Los
Hombres Cansados
Por
Alberto Espinosa
El
hombre se ha cansado de ser hombre;
La
fuente envenenada, derramada, de que beben
Hasta
llenar su copa, hasta el borde, de sí mismos:
Rebosantes
de apariencia, de simulación, de tedio,
De
la expansión de la superstición sin titubeos;
De
fingimiento, de simulación de la piedad,
Que
no tributan ya al inmortal numen de los dioses,
Vacíos
de devoción, que eliminan la lealtad que había
Entre
los hombres y la virtud mayor, que es la justicia.
La
fascinación de la mentira que camina
Por
un valle fosforescente de fantasmas, iluminado
Por
luz negra, que es más luz que la luz del mediodía,
Que
ensombrece la luz del sol, de la luna y las estrellas
Apagando
con su abstrusa cantinela la luz más clara
Que emana en la hermandad de los rostros de los otros.
La vanidad ampulosa, henchida de importancia,
Llenándose
entre ruinas de sí misma: de secretismo,
De
ocultación, de claroscuro, para decirlo todo aparte,
Para
ponerse de parte de los que no departen, en la parte
Sin
centro de donde nada parte y que no va ninguna parte.
De
parte del fariseo riguroso y su verdad gesticulante,
Encerrado
en la barroca jaula de la regla y el precepto,
En
el espejo frío de la risa cuyo retintín es de cristales rotos,
Cuya
fachada elaborada anuncia la fechoría del espacio vaciado:
De gargantas, de quebradas curvadas al filo del
abismo:
La
convención del compromiso, la conveniencia del consenso,
Los
reglamentos urdidos por el sobreabundante miedo:
La
inconformidad de la revolución social, que no es angélica,
Que
en nombre de la paz y la justicia da licencia a la violencia
Emponzoñando
las entrañas del pueblo oriundo de alegría
Encadenado
en la jaula de la jauría sumisa a otro orden,
Al
orden de quien da la orden del desorden,
Al
acérrimo adversario de la creación y quien ordena,
Obedeciendo
ciegamente a sus impotencia y sus vendettas,
A
su rencor de muerte, para cegar la fuente de la vida.
Fría
luz que titubeante, lívida luz más verde que amarilla,
Que
derribando al hombre en sus rodillas lo envuelve luego
En el mezquino vicio abstracto de tener, de
acumular, de acaparar
Para
expedir después el cheque iluso, el cheque en blanco
Con
que reclama su derecho codicioso a las caricias
De
la puta alegría o para ponerle así grilletes a la vida;
No
así a la libre vida, que se escapa siempre, siempre
Sin
decir una palabra, sino a su propia vida, esclavizada
Por
el vicio de la muerte, que así destila su amargo despotismo.
Donde
se mezcla el tiempo y su corona de hojas secas
Con
el humo insano, donde indistintamente, en el banquete
De
la carne, se ensortijan el mármol de la vida con la parca muerte,
Donde
la flor convive con el vómito y el gusano emponzoñado
Se
revuelva a sus anchas con su baba por el río de la saliva.
Donde
el viento se arma con su cuchillo de aire, cortante
Como
el viento del cierzo del invierno; donde asfixiante
Se
desparrama en su erótico sofoco; donde pesado
Es
un sonámbulo sopor de desolado, desierto desecado.
Donde
el viento rebelde, enemigo de las leyes, inficionado
Por
el aire viciado, batalla, junto a la luz
amotinada, contra el muro
Descarapelado,
herrumbrando la cancelería de hierro,
Oxidando
el mineral de l conciencia, devastando, desbordado,
Sin
límites precisos, que deja al mismo pez boqueando al sol,
Fuera
del agua, ahogados, infectado por el herpes de la luz,
Desecado
por el polvo en tolvanera, despojado de las arpas
Y
laudes de las marinas ondas pasajeras; donde el viento sordo
Amplifica
el ruido rebanado que se filtra por las grietas del azar.
Donde
la jaula de desdichas se engatusa por los malos dichos;
Donde
se estrella la incoherencia en las muecas de su propio muro;
Que
zozobra en medio del mar airado que levanta su soberbia
-Que
se asoma, tan curiosa, en mitad de la tormenta por la cerradura diminuta y enterrada
de una puerta, por la que que, perpetua,
Se
asoman los rostros del olvido: los marginados del recuerdo,
Compartiendo
el pan, el vino, también la sal, cantando
Por
la noche celestial, emocionados al mirar la estrella
Que
guió a magos y pastores al portal de la caverna
En
que despierta la promesa de esperanza que, gratuita,
Sin
cobrar nada, ni siquiera una moneda, quiebra
Las
cadenas de ignorancia y su yugo que esclaviza,
Sana
la lepra que habita las miradas, y que aboliendo la envidia
Va
abriendo con su luz a todos el camino de la vida.
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