Homenaje a Tomás C.
Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(1ª
Parte)
I
A un año de la muerte de Tomás Castro Bringas (7 de marzo de
1962, Santiago Papasquiaro-18 de octubre de 2016, Durango) se mesclan los
sentimientos encontrados, en pugna y contradictorios, de la gratitud y del
pasmo. Por un lado, punzante sensación de luto, de pasmo, de malestar y de
parálisis, de paso por la muerte, ante el espectáculo sombrío de su ausencia
física, cuyos tonos umbríos nos recuerdan su viaje al más allá. Por el otro,
luminoso sentimiento de gratitud y de fidelidad a su causa y su memoria, por el
recuerdo enriquecedor que dejó entre nosotros su generosa personalidad
encantadora, llena de dinamismo y energía y no exenta de ternura.
Al
homenaje póstumo “Mictlán” a Tomás Castro Bringas, consistente en una exposición
acompañada de una hermosa caja-objeto artístico con 25 grabados originales de
artistas de toda la república, se suman una serie de reconocimientos que se han
venido acumulando a lo largo de un año, que ratifican y autentifican su valor,
tanto por su importante trayectoria artística e infatigable labor magisterial,
como por haber sido y desde sus entrañas, por ello mismo muchas veces desapercibidamente, un destacado animador de
la cultura durangueña.[1]
Toca así ver en la fecha mortal lo que tiene de vida, de renacimiento,
de inicio de un nuevo ciclo, de regeneración espiritual, de perdurabilidad y de
memoria.
La palabra homenaje, derivada del latín tardío “”homináticum”, proveniente del occitano o
de la lengua de Oc, región de Provenza, al sur de Francia, donde nació, entre
los siglos XII y XIII, en la sociedad
noble, la idea del amor cortes, base del romanticismo contemporáneo,
consistente a la elaboración trovadoresca al vasallaje o subordinación del
caballero hacia su dama. Su voz deriva de la raíz “homo”, que significa hombre,
significando así una condición de humanización, una nota o cualidad esencial
humana, digna por tanto de ser realzada públicamente, a manera de ejemplo, por
ser motivo de orgullo colectivo.
El
significado primitivo de “homenaje” es el del juramento solemne de fidelidad a
un señor feudal, a un rey o a un igual. Juramento de fidelidad y de vasallaje,
pues, al maestro Tomás Castro Bringas, en reconocimiento a sus copiosos
méritos, a su dignidad o grandeza como persona, a sus cualidades propiamente
humanas y a su visión de artista auténtico, siendo uno de los frutos más originales
y logrados la cultura regional. Homenaje póstumo, que honra su memoria en
actitud de respeto, de subordinación y acatamiento, de veneración y deferencia
o consideración especial a su persona, de miramiento y admiración por ser su trayectoria artística motivo
de orgullo colectivo, en reconocimiento a ser un bien social, ejemplo o a
seguir y horizonte orientador de los valores.
Acto de
reconocimiento de su valor, de enaltecer y exaltar su figura, de ensalzarlo por
su honradez y rectitud, por su sencillez y generosidad, en muestra de respeto a
su persona y obra, vinculadas a sus cualidades morales, a su virtud y merito en
el cumplimiento del deber, al distinguirse en el servicio público de la
educación y la difusión del arte, actividades que el maestro Bringas
interpretó como una obra esencial y
completa de civilización y de cultura, rayando
su tarea en la abnegación, el sacrificio e incluso, hay que decirlo, en el heroísmo, por ser su ardua misión superior a
sus fuerzas y acaso a las de toda una generación.
Porque
la contribución de Tomás Castro Bringas al arte de la estampa fue, en efecto,
la de una rica y compleja obra civilizadora, de refinamiento social y de alta
cultura, íntimamente ligada a la tradición vernácula y popular, pero también
inextricablemente ligada a su comunidad y a la historia. Su trabajo, así, sentó
las bases para hacer de Durango un mejor lugar, por estar su labor orientada al
servicio de los demás, en el sentido de explorar, en su calidad de artista, lo
que cabalmente significa ser un morador, un hombre entre los hombres, un habitante
del mundo.
Porque
para el profundo y finísimo burilista durangueño ser un morador fue siempre y
simultáneamente ser un hacedor, pues morar no es solo permanecer sino
fundamentalmente es hacer, es construir la casa del hombre, esa segunda
naturaleza adquirida que nos hace entrar en un mundo espiritual a conciencia,
sin filisteismos, para habitarlo demorándose en su interior poniendo manos a la
obra, haciendo las cosas que se deben o que hay que hacer, despaciosamente, con
tiempo, lentamente, bien hechas, permaneciendo así en su sitio, como en una
estancia. Habitar se convierte entonces en una manera de ser y en un carácter
artístico, en un éthos estético, que entra en el mundo de la cultura para,
luego de recibir y familiarizase con sus contenidos, recrearlos y fundar de
nuevo el mundo.
Fidelidad
a la visión de una fundación, pues, en la que el maestro Bringas habitó
abiertamente, con autenticidad y transparencia, permaneciendo en su sitio, sin
intentar ir más o allá ni transgredir la tradición, la cual asumió como fuente
de todo cambio y de todo progreso, por lo que su morosa estancia en el orbe
estético fue siempre también la del heredero.
Su
tarea fue así la dar continuidad a una tradición artística, fijando en una
nueva síntesis aquello que queda y que se recuerda, a partir de la intimidad de
conocimiento de sí mismo y de la verdad personal. Dilatarse, detenerse
morosamente en una tarea para arraigar en su suelo y levantar sobre él la
morada de la cultura, ya purgada de sus rémoras e impedimentas, para establecer
en esa estancia un proyecto civilizador, a la vez integrador de los otros y
unificador de una comunidad. Su enseñanza se basaba así en ese foco de sentido
que iluminaba una atmosfera, en un vivir que es a la vez un detenerse y un
entretenerse, un compartir y llevar el conocimiento a otros, que es esa casa
común y ese suelo compartido de la cultura y de la propia tradición, que
circula oxigenando nuestra sangre al estar labrada por Memoria.
Tarea
eminente social, tanto en el sentido
pedagógico de instrucción técnica a los aprendices, como en el sentido humano
de la ayuda mutua: de prestar ayuda desinteresadamente a quien lo solicita, pero también de
pedirla, humildemente, cuando se necesita, en una doble movimiento
complementario de reconocer el talento ajeno y las vocaciones, las
predisposiciones de ánimo y aptitudes de carácter, para incluir al individuo
dentro de la sociedad; también trabajo compartido, de compañerismo, que pide auxilio a otros
para unificarlos a una comunidad, integrando, por la moral del trabajo
compartido en una situación concreta, una sociedad de individuos.
Labor
de inclusión de los otros, pues, y de la integración de una comunidad, que da por
resultado una visión ética del arte, en una palabra, donde se vuelven a abrazar los
valores de la verdad, la bondad y la belleza. Excelencia en el dominio de un
oficio, es cierto, pero también arraigo en la tierra, en una raíz: penetración
en lo que realmente somos. Conocimiento de sí mismo y claridad de la propia
visión de las metas y de su realización, pero también enseñanza, exportación de
esa visión a los otros. Porque habitar con los otros es, de hecho, educarnos
unos a otros, en un proceso que no concluye sino con la muerte. Función general
pedagógica de la vida, pues, que Tomás Bringas potenció como un proyecto
educativo civilizador, formador de las nuevas personalidades, y cultural, de
recuperación de nuestra memoria y de recreación de sus formas y contenidos
fundamentales. Lección de humildad, de humanidad y de amor, fundada en una fe
en la comunidad, por la convicción profunda no sólo de lo que esencialmente
somos, sino de lo que, potenciándonos mutuamente, podemos llegar a ser.[2]
Pararse,
detenerse morosamente en la estancia de una actividad, que es sinónimo de abstraerse
y profundizar en ella para hacer memoria. Porque para realmente morar hay que
hacer la morada, hacer habitable la casa al encender las luces ciertas del mundo de la cultura. Hacer la casa humana en
el mundo también, creando y enseñando hábitos y costumbres de contemplación y
de trabajo, de normas y valores, activando nuestros contenidos latentes
espontáneamente a través de la realización de imágenes prístinas, afinando el
juicio al discernir las luces de las sombras, teniendo como fundamento la
libertad ascendente del espíritu, luchando simultáneamente por extirpar las
rémoras, combatiendo abiertamente los estorbos, los miedos, las inseguridades y
los falsos modos de relacionarnos socialmente, que nos merman o nos reducen y
no nos dejan avanzar.
La
creación de hábitos y el rescate de nuestros valores fue el eje de su enseñanza
en los oficios tanto de de grabador e impresor como de la fotografía y el
diseño de imagen donde, siguiendo el modelo tradicional en la elación diaria
del maestro con el aprendiz, se daba paralelamente la transmisión del un arte
de la vida como un entrar y residir en el ámbito humano de la cultura
auténtica, no como una pose o como la apropiación rentable de un título o de
una plaza, sino como una manera de autoconocimiento y de potenciar un alma
colectiva. Sitio o morada de la tradición, ‘pues, que no nos pertenece, sino al
que más bien pertenecemos, que es un lugar en el que entrar y al que volver o
del que somos, en el que interiormente vivimos, siendo por ello su imagen símbolo
de identidad.
Su
filosofía del arte del grabado fue así una filosofía del desarrollo individual
de la persona, pero también del fortalecimiento de los grupos y de las
personalidades colectivas, a través del conocimiento del oficio artesanal no
menos que de nuestra circunstancia y de nuestra historia, redundante en hacer
historia nosotros mismos por medio de acciones y obras concretas, creativas, de
carácter positivo, en el ejercicio del arte y de la libertad ascendente del
espíritu. Labor que implica también el superar los escollos y rémoras del
camino que no nos dejan avanzar, aprovechando incluso dificultades del medio,
como son la parquedad de recursos y el aislamiento cultural que caracteriza a
la provincia norteña.
Pedagogía
que, adoptando el camino va al centro interior y ascendente de la persona, se
realizó en un doble movimiento, que parte del exterior y va hacia adentro, del
paisaje rural y urbano y de la historia local a la memoria universal y la
intimidad humana, para ascender progresivamente, de abajo hacia arriba, partiendo
del automatización de los movimientos y procedimientos para regular el alma
inferior mediante el adiestramiento e instrucción técnica y la recepción y
asimilación de la historia de las artes gráficas, escalando, en el
perfeccionamiento del oficio, hasta las excelencias y florituras de la estampación,
a las zonas superiores de la recreación de las formas y los contenidos de la
cultura.
El
romanticismo y la nobleza del maestro Tomás C. Bringas en su amor a su
dama ideal,
tomó la forma simbólica de la pasión por la estampa, desarrollando su
oficio
como un verdadero vasallaje y como una misión, en cuya entrega abnegada
construyó una casa interior, ensayando a partir de ella los modos más
refinados de la cortesía, practicando en el trato con las demás
personas los gestos más sinceros de la deferencia y el respeto,
siguiendo las reglas más refinadas y elevadas del espíritu y de la
expresión verbal.
[1] Homenajes
póstumos que se ha sucedido, iniciaron con la presentación de su último libro objeto de arte
“Sotol: la magia del desierto líquido” el mismo día de su partida, el 18 de
octubre de 2016, al que siguió un homenaje en la EPEA (UJED) a su memoria el 27
de octubre del mismo año, escuela de la que fuera principal animador y profesor
por muchos años. Llegando el reconocimiento de su labor después a Chiapas,
donde el Taller Caleidoscopio rindió un homenaje póstumo al maestro T. C.
Bringas, el 2 de abril de 2016, con la exposición de grabados titulada
“Historia Viva”, con estampas del artista sobre la Revolución Mexicana, piezas
que fueron realizadas en el Taller de Grabado "Pentágono", ubicado en
la ciudad de Zacatecas. Pasando por el recuerdo de su memoria, llevado a cabo el
22 de marzo del 2016 por el
Taller de Grabado La Chicharra, el cual colaboró en el homenaje
póstumo “In Memoriam”, organizado por el IMAC en la Galería de las
Instalaciones del Teleférico de la ciudad de Durango.
[2]
Proyecto de realización plena de una comunidad, que el artista visualizó bajo
la forma de una morada, de una casa compartida, expresando ese ideal utópico
con la realización de la Carpeta de Grabado “El Edificio Central de la UJED”,
en el año de 2008, con una monografía y grabados del propio Tomás C. Bringas,
trabajados en lámina de acero con técnicas mixtas e impresas por los alumnos de
la carrera de Artes Visuales de la EPEA (UJED).
Homenaje a Tomás C.
Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(2ª
Parte)
II
Tomás
Castro Bringas se afanó como nadie en su labor artística, al sentir la
necesidad de un arte potente para enfrentar la crisis de nuestro tiempo. Crisis
de proporciones intimidantes es, en efecto, la de nuestro tiempo, la cual se
presenta como una falla generalizada del mundo en torno, en la que el mismo
mundo se tambalea. De ahí que la obra del grabador abunde radicalmente en los
claroscuros, que hunda el buril hasta herir profundamente la lámina de cobre y
tocar las sombras más densas de la noche, o que de realce en el gofrado a las
más claras luces del espíritu, por lo que se puede considerar su arte como el
de una obra crítica.
Estado
crítico, último, de la crisis de nuestra era, tiempo o mundo, en que se ha dado
el subjetivismo rapante de los valores y el rampante emotivismo ético, producto
del materialismo contemporáneo y del evolucionismo moderno dado en comparar al
hombre con lo inferior, con lo irracional o inconsciente. Lo que ha llevado ya
no digamos a la deshumanización del arte, sino del hombre mismo, que se ha
quedado nudo, teniendo historia pero sin esencia redentora, complaciéndose
incluso en el regodeo o en la complicidad con la vileza. Siglo antisolemne de
rebeldes sin causa, caracterizado por la superficialidad y por la simulación,
donde los hombres, al aparentar lo que no son, creyendo en nada, se vuelven
nada ellos mismos. Época sembrada de falsificación y de confusión en los valores,
degradada y excéntrica, donde abiertamente se menosprecian las ideas y la vida
edificante del espíritu.
Mundo meramente
materialista, en efecto, dominado por los instintos, por los impulsos, por las
tendencias, por lo inferior o lo más bajo del alma o naturaleza humana, que se
coloca sobre lo superior, e incluso intenta erigirse por arriba del espíritu,
desconociéndolo, sobajándolo ignorándolo o volviéndolo invisible. Mundo en
donde lo menos valioso, pues, se convierte de pronto en lo más potente,
mientras el espíritu, celebrado como lo más valioso, se muestra impotente ante
otras potencias que han venido a suplantarlo, quedando inerme frente a la síntesis
de los impulsos enemigos o la rabiosa de la estética del peligro. Mundo de aletargados,
de dormidos o de muertos en vida, donde lo que debía ser sujeto y domesticado
se ha vuelto el amo, en una clara inversión de los valores, con la consecuente
ceguera o desdén para lo más valioso. Adoradores de la nada o súbditos de Mamón,
en quienes prende fácilmente la tentación animal de dominar al congénere, la
tendencia a descalificarlo o hacer caso omiso de su persona, en la cerrazón y
exclusión del egoísmo, en la estentórea avaricia del individualismo o en la
adoración idólatra del conflicto y los
antagonismos.
Era de
despótico desconocimiento de la persona, pues, no sólo en un sentido
gnoseológico, sino axiológico, estimativo y práctico, donde se anula su valor
para proceder brutalmente con ella. Desconocimiento y menosprecio de la persona humana en cuanto
tal, o que se complace en abatir al otro o desalentarlo, para luego utilizarlo
como un utensilio o artefacto. Rebajamiento y ninguneo de la persona, en
efecto, que es obra del hedonismo y el materialismo contemporáneo.
Crisis
de nuestro tiempo, pues, que se especifica en la circunstancia local bajo la
forma de la saña o de la agresiva befa, en la inversión axiológica de la
despectiva chunga, de la agresiva befa y
del relajo, lo mismo en el delirio negativo y estéril del pachuco, que en la
rigidez acartonada de la solemnidad efímera, en la esclerosis de los arcaísmos
ritualizados que en la repetitiva cacofonía de la ideología, en la pobreza de
miras provinciana, la xenofobia cordial contra el extraño, redundantes siempre
en la exclusión del otro, usando para ello como velo de pudor lo que merecería
más bien todo un manto de hipocresía. Apariencias vagas, sin embargo, sin
verdadera realidad, que ocultan los complejos de nuestro ser disminuido, que
pudiendo serlo todo, se conforma mejor con no ser nada. Rémoras que impiden
realizarnos como individuos y que frustran la realización de una comunidad, que
vaciando al sujeto de todo carácter auténtico, para medrar socialmente sin
centro ni verdadera intimidad.
El arte
del maestro se postuló entonces como un arte crítico, por tener que romper los
condicionamientos y automatismos mecánicos que nos adhieren a la materia vulgar
o a lo que es ajeno, vaciando el ser de toda interioridad e intimidad. Crítico
de nuestro oscurantista tiempo en ruinas, el artista se interesó en
diagnosticar también los vicios propios del mexicano, para devastarlos con los
cloros del humor, el sarcasmo y la ironía. Vicios de carácter que llevan a
falsos modos de relacionarnos socialmente, que van del autoritarismo ramplón a
la réproba vociferación, de los atavismos con que el hombre viejo encadena y
desaloja a las almas de su centro, al complejo de inferioridad de nuestra
cultura imitativa.
Rémoras
psíquicas y sociales, como la miseria material o moral que invitan a la
perdición, como los miedos y temores que paralizan la acción o la melancolía y
le nostalgia que cunden de resentimiento a la edad. Soledades ariscas,
solazadas en el albur de los valores, en los petardos verbales del lépero, en
el exhibicionismo inmoral del pelado, o en los estentóreos modos de dominación
del macho mexicano, que cubre con una máscara de valentía la frágil inseguridad
de su existencia. Realidades ariscas a las que el artista antepuso una
filosofía de la persona: la exigencia de crear dentro de sí una verdadera interioridad
y de construir en lo social la casa del hombre La reacción decidida ante la
crisis del poder del espíritu, no se hiso esperar, diagnosticando los problemas
más patentes de nuestro tiempo, lo mismo que detectando las heridas y de
integración dolientes llagas del alma nacional.
Arte
crítico, en efecto, que yendo a fondo enfrentó directamente y sin rehuirlo el
problema radical de la naturaleza humana, debatida entre el espíritu y la
materia, desterrando tendencias y combatiendo veleidades, formando y
equilibrando el espíritu para potenciar su esencia. Señalando con su poderosos
buril las sombras cenagosas que roen el alma colectiva, Tomás Bringas fue dejando
atrás las vacuas rebeliones e idolatrías de la sociedad tecnocrática moderna,
el hueco academicismo estéril, la ceguera para los valores, la codicia del
mercado, la vileza de la indistinción y la fealdad de la infrahumanidad, apoyándose
entonces en una firme creencia y en una fe, que tenía como foco la comunidad y
la valoración social de nosotros mismos, fundada en actos positivos y de
integración, en una labor constructiva, cuyo objeto era llegar a la perfecta
conciencia de nosotros mismos, de nuestra alma nacional, cristiana y morisca y
rayada de azteca.
Salvación
de las circunstancias culturales por la cultura misma, pues, cuya tarea fue la de
potenciar nuestras posibilidades, interviniendo positivamente en ellas, en el
rescate y conformación de la cultura propia, para llegar finalmente a la claridad
de la realización cumplida.
Ante
tan hirsuto y agreste panorama, ante el agudo problema de la positiva
indistinción de los valores, la estética del maestro Bringas imaginó así una
rica e ingeniosa solución práctica, consistente en afinar el criterio de lo
humano a partir de su propia personalidad, en el sentido de tener claridad de
juicio, de entender, de discriminar ente bienes y males, al postularse
conscientemente como un habitante o morador del mundo, sabiendo a la vez que no
era más que un pasajero en tierra, un ser transeúnte, transitorio, fijito, a
fin de cuentas mortal, en búsqueda de la verdadera patria. Porque la
extraordinaria personalidad del artista tenía, en efecto, algo del carácter del
peregrino.
Habitar
el mundo como ser humano, morar en la tierra como su hijo, implica el
desarrollo de toda una antropología o filosofía de la persona, pero también de
las circunstancias concretas y de lo mexicano, de lo que significa ser
habitante de un lugar particular, para poder potenciar así tanto a las
personalidades individuales como a las personalidades colectivas: para poder
plenamente pertenecer. Porque lo que animaba íntimamente al maestro Tomás
Bringas siempre fue la convicción del profundo valor de nuestra cultura y de
nuestra alma nacional. Tarea positiva de fortalecernos como comunidad, labor
crítica también, de conocernos a nosotros mismos para poder extirpar los
temores, solecismos e impedimentas, para erradicar las rémoras que nos dañan e
impiden avanzar, para así alcanzar el pleno desarrollo y la verdadera
universalización de nuestros valores.
El
genio del maestro Tomás C. Bringas, estaba poblado por fuertes contrastes y
ricos claroscuros, donde convivían en perfecta armonía el sarcasmo con la
alegría, la gravedad con la sonrisa afable, la generosidad al brindar a otros
sus conocimientos con el imparable empuje de su dinamismo, la férrea
personalidad con el sentido lúdico y juguetón de la existencia, la curiosidad
por todo con la abstracción en la labor debida. Compleja y rica personalidad,
hecha de profundos pliegues y repliegues, cuyos valores antropológicos se
resolvieron bajo la forma de la autenticidad y de la transparencia.
Espíritu
libre e independiente, del que manaba su encantadora personalidad y su paradójica
humildad orgullosa, donde sin ceder al deseo de importancia ejercía una especie
de abnegada solicitud, en medio de la cordial tenacidad de su ternura. Espontáneo
espíritu de sacrificio que, combinado con su curiosa voluntad de tener que ver
con los otros, miraba siempre de reojo el horizonte indescifrable del misterio.
Empresa individual, que no se arredro ante las grandes dificultades, dando batallas
cotidianas y atravesado escollos, demostrando con su entusiasmado empuje que en
el arte de la gráfica todo puede suceder.
Porque
su energía y dinamismo infatigable surgía de un deseo puro, de amor por la
sobresignificación de la vida, donde su abnegación era un trabajo que manaba
sin esfuerzo, por ser un fluir con la vida, haciendo una especie de vacío de sí
para que, sin estorbarla, apareciera la verdad, que hace discernibles los
valores ,obligando a quien los mira a hacerse también verdad –pero que se
ocultan a quienes son mentira, a quienes simplemente no pueden reconocerlos
porque no los ven. Actitud de deseo puro y de apertura, de aceptar vivir de
manera transparente, que es aceptar crear, porque crear es hacer vivir algo y llevándolo
a la luz. Creación que es a la vez hacer la casa y entrar en un templo, en un
lugar sagrado. Arte con mirada, quiero decir, que responde y da cuenta de sí,
que se explica, pero que a la vez nos necesita, puesto que pide a su vez que
nosotros a su vez lo comprendamos y, por tanto, también a responderle.
Homenaje a Tomás C.
Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(3ª
Parte)
III
Tomás
Bringas cumplió con la misión de dotar a Durango de una obra gráfica de alto
nivel y a la altura de los tiempos, no
sólo por la extraordinaria calidad artística y estética de su obra, sino
también por haber sido un infatigable impulsor del oficio de la estampa en su
región, siendo formador del relevo generacional y de los nuevos talentos con
personalidad propia, por lo que su nombre ocupa ya un lugar de honor en la
historia del arte durangueño.
El
hombre es un ser de imágenes porque estamos hechos de memoria. Tomás Bringas
cultivó el arte de la memoria a través de la imaginación y de la fantasía
creadora, concibiendo el arte de la estampa en una de sus formas más altas:
como un arte campesino que abre el surco de a tierra para sembrar en ella sus
semillas de memoria, levantando simultáneamente una casa común y compartida. Su
tarea fue, así, la de levantar de nuevo el mundo de los valores al hacerlos
arraigar en tierra, quemando necesariamente la hojarasca dejada por la
simulación y superficialidad, por el excentricismo y el subjetivismo extremo, característicos
de nuestro tiempo en ruinas. Arte crítico, pues, que combatió con actos
positivos el vacío espiritual y moral de nuestro tiempo, causado por la
dilatada negación que conlleva la pérdida o inversión de los valores.
Como el
experto marinero sorteó los escollos dejados por el individualismo feroz, que a
nombre de lo social pulveriza lo social en su raíz misma, creando
desequilibrios de tal magnitud y alcance que vuelven a la superficie del camino
inestable y fluctuante. Modernidad líquida, en efecto, doblemente
desequilibrada, sin suelo estable donde poner la planta del pie, ni punto
orientador al alcance de la palma de la mano. Tormenta axiológica de la
modernidad, pues, donde, en medio de la aceleración tecnológica y del vértigo informático, que dispersarse la
atención en todas direcciones, fluctúan y zozobran los valores, hundiéndose en
la bruma donde se vuelven indistinguibles de los contravalores, causando la
ceguera moral generalizada (adiáfora), la insensibilidad respecto de la persona
y la falta de discernimiento, la pasividad o indiferencia respecto del bien y
el mal morales.
Ante
tan intimidante panorama, Tomás Bringas tubo que herir con sus buriles y teñir
con sus barnices la placa mineral hasta tocar el fondo, para que aparecieran las
escorias y los escollos del trayecto y las sombras más densas y pesadas de la
noche, poniendo en evidencia los falsos modos que tenemos de relacionarnos
socialmente, lo mismo que nuestros atavismos y temores colectivos, purgado así
las rémoras que nos impiden avanzar, para luego bruñir el espejo de cobre y dejar
aparecer entre las carnes de algodón las luces más caras del espíritu. Labor crítica
de autognosis, de conocimiento profundo de nosotros mismos como individuos y
como nación, cuyo objeto constructivo fue el de llegar a la caridad de la
conciencia de nuestra alma colectiva, revelando tanto los sueños, ideales y
objetivos que tenemos como cultura, como los medios para realizarlos y
potencializar nuestras posibilidades.
El
artista, guiado por la luz de su oficio, se ató entonces al timón de su barcaza,
campeando la tormenta para fluir con la vida, sorteando la turbulencia
axiológica contemporánea para llevar la nave a puerto seguro, concentrando luego
su atención en el desarrollo de un arte campesino, potente para fecundar la tierra. Su obra,
todavía hoy en día poco valorada y que apenas comienza a ser reconocida,
sorprende, vista un poco más de cerca, no sólo por el gran volumen e intensidad
de su producción, sino por la altísima calidad y magnitud de sus resultados,
realizados a partir de una energía que se antoja infatigable. Su arte puede
calificarse así de campesino por acometer humildemente la tarea nada menor de
activar valores y virtudes desarticulados y desacreditados por la modernidad
triunfante, en una labor puesta fundamentalmente al servicio de su comunidad,
íntimamente ligada al valor de la producción artesanal y el rescate de la
dignidad de la persona.
Extraordinaria
fertilidad creativa, pues, que
manaba del centro radial de su personalidad, a la vez sarcástica y
optimista,
crítica y alegre, punzante y plena de generosidad, afable y no exenta de
ternura. Espíritu eudemonológico fue el suyo, cuyo genio tenía como
fuente inagotable
de energía el deseo puro: el querer fervientemente el bien de su
comunidad, a
partir del cual su trabajo e imaginación creativa manaban naturalmente y
sin
esfuerzo. Energía hecha de entrega y de abnegación, es cierto, donde
fluir con la vida no era otra cosa que una actitud
de apertura, a partir de la cual crear un espacio en blanco para dejar
aparecer
a la verdad. Hombre abierto y transparente, pues, que por la fe en la
promesa
del espíritu y la vislumbre de un horizonte futuro, halló el centro de
gravedad en la autenticidad. De lo cual no podía sino desprenderse un
arte esencialmente
antropológico, cuya tarea fue la de cultivar el huerto de memoria, de
hundirse
en sus aguas superiores para traer de
sus pesquisas fabulosas sus más caras perlas y semillas prodigiosas,
para luego con su arado sembrarlas y fertilizar la tierra, esperando su
humedad
para hacerla fecunda, hundiendo junto con ellas sus raíces hasta el
fondo, para
arraigar en un suelo firme como el suelo y así poder fundar la casa
compartida,
para en ella habitar, permanecer, para en ella morar y detenerse,
participando
luego en la contemplación del paisaje y en la germinación renovada de la
vida.
Así, al
multiplicar la semilla del grabado, que a partir de una matriz da al vente, al
cincuenta o al cien por uno, gracias a la incomparable magia de la estampa, Tomás
Bringas desarrolló un arte popular y campesino, potente para hace llegar sus obras
originales a bajísimos costos al mayor número posible de personas, contribuyendo
así a desarrollar su sensibilidad y su buen gusto. Arte popular y campesino,
pues, que incorporó a su visión estética los valores tradicionales del oficio
de grabador, lo que se especificó en su obra como una serie de valores
eminentemente artesanales.
En
principio, el inestimable valor de la maestría del oficio, esa verdadera
autoridad ganada con el paciente aprendizaje y la modesta práctica, cuyos
productos están bien hechos, porque están hechos lentamente y a conciencia.
Todo lo cual implica un servicio y una moral: es decir, una racionalidad como
valor. Porque el valor artesanal del objeto se mide entonces, no por la
eficacia de la producción y la ganancia, sino por su participación en un mundo
humano, al estar la obra pendiente de su fundamento: porque nos responde y
corresponde, porque es responsable y se aviene a explicarse, a dar razón de su
hechura, de su producción y de su sentido. Porque la obra de arte artesanal, al
incorporar la duración y reflejar las condiciones en que fue hecha, al
registrar que su existencia está ligada a la tierra y al trabajo del hombre, a
los materiales y herramientas a la mano con que fue elaborada, expresa que no
está hecha para consumirse y ser tirada, o para su uso y destrucción, sino fundamentalmente
para ser amada.
Visión
antropológica, poética y romántica del arte, que al incorporar los
calideces
artesanales a la obra es capaz de unir la apreciación estética a la
caricia, y
el buen gusto al realismo profundo donde, a partir del trato paciente y
amoroso
con la materia, puede extraerse de lo ríspido e hirsuto una dulzura, de
lo
agreste una suavidad y de lo lejano una proximidad. Trasmutación de los
valores,
pues, potente para hacer de la frugalidad una abundancia, de la
restricción una
norma niveladora, de la debilidad una fortaleza y de la pobreza una
generosidad. Racionalidad no de la jauría de la eficiencia competitiva,
sino del valor, que destaca la excelencia de la manufactura ligada a las
propiedades naturales del objeto, hecho para ser apreciado y conservado,
acariciado y atesorado en nuestro corazón.
Porque
la práctica artesanal del grabado, consistente en hacer las cosas manualmente,
en una labor a medio camino entre la técnica y la artesanía y entre el conocimiento
y el don, implica la maestría del oficio y una idea moral del trabajo. Moral
del oficio artesanal, cuyo valor de la maestría consiste en hacer las cosas
a conciencia, despacio y bien, llevando tiempo su elaboración y reduciendo las
ganancias a un mínimo, transformando lo que pierde por un lado en valores que ganar por el otro. El
artista asumió así el contexto histórico del arte del grabado, que al sujetarse
a la práctica tradicional del oficio artesanal impone por sus propios
procedimientos una limitación y una traba, una dificultad y hasta una
servidumbre, lo que implica una moral y una responsabilidad. Porque la obra de
arte artesanal responde de su hechura, porque no está hecha para consumirse y
luego tirarse, sino que está hecha para
servir: para ser contemplada y para ser amada. Porque responde a los valores que intenta
realizar, de servicio o de belleza, incorporados como valores naturales del
objeto, en donde se registran las condiciones y limitaciones de su producción.
Obras que, al preocuparse por su hechura, responden de su legitimidad o fundamento y se comunican con nosotros, y que al realizar los valores de la maestría y de la tradición se explican y se dejan comprender, pidiendo a la vez abiertamente una comunión con nosotros. Servidumbre artesanal del oficio del grabado, que visiblemente trabaja para nosotros, cuyos valores han quedado relegados por la industria de las artes plásticas contemporáneas, desacreditados por la técnica moderna y al vértigo del mercado, cuyos valores dominantes se orientan guiados por la eficiencia productiva o por el éxito artístico. Porque las obras artesanales no buscan la eficacia del vertiginoso aparato productivo, que en vistas aumento de las ventas y de las ganancias nos proveen de multitud bienes materiales para su consumo, a costa de manipular la demanda sin preocuparse de su fundamento. Tampoco se preocupa por la genialidad u originalidad de sus obras o por el éxito comercial, que desdeñando la moral y servidumbre del oficio abren de par en par las puertas a la rebeldía contra las normas del oficio y la excepción de las reglas estéticas del arte, quitando la traba a la responsabilidad fundamental de su trabajo, que ya no se aviene a comunicarse, ni a explicarse o a servir, con una clara pérdida de algo esencial, ya no digamos al arte, sino al hombre mismo.
Direcciones
equívocas de los valores sociales, que han dado por resultado ya seres
excéntricos o salidos del centro interior de la persona -cuyos afanes de poder
marchar al par con sus afanes de consumo, dejando a su paso un inmenso
pudridero de detritus mezclados con los fragmentos diseminados de maravillas obsoletas-; ya
artistas geniales, que con marcados déficits en materia de oficio y difíciles
productos plásticos ininteligibles, desarrollan las estéticas convulsivas del
gusto mórbido, que bien a bien no gusta, o del gozo formal y meramente abstraccionista
que, al encerrarse sobre sí mismo e incurrir en la hedonista caída de hacia adelante de la libertad descendente,
propiamente no goza. Racionalidad como eficiencia y operatividad de la
originalidad, a cuya frivolidad y aceleración claramente se opone una racionalidad como valor
espiritual, donde la humanidad entra en contacto consigo para comunicarse a sí
misma como especie.
Valor
del arte artesanal, que no sólo responde de si, sino que nos corresponde
como
un arte de servicio, dispuesto a trabajar para nosotros. Un arte
abierto, pues,
responsable, dispuesto a explicarse, a comunicarse e, incluso, a ponerse
abnegadamente
al servicio de nosotros. Vertiente estética cultivada pacientemente por
Tomás Bringas
y que halló su expresión más propia y la plenitud de su sentido tanto en
la fundación
de talleres como en la enseñanza del oficio, culminando su propuesta
practica
en la elaboración de hermosas carpetas de grabado y de libros objeto de
arte.
Arte campesino, de servicio, a la vez creativo y pedagógico que, a
partir de la
racionalidad como valor y de la servidumbre del oficio, permitió al
artista incorporar una serie de valores superiores, espirituales, en la
articulación de situaciones de convivencia estética y formativa.
Porque
la obra de arte artesanal del grabado, al preocuparse por el fundamento y
legitimidad de la obra, se interesa esencialmente también por el diálogo con
las obras de arte de otros tiempos, que no remiten a tanto a su pasado, sino a
su permanencia, es decir, a su ser tradicional. Tradición que no es así una
traba para la renovación, el cambio o el progreso estético y moral, sino la
condición misma que posibilita su existencia. Tradición que no nos necesita,
puesto que puede tranquilamente sobrevive sin nuestro auxilio, depositada como
una semilla árida en las obras de la cultura, que sólo necesita del agua y la
tierra para su germinación; pero que, en cambio, es necesitada por nosotros,
por ser el borbotón de donde nace la memoria, la legitimación de nuestro ser y
la posibilidad misma de nuestra subsistencia como especie.
Así, a
partir del centro radial de su rica personalidad, Tomás Bringas expandió los
rayos de un arte completo y de ricas resonancias poéticas y culturales, siendo
a la vez un arte campesino y artesanal, pero también misionero y pedagógico.
Arte campesino, por buscar en su propio suelo ser hijo de la tierra, bebiendo
de la tradición cultural de su entorno y adaptándose con total entrega a las
condiciones exiguas y de aislamiento de su medio. Búsqueda también de la patria
perdida, es cierto, que a través del amor a la tierra y a la cultura en la que
le tocó en suerte crecer, se especificó como un amor concreto a su comunidad, pueblo,
raza y nación. Arte trascendente, quiero
decir, que en el reconocimiento de una madre-patria se encontró con la
evidencia de estar los hombres hechos de tiempo, de tradición y de memoria:
lugar propio de la cultura al que se entra, como a una estancia,
identificándose el artista hasta la raíz con esa alma colectiva, a la que sin
residuos quiso servir para pertenecerle plenamente.
Homenaje a Tomás C. Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(4
Parte)
IV
Ante la
urgencia de responder a la pregunta sobre qué es ser hombre, de que significa
ser un habitante, un morador del mundo entre los hombres, el artista respondió dando
testimonio de lo que hacemos entre nosotros, expresando aquello que nos ocupa,
por lo que tuvo que hundir en la tierra su raíz de hombre para sembrar y
cultivarla: para levantar de nuevo la morada y cultivar al hombre. Ser hombre
es, esencialmente, vivir entre los hombres, realizar actos que por su propia
naturaleza tienen a otros hombres por objeto: es convivir con otros hombres, no
solo coetáneos, sino también distantes en el tiempo y lejanos en el espacio o
disetáneos. A la vez, puede definirse al hombre como un ser de logos y memoria,
que se educa en la palabra y en la imaginación al convivir con otros hombres.
Función general de su existencia es educarse entre otros hombres, pues todos
estamos educamos mutuamente en un proceso que no termina sino con el fin de la
existencia. Tomás Bringas potencializo
la esencia social de la existencia humana especializando la función general
pedagógica de la vida, pues asumió que tarea del hombre es a la vez la de un
ser social que tiene que cumplir con una misión trascendente
El arte
de Tomás Bringas puede calificarse así de campesino y artesanal, y a la vez
como un arte misionero y pedagógico. Después de estudiar en la EPEA, marchó a
la ciudad de México para titularse en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de
San Carlos de la UNAM (1984-1994), desarrollando luego profesionalmente su
pasión y gusto por la estampa esencialmente como un arte de servicio social a
su comunidad, con estricto respeto y apego a la memoria y a la tradición.
Al cultivar con singular pasión y decidida entrega el oficio de grabador, abonando y sembrando con sus obras la tierra dormida de memoria, Tomás Bringas fue despertando a la par un arte misionero, no sólo en lo que tiene la estampa de cultivo de la sensibilidad popular, sino también poniendo su impulso decidido al servicio en la formación de otros hombres, hasta llevarlos a las formas y contenidos más elevados del espíritu. Arte a la vez misionero y pedagógico, prácticamente franciscano, cuyo sencillo evangelio civilizatorio, fundado en la moral del oficio, no era otro que el de la fraternidad y el humanismo; el de la convivencia pedagógica diaria con otros hombres en la tarea común de incorporar calidades en la obra y, a través de ese proceso, lograr habitar naturalmente en el mundo ideal de los valores, logrando la participación del hombre en ellos o su encarnación: construcción, pues, de la casa del hombre, del cultivo del espíritu, de la casa cultural en que morar, en la cual participar y morosamente dilatarse y detenerse, y a la cual finalmente permanecer.
Desarrollo
de la formación que va de abajo hacia arriba, de la enseñanza y aprendizaje de
hábitos y destrezas técnicas, a la educación de los valores estéticos y morales
indisolublemente unidos a una visión del mundo y a una jerarquía ontológica.
Por un lado, formación del alma inferior, de los impulsos y las tendencias,
mediante el desarrollo de la atención y la adquisición de normas interiores de
conciencia, ligados a la hechura y discriminación de valores artísticos en el
aprendizaje del oficio. Por el otro, la adquisición del refinamiento y el buen
gusto a través de la adopción, asimilación, familiarización y recreación de los
contenidos y formas de cultura estética del oficio de la estampa,
enriquecedores del alma superior en el sentido de la libertad ascendente del
espíritu.
El arte
de servicio y pedagógico desplegado por Tomás Bringas estaba animado por la
generosidad, propia del eros pedagógico:
por el gusto y afán de enseñar a otros, de compartir sus conocimientos, de ser
padre espiritual, de ver crecer aquello que se sembró y desarrollar una
personalidad propia, plena y totalizada. Hombree de servicio, cuya mayor
satisfacción radicaba en articular situaciones de convivencia estética y
formativa, desarrollando aptitudes y predisposiciones de carácter, descubriendo
talentos e impulsando vocaciones -virtud, en efecto, que no tiene otro nombre
de la generosidad. Orgullosa humildad, pues, que adaptándose a las condiciones
del medio y superando la fatiga del esfuerzo, supo contagiar a otros el
entusiasmo de su empresa, a la que se entrego enteramente, positivo y optimista
y sin ningún resabio de amargura. Porque sorteando los escollos de la travesía
y los rigores de la tormenta tardomoderna, supo siempre revertir las condiciones
desfavorables y los problemas mediante fórmulas novedosas y creativas para
salir adelante, haciendo de la necesidad virtud, de la rugosidad hirsuta del
medio una tersura, haciendo, por decirlo así, rodar las piedras del camino.
Hombre
de provecho, dedicado a servir a su comunidad, que asumió su tarea
pedagógica
como una alta misión de despertar conciencias, activar potencias,
descubrir
talentos y desarrollar vocaciones, el maestro Tomás Bringas impartió sus
conocimientos en la Universidad José Vasconcelos de Durango, siendo de
2002 a
2015 maestro de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la UJED
(EPEA), donde impartió las cátedras de Dibujo, Fotografía, Medios
Audiovisuales, Serigrafía y Escultura, encargándose también de
desarrollar en ella el oficio de impresor
y las nuevas técnicas de estampación.[1]
Siguiendo el modelo del compañerismo y aun el de la fraternidad, el
artista siguió el método ancestral de la
enseñanza del maestro-aprendiz, que pide la convivencia diaria en la adopción
de habilidades, criterios y virtudes.
A Tomás
Bringas se debe, así, el resurgimiento de los talleres de grabado y estampación
en la EPEA, viniendo a tomar el relevo real en el tiempo a los viejos talleres
de cerámica, vidrio soplado y textiles, que muy a pesar de sus grandes logros a nivel nacional,
fueron menguado, al ser dejados de lado por las autoridades en pro de las
nuevas tendencias del arte contemporáneo. Gran animador de la comunidad
estudiantil, el artista halló en sus últimos años, en la satisfacción en el
cumplimiento de su deber como maestro, la coronación práctica de su carrera
profesional.
Su
tarea como grabador e impresor, que se prolongó ininterrumpidamente por más de
30 años, estuvo siempre estrechamente ligada a su vocación
educativa de formación de profesionales y del despertar de la conciencia
estética. Su arte misionero y pedagógico están por ello ligado estrechamente a
la fundación de un sinnúmero de talleres de grabado. Su labor como maestro de
la estampa comenzó con la fundación del Taller de Grabado del Desierto de los Leones
donde, teniendo como a asistente al artista Hermenegildo Martínez, enseñó la magia y el respeto por el oficio a
importantes artistas de su generación, quienes posteriormente desarrollarían
esa veta en su expresión artística fundado sus propios talleres, como son: su
paisano de Santiago Papasquiaro, el durangueño José Luis Corral (Taller
Arteria), Marco Antonio Platas y Felipe Cortez, egresados de La Esmeralda,
donde aprendieron los rudimentos del oficio con Ignacio Manrique, quien con
Benjamín Domínguez y leo Acosta habían inventado el grabado abstracto en
México, en el Taller Profesional del Grabado.
Luego
de pasar por el taller Editorial de la UJED, donde dejó muchas muestras de su
calidad como artista en memorables carteles, libros folletos, tarjetas de
presentación y anuncios, como fue el libro Cartuchos de Cañón del Dr. Enrique
Arrieta Silva, estampado con viñetas a
manera de timbres postales en su portada envuelto en sobre amarillo
añil, o la revista “Fragua” del
lingüista José Reyes González y Juan Manuel Almonte, prosiguió su labor magisterial con
el Taller Experimental de Grafica, situado en los altos de un viejo hotel en la
calle de Juárez, en la ciudad de Durango donde, teniendo como asistente a Nuria
Montoya, impartía a todo el mundo lecciones abiertas del arte de la estampa.
Viajó luego a Chicago, donde alterno el trabajo de constructor con la
colaboración en el Taller Mexicano de Grabado (Mexican Print & Making Work
Schop) en la década de los 90´s, al lado de los artistas mexicanos René Arceo y
Nicolás Tesas, siendo parte clave de la exposición y carpeta de grabado y
exposición itinerante titulada “Santitos”, que logrará importante reconocimientos
internacionales en países como Alemania y Japón.
De
vuelta a su Durango natal, Bringas continuó con la fundación de su talleres con
el Taller Mexicano de Grabado, teniendo disímbolas sedes, siendo acogido más
tarde por el IMAC, contando con el apoyo de Jesús Alvarado desde 2010, en donde
fundó definitivamente, en el año de 2011, el Taller Perro Bravo, dándose a la
formación de más de 30 aprendices. Periodo del 2010 al 2013 en el que el
artista alcanzo granes resultados pedagógicos, organizando paralelamente una
importante labor de difusión cultural con más de 18 exposiciones de grabado,
destacándose a muestra “Cien Años del
Grabado en México” en celebración a los 99 años del nacimiento de José
Guadalupe Posada, que fue acompañada con la conferencia “La Mexicanidad Vista por el Arte”, y la exposición, en mayo de
2012, en honor al descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg, titulada “Tipo, Cali, Lito… Grafía”, celebrada en
el ITD, siendo reconocida por la institución por la alta calidad técnica,
expresiva y estética de las obras, estando actualmente la colección bajo el
resguardo de las autoridades del IMAC. Actos que fueron rubricados por el
maestro Bringas en el mismo periodo con el Curso
Intensivo de Xilografía, dirigido tanto a profesionales como a los
aficionados y al público en general.
Por
último, aunque en la EPEA no tuvo propiamente la cátedra del Taller de Grabado,
desarrolló un cerrado tejido de pedagogía interdisciplinar, tanto en la experimentación
como en la impresión de estampas y libros objetos de arte, poniendo así en práctica
sus enseñanzas teóricas en las técnicas de xilografía, huecograbado o
calcografía, punta seca, aguafuerte y aguatinta, mezzotinta, reducción, fotograbado,
litografía, litografía en seco y grabado no tóxico. Enseñanza que combinaba con el respeto por la tradición
y la enseñanza de la historia del arte -historia que no empezó con nosotros ni
terminará con el individuo, punto de partida en radical contraste con nuestro
época, tan enfrascada con su tiempo y con las frivolidades de su
engolosinamiento vanguardista, que ha perdido incuso toda noción del tiempo. Producto
de esas empresas es el libro Taller de Grabado “Perro Bravo”. Arte Joven.
Catálogo, publicado por el IMAC en el año de 2015, volumen que refleja
fielmente el logro de haber dotado a Durango, gracias a sus enseñanzas, de una
memoria gráfica a la altura de los tiempos .[2]
Su
método de convocatoria fue así el de una graciosa actitud incluyente y de
generosa humildad, consistente en prestar ayuda y de pedirla; de brindar a
otros generosamente sus conocimientos, para luego pedir su asistencia en un
proyecto común, bajo esa otra forma de dar, que es el pedir, como quien invita
a una celebración y a una fraternidad. Pedir, pues, que entrañaba en su núcleo
el misterio de un regalo: en de la celebración de una fraternidad que baila
ante un altar, que baila para celebrar el arte de la cultura, de la trasmisión
de una tradición y el del despertar de una memoria.
Arte de
la convivencia, pues, que se presentó como una verdadero arte de la vida, su
enseñanza dejó rápidamente atrás los convencionalismos constrictivos del
academicismo, las abstracciones de los hueros vanguardismos, o los tallados
tradicionalismos cacofónicos, encallados en saberes sordos o muertos, heterónomos sin verdadera
creatividad, estancados en su inútil roer sus huesos especulativos, para
desarrollar entonces en la plena autonomía de su oficio una labor
autentica expresión y experimentación
artística, ceñida fielmente al espíritu de la escuela y a la tradición.
Libertad artesanal, quiero decir, que poniendo una limitación a la inventiva,
una traba a la originalidad y una dificultad a la eficiencia, encuentra su
legitimidad y fundamento en el trato amoroso con la materia, en la excelencia y
pulcritud de la manufactura, en el logro de la perfección de la maestría que,
pasando los grados de la competencia, la floritura y la excelencia en la
realización e impresión de las imágenes, logren reflejar, como valor añadido,
las condiciones escasas de su realización.
Continuación
de la Escuela Mexicana, pues, no atenazada por dogmas y que se prolonga en el
tiempo bajo un mismo espíritu tradicional y moderno, que afianza lo propio para
alcanzar lo universal, respirando de las mismas enseñanzas, reglas y normas,
pero sin repetir imágenes o actitudes fallidas, sino buscando en la periferia tanto
como en el interior de la persona su validez y su verdad. Así, el profundo movimiento
en el arte gráfico contemporáneo durangueño, detonado y dinamizado por el
maestro Tomás Bringas al través de la enseñanza en inúmeros talleres y en la EPEA,
se especificó así como una tarea esencialmente antropológica y civilizadora, pues
el artista cumplió con la misión de sembrar en otros el gusto por el
conocimiento de su disciplina artística, creando y desarrollando, en la
concentración de la atención, hábitos y destrezas artísticas y refinamientos
estéticos, decantados en la adquisición de una conciencia despierta y en la sencilla
adopción del buen gusto, tanto como en la maduración del propio estilo, que son
las metas más altas que se pueden alcanzar en la formación y dignificación de
la persona.
[1]
Los
orígenes de la EPEA se remontan al año de 1952, cuando en septiembre se
iniciaron las clases de dibujo en los altos del Edifico Central de la UJED por
parte de Francisco Montoya de la Cruz. A la cátedra de Dibujo se fueron sumando
las de Pintura, Modelado, Historia del Arte, Dibujo Constructivo y Anatomía,
convirtiéndose pronto en un gran polo de atracción y expresión para la sociedad
durangueña. La EPEA fue reconocida oficialmente el 10 de febrero 1955, cuando
era director de la UJED el Lic. Ángel Rodríguez Solórzano y Gobernador de
Durango el Lic. Francisco González de la vega. La escuela, obra maestra de
Francisco Montoya de la Cruz, de la que fue inventor y director activo de 1955
a 1988, se preocupó desde un principio por las artes populares, consideradas
generalmente como menores o aplicadas, al grado de incluir una serie de
talleres artesanales, principalmente el Taller de Fundición para la Escultura,
a cargo del propio Montoya de la Cruz, y
el Taller de Talla Directa, pero que fue incluyendo al Taller de Cerámica, el
Taller de Textiles y el Taller de Vidrio Soplado, junto con el Taller de
Decoración, a los finalmente se sumaron el Taller de Vitrales y el Taller de
Estampado. El 15 de junio de 1962 se inauguraron las nuevas instalaciones de la
institución educativa por el presidente Adolfo López Mateos y el gobernador
Francisco González de la Vega. Junto con ello, en lo que ahora son las nuevas
instalaciones de la EPEA, Carretera a Mazatlán, Anillo Circunvalación S/N, se
fueron desarrollando los Laboratorios de Investigación Química, desarrollando
de la mano del propio Francisco Montoya de la Cruz, profundas investigaciones
sobre arenas y pigmentos, aplicados luego tanto a las resinas epócsicas de la
pintura como a la decoración de hermosas jarras y vasos trasparentes, que
fueron símbolo por muchos años de la manufactura durangueña y que, junto con
los zarapes regionales, todavía se alcanzan a ver el Kiosco de la Plaza de
Armas, conocido también como Salón de Exhibición y Venta “Los Tlacuilos”, de la
señorial ciudad norteña, que el mismo Montoya acondicionó para la distribución
y venta de los productos elaborados en la escuela. En 1968 se creó, como foro
de exposiciones de la EPEA, la Galería “Los Tlacuilos”, desde el 2002
denominada, “Francisco Montoya de la Cruz”, en la calle Bruno Martínez número
137 Sur, y en 1974 se comenzó a editar la revista “Andamios”. La escuela ha
tenido posteriormente como directores a Donato Martínez (1988-1993); Marcos
Martínez Velarde (1993-2000); José Candelario Vázquez (2000-2012); Irma Leticia
Ontiveros (2006-2012), y; José Manuel Jiménez (2012-2016). Siguiendo la revaloración de lo
propio llevada a cabo por la Escuela Mexicana de Pintura, pero también inscrita
en las raíces mexicanistas de la UJED, la EPEA se encuentra bajo la advocación
del dios prehispánico Huehuetéotl, ostentando la escuela una escultura
monumental de la arcaica deidad teotihuacana. Huehuetéotl, el Dios del Fuego,
es el Dios Viejo, muy venerado por los antiguos mexicanos, que lleva sobre la
cabeza un inmenso brasero o Tecuil, es
el dios del centro donde se cruzan las cuatro regiones del cosmos, teniendo una
relación vertical con los tres mundos, con el cielo por su relación con el sol,
con la tierra por su poder fertilizador y de transformación, y con el
inframundo por su relación con la muerte. Está íntimamente relacionado con
Xuihcóatl, o la serpiente de fuego, deidad que lleva un cuerno en la nariz y
está rodeado de siete estrellas, quien transporta al sol en su camino por las
estrellas y que se identifica con el mismo Huehuetéotl, apareciendo en el
Calendario Azteca bajo la forma de una doble serpiente. Patrono del fuego, está
relacionado con los ciclos mexicas de 52 años, indicando entonces la
regeneración de la vida y del mundo y la restauración del orden social, siendo
así símbolo de un agente purificador. Se relaciona también con Huitzilopochtli
como símbolo del día, y con Tezcatlipoca como símbolo de la noche. También se
le asocia al conocimiento y a la libertad humana, que al decidir por sí mismo
se separa de los dioses. Fundador del mundo
se le asocia y aún se le identifica con Ometéotl, entidad generadora y
sostenedora del universo y que habito bajo la forma dual de Ometecutli y
Omecíhuatl el 13avo cielo. Se le llama entonces solemnemente Tateo Innan Tateo
Inta: Madre y Padre de los Dioses; o Tocanla, Padre Unitario. Huehuetéolt se
relacionaba en Teotihuacán con el mito de Nnahuatzin, sacrificado para transformarse
en el astro rey, en su acepción de Tota, que la valencia macho y fertilizadora
o Nuestro Padre. Dios de la vitalidad que concede la cohesión familiar, Huehuetéotl
es entonces el dios de hogar, por estar sentado en el centro del universo,
sitio del poder regenerador, por lo que también está ligado a los momentos precisos
de transición, donde se abren los periodos de purificación, transformación y regeneración,
relacionado por tanto a los tiempos específicos de cambio el mundo. Es entonces el fuego como elemento
sacralizado, que define y enlaza los diversos ciclos y procesos sociales,
naturales, rituales y míticos.
[2]
Taller
de Grabado “Perro bravo”. Arte Joven. Catálogo, Perro
Bravo Artes Gráficas Ed. IMAC y
Ayuntamiento de Durango. 2015.
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