Juan Ríos Quiñones: el Arte del
Nopal
Por Alberto Espinosa Orozco
La cultura artesanal
es un modo de vida amenazado, prácticamente aplastado en todo el mundo por
los métodos de producción, fabricación e industria tecnológica de la civilización
occidental moderna. Sin embargo, su multiplicidad de creaciones y mercancías
representan un valor insustituible, único: el del amor por la paciente y
humilde elaboración, que acredita la maestría de lo bien hecho, de lo
manufacturado a conciencia, de lo que también lleva algo de sentido humano, del
alma del hombre en su perspectiva y hermandad con las cosas del mundo. Y todo
ello como sostén de toda una antropología y pedagogía de la formación humana.
En efecto, la labor artesanal no fabrica ni produce industrialmente nada, en
cambio hace manualmente cosas, no solamente para servir o ser útiles, mucho
menos sólo para el consumo, sino sobre todo cosas para ser amadas.
Tal es el caso de un singular
artesano de Canatlán, don Juan Ríos Quiñones, investigador y artífice del
arte del nopal. Su arte trata de la aplicación de técnicas rudimentarias de
carpintería al tratamiento del nopal, para rescatar con ello una antigua
sabiduría. Por un lado, la naturaleza, pero también, por otro lado, la
alarmante lección de nuestro deber de preservarla ante la real amenaza de su
progresiva y abrumadora extinción, para usarla de acuerdo a una racionalidad
no meramente instrumental, sino también poética. El nopal, símbolo de nuestra
bandera patria, es también un patrimonio de innumerables bosques extendidos
sobre todo el territorio mexicano donde la cactácea bien en sus raíces y
formas, una serie de bienes que, a la zaga de don Juan Ríos, es necesario
investigar, recrear y rescatar, logrando con ello el espíritu de unidad y
solidaridad, de comunión y epifanía, propio de toda verdadera tradición y de
toda auténtica cultura.
Así, el artesano Juan Ríos es el pionero de un arte donde ha vislumbrado
una metáfora, una traslación de la cultura culinaria del nopal a la cultura
plástica y artística. Se trata de un tránsito que no deja de maravillarnos al
estar adornado por disímbolas sutilesas.
Don Juan Ríos Quiñones nació
el 8 de febrero de 1920 en Canatlán, cabecera municipal, en el Estado de
Durango. Hombre de recios noventa años, ojos, aceitunados y piel tostada, el
maestro Juan Ríos es un representante del ingenio del mexicano y de su hondo
apego a la tierra. Hombre de sana conversación y sabiduría tradicional, don
Juan Ríos es un artesano que ha dedicado sus últimos lustros al troncos, hasta
llegar al capricho de la conformación de sus raíces. Hace 35 o 40 años don Juan
empezó por elaborar con los troncos del nopal prácticos y bízarros floreros.
Comenzó por trabajar el nopal en estado seco, pero no habiendo probabilidades
(de mercado) lo dejó por un tiempo. La técnica primitiva fue descubierta al
quemar con boñiga unas pencas, pero ahora simplemente las deja secar al sol obteniendo
buenos resultados en cuanto a dureza y resistencia de materiales.
A manera de concepción
personal y después de encontrar una primera aplicación ornamental como orgánicos
floreros, don Juan empezó a investigar la confirmación de la raíz, saturada de
grumos de masa acuosos que ya vaciados, dan la impresión de laberinticos
pasajes o de finos dibujos textiles, pero también se abren a las posibilidades
bellas de las formas en sus diversas edades y conformaciones al sujetarse al
ojo del artista. Se trata, además, del elemento vegetal más difundido en nuestro
territorio mirado estéticamente por el hombre como en el primer día del mundo.
El artesano Juan Ríos es el
pionero en un arte donde ha vislumbrado una metáfora, una traslación de la
cultura culinaria del nopal a la cultura plástica y artística. Se trata de un
tránsito que no deja de maravillarnos al estar adornado por disímbolas
sutilezas. De tal forma, de una superficie
gruesa y desalineada, el artesano ha ido deduciendo rigurosamente toda una
poética del arte y de la vida. Al buscarle un sentido a las formas del nopal,
el artista se ha encontrado con las raíces del mundo: con un escaparate en el
que todas las cosas del mundo aparecen como a punto de formarse nuevamente.
Fuertemente ligadas a la tradición, sus formas lo figuran o prefiguran todo;
máscaras, floreros poderosos como brazos de gigante, bordones, ruedas para el
juego de los niños, engranajes irónicos de una maquinaria orgánica
inexistente, nichos de papel en los que se asientan cruces, trípodes, espadas
de huizache, espinas o huesos que recuerdan la semilla del mundo, y aún más
lejos, el concilio de las formas todas evocadoras de la totalidad; ahora un
soporte para una lámpara, luego una cuña, por ahí un cardumen de peces o un
Leviatán en minitura.
El maestro Juan
Ríos es un representante del ingenio del mexicano y de su hondo apego a la
tierra. Hombre de sana conversación y sabiduría tradicional, es sobre todo un artesano
que ha dedicado sus últimos lustros al estudio de las formas plásticas del
nopal, de sus pencas añejas vueltas troncos, hasta llegar al capricho de la
conformación de sus raíces. Comenzó por trabajar
el nopal en estado seco, pero no habiendo probabilidades de mercado lo dejó por
un tiempo. La técnica primitiva fue descubierta al quemar con boñiga unas
pencas, pero ahora simplemente las deja secar al sol obteniendo buenos
resultados en cuanto a dureza y resistencia de materiales.
Sus formas se abren a las
posibilidades bellas de las cosas representadas en sus diversas edades y conformaciones al
sujetarse al ojo del artista. Aparece un pelícano nadando o tirándose un clavado en picada,
luego la imagen de una ballena rompiendo las olas para respirar el aire, más allá
monstruos y animales fabulosos. Cosas inventadas, sugerentes, creativas y
amables de un arte que no está dado en charola de plata, sino con el que hay
que interactuar, a la manera de los juegos que nos invitan a adivinar un personaje o
reconstruir un castillo. Obras abiertas en las que el espectador se ve involucrado en el
proceso creativo, exigiéndose su colaboración para completar, incluso para
terminar o dar un sentido acabado a la obra.
Proceso creativo, en efecto, que tiene tal
cantidad de variaciones que invierta al espectador "a buscarle" para
que vayan saliendo más ideas: invitación pues a la búsqueda y el encuentro con
lo otro, con el objeto evocado, con el parecido o con la cosa semejante que, venida
del capricho de las formas naturales, anuncia o prefigura otras cosas amigas, trazando con ello un cordón formal de familiaridad.
Las obras de este artesano se
remontan a la semilla y suelo nutricio mismo del arte y de la tradición: a la
búsqueda del saber global, búsqueda de las estructuras semejantes que nos den
un pellizco, una probada de la totalidad. Arte que, como el del tejedor, va
hilvanando o enmendando la característica que cada cosa tiene por propia naturaleza.
Y en esta naturaleza meramente formal la virtud del parecido: la familiaridad
de las cosas con otras muy distantes del mundo. El aquietamiento, la reunión,
la paz en todo lo diverso y distante se reúne en armonía: dato del cosmos que
el artesano y el artista tiene el deber de repetir y rehacer, acaso también
de enmendar y corregir.
La ambición de Juan Ríos, como la de muchos otros artesanos, radica en el anhelo
de enseñar su ingenio a los más jóvenes del grupo, para que perdure la tradición. Ambición insatisfecha, hay que asentar, cuya labor
previa y heroica tiene que abrirse camino en la jungla del mercado industrializado
y sus modas. Exposición del artesano a la soledad y a la incomprensión, a la
presión social, a la falta de jóvenes que prosigan su investigación y
experimentación.
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