Francisco
de Ibarra
Por
Héctor Palencia Alonso
El joven Capitán vascongado Francisco de
Ibarra fue un excepcional conquistador y un ejemplar gobernante, el primero de
Durango. Nunca recibió una merced del Rey de España y toda su vida, la puso al
servicio de sus ideales.
Son muchos los méritos del fundador de la
Villa de Durango, antecedente de nuestra amada ciudad, y fundador también de la
Provincia de la Nueva Vizcaya. La corrupción, término de moda en México y que
los estadounidenses utilizan para señalar la falta de honradez de los
funcionarios públicos, no se encuentra en los inicios de la Nueva Vizcaya, al
contrario de lo acontecido en los comienzos de otras ciudades o provincias.
Francisco de Ibarra era todo un hombre que cruzó esforzado y honesto por una
época de corrupción, violencia y desmedidas ambiciones. Puso con los cimientos
de la ciudad de Durango, el ejemplo vivificante del ejercicio del poder como
servicio a la comunidad, y tuvo la emoción de identificarse con las gentes. Si
el Capitán Francisco de Ibarra no tuviera, como los tiene, otros grandes
méritos, bastaría el de su intachable honradez para que nunca fuera arrojado
simbólicamente a un osario del olvido.
En 1554, Francisco de Ibarra partió de
Zacatecas donde formaba parte de la llamada "aristocracia de la
plata", para crear la Provincia de la Nueva Vizcaya, gobernó las tierras
por él conquistadas hasta el año de 1577 en que murió. Gastó en la empresa toda
su fortuna personal que era de poco más de doscientos mil pesos oro, y agrega
la memoria de sus servicios que nunca tuvo aprovechamiento alguno, "además
y allende que de los trabajos grandes que sostuvo y pasó, le sobrevinieron
grandes enfermedades". Tuvo que pedir una pensión al Virrey de la Nueva
España y murió sin que le fuera concedida, en el desamparo y la soledad en el
mineral de Panuco, del hoy Estado de Sinaloa. Sus restos mortales se han
perdido y los únicos datos para encontrarlos son los que ofrece él mismo en su
testamento, reproducido fielmente por el historiador estadounidense Lloyd
Mecham en el libro de éste: "Don Francisco de Ibarra y la Nueva
Vizcaya", editado en inglés por una universidad del vecino país del norte.
El conquistador de Durango pertenecía a la
"aristocracia de la plata", porqué era sobrino del primer Gobernador
de Zacatecas, Diego de Ibarra y éste era uno de los cuatro fundadores de dicha
aristocracia. Los otros eran: Miguel de Ibarra, Juan de Tolosa y Baltasar
Término de Bañuelos. La "aristocracia de la plata" consistió en todo
un estilo de vida que empezó en Zacatecas y poco más tarde dio particularidades
a la vida mexicana.
Cuando empleo la
palabra "empresa" para referirme a los actos de los conquistadores,
doy a este término el que se daba en aquel tiempo: el de una inversión de los
particulares para obtener beneficios con la conquista y colonización de
tierras. Los expedicionarios comprometían ciertos bienes y servicios y si la
empresa era coronada con el éxito, ellos recibían metales preciosos, tierras y
otros beneficios. Debemos tener en cuenta que no era el español propia-mente un
ejército, tal y como lo conocemos ahora, sino un conjunto de particulares que
convenían en una empresa.
La sed de oro, la fe religiosa y el espíritu
caballeresco fueron la base psicológica de la efectividad de los
conquistadores. El enriquecimiento de los conquistadores siempre había sido,
durante la Edad Media, consecuencia natural de sus triunfos. Se consideraba una
injusticia del monarca que no otorgaba "mercedes", sobre todo si el
costo de la campaña no corría por su cuenta, sino que era aportado por los
expedicionarios mismos, como aconteció en la conquista de México, tanto en la
primera que concluyó con la muerte de Hernán Cortés en España, como en la
segunda que comprende la conquista del Norte de la Nueva España y que comienza
con el descubrimiento y que empieza en 1547 con el descubrimiento de las ricas
minas de plata de Zacatecas y, ya en marcha, es Durango el bastión español por
excelencia.
El haber aportado persona, espada y con
frecuencia dinero, caballo y otros bienes, a la empresa, a cambio del “botín de
guerra”, era un aliciente constante. La expedición era de hecho, una empresa en
el sentido moderno de la palabra, pues adoptaba una forma similar a la de una
sociedad en comandita, en la que cada uno era re¬ tribuido dé acuerdo con su
aportación a la empresa, y las hazañas que llevaba al cabo.
Las "mercedes reales" eran
concesiones de tierras a conquistadores y colonizadores, sujetas a ulterior
confirmación. Los concesionarios debían acreditar los requisitos de residencia
y cultivo. Las "confirmaciones" se constituyeron para dar validez
final a las "mercedes reales".
Francisco de Ibarra estaba muy lejos de
quedarse contento en la paz de sus posesiones. El estaba poseído por la ilusión
de encontrar, como sucedió con otros conquistadores anteriores a él -Vázquez de
Coronado sobre todo- tierras legendarias, verdaderos ensueños de caballeros
andantes.
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