La Esperanza Religiosa
Por Alberto Espinosa Orozco
La esperanza que haya nuestro alcance comienza por el camino del
arrepentimiento sincero para, luego de pagar o purgar la falta con la aflicción
poder ser lavados, purificados, santificados y justificados en nombre del
Señor, que es la penitencia, tomando el pan sin levadura de la pureza y la verdad. Por lo que es
preciso purgarse de la vieja levadura, para hacer así una masa sin la levadura
del orgullo y la maldad, andando en amor, imitando a Dios, como hijos amados y
edificando en amor el cuerpo de los hermanos. No andar, pues, como los paganos,
como los gentiles, presos en la vanidad de la mente, con el entendimiento
entenebrecido, ajenos a la vida verdadera por ignorancia de Dios y por la
dureza del corazón, que ha perdido el sentimiento de la justicia, y que entrega
desvergonzadamente al hombre para cometer todo acto de inmundicia con ansia.[1]
Para lo cual conviene no tener tratos con gente de mala vida, separándose de
los que pretenden ser hermanos siendo inmorales, codiciosos, idólatras, mal hablados,
borrachos o ladrones, quitando así el pecado de en medio de la hermandad. No
dar lugar al diablo, enmendándose cuada cual de sus malas acciones. Despojarse,
pues, del hombre viejo, que es corrompido en conformidad con los deseos
engañosos; renovando así el espíritu del entendimiento, revistiéndose del
hombre nuevo, creado conforme a Dios en justicia y en santidad verdadera.[2]
No ser, pues, como niños inconstantes, que se dejan llevar por los
vientos de las doctrinas que soplan al derredor, que son y arrebatados y
agitados por las olas del engaño, por los embusteros que con astucia engañan en
el espíritu del error.[3]
Alejarse, pues, de toda fornicación, de toda inmundicia, de toda avaricia –al
grado de que ni se miente en la comunidad, no usando tampoco de palabras
torpes, insensatas, indecentes, insultantes o chistes groseros, actuando mejor
propiamente, como conviene ser a los santos.[4]
Alejarse, pues, de las tinieblas, de los hijos de la desobediencia: de
fornicarios, inmundos o avaros (que son idólatras), pues no tendrán herencia en
el reino, desatando en cambio por tales cosas la ira de Dios. Por lo que no hay
que tener parte ni asociarse en las obras estériles de las tinieblas, sino más
bien reprobarlas, pues son cosas vergonzosas lo que hacen en secreto, obras
infames que se condenan cuando son puestas a la luz del día.[5]
Pues todas las cosas que son reprobadas, todas esas infamias que se condenan,
son hechas manifiestas por la luz. La fe bautismal equivale así a una
iluminación axiológica, por lo que dice aquel pasaje de Isaías citado por
Pablo:
“Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te
alumbrará Cristo.” (Isaías 26.19; Hebreos 10, 32)
Purificar los corazones de la mala conciencia y lava los cuerpos con agua pura
–sin pecar, pues luego de haber recibido el conocimiento de la verdad sólo
queda al pecador o la enmienda o la expectación y amenaza del juicio y
del ardor del fuego.[6]
Para llegar con ello a la unidad de la fe y al estado de los varones
perfectos, conscientes de que no pueden hacer todo lo que quieren –que es el
ideal del comportamiento cristiano. Espíritu Santo de gracia, que en el nuevo
concierto, luego de los días de la gran tribulación, pondrá sus leyes en los
corazones de su pueblo, escribiéndolas en las mentes –olvidando sus iniquidades
y sus pecados.[7]
Así, los frutos del Espíritu Santo, que son las gracias, son concebidas como
siete dones cardinales: ciencia; consuelo; fortaleza; inteligencia; piedad;
sabiduría, y; temor de Dios. Cabe destacar la caridad, que es el amor
propiamente cristiano; pero también el gozo; la paz; la paciencia; la
generosidad; la benignidad: la mansedumbre y la templanza; por último, la fe y
la continencia –pues contra tales cosas no hay ley que las prohíba.[8]
Hay
muchas similitudes entre las virtudes y los dones, pues ambos son hábitos de la
voluntad que residen en las facultades humanas buscando practicar el bien y ser
honesto, teniendo como fin la perfección del hombre. Sin embargo, mientras que
las virtudes son movidas por la razón, los dones son movidos directamente el
Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.
Misterio de redención, pues Cristo compró a su pueblo mediante su sacrificio,
para que ande con y para el Espíritu y con cuyo auxilio combatir las
tentaciones de la carne, con sus afectos y concupiscencias. Porque el deseo de
la carne es opuesto al deseo del Espíritu; y el deseo del Espíritu es opuesto
al deseo de la carne, pues esas cosas se oponen la una a la otra.
Porque de lo que trata la religión cristiana esencialmente es de la reforma
moral y espiritual del hombre; de liberarlo, para que pueda salir de la
enajenación moral y espiritual y adquirir una nueva conciencia. Lo que implica
una dura pelea, diaria, contra el enemigo que asecha desde fuera, pero también
contra las tentaciones internas de la debilidad de la carne, que asechan desde
adentro. Porque el cuerpo no es para la fornicación, sino templo de Dios, sino
que es para el Señor -como el Señor es para el cuerpo, pues cada uno de los
santos es miembro del cuerpo de Cristo. Porque el Espíritu de Dios es santo y
mana en el hombre puesto que somos de su mismo linaje.
Por su parte, baste determinar las notas esenciales de la caridad, la cual es:
sufrida, paciente, benigna, sin envidia, no jactanciosa, no orgullosa o
hinchada, no indecorosa, no busca su propia ventaja, no se exacerba o irrita,
no juzga ni piensa mal, no se alegra de las injusticias sino que se alegra en
la verdad, y todo lo sufre, todo lo espera, todo lo cree y nunca se acaba.
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[1] Efesios 4 18-19.
[2] Efesios 4. 22-24.
[3] Efesios 4, 14.
[4] Efesios 5. 3.
[5] Efesios 4. 19.
[6] Hebreos 10, 27.
[7] Hebreos 10, 16.
[8] En el sínodo de Roma del año
382, bajo la presidencia del Papa Dámaso I se trató de los dones aplicando la
profecía de Isaías a Jesucristo, viendo en el Espíritu Santo una fuerza
septiforme que descansa en Cristo. 1) Espíritu de sabiduría: Cristo virtud de
Dios y sabiduría de Dios (1Co 1, 24). 2) Espíritu de entendimiento: Te daré
entendimiento y te instruiré en el camino por donde andarás (Sal 31, 8). 3)
Espíritu de consejo: Y se llamará su nombre ángel del gran consejo (Is 9, 68 ).
4) Espíritu de fortaleza: Virtud o fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1Co 1,
24). 5) Espíritu de ciencia: Por la eminencia de la ciencia de Cristo Jesús (Ef
3, 19). 6) Espíritu de verdad: Yo soy el camino, la vida y la verdad (Jn 14,
6). 7) Espíritu de temor (de Dios): El temor del Señor es principio de la
sabiduría (Sal 110, 10).
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