La Cabellera
Por José Luis Ramírez
Todo inicio con la cabellera que llenaba las calles
de tejidos y nudos.
Las abuelas contaban cuentos retorcidos que luego
tenían que echarlos al comal de barro.
El recuerdo corrió sin laberintos de por medio y
con lunas de calendarios y carnicerías, con almacenes llenos de tomates azules
y jabones de azúcar colgados en los ganchos del amor.
Se asomaba todos los días un ojo, por el hoyo del
recuerdo, pasaba diario y miraba la sombra dejada, ¡ay...!, desde aquella tarde de
domingo.
Sólo quedaba el hueco. Y el olor a cabello
chamuscado de sol.
Los pájaros de ala y media nunca dejaron de volar
por encima del espacio. Aún siguen en el cielo de ellos, asomándose por las
ventanas, cansados de esperar son comidos por la noche que no perdona y que se
lleva todo, hasta la última forma que queda de la mañana.
La sombra se prolongó hasta hoy y nos alcanzó
asustando hasta al recuerdo que quedaba.
Fue la única forma como logro sobrevivir: llego a
rastras tomando la punta de su cabello.
Todo parece revertirse para ir en busca del objeto,
la sombra la persigue y trata de llegar por la vía corta y sin escalas.
Hubo necesidad de quemar todos los peces malos, los
buenos corrieron detrás del mar, ahí donde parece que descansa la promesa.
Cada uno de sus cabellos es una escalera de caracol
que nace en la intención y termina en el deseo, y en cada uno sube y baja el
personaje del cuento suspendido, el que se mira al espejo y llora de emoción, el
autor de la sensibilidad (híper).
El que se fue al monte y regreso con el salmón que
prometió, el que llego sin permiso y se hunde en la cuenca del recuerdo de
ayer. El que trata de tratar menos y poner más flores rojas en el jarrón con
agua quieta. El que sube y baja de esa escalera de caracol en la noche de
primavera.
Mujer de alas abiertas.
Los ayunos se mantienen vigentes entre tus
manos.
Manos que miran lo que tocan.
Pensamiento denso de pueblos de tierra y nopales,
de tunas rojas y ancianos jubilados del amor.
Descanso del migrante que salió por la mañana y
llego a las bandas para pedirte un vaso de agua y escucharte.
Fin
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