuelve... y de la que no hay vuelta
atrás. Compleja composición donde destacan los ojos de soslayo o los hirientes
del desdén y la incomprensión de las figuras, atravesadas por figuras imbricadas que recuerdan a la confortable Mamá Oca,
así como arquetipos familiares y amigos, consoladores y de alegre lectura.
En el segundo muro alguna alusión a los
boleros mexicanos de Lara: “El Conoció el Amor”… y es muy hermoso… se siente un
cambio de tono, de gran amabilidad, lo que no hace sino tensar el recorrido,
estando impregnado el acertijo compositivo con el timbre más bien de la
melancolía: conejos-perros, patos-ardillas, latas y conserveras, un rostro
sonriente y otro más lloroso alternan el recorrido, rodeado por maquinas e insinuaciones
de ruidos de motores, donde se dan cita “yo” y “él”, en una especie de invocación a la fraternidad, sobre el telón de fondo de un tejido social perturbado, erosionado,
en medio de una urbe que empieza a ser dinamizada por la modernidad triunfante cibernética.
El tercer muro vuelve en cambio a los
tonos sombríos, llevando a cabo una especie de fenomenología de la negación,
impregnada de sentimientos hostiles: descubrimiento, pues, de la esencia misma
del “NO”, que implica el querer negativo: no un simple no querer, resuelto en
la agresión, en cierto modo neutral, de la indiferencia, que es ya desdén; sino
de un positivo no querer o querer que no, que conlleva las notas de la
destrucción, de la aniquilación de lo no querido, donde se decantan los
estridentes sentimientos adversos al amor, del odio quiero decir, que no es un
simpe no amar, sino un desear el mal del otro, el mal ajeno, y que se incoa por
principio en el reprobable sentimiento de la envidia… hasta escalar en su
precipitada pendiente derrumbada… y caer en el sombrío deseo de la activa
ceguera del otro, de no verlo, de desear su inexistencia… en el deseo de la
efectiva eliminación del adversario.
Motivo también de la rebeldía, de la
revuelta de los sentimientos ante una realidad inhóspita o adversa, que por
ello mismo descubre la verdad del querer, que es siempre un querer que si, de
un querer positivo, de que así sea, que si sea, que algo se haga o siga
existiendo, o de que si llegue a su cumplimiento: verdad del estoicismo y de la
resistencia que en medio de la noche alberga el sentimiento de la esperanza,
cuya forma es la de la contradicción: la de ver la densa noche el brillo de la
estrella que anuncia la alborada.
El muro se completa entonces con las
obsesivas marcas del paso de los días, o a la manera de los aviones de guerra
que registran las naves enemigas caídas en combate. Cuenta sin cuento de los
muchos días, grises, oscuros, que pasan para que no pasen como en vano,
haciendo así ases de líneas cruzadas para atarlos, a la manera que hacen presidiarios y
náufragos para conservar la razón y el padre tiempo que jamás abdica no devore
entre lo informe el desfile interminable de sus horas.
Exploración de la dialéctica hegelina de la negación, que ha desembocado en un ruidoso pin-pong de contrariaros, oposiciones inextricables, y de contrariedades
irresolutas, ante las cuales sólo queda la opción de la negación de la negación... o de seguir adelante. Palabra negra, enfangada de limo donde se resume la represión, la opresión, la corrupción, el odio y la tormenta
de nuestros tremendos días, que pasan cada día como noches. Es la isla desierta
de Juan Fernández encallada entre los días náufragos, donde sin embargo se
vislumbra la posibilidad salvadora de la vuelta a la humanidad, de toda una
comunidad o al menos a la amistad de un Viernes fugitivo.
III
Saliendo de la bóveda central se llega al tercer momento de la muestra, constituido
por un cuarto-galería de dibujos varios,
apuntes de trabajo y divertimentos. De entre ellos hay que destacar dos
obras maduras y de excepción: “La Familia” de Guillermo Martínez y “Monja
Coronada” de Christian de Jesús Castro. El primero es un ejemplo de
extraordinaria cultura visual, no menor a las obras del connotado artista regio
Julio Galán, pero más trasparente, en que el artista lleva a cabo en una
compleja composición la recuperación de una reminiscencia de familia. El
segundo ejemplifica a pie juntillas una dilatada labor de acuciosa
experimentación plástica, por lo mismo a veces pasada de tueste, pero que ha
alcanzado también inocnsútiles destellos trasparentes y claras calidades alusivas a un reino que no puede calificarse
sino de profundamente íntimo a la vez que metafísico.
Dibujos y retratos de amores y de amigos
cierran pues la exposición, con una belleza dulce y sosegada, que a la vez que
atempera las pasiones da una idea fiel de un valor muy buscado y que
probablemente tenemos todos justo enfrente de nuestras propias narices: el de
la hermandad.
Recinto donde salir con vida, donde el salir
es un entrar, donde la flecha que expulsa nos expulsa a un nuevo nacimiento, a una nueva comunidad de fe en el valor y en la belleza donde no hay enfrentamiento
con el mundo y se hace un nicho a los destellos de poesía. Porque “Beatifull & Sad” es, a fin de
cuentas el recuento sentimental de nuestros días llevado a cabo por dos
sensibilidades puras: sentimientos que al estabilizarse en emociones duraderas
y reflexionar en ellas, les permiten describir gráfica y estéticamente todo lo que
hay en ellas de sentido y de horizonte. Arte experimental, es cierto, pero que
yendo más allá del hibridismo y del oscurantismo de nuestros sombríos días,
muestra también todo lo que hay de arte en sus semillas, de arte campesino
quiero decir, cuya función es hacer germinar el grano muerto bajo la tierra
negra, para luego hacerlo germinar multiplicado, haciendo fecunda la tierra
trabajada y enseñándonos con ello a habitar el mundo, a salir a la luz cierta del sol estando
ya purificados de su barro.
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