Los
Tres Nacimientos de Dionysos
(Primera Parte)
Por Alberto Espinosa Orozco
“Inmortales los mortales, mortales los inmortales:
los unos viven de la muerte de
los otros,
los otros viven de la muerte de
los unos.”
Heráclito, Fragmento 62
I
Dionysos, el dios patético de la fertilidad
y la vegetación, está directamente relacionado con la totalidad de la vida e,
incluso, con el exceso de vitalidad, con la energía y con la fuerza, con el
impuso y el movimiento manifiestos en la creatividad y la espontaneidad, en los
que hay un elemento creador de frenesí y éxtasis y otro destructor. Su religión
arcaica, que se remonta a la más lejana antigüedad de los cultos agrícolas,
relacionado los ritos de fertilidad de la primavera, asociándose por tanto a
Pan, siendo expresión de la naturaleza primordial y el abandono salvaje a los
instintos y a la orgía desgarradora, siendo mago temible, encantador y
predicador de su propio culto -oponiéndose así a Apolo, deidad de la
racionalidad, la serenidad y la distancia (el que hiere de lejos).
Asociado al amor ardiente, a la
embriaguez y a la posesión divina, Dionysos es el dios del vino (Baco, el
retoño lidio), de la humedad y de los fluidos
interiores de la vida: de la sabia, la sangre, el esperma y los gérmenes. Dios
de los cabellos dorados y rizados que tiene la gracia de Afrodita en los ojos
negros, predicador y encantador a un tiempo, no deja empero, de ser
inquietante, siendo sus regocijos y misterios donde se celebraba la sacralidad
sexual y la embriaguez diametralmente opuestos a la doctrina del cristianismo.
Su complejo mito, hecho de
amasijo de retazos provenientes de diversos lugares y tiempos, hallaba su
expresión más alta en las bacanales de embriaguez, la posesión divina y el
éxtasis. Coronado de verdura y hiedra (Kissonómenos), se le llama estrepitoso
(Bromios), bullicioso (Eribomo), delirante (Mainómeno), pero también afeminado
(Gymis), de falso sexo (Pseudonor), hibrido (Dyalos), hombre-mujer
(Arsenóthelys) debido a su perturbadora equivocidad sexual, lo que comparte con
las Ménades (Isodaitees), apareciendo en el arte como un joven de alma suave,
travieso y vulnerable, con el cabello enredado con pámpanos y como su emblema
un tirso en la mano. De edad adulta aparece venerable, barbado y adusto,
cubierto por una piel de chivo negro
(Melanagris) o de pantera (Pardálide), estrechamente relacionado con el
mundo subterráneo y la fertilidad del suelo. Ambiguo dios que se caracteriza
por la variedad inagotable de sus transformaciones y mutaciones sin fin;
también por hacerse presente, bajo apariencias insospechadas, en todos los
tiempos, pueblos y regiones.
Mutante dios de inagotable
variedad en sus transformaciones, que se manifiesta bajo diferentes aspectos y
asombra por la novedad de sus epifanías, presente en todos los pueblos y en
todas partes, Dionysos expresa la tendencia universal a la vida, a la embriaguez y al erotismo,
ofreciendo la posibilidad de convertirse en su encarnación momentánea de la
divinidad en el éxtasis del entusiasmo, superando de tal forma la condición
humana –en medio, empro, de revelaciones y terrores relacionados con la sexualidad
y la llegada periódica de los muertos.
Figura enigmática relacionada a
sociedades y ritos secretos, la figura de Dionysos se refiere a la divinidad
victoriosa que pasa por la muerte y el renacimiento, siendo imagen de la vida
indestructible. Divinidad de las epifanías brutales que fue adoptada en Grecia
tardíamente como dios extranjero, debido a su excéntrico comportamiento y a su
modo prodigioso y ambivalente de ser. De origen Tracio o Frigio, está
relacionado estrechamente con el culto del dios tracio Sabazios, con el que
identificaba, donde también se adoraban con Dionysos a Artemis Ares, y con el
culto a la pareja Cibeles (Rhea) y Attis en Anatolia, cuyos ritos neolíticos se
remontan a los primeros cazadores.
De naturaleza hibrida y
desconcertante, mitad mortal, mitad inmortal y divino, el niño-dios gozó (como
en el caso de Mitra), de gran aceptación, siendo históricamente el dios más
popular durante la época helenística y romana, adorado también en Egipto, siendo
su disímbola mitología también la más viva. A la vez “dios niño” y “Rey de los
Tiempos Nuevos” (escatología órfica), que anuncia el rejuvenecimiento del
universo y la palingénesis cósmica, su culto religioso no fue regulado ni tuvo
iglesias, estando tejido de tradiciones inconexas de épocas diversas y de distintos
orígenes étnicos. Su litera, plena de figuras de gran imaginación
plástica, saturada de materiales
religiosos y documentos contradictorios, se caracteriza también por su rica
variedad de ritos y costumbres.
II
Hijo de Zeus y de Sémele, hija de
Cadmos, rey de Tebas, Dionysos nace prematuramente a consecuencia de una
insidia urdida por Hera quien, movida a celos por la infidelidad Zeus con la
mortal, toma la forma de su nodriza Bore tentándola para que pidiera a su
amante Zeus poder mirarlo en la plenitud de su forma. El dios intenta tapar la
boca de la amante antes de que formule su infausto deseo sin lograrlo, por lo
que cumpliendo su promesa tiene que aparecer en su cuadriga, tirada por los
divinos caballos, en medio de relámpagos y truenos, cuando uno de ellos escapa
y la fulmina. Gea se compadece de la criatura protegiéndolo del fuego y de la
muerte, el embrión es rescatado del incendiado seno de Sémele por el padre de
los dioses, y es cocido e injertado en una de sus muslos para que crezca el
niño prematuro, por lo luego de unos meses nace formado Dionysos una segunda
vez.
El hijo más joven de Zeus, llamado el Subterráneo (Chtonios), es
criado por las Hilades (Ninfas de la Lluvia). Luego es criado por la hermana de
Sémele, Ino y su esposo Atamante, rey de Beocia. Zeus le concede la
inmortalidad, lo convierte en una cabra y lo regala a las Ninfas en Niza,
Etiopía, siendo llevado a la caverna de una montaña para que lo cuiden las
Hiadas y las Horas. Los Curetes, guerreros que nacen de la tierra con sus armaduras y
que hacen la guerra a los dioses, viajan a Frigia, cerca de Creta, para
cuidarlo danzando en su torno. Luego el sátiro Sileno, Hijo de Pan, lo instruye
y se convierte en su acompañante, completando se corte un grupo de Sátiros y
Ménades que le siguen.
Al descubrir Dionysos la vid y el
vino la diosa Hera le arrebata la razón en su primera embriaguez, volviéndolo
desenfrenado y licencioso. Lo hace saltar al mar donde es atendido por la nereida Tetis y vuelto loco viaja por el
mundo, recorriendo Egipto, Siria y Frigia. La diosa Rhea (Ceres) por fin lo
rescata de su viaje demencial y lo cuida, enseñándole los rituales mistéricos del
vino, celebrados luego en su honor.
El dios niño, extraño y ambiguo, hijo
de una mortal y un dios inmortal, que es expulsado y arrojado al mar tembloroso
y presa de escalofríos, obligado a viajar y vagar por el mundo en una
barquichuela, tiene como uno de los
emblemas la misteriosa cuna, símbolo del seno materno o del retorno al útero,
asociado a la felicidad de la seguridad despreocupada, imagen que se repite bajo
forma extendida en la barquilla solitaria: matriz que navega o vuela,
salvaguardando de los peligros de la travesía por el mundo.
III
En el mito de Dionisio Zagreo
(gran cazador), narra la historia del dios niño perseguido y muerto por los
temibles Titanes. -imagen de muerte, descenso a los infiernos y resurrección,
símbolo de la regeneración mística y espiritual. El dios niño aparece como hijo
de la relación incestuosa entre Zeus y su hija Perséfone, quien es penetrada en
una cueva por una serpiente, engendrando a Dionysos que aparece como un niño
cornucópeta.
Instigados por la celosa Hera, quien
envidia y odia irrefrenable la felicidad del dios bastardo, los Titanes se
rebelan contra Zeus y atraen a Dionysos con sus juguetes mágicos (el trompo, la
peonza, el espejo, del rombo, la pelota, el dado, la copa y las manzanas
doradas), con el objeto de darle una muerte atroz. Dos de ellos, con las caras
cubiertas de yeso, presentándose a
manera de fantasmas o de espíritus del mundo inferior, sorprenden al niño
cornudo en el momento en que el dios se contempla extasiado en el espejo,
perdiéndose en la imagen de un macho cabrío, que es reflejo de su alma, y
acerándose con pasos sigilosos lo degüellan con un cuchillo ritual -naciendo el
granado de su sangre cuando toca el suelo. Luego de asesinarlo lo desmiembran y
cocinan en un caldero asentado en una trípode, después lo asan para finalmente
devorarlo en un festín. Zeus prende fuego a los gigantes al fulminarlos con sus
rayos y los envía al Tártaro -extrayendo de sus cenizas el humo grasiento con
el que, mezclándolo con polvo de la tierra, forma el barro para crear a los
hombres, de donde se deriva la naturaleza titánica de los seres humanos.
Deméter rescata del funesto banquete
de los Titanes el corazón del dios y lo guarda celosamente en un cofre para
volver a Dionysos a la vida, mientras
que Apolo recoge sus huesos y algunos trozos dispersos y llevarlos a
Delfos, donde tiene su tumba. Zeus se come el corazón y lo engendra en segunda
instancia del seno de Sémele. En otros relatos Cibeles (Rhea) junta sus
miembros y lo vuelve a la vida, o es Atenea quien guarda su corazón en un
muñeco de yeso, que disuelve en una pócima y hace ingerir a Sémele para que se
embarace y engendre a Dionysos de nuevo -dibujándose así la idea de la muerte
iniciática y el renacimiento a una forma superior de existencia.
En la ceremonia ritual, de
carácter demoniaco, los iniciados, empolvados con yeso o harina, parecidos a
fantasmas que vienen de las sombras, despedazaban con los dientes a un toro
vivo, invocando el alma furiosa del dios, que gime desesperada en el fondo del
bosque. El culto del cornudo dios-niño
tenía un carácter salvaje y orgiástico, que incluía el rito de despedazar
animales por las Bacantes, no siendo sino una representación de Dionysos
devorado por los Titanes, ceremonia que evoca la resurrección del dios,
concediendo la renovación espiritual y una especie inmortalidad de orden
místico.
La filosofía órfica descubrió en
el mito del origen de los seros humanos por la ceniza de los Titanes, una especie de pecado original, herencia
originaria por la que el hombre paga con toda clase fatigas y sufrimientos en
esta vida. Se planteó así entre los órficos la necesidad de purificar esa culpa
orinal por una medio de una katarsis, que marchara en contra del vitalismo
dionisiaco de la cruel omophagia orgiástica, rechazando las ´prácticas del
sacrificio sangriento que reproducían el crimen original de los Titanes de
degollar a Dionysos, adoptando en cambio un nuevo género de vida, que incluía
el vegetarianismo, buscando una vida nueva mediante la idea del alma inmortal, superior
al alma vegetal y partícipe de la divina, afirmando que este mundo es un
Tártaro, proponiendo una guía moral para encontrar la verdadera vida tras la
muerte.
IV
Los poetas órficos Nono y
Calímaco narran como Zeus cede su trono Dionysos, quien es su favorito,
concediéndole la inmortalidad y el don de la profecía, haciéndolo reinar, aun
siendo niño, sobre todos los dioses del universo, dándole el título de Rey de
los Tiempos Nuevos y Quinto Amo del Mundo, anunciando su epifanía el
rejuvenecimiento del universo (palingénesis cósmica) y la Nueva Edad de Oro. El
título “Nuevo Dionysos” alcanzó su auge en el tiempo de los Tiranos, teniendo
cierta efectividad histórica, pues fue realmente aplicado a Tolomeo XI y al
Triunvirato Antonio, formado por Antonio, Trajano y Adriano.
La figura del Nuevo Dionysos era
esperada por sus fieles a la manera de un tercer renacimiento glorioso. En uno
de sus escorzos más modernos el mito de Dionisio renace transfigurado, pudiendo
verse como el retorno del Hijo de la Tierra, salvaje e ingobernable, rebelde al
evangelio proclamado por el Hijo del Hombre, entregado a la acción infatigable de
sus gigantescas empresas fabulosas, a la manera del titánico Fausto, concebido
como Hijo de la Fortuna, como Hijo de la Técnica o de sí mismo, y que se
declara, junto con Nietzsche, el clarividente Hijo del Futuro.
Por un lado, vuelta irrefrenada
de la voluntad de vivir, universal y única, aceptada como la verdadera
realidad, vivida directamente como acción desde el fondo de nuestro cuerpo
–cuerpo que no es sino el acto mismo de la voluntad objetivada. Voluntad
humana, que es parte de la cósmica, cuya voluntad a su vez es la esencia misma del
mundo. Vida, entonces, cuyo ser no puede sino ser sólo el presente –que
constante huye y se fuga hacia el pasado, que es pasar a la forma acabada y a
la muerte. Vida que es un derrumbarse en el muerto pasado o un continuo morir…
y renacer. Vitalidad del cuerpo, pues, que no es sino el pesimismo de una
muerte continuamente evitada, de una pompa de jabón que flota en el aire y que
inevitablemente explotará. Agitación del espíritu que desplaza la carga de
vivir a la liberación de la orgía báquica, para evitar resolverse en mortal hastío,
en tedium vitae o ser disuelta en la
grisura de la labor de larvas (Schopenhauer).
Por el otro,
guerra contra el cristianismo, caza positivista de la metafísica y enajenación
del hombre en la historia. Conjura contra todo lo luminoso y alado, pues, que
afirma el único mundo real en donde hay que afirmarse: su fe en el devenir, que
busca la felicidad en el cambio, en lo no permanente y en la excepción que
rompe la regla, ejercida como voluntad de cambio y de creación, como voluntad
de poder en el esfuerzo indefinido, fáustico, infatigable. Afirmación de sí
mismo como movimiento ascendente de la vida que busca la pujanza, la salud y la
belleza en el valor natural, que se manifiesta, sobre todo, en los sentidos de
contacto: en el gusto y el tacto, en lo que se puede asir y gustar, probar, palpar
y tocar en el desvío del desvarío o en la posesión de la hostilidad dominadora.
También vitalidad corrupta,
decadente, del bufón y burlador que plasma en el aire su ideal equilibrista de
una vida fascinante, en lugar de Dios: de vivir sólo este único mundo buscando
el momento vivo, con la confianza de los instintos y en la soberbia exhibición de
la fuerza, siendo atraído por lo perjudicial y “haciendo mejor” al hombre al
convertir la moral en vampirismo. Cosa que a los ojos de la filosofía del fuego
de Heráclito, tiene sus costos, pues: “Dura
cosa es el corazón humano, pues sus
deseos los paga al precio de su alma (Fragmento 85).”
Mito del mundo humano puramente natural,
extremo, sin mundo sobrenatural alguno, excéntrico y perverso, por hace pender
al hombre de su parte menos valiosa, contravaliosa, decadente, peor, o de la humana
naturaleza que glorifica a la inhumana –y que es donde se fragua la conjura
final contra todo lo santificado, núcleo del más profundo conflicto de
conciencia de la crisis contemporánea y nuestra: la verdad pavorosa en que se
enfrentan Dionysos contra el Crucificado
(Nietzsche).
La paradoja de la unidad de vida
y muerte alcanza en el mito de Dionysos todo su patetismo demetérico, siendo
anunciado a la vez como el rey de los “Tiempos Nuevos”. Mito paradójico del
eterno retorno de lo mismo, del gozo de vivir y los misterios de fecundidad en
la solidaridad dialéctica entre vida y muerte, que posteriormente representó
para los cristianos no más que la recargada escenificación teatral de una
ilusión trascendental, de una falsa seguridad, severamente empobrecida frente a
los acontecimientos históricos determinados por la voluntad de Yahvé (Dios).
Religión del populacho, de la embriaguez y del amor, de la fecundidad, de la
muerte y del Infierno a un tiempo, a la que se opuso decididamente Heráclito y que el Movimiento Órfico intentó
purificar de sus epifanías brutalidad en sus misterios, antes de ser derrotado
a principios de nuestra era por el Cristianismo (el Dios Viviente, el Hijo del
Hombre).
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