La Mano: Sobre
la Caricia y la Tentación o la Codicia del Tacto
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
Hablando fenomenológicamente, el tacto es el
más rudimentario de los sentidos, el más burdo y primitivo. Sin embargo es por
ello mismo el sentido de la evidencia material y, en cierto sentido, de la
ciega justicia, que para establecer un juicio sopesa, precisamente, la
evidencia. Sentido de la resistencia
material, del pesar y sopesar las cosas por su peso o densidad, el tacto es susceptible
a unas cuantas sensaciones contrapuestas, como son el frío o el calor, la
rugoso o lo liso, lo sólido o lo líquido –a las que hay que sumar la
sensaciones de las secreciones internas y del correr de los fluidos interiores,
de las que según se sabe son más susceptibles las mujeres que los hombre, pues
viven, por decirlo así, más cerca de su propio cuerpo.
Su órgano esencial es a no dudarlo la mano
humana, sobre la que se desarrolla toda la industria humana, pues la mano es,
al decir de Aristóteles, instrumento de instrumentos. La mano diestra, la mano
adiestrada especifica una exclusiva del hombre por la cual se le ha querido
definir a la especie en los tiempos modernos: por el trabajo manual, no tanto
en las manufacturas artesanales sino como operario de máquinas, útiles, utensilios,
artilugios, artefactos, instrumentos y… procedimientos, por lo que dentro del
de la categoría del homo faber habría
que incluir no sólo al operario de herramientas o al operario de aparatos y
máquinas vehiculares, sino también a quienes se especializan en manipular
papales, al administrador, al litigantes y sobre todo al burócrata… que firman,
soban, atesoran y arrastran papeles de aquí para allá, siendo en esos tipos
humanos caracterológicos predominante el uso de la mano y por tanto el sentido
del tacto.
Exclusiva de la mano humana es también, sin
embargo, una de las expresiones más humanas y nobles de todas: que es la
expresión de la caricia. La más nombre por expresar no a distancia sino por
contacto el amor de la ternura –amor de la carne que es, qué duda cabe,
expresivo del mayor amor, no sexual –aún dentro de lo sexual-, que es el del
reconocimiento a lo carnal, a lo carnal en el sentido de lo hermanable, que es el
caro amor, al congénere y al amigo, que da a la “carnis” su sentido más
espiritual, equivalente a querido, a deseado con puro amor fraterno, materno o
paternal.
II
El tacto es así factor clave de la educación
moral del hombre, no menos que de su formación espiritual o artística. Porque
más allá del mero adiestramiento mecánico, de la mano vista como herramienta,
está la educación y formación de la mano tomado en toda su sensibilidad. Cumpliendo
con su función plenamente humanizadora del hombre, tenemos entonces no tanto a
la escanciadora de vinos cuanto a los
tañedores de cuerdas musicales, que van desde el guitarrista hasta el pianista,
siendo el piano también un instrumento de cuerdas. Tañedores de curdas a los que hay que sumar, un poco más lejos, la familia de los alientos, que acompasan su labor aérea pulsando llaves y regulando todo tipo de pivotes con las diestras yemas de los dedos. Más cerca del tacto todavía los percusionistas, hechos todos ellos de vibraciones sonoras realizadas por el batir de sus rítmicos pulsares.
La misma función
sensibilizadora del hombre la cumple la formación humana de la mano en el
dibujo, en la pintura, en la escultura, que se conecta así con el ojo para
precisar los movimientos que reproducen la figura visible -o imaginaria e invisible-,
dentro de cuya rama hay que incluir a la escritura, forma sui generis y
especializadísima del dibujo, relacionada con la voz humana y el intelecto. Educación
y formación de la mano que ablanda la curtida labor mecánica de la mano
técnica, monótona y extenuante, que vuelve rígida y endurece la mano, reduciéndola a sus puras habilidades maquinales y automatizadas –cuyos movimientos por lo
mismo son a la larga sustituidos por los de especializados aparatos y maquinas
programadas, valga decir, de antemano o con un propósito productivo acelerado predefinido.
III
Sin embargo, el sentido del tacto puede
tener sus aberraciones, siendo en cierta forma el modelo mismo del extravío.
Así sucede con la tentación ya no digamos onanista, sexual, de autoexitarse como la mano en triste soledad, sino del robo, de la mano que hace pecar, definiendo ese
defecto a quienes, siendo amigos de lo ajeno, no guardan ningún respeto por la
propiedad privada y la consideración mutua entre los hombres. La mano entonces,
sin la suficiente formación, se vuelve garra, azuzada por los ojos codiciosos.
El tacto en sí mismo, como sentido primitivo
que es, puede ligarse al mal en su sentido más inmediato: al del tentador, no
ya por sustracción ilegítimo de lo ajeno, sino por su pasión carnal, por su deseo
de fundirse con otra carne, que es ya la lascivia o la concupiscencia de la
carne. Sentido que al excarcelado por el amor de la carne, por el amor sexual,
no reconoce o distingue barreras éticas o morales, saltándose las trancas en el
deseo de la mujer ajena, que es el adulterio o en la simple disolución concupiscente,
censurada al no considerar que somos algo más que carne encendida, pues el
hombre tiene un indisoluble vínculo con los espiritual y con lo eterno.
Ceguera moral del tacto, puede decirse, pues
el espíritu es luz y sólo puede verse como iluminación: como aquello que aparece
a la luz del espíritu. Ceguera moral del tacto y sordera también, pues quien ha
sido tentado por la calentura del tacto no está dispuesto ni puede entender las
cosas según el orden del espíritu. Problema de educación y de falla en la
formación del sentido del tacto y de la mano, cuyas transgresiones son una
especie de ignorancia radical: el no poder ni querer saber de las cosas del
espíritu, las cuales huyen también, como repelidas, por la presencia del pecado.
Porque si en algo consiste el pecado es en
la transgresión de un orden, en romper con un límite, en violar una norma de
aplicabilidad universal -o en romper un limen, en violar algo sagrado. La
experiencia del pecado, por todos conocida, consiste así en la de ir más allá
de algo, siendo en este sentido una verdadera experiencia metafísica: es tocar,
es penetrar, o ser penetrado, por el otro lado del espejo. Por ello sus dos
figuras arquetípicas se encuentran en la lujuria y en el latrocinio. Ambas
transgresiones muy ligadas por cierto al sentido del tacto, que es
fenomenológicamente hablando el más rudimentario, el más primitivo de los
sentidos. Nada expresa así mejor en concepto de tentación por los espíritus o
las fuerzas del mal que esas dos anomalías del sentido del tacto, que es entre
los demás sentidos el que inmediatamente se expresa por medio de la proximidad,
del contacto.
El amante de lo ajeno violenta directamente
el orden de la propiedad al agenciarse con un mínimo esfuerzo del trabajo
objetivado de una persona, el cual se expresa en alguna pertenencia, sacando de
ello una ventaja del todo indebida -máximo cuando su acto no está movido por la
extrema necesidad, sino por la ventaja o el abuso (ya sea de fuerza o de
confianza). La lujuria, quien no lo sabe, violenta la estructura el orden del
afecto mutuo entre las personas, al solicitar a un tercero meter las narices
donde no lo llaman, como repito, por un desorden en el sentido del tacto,
agravado por involucrar las fibras más sutiles e íntimas de las afectos. No es
infrecuente que ambas tentaciones vayan de la mano, dando el tipo psicológico
perverso del "tentón" -que vendría a ser, dicho sea a la postre, un
caso prístino del hombre tentado, seducido, no por un más allá espiritual, sino por el "aquí y el ahora", aunque
de orden enteramente malsano y negativo.
Figuras, pues anejas la del ladrón y la del
lascivo, cuyo relación está puesta por una enfermedad previa de los ojos, esa
lámpara del cuerpo, que por algún motivo se han vuelto codiciosos, salvajes, no
formados, tenebrosos, ensombreciendo con ello las facultades del cuerpo humano
y enturbiando también el sano juicio o el entendimiento de quienes, por propia
voluntad, en un uso descendente de la libertad, apagan la chispa natural y
divina de sus ojos que, de otro modo, se inflamaría para iluminarlos.
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