El Hotel Aquel
- ¿Así que usted no es de aquí, que llegó
a este pueblo hace quince años? -me dijo de pronto y autoritariamente un hombre
reseco y viejo en aquel hotelucho ruinoso y mortecino, mirando a los otros de
forma oblicua con una sonrisa amarga y salitrosa entre los dientes.
Era de noche. Luego de recorrer calles y
calles donde se alternaban patéticos arbotantes sin luminarias, por un camino
como enlutado, sumido en una atmósfera cochambrosa y turbia donde se había
perdido realidad y consistencia, entré al hotel, cuya puerta está protegida por
una férrea cancelería de elaborado diseño, ya astrosa y pintada luego malamente
de blanco. En la gerencia del establecimiento había tres o cuatro hombres
indiferentes hablando de sus cosas a medio tono.
En un momento dado de la conversación el
hombre esmirriado agregó, con tono seco, sordo, casi lapidario:
- En este pueblo lo que ha triunfado es
la confusión, el Gobierno y la Iglesia. Triunfó la debilidad, el vicio, la
explotación. La victoria se la llevó la traición y la corrupción: se la llevó
el diablo. Porque, ¿sabe? –agregó malhadadamente y como con desgana-; porque
aquí lo que triunfó fue el abuso, la prostitución, la ambición; porqué lo que
venció aquí fue el hambre... la mentira, la irreligiosidad y el robo: la
necesidad y el mal...
- Triunfó la sífilis, y triunfó la sed
–enfatizó luego de una pausa, mascusando las palabras como un bocado amargo
entre los apretados dientes que no podía tragar, que tenía que espetar con una
especie de urgencia y de vergonzoso dolor.
Mientras tanto, otro de aquel grupo
compacto, un hombre aguileño, de mediana edad, de vientre extrañamente
abombado, casi calvo aunque de guedejas rizadas, se separó como sin notarse, se
dirigió a la puerta desgarbada de los canceles blancos y regresó acompañado por
una mujer morena y todavía joven, exultante de sensualidad, con los ojos
pintados con antimonio. Cuando acordamos ya iban a lo lejos, deslizándose hacia
uno de los cuatros de aquella vieja casona pestilente, pasando como dos sombras
cálidas debajo de un enorme televisor, que irradiaba sus ondas eléctricas y
vagamente estridentes, empotrado en lo alto de la pared del fondo.
- Aquí, si alguien se aplica a la
justicia, es tenido por criminal. Porque aquí ha triunfado la envidia y la
animosidad. Triunfó el miedo.
Volvió a insistir el primer hombre,
quien llevaba la voz. Según iban transcurriendo los minutos la atmósfera se fue
volviendo cada vez más sombría, con una pesadez que absorbía todo dentro de sí
misma, volviendo el aire mismo cada vez más mortecino y funesto. A primera
vista parecía que aquellos cuatro hombres se reunían para conspirar, llamados
quien sabe para qué fin, en ese foso, que con certeza no era de Dios. Pero no.
Se reunían ahí, a esas horas, por mera inercia, por hábito, como reliquia de
una vieja costumbre vaciada, que hace mucho tiempo había perdido ya sentido y
su razón de ser.
- ¿Que usted llegó hace quince años por
aquí? –volvió a preguntarme el hombre seco sin esperar respuesta, como presa
del olvido, como instalada en una nada muerta, distraído en mascuzar las palabras que arrastraba en la lengua como jaladas por un hilo.... para luego morosamente agregar:
-Pos haga de cuenta que se murió, porque usted no existe. Ni allá, para su familia, ni tampoco aquí, ni para nadie. Haga de cuenta que se murió, y ahora anda aquí, entre nosotros, que también estamos muertos... Que llegó al limbo, porque está usted metido aquí, entre nosotros, en este pueblo, entre el polvo, como un fantasma… que yo creo que es el meritito infierno.
Fin
Primer concurso
de relatos de “El Desván de la Aurora”
Por Alberto
Espinosa O
Méxic
Estimado escritor, aún desconociendo los relatos presentados, yo te hubiese dado el primer premio y no una mención de honor ya que tu prosa es de altísima calidad, con imágenes y metáforas que dejan al descubierto tu nivel como escritor. Excelente y sugestivo. Gracias, un placer leerte!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por su apreciación Miriam jara
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