Christian
de Jesús Castro: Pequeños Milagros
Por
Alberto Espinosa Orozco
I
La más reciente exposición de Jesús Castro
consiste en una serie de 10 dibujos de mediano y 10 más de pequeño formato
sobre el tema de nuestra situación actual como habitantes de la ciudad de
Durango, en una interesante reflexión tanto individual como social de su
sentido y orientación final.[1]
Flamante ganador del primer premio de la
primera Bienal Internacional de Dibujo Francisco Montoya de la Cruz 2014 (IMAC,
CONACULTA), con la obra titulada “Irresoluto”,
Jesús Castro Guzmán presenta en esta ocasión una cuidados expresión personal de
su experiencia personal ante el contexto actual, el cual refleja, a manera de
testimonio, de la crisis de valores actual que nos aqueja –de lo que pasa, de
lo que nos pasa, quedándose por un momento como suspendido en el ambiente
inamovible, como una lápida, o estancado, como las aguas añubladas, estancadas,
no propicias para fertilizar de la tierra.
La atención concentrada a las cosas del
espíritu del joven artista durangueño, lo ha llevado así al desarrollo de un
estilo inédito: a la vez sintético y puro, podría decirse también que
minimalista, a partir del cual forjarse un criterio claro de contemplación.
Perspectiva, pues, desde la cual poder determinar sus objetos sin trasgredir
las fronteras o rarificar las formas. A partir de esa actitud estética, que bien
podría calificarse como la de un “despojamiento”, sólo los elementos y las
formas anatómicas más esenciales toman la palestra del dibujo, barriendo por
decirlos así lo accesorio, contingente e insustancial. Las expresiones mímicas
del ser humano, las vestimentas y los objetos frugales que aparecen en sus
retratos dan lugar así a una reflexión profunda de lo que somos como comunidad
y socialmente y donde los caminos contrarios de la luz y las tinieblas se
entrecruzan, en un choque de fuerzas contrarias, a veces subrepticio y sutil.
Obra en la que reina por ello una doble sensación a la vez de resistencia y de
lúgubre mortaja, de dones recibidos por la vida o de ceguera y de abandono
paralitico.
II
Al igual que sus compañeros de generación
Luis Leonardo Ortega y Guillermo Martínez, aunque cada uno por distinto camino,
Christian Castro lleva a cabo la analogía de la ciencia con el arte, resultando
así sus obras un experimento; una prueba de laboratorio. Generación afortunada
a la que le es dado desde un principio cierto aire de perfección y
refinamiento, conciben la experiencia estética provocando un fenómeno en una
cámara vacía, separando, combinando o cambiando ciertos elementos, para luego
someterlos a la presión de una energía exterior, observando cómo es que la
situación determinada hace reaccionar a sus propias naturaleza. Sus trabajos
son así una verdadera operación de estudio, que requiere aislamiento e incluso
abstracción del mundo en torno, el espacio cerrado, para poder aislar sus
formas en las cámaras de vacío o sujetarlas a los vasos comunicantes de sus
propias reverberaciones y semejanzas submarinas. Su actitud ante el objeto es
así enteramente empírica que, antes de confirmar una verdad revelada o de
fundirse en una verdad trascendente, someten a su modelo a una prueba: la de su
exposición a la realidad –donde no se descartan las reacciones afectivas y
psicológicas del artista. El artista es así el sujeto experimental: tanto el
observador como el fenómeno observado. El sujeto que se conoce, con objetividad
estricta, se descubre entonces al descubrir una realidad incógnita –que no
puede sino aparecer en parte como incompleta, fragmentaria, y por tanto
irresoluta.
Prueba por tanto de la autonomía radical del
arte, de su moderna especificidad, respecto tanto de la filosofía como de la
religión. Exploración del universo por cuenta propia que permite al hombre
sentir con el pensamiento, a la vez que pensar, reflexionar sentimentalmente.
El riesgo: penetrar en zonas peligrosas del subconsciente vulnerando la
integridad personal; el regalo: entrar en las zonas donde el fulgor de la
verdad se asoma o en las profundidades de sí mismo –revelando a la vez que
recreando con ello una cultura, los logros distintivos de un modo de ser
regional y el espíritu de una comunidad.
Encuentro a la vez con sus fantasmas y con
el centro del universo, el punto de intersección de todos los caminos y el
lugar de la reconciliación de todas las contradicciones. Descubrimiento de la
parte humana que está abierta al infinito; interacción de la forma con la forma
sin forma que son todas las formas, visión del rostro sin rostro que son todos
los rostros –o ninguno. Lenguaje de las formas plásticas que se vuelve venda,
sirena entre la bruma o lámpara de minero. Y lo que entonces encuentra
Christian de Jesús Castro es un universo congelado, petrificado como dicen los
ciegos que es el infierno, teniendo que luchar así contra las atmósferas opresivas
del encierro, de la escases y de la asfixia. También con la sordera ante la voz
del espíritu, sustituido todo por el espíritu humano, demasiado humano, a la
vez temeroso y engolado, que por lo mismo no puede hacer coincidir su forma con
la estentórea exhibición de su fuerza y sus promesas vanas. Visión de lo espléndido, es cierto, pero
también de la contradicción de la naturaleza humana, afectada de pequeñez y
patetismo, dos cifras entra las que reposa, entre yagas, el frágil equilibrio
de la condición humana y de cuya visión el artista ha sabido extraer una
grandeza.
La riqueza de sus composiciones y pinturas,
aunada a la calidad del trazo y la intención de la sobria pincelada, logran así
superponer varios planos en el tr5allecto de un mismo viaje o recorrido visual.
Experimentación controlada por medio y a través de la expresión, que da por
resultado una renovación del estilo a la vez que una renovación del espíritu.
Búsqueda del hombre nuevo, es verdad, que
ponga un nuevo espíritu y nuevo corazón en nuestros pechos –y cuya solución se
encuentra por la vía cierta, no de la danza dionisiaca en el abismo, sino del
vuelo de lo angélico, del cierto cumplimiento de alegría. Porque yendo a
contracorriente, luchando contra los velos dolorosos que amortajan los
fantasmas, contra la envolvente marea de los tiempos vertiginosos que corren
hacia la abyecta decadencia del espíritu, contra el viento abrasivo del olvido
que hace polvo calles y ciudades, el artista se presenta atento am los signos
de los tiempos, a la vez que cumple con su fin: con la imagen ideal de su pleno
acabamiento real.
Metafísica asimismo del no-lugar… por venir.
Aproximación, contacto, proximidad, cercanía con la totalidad, no con la mera
idea de infinito, que a la vez exige la regeneración de las formas y la
reconciliación con el rostro de la luz y de la trasparencia: con la fuente de
agua rumorosa que es a la vez un surtidor de signos y una flama, un refugio que
nos salva del dolor y una piedra. Quiero decir: firmeza, no de la tierra que
nos sostiene sino de un más allá: de aquello que sostiene a la tierra y a todo lo demás, que todo lo jerarquiza y
pone en su lugar. Exploración, pues, del misterio único: el de ser habitantes,
nacidos de tierra y en la tierra, del barro primordial, y a la vez de ser
extranjeros, exiliados del reino verdadero, de la arcaica patria ancestral, que
es la belleza.
IV
Sus obras son así paisajes de la intimidad,
retratos de figuras que muchas veces se esfuman como el viento o se disuelven
como el agua. Doble imagen: por lado, el desgaste, erosionado, de las formas
extremas y finales; por el otro, avistamiento a la vieja creación que va
agotándose, por la fatiga del tiempo, volviéndola en cierto modo insípida y
vacía; por el otro lado, ausencias petrificadas en el presente sin fin de la
memoria que se presentan incoloras con la pureza intocable del principio.
Obra que abiertamente desafía convenciones,
que rompe moldes, porque va más allá del tiempo y sus insidias. Resultando a la
vez perfectamente objetiva y a la vez personalísima. Notable exploración a la
mística de nuestros orígenes, a los principios fundadores delo humano y a sí
mismo, en un pertinaz atender a lo otro que nos constituye y de lo que estamos
hechos.
Mármol que
se deja esculpir entre vetas sutilísimas, donde desfilan las calcinadas llamas de
los genes, de los orígenes, de las tres generaciones superpuestas que
constituyen lo humano en un momento histórico –sujetas siempre a la leyenda
intemporal que nos convoca, a la corrupción del tiempo, al error que es la
historia. Modelos temporales que el tiempo borra, opaca o que perturba, y que
hace ver patentemente lo que hay en el hombre moderno de excentricidad, de
desviación, de ser arrojado a las remotas regiones de un tiempo perdido, sin
memoria, ni recuerdo, entre los turbios bamboleos una toda una era equivocada. Revelación de
esos barnices de lodo o chapopote, perturbados, de sus inanes tensiones
somnolientas, tras de cuyas frívolas tormentas permanece incólume el
trasparente continente, elemental como la forma que reposa sin premura o como
el vaso de agua –que son las reliquias del hombre cronológico anterior, apenas
enterrado a un palmo de las aguas revueltas del subconsciente.
Esfuerzo logrado, quiero decir, de abrir los planos en esas capas
tectónicas de la memoria, de entrar luego a sus claras dimensiones espaciales,
pero también temporales, donde reposan las reliquias de las voces: donde las
cosas hablan, aluden a otras cosas, quieren decir. Dibujos que son a la vez
órganos de la visión y de la escucha: donde las formas que habitan sus modelos
como signos que los determinan, que ponen límites y que definen –en un proceso
creciente de idealización, que sin relativizarse en el tiempo, trabaja con el
tiempo para revelarse como destino, siguiendo en todo ello una tendencia
clásica.
Así, a la calidad de los valores artísticos
y artesanales, al cuidadoso trabajo y limpieza de la composición, a los juegos
de claroscuros, hay que sumar el método de la lucidez: el de la triple
reflexión de los planos que hace suyo al objeto de la representación: por un
lado el desdoblamiento del modelo en los signos de la representación grafica;
por el otro la doble dialéctica en que se despliegan sus vectores: la
conciencia de sí mismo del artista ante el mundo, que es la prueba de la
existencia y de su tiempo, aunado al movimiento de las líneas místico-estéticas
que es la esencia de esa conciencia misma. Proceso circular que pone en
movimiento la perspectiva del sujeto que contempla para luego adentrarse en la
contemplación, que es el objeto, hasta obligarlo por decirlo así a decir su
nombre verdadero a una escucha, donde comulga el sujeto el objeto y la
representación misma .cerrando de este modo el círculo en nuevo nivel, donde
comienza un nuevo círculo, espiral donde se abre la puerta del confinamiento,
en donde podernos por lo tanto entrar, más que como una mera atmósfera de
evocaciones, como a un lugar, casi me atrevería a decir que a un templo –porque
ahí dentro, luego de los velos desgarrados, todo es atención, visión, escucha.
V
Conciencia reflexiva, es verdad, pero que ni
se pierde en la abstracción de sus formas ni disminuye en la tensión de sus
fuerza, sino que vuelve siempre y otra vez sobre su objeto.
Doble problemática: el de la presencia o
encarnación de las formas (existencia) y el de su desaparición, mutismo o
evanescencia. Por un lado, revelación de la realidad enajenada, del pasado
negado o reprimido por mor del amor desaforado del presente, por la instintiva
urgente del ahora; por el otro labor de gambusino que rastrea la historia
subterránea, invisible, que se escapa inaprensible como arena entre los dedos.
Visión del amplio espectro en que los seres, es decir nosotros, aparecen como
impedidos de realidad, lastrados en el magma efímero del ahora, a la
existencia, y en donde sin embargo se revelan los hilos de la memoria que nos
mueven, en un trasfondo imborrable de sentido, que subsiste siempre, que es el
centro siempre inamovible de donde partir y a donde volver, como una casa, como
el alma misma de un pueblo, al cual pertenecemos irrevocablemente, y como una
semilla ´árida también, que solo espera
en su latencia el agua de vida para su germinación, para hundir sus raíces en
la estrellas con que palpita el alma indivisa y sin embargo plural del cosmos
todo
VI
Los dibujos de Christian de Jesús Castro son
verdaderas meditaciones que giran en torno de una época y una geografía, sobre
las vicisitudes de la fortuna también, sobre la decadencia y sus
fantasmagorías. Época marcada por los estigmas del precario desarrollo
interior, por el rebajamiento de la sexualidad, las transacciones con la carne,
por el oscurecimiento de la conciencia y la venta de la imagen, por las
malversaciones de la fortuna, por el amurallamiento social en el círculo
cerrado de las cómodas convenciones, que conduce a la exclusión y el
relativismo axiológico que de todo ello se deriva. Pandemia social que junto
con el ocultamiento de la conciencia lleva a la corrupción de la contemplación.
Exploración, pues, de la noche del alma, y
del alma en lo que tiene de abismo sin fronteras. A la vez, búsqueda de reconciliación con lo
absoluto –con lo eterno, que paradójicamente siempre y todo el tiempo tiene
historia. Búsqueda radical, quiero decir, de pureza: de purificación y
transparencia. Camino de la libertad ascendente por limpiar las escorias,
hiriéndose muchas piedras con las filosas piedras del camino –y resbalando
también con su grama suelta.
Su grito pareciera ser el mismo de la fenomenología:
volver a las esencias –teniendo por ello que derrumbar primero los falsos
oropeles del mundo y sus barrocos camuflajes. Ruta, así, que no puede sino
conducirlo a una reflexión pormenorizada al centro de las cosas: de la ciudad,
del hombre y de sí mismo, en una singular meditación sobre el origen del hombre
y sus conceptos cardinales: el de ser el ser humano un morador, un habitante,
un pasajero en tierra –marcado con un peculiar signo de trascendencia metafísico.
.
El artista Christian de Jesús escudriña
así nuestras raíces en la biología, en la familia y… más allá, puesto que
concibe al hombre idealmente y sin parodia alguna, emparentado con los ángeles
–insinuado en el horizonte de su obra los poderes de Dios, del bienhechor y
salvador, estando su obra marcada todo el tiempo por ese desgarramiento cordial
que desgarra el pecho, por la tensión entre el amor terrestre y celeste.
. Los recursos técnicos
para expresar tal peculiar estatuto ontológico del hombre no pueden ser sino
complejos: el claroscuro de la opacidad y de la transparencia, imbuidos en una
rica diversidad de planos que se superponen. Por un lado el mundo de lo mutante
y lo diverso, de lo perturbador, del pasmo paralítico que acompaña el sordo
zumbido de las sombras; por el otro, la ingrávida volatilidad de lo inconsútil.
Así, en su técnica hay algo de la incorporación del graffiti contemporáneo,
algo también de la delicada caligrafía china. Estilo a medio camino entre lo
emblemático y lo geométrico también, apoyado en los elementos visuales últimos
de círculos, cuadrados, conos y esferas –pero también de la goma, de la célula
primigenia, en lo recuerda vivamente las exhaustivas investigaciones no menos
viscerales que metafísicas, del precursor Oscar Mendoza Mancillas, cuyas formas
últimas cosidas directamente sobre lonas, que son velas que son viajes, que son
tiendas que son barcas, que son carne que es el fuego y que es también el agua.
Postulación, pues, de una serie de
abstracciones sintéticas, si cabe el oxímoron, donde condensar la originalidad
que nos constituye, y que por tanto no puede sino expresarse de esa particular
manera, hecha por las fuerzas primigenias y su ley de atracción, de
contigüidades y semejanzas. Genealogía de las formas, es cierto, donde se
imbrican la generación, la composición y el tiempo para formar el templo de la
vida: las tres generaciones superpuestas que constituyen la historia en cada
época presente y el relevo de la especie en el tiempo; los retratos y
autorretratos de familia; y la génesis de la reproducción y trasformación de la
materia viva y del genoma humano, del crecimiento genético y la definición del
género y la especie por medio de la goma, de la leche y de la sangre. Minimalismo
metafísico; génesis del ser que va de la potencia al acto; también visión de su
nacimiento, crecimiento, decaimiento y muerte. Mirada a la cadena de la vida y
a la doble sexualidad del ser humano, como de todo, que sin embargo respeta los
límites de la formas y la potencia de las fuerzas –sin intentar ir más allá de
ellas o o perturbarlas.
Dialéctica de las oposiciones donde convive
lo cercano y lo distante, lo pequeño y lo grande, lo ínfimo con lo inabarcable,
en una expresión llena de misterio, que por lo mismo tiene algo de mística, de
temor y de temblor y de aire mayestático.
Genes protéica de la transformación de la materia del genoma humano, donde la
genética descifra el genio de la especie y la mecánica de las gónadas humanas.
Minimalismo metafísico de la condición humana, donde el reduccionismo de las
formas últimas en términos de esferas, cilindros y émbolos dan cuenta de las
estructuras donde se origina la fuente
de la vida: cilindros que son pozos del tiempo; pozo que es manantial, que es
ojo: ojo que nos mira a través de las edades –que presume el misterio y el
horror de la inabarcable e indescifrable historia de la especie.
VII
Proceso sintético de reducción de la formas
a su esencia y a la vez de despojamiento, de desprendimiento de lo accidental o
de lo equívoco –de las aguas cenagosas del estancamiento y sus venenos, donde
mora la silenciosa devastación del inmortal gusano. Realismo profundo también,
fundado en la complejidad compositiva, cada vez más fiel y comprensiva, de la
anatomía humana. Tarea de fijar, de volver la atención y sostenerla en ese sólo
punto radial que es el hombre, de seguir las huellas de sus pasos –a condición
de no mirar atrás: de recordar la vedad en acto sin ser sumergido por las
penas. Labor de concentración, en efecto, en un punto fijo, sin mirar los
abismos que se abren por debajo del puente suspendido, para entrar en el
espacio donde se activan las sustancias sobre el fundamento real de toda
realidad, dando así con los elementos últimos de la relación, la sensación, la
imaginación y los conceptos.
Tarea ascesis, pues, de erosionar la culpa y
disolver las manchas, que es la proverbial herrumbre del pecado, y lavar los
ojos para temperar las vibraciones exteriores y encontrar dentro de sí la
melodía del alma: las señales del rostro diamantino que ilumina la profundidad
inagotable de los tesoros internos, que coinciden también la belleza y con nuestra
verdadera patria interna. Ejercicio de raspar la superficialidad de las cosas,
de purgarlas de su limo, del ligero polvo ácido que correo con su frívolo
desprecio todo lo moderno, de limar la excentricidad vacía de la negligencia
que se instala sin conciencia en la nada muerta y es engullida por las olas sin
forma del devenir, para vislumbrar así el perfil del hombre nuevo y volver así
al paisaje de la mansedumbre y fraternidad originaria.
Combate con seres fantasmales que son
cifras, con formas esquivas y ausencias de presente, sin existencia real más
subsistentes. Más que presencias rechinidos, ondas hirsutas, hostiles, humo
inaprensible, evanescente, sueño denso, pesadilla, apenas captadas de reojo por
sus resonancias magnéticas.
Estética rodeada de peligros, del cuerpo y
de la carne no menos que del espíritu, pues implica la liberación de sus
fantasmas y sus formas opresivas, en una lucha sin cuartel rayana con la
soledad y con las sombras –para finalmente merecer la reconciliación con la
belleza, que es la conjugación del bien y la alegría. Arte con mayúsculas,
pues, que ha de ser visto como un verdadero tratado de la luz en su victorioso
combate con las sombras.
VIII
Arte de antropología profunda, depurada del
tiempo y purificada de la sangre que se postula como un lenguaje vivo –o mejor
dicho, que por medio del lenguaje hace vivir algo: que abre un lugar para que
esa vida lo habite.
Búsqueda de una pureza y de una belleza
superior, propiamente hablando sublime, a veces fascínate, en otras terrorífica,
en una mirada de reojo –porque la mirada a lo suprasensible no se puede
sostener o ver de frente, donde reposa también el alfa y el omega, que es el
nicho de lo infinito. Mirada al interior de las cosas también, a sus esencias,
cuya hermenéutica heurística se relaciona asimismo con el arte de la adivinación:
tanto con las modificaciones cronológicas y contingentes del ser como de la
activación o potenciación de las sustancias o su especialización.
Visones del deslumbramiento y de lo
sobrecogedor, del rostro de todos y del rostro de nadie, de ninguno, de los subterfugios
de la gran ilusión y del descorrimiento del velo de Maya, la obra de Christian
de Jesús Castro no evita la reflexión sobre la vida, ni la conciencia de su
dolor, con la indiferencia o la insensibilidad del ciego, si saber qué es lo que
se evita. Por el contrario, tiene el valor de mirar las dislocaciones del
sentido, el coraje de asumir el desamparo que ser hombre entre los hombres,
sabiendo del dolor que es vivir. Pero justamente por ello puede hacer del dolor
vivo una alegría, sin desdeñar las voces que salen a su paso, sin exasperarse
por el zumbido negligente o por la sordera del olvido o las murallas de sordera
que crispan los nervios. Es por ello también que puede comulgar con las cosas
del mundo y tener la profundidad de campo de la conciencia histórica, de
hundirse en las capas históricas de psicología humana, combatiendo con el ello
el inane inmanentismo de la modernidad.
Obra de arte que imprime en ella un inédito
modo de vida, que con hilos sutilísimos sabe escapar de los vanguardistas callejones
sin salida y de la rebeldía esclava, recobrando con una especie de ingenuidad
primera, de reconquistando así la nobleza originaria del ser humano, que le
permite calar en el núcleo más profundo, en el meollo más vivo de las cosas,
para volver a ser así de nuevo familiar del mudo y amigo de la luz y la belleza.
[1] “Pequeños Milagros” de
Jesús Castro. Galería 618. ICED. CONACULTA-PECDA. Del 15 de mayo al 30 julio de
2015. Sin contar con la presencia de
las autoridades oficiales del ICED, distraídas en otras actividades de su
interés, con unas amables palabras de bienvenida y explicativas de la obra a
cargo del mismo artista autor de la muestra Christian de Jesús Castro Guzmán, dio
inicio la exposición “Pequeños Milagros” en la Galería # 618 de la calle de
Constitución, a las 8.35 de la tarde del día viernes 15 de mayo del año en
curso. Tanto los dibujos como los apuntes y bocetos forman parte del proyecto
“Pequeños Milagros” con que al artista conquistó un estimulo anual del programa
PECDA del CONACULTA, en México, para el desarrollo de su trabajo.
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