Juan
Emigdio Pérez: la Voz de Todos
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
El poeta es el ser que presta su voz para
que las cosas hablen; en ocasiones no hablan sólo las cosas en su memoria, sino
la historia, encarnado su voz entonces a un periodo de tiempo o a una
personalidad colectiva. Nuestra Voz no Calla, el poemario de
Juan Emigdio Pérez Olvera, es así un cristal de la memoria colectiva.[1]
El libro, alentado en su composición por el escritor Víctor Samuel Palencia Alonso, tiene en su raíz misma algo de empresa colectiva, siendo guiada la mano del poeta por el legendario juez de distrito y poeta comunista Don Alexandro Martínez Camberos desde sus aposentos en el Hotel Plaza.
Piedra de cristal de roca, piedra fundadora, donde se deposita y guarda la
visión de una vibración de la memoria colectiva: los ecos que el tiempo, como
una huella indeleble, ha dejado reverberando en el espacio de la memoria,
movida por la vibración cordial de los nombres más ilustres que han animado una
empresa esencialmente social, que es raíz y fruto de los esfuerzos más
conspicuos de una comunidad, para tocar con sus clarines las más altas dianas
de los ideales y valores más altos de la humanidad, alcanzando con ello la luminosa
universalidad de sus fines.
El libro, alentado en su composición por el escritor Víctor Samuel Palencia Alonso, tiene en su raíz misma algo de empresa colectiva, siendo guiada la mano del poeta por el legendario juez de distrito y poeta comunista Don Alexandro Martínez Camberos desde sus aposentos en el Hotel Plaza.
En
efecto, entre los logros distintivos de la cultura durangueña han de contarse
la lucha de las generaciones universitarias para lograr el pleno florecimiento
de su más acabado desarrollo, el logro de la plena realización de su
personalidad política autónoma dentro del estado. Porque la universidad es algo
más que un simpe instrumento técnico para facultar a los profesionistas y del
que se sirve los individuos para su bonanza en el comercio o la industria, sino
una verdadera sociedad, magistratorum et
discipulorum, llamada a realizar la obra de la cultura superior de la
nación –objeto que a la vez es la obligación esencial del estado.
La Universidad, en efecto, no puede vivir en
función del lucro individual, menos aun en función de una enseñanza socialista
que lucha en contra de la sociedad por mor de las ambiciones políticas de los
individuos, por ser justamente un organismo público cuyo sentido práctico es
beneficiar por medio de la enseñanza y la cultura a la sociedad misma.
II
Juan Emigdio Pérez Olvera invocando a
Caliope, la musa de la épica y de la oratoria, nos brinda en su pequeño volumen
una gran visión histórica de la gesta esencial de la sociedad durangueña para alcanzar la liberación final de su
cultura, aclarando, con la luz de su verbo cantarino, las transiciones más
significativas en la evolución universitaria regional, a la vez que iluminado
sus fines y objetivos más caros, alcanzando sus líneas la sintética redondez
rotunda de la esfera –pues, a fin de cuentas, principio y fin, origen y
destino, coinciden en la representación mental.
El poemario sale de tal forma al camino de
la historia, entrando entonces al paisaje de los 420 años en que, a lo largo
de una dilatada lucha social, se han ido alcanzando los valores propios y
universales de la enseñanza y de la cultura superior. Esfuerzo y lucha
sostenida, cuyos escollos y obstáculos, a veces infranqueables, han servido
para forjar en los universitarios un carácter, resistente a las desilusiones
anejas a las contingencias del tiempo, haciendo de su dolor, a la manera del
pueblo elegido, una prueba secular de purificación, de donde extraer la fuerza
suficiente para creaciones más vastas y poderosas.[2]
Así, en la noche de los tiempos sembrada de
preguntas como estrellas, el poeta medita sobre la identidad universitaria, individual
y colectiva, sobre sus principios y fines, sobre la definición de la cultura
propia liberada de la heteronomía a la que la somete la serpiente, que da
carácter y destino a un pueblo, modelando con su diferencia específica a toda
una región geográfica, oponiendo el tintilar de los joyosos brillos de las
estrellas a las sombras insidiosas de
aciaga noche. Los dogmas y el engaño de improbables doctrinas, aparecen
entonces como piedras y escollos naturales del camino, que no han de extraviar
el horizonte luminoso de la patria, ni a romper en esquirlas la unidad tenaz
del saber y la cultura.
La palabra viva del poeta aparece entonces
en lo que tiene de caminar de río tumultuoso que se curva, que da un rodeo,
pero que en la comba de su viaje siempre vuelve para llegar al final de su
sendero. Imagen de la lucha y la rebeldía: del empuje de la fuerza social por dar
realidad material a los evanescentes ideales del pueblo por alcanzar una
cultura superior y dotar de razón de ser al derecho, apelando necesariamente a
la crítica, que es factor de cambio dentro de una misma tradición y de progreso
social en el sentido del desarrollo humanista.
Búsqueda y condensación de los símbolos que
dan realidad a los anhelos de una comunidad e identidad a una cultura, cuyas
rocas centenarias son cimientos del templo del saber, que sostendrá en su
recinto los tiempos de cambio y creativos que se anuncian. Visión también de la
trabajosa marcha de los tiempos, es cierto, que a partir de bien labradas
imágenes, a la vez íntimas y sinceras, el poeta presenta como visión de largo
aliento de la gesta heroica de una comunidad
por conocerse y llegar al acabamiento de sí misma al plasmar en la
materia la aventura sin tregua del espíritu.
III
Visión de los orígenes y de las piedras
fundadoras de una cultura que, a la
manera del mito, han estado ahí desde el comienzo, en el tiempo que a la vez es
de hoy y desde siempre:
“Porque
antes que tú, él, ella, nosotros,
El
caserón del entusiasmo, piedra y mortero,
Con
el calor de las vivencias personales,
Ya
era jardín, sol que estaba esperándote
Con
el nombre que tus labios lo nombraban.”
Juan Emigdio Pérez canta en solfa de épica
sordina, sobre el paisaje de la fundación de Durango, la esencia de los nombres
y sus individuales sustancias. Visión de la unidad de una pluralidad, la cual
comienza con unos cuantos nombres, arcaicos y lejanos, de los antiguos
poseedores de esta tierra. Continúan vivas así en la memoria las rupestres
voces indelebles que los llaman: Sahuatoba, Masada, Ouruba. Nombre de los
hombres de los inmensos territorios de aridoamérica, que son parte del paisaje de la 2ª Conquista del
territorio mexicano, dotado todo él de incalculables riquezas materiales y
culturas milenarias, que a la par se mezclan y se abrazan con los de Nicolas de
Arnaya y Gerónimo Ramírez, fundadores en 1596 del primer edificio central del
Colegio de los Jesuitas, llamado de San Ignacio.
Luego, la imagen del levantamiento de de la
nación Tepehuana al mando de los sacerdotes Gogoxito y Cuautlatas. Pueblo aborigen que, al no poderse integrar a
la nueva cultura, organiza la rebelión de las naciones sometidas en 1616,
llevando su líder Gogoxito el “tlutole” o mensaje de liberación del dios de la
guerra, a los 25 mil rebeldes armados con arco y flecha, dos mil de los cuales
sitian la villa de Durango, y quien finalmente muere emboscado en el camino a
Gurisamey, al ser combatido por el gobernador Avelar.
Visión de los misioneros franciscanos y de
los sacerdotes y educares jesuitas, finalmente expulsados en 1767, cuando el
colegio cambia de nombre a Seminario Conciliar de Durango y luego a Colegio
Tridentino, terminado el Obispo Maracuyá de Aquilanin el Edificio Central en
1777, celebrándose el hecho con solemnes misas y populares procesiones.
Nombres, nombres al viento impregnados de
recuerdo, para gustar, oler, palpar, para saber y saciar la sed de la memoria.
IV
Visión, pues, de las necesarias transiciones
históricas y de la evolución de la educación superior de nuestro estado, cuya
siguiente etapa está marcada con los
nombres del Colegio Civil de Estado, luego Instituto Civil de Estado, Instituto
Civil Literario, Instituto Juárez y Universidad Juárez del Estado de Durango. Nombres y fechas, preguntas; fechas, símbolos
y nombres; impecables diamantes verbales levantados por el viento del recuerdo.
“¿Quién
soy yo, quien eres tú, quienes nosotros?
Aquí
abajo la misma sombra del mismo árbol
Bajo
esta noche sembrada de preguntas
Bajo
este día con su piñata de caminos.”
Primero el nombre del Colegio Civil, fundado
por decreto el 9 de abril de 1856 sobre la vieja casona del eximio y cultísimo
historiador José Fernando Ramírez (Parral,
Chihuahua, 5 de mayo de 1804 - Bonn, Alemania, 4 de marzo de 1871), en la finca
de la calle de Negrete #700, tomada por los liberales Francisco Gómez Palacio,
Luis de la Torre y José María Hernández y Marín, donde nacieron la Escuela Secundaria, la Escuela Profesional de Derecho y la Biblioteca Pública del
Estado, siendo su primer director José
María Regato, bajo el gobernó de José de Bárcena.[3]
Su segundo director Francisco Gómez Palacio,
bajo el gobierno de José María Patoni, vio el cierre de las puertas de la
escuela, que por dos años se convirtió en cuartel, por causa de la intervención
francesa, siendo a fines de 1860 que las fuerzas liberales recuperan la plaza
resistiendo así al enemigo, en la época en que Durango contaba con escasos 30
mil habitantes.
La patria sacudida por la Revolución de
Ayutla, la Guerra de Reforma y la Intervención Norteamericana, ve el 3 de enero
de 1867 la reapertura del Colegio Civil, cuando Benito Juárez regresa del norte,
devolviéndole a la escuela todos sus fondos y pertenencias, el cual cambia de
nombre a Instituto Civil –y a la muerte del benemérito el 18 de julio de 1872,
por petición de Gerónimo Sida, comienza a llamarse Instituto Juárez, a partir
del 5 de agosto del mismo año.
“De
pronto, inesperada, llegó la tristeza,
En
una parvada de incendiarias pasiones
En
una nube de dolor, pólvora y sangre,
en
un sudoroso caballo sin jinete.
En
una bandera nacional hecha girones
En
la punta de la espada amenazante
En
la voz del enemigo permanente.”
V
“Quien
ahora lo mira lo volverá a mirar
Y
lo verá con el asombro de la vez primera
Quien
ahora a él entra, volverá a entrar
Con
la timidez y la seguridad de poder volver.”
El siglo XX se abre con una serie de
movimientos de reivindicación social. El primero de ellos el 23 de febrero de
1901, cuando los estudiantes de jurisprudencia fundan la primera Sociedad de
Estudiantes. Una década después, el 10 de diciembre de 1913, el gobernador
Pastor Rioaux cierra el Instituto Juárez por falta de fondos por un año,
mientras que los catedráticos virilmente continúan impartiendo cátedra,
heroicamente y sin retribución alguna. En
medio de ello, la revolución armada de Villa y de Zapata, de Madero y Obregón,
de Carranza y Calles, dando voz a las exigencias del pueblo, que despertaron
conciencias y reclamaron errores:
“Para
exigir salario y horario razonable
Para
exigir una vivienda limpia y digna
Para
exigir educación y atención médica
para
exija alimentación, vestido, remuneración
para
exigir libertad de expresión e ideológica.”
En 1922 se consigue el derecho de estudio
para las mujeres, quedando grabados los nombres de las primeras alumnas de la
Institución: Ana María San Martin, Rosa María Rivera, Margarita Rivera y
Dolores Peña.
Cuatro huelgas sacudirían los recintos
educativos en el siglo entrante, dejando en claro que los procesos de
conformación universitarios están sujetos a los acomodamientos de las capas
tectónicas de la historia, siendo su lento desarrollo el de las catedrales de
roca.
La primera huelga estalla el 3 de noviembre
de 1933, cuando el gobernador Carlos Real, presenta un proyecto de “Ley
Orgánica del Instituto Juárez” que atenta brutalmente contra la autonomía de la
enseñanza, pretendiendo que tanto rector como maestros sean designados por el
gobernador. La huelga se prolonga por 19 días, componiendo el comité el
poeta miembbro de la LEAR Don Alexandro Martínez Camberos, Abdon Alanis, Salvador Mijares del Palacio y
el estudiante Rubén Darío Vela Murillo. Poco después, el 23 de diciembre de
1937 se incorpora el Instituto Juárez a la UNAM.
El 21 de marzo de 1957 siendo rector Ángel
Rodríguez Solórzano (1957-1964), apoyado por Francisco González de la Vega, el
Instituto Juárez se convierte en la Universidad Juárez del estado de
Durango. Momento de transición que en
medio de réplicas, repliegues y cambios, da continuidad a la tradición de la
enseñanza en el estado.
El segundo gran estallido social del siglo:
el histórico Movimiento del Cerro del Mercado, del 9 de mayo al 2 de junio de
1966. La protesta estudiantil abarca a los trabajadores, el reclamo por los
salarios otorgados mezquinamente por los miserables, y en medio del llanto y la
pobreza, el hartazgo expresado jubilosamente en mítines, volantes, revistas, en
las aulas, los cafés, en los camiones, plazas y oficinas, en los patios, en las
casas y jardines, en los campos, en las minas y en el bosque. El gobernador
Ángel Rodríguez Solórzano, da fin al movimiento el 28 de julio al ofrecer a los
líderes estudiantiles un paquete de ofertas económicas.
“Cada
árbol es dueño del sabor de sus frutos
Cada
puño encierra el poder de su fuerza
Cada
garganta conoce la potencia del grito
Cada
ojo sabe donde fijar la pupila.”
Un tercer movimiento tiene lugar el 9 de
enero de 1970: 200 estudiantes recorren la ciudad y culminan tomado el Palacio
de Gobierno, señalando el engaño social, el incumplimiento de la ley y la
prepotencia de las autoridades, presentando un pliego petitorio de exigencias
al gobernador: industria de transformación mineral, escuelas, caminos, al grito
de “Durango existe: es tierra nacional”. Se declara la desaparición de poderes.
El rector Carlos Galindo Martínez (1964-1974), contando con el respaldado del
ejército que rodea el Palacio, presenta un ultimátum a las 12 de la noche. Luis
Echeverría vista el estado el 31 de mayo; renuncia al gabinete Miguel Guerrero
Román y culmina el movimiento de 1970 con la gran marcha del Silencio: la
multitud se une al grito de “Goya, Goya:
Universidad”.
El 1 de noviembre de 1976 se constituyen los
sindicatos de trabajadores y empleados, y el día 13 el de académicos. El rector
José Hugo Martínez Ortiz (1974-1986) deja su puesto para ser nombrado
Secretario de Educción; toma el relevo el rector José Francisco García Guerrero
(1986-1988), quien es derrocado vergonzosamente el 28 de mayo, y de forma
humillante durante el consejo universitario es agredido y tirado al suelo.
El Dr. Jorge Ruiz Díaz
(1988-1992) toma su lugar y enfrenta, junto con su secretario general Juan
Francisco Salazar Benítez, un cuarto movimiento: la famosa Huelga de los 100
Días (del 5 de febrero al 2 de mayo de 1988) contra el abandono y aislamiento
del estado y la pobreza social.
El nuevo rector, C.P Juan Francisco Salazar
Benítez (1992-1994), enfrenta un largo conflicto que dura un año siete meses
(de octubre de 1992 a mayo de 1994) por la disputa de la rectoría, teniendo
abandonar el Edificio Central, para refugiarse y despachar en el edifico del El
Aguacate; mientras tanto el combativo librero Rubén Vargas Quiñones toma las
instalaciones administrativas, participando activamente en el conflicto
Alejandro Goitia, José Trinidad Ruiz León, Carlos Ornelas y Rubén Ontiveros
Rentería –hasta que el edificio es finalmente entregado al estudiante Víctor
Quiñones. Es nombrado como rector José Ramón Hernández Meras (1994-2003) y
aclamado en el Auditorio del Pueblo –sucediéndose hasta la fecha cuatro
rectores más: C.P. Rubén Calderón Lujan (2003-2010); Dr. Salvador Rodríguez
Lugo (agosto-sept. 2010); Dra. Elvia Engracia Patricia Herrera Gutiérrez
(sept-oct 2010) quien abre su mandato con una todavía no asimilada la toma
policiaca del edificio Central, poniendo en duda la autonomía universitaria;
Lic. Tomás Castro hidalgo (2010-2012), y; C.P. Erasmo Nava García (2012-...).
VI
Historia de las luchas de un pueblo por
darle un carácter público y de beneficio social a la educación, que no ha concluido
en los inicios del lo que va del Siglo XXI y del tercer milenio. Lucha
centenaria de un puñado de héroes anónimos que han sabido resistir e incluso
sobreponerse las administraciones salvajes que tan frecuentemente padecemos,
teniendo ahora como insignia el himno universitario, debido a la pluma y atril
de Alfredo González y Héctor García Calderón, donde está presente el dorado
polvo de sus hijos en el paraninfo mayor de la memoria colectiva.
Historia de logros y continuidad, es cierto,
pero también de rebeldía, por el dolor de la injusticia, que sólo puede ser
fecunda cuando está guiada por los cielos azules del ideal, por los sublimes
anhelos de un mundo mejor. Porque siempre habrá y ha habido un grupo de
abnegados amantes del saber, quienes dotados de recursos miserables realizan
verdaderos prodigios en pro de la vedad, el arte y la cultura.
Tal es el caso de Juan Emigdio Pérez Olvera,
cuyo libro de poemas épicos, que se reedita ahora por el ICED luego de un
cuarto de siglo, canta así a la nobleza y a los ideales de su Alma Mater y a la gesta histórica de
sus mejores hijos. Invitándonos así a no desfallecer de nuestros más caros
anhelos porque, a fin de cuentas, en los pasos cotidianos del camino camino está ya insinuada la imagen de la meta. Invitación, pues, a no quedarnos presos en los líquenes de las aguas estancadas, a movernos y salir jubilosos al camino; en un salir de la letra muerta que es un entrar al orbe de la verdad y la cultura,
para entonces humanizarnos plenamente, para ser mejores como individuos y como
comunidad. Exhortación del poeta a partir con entusiasmo a la ventura, en
la búsqueda del destino propio y colectivo, agotando con generosidad el ámbito
de lo posible, enfrentando, incluso, la incomprensión, la soledad, el desamparo, siendo acompañados empero en
nuestra marcha por otros solitarios: los amigos inesperados que por las
afinidades electivas harán más dulce la luz del sol en el camino, y más alegre el peso cotidiano de los pasos -al marchar en pos de la sempiterna estrella trascendente.
Victoria de
Durango
17 de septiembre
de 2015
[1] Juan Emigdio Pérez, Nuestra Voz no Calla. Semblanza
poético-histórica de la Universidad Juárez del estado de Durango (1596-2013). CONACULTA.
ICED. 2ª Ed. Febrero de 2015. Programa editorial a cargo de María del Socorro
Salazar Sosa. Viñetas de: Guillermo Bracbo Morán, Elizabe3th Linden Bracho,
Víctor T. Arrieta y Nataly Ortega Freire.
[2]
El día de hoy más de 140
mil durangueños se encuentran en edad universitaria, contando la entidad con 55
escuelas de enseñanza superior , públicas y privadas, para abastecer la creciente
demanda de aprendizaje. 420 años de las universidades en Durango Por Cecilia
Torres. Periódico Victoria 7 sept. 2015.
[3] Luego el mismo edificio
sede de la Normal Superior del Estado, de la Escuela de Música y del
“Generalito”, oficinas sindicales de la UJED.
Hay que aclarar que el fragmento del ensayo "Juan Emigdio Pérez: la Voz de Todos" de Alberto Espinosa Orozco, que aparece en las páginas 55 y 56 del libro-homenaje al poeta durangueño no corresponde a ninguna cláusula del original y, a pesar de llevar mi nombre, no es en lo absoluto de mi autoría. Colección de ideas sueltas pegadas al buen tun tun y que, sobre ilegibles, me son totalmente desconocidas, responsabilidad en esta ocasión enteramente de los editores (Oscar Jiménez Luna y Rubén Ontiveros), que aparecen con el título de "Juan Emigdio Pérez: la Crónica Universitaria en Verso", fragmentos, como repito, de los que de ninguna manera soy autor, siéndome ajeno ese estilo más bien burocrático y forense del susomentado fragmento, seguramente más atribuible al azar, a la contingencia, al descuido, que a una intención dolosa de querer sustituir a un autor o tomar su lugar, además desprestigiándolo, pero que de cualquier manera arruina la edición completa de lo que en idea fue un hermoso proyecto. Esperando la corrección de esa misteriosa y notable errata -de garra-pata- en una Segunda Edición, seguramente debido como repito más a una inexplicable ofuscación editorial que a la mala fe, publico nuevamente en ensayo completo, fruto auténtico de mi pluma y letra.
ResponderEliminar* Juan Emigdio Pérez. Homenaje al Poeta Emérito de Durango. Antología Breve. Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística Corresponsalía Durango Gestión Cultural de México Raíces profundas A.C. Durango, Agosto de 2018.