lunes, 26 de marzo de 2018

Homenaje a Tomás C. Bringas Por Alberto Espinos Orozco

Homenaje a Tomás C. Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(1ª Parte)



I
         A un año de la muerte de Tomás Castro Bringas (7 de marzo de 1962, Santiago Papasquiaro-18 de octubre de 2016, Durango) se mesclan los sentimientos encontrados, en pugna y contradictorios, de la gratitud y del pasmo. Por un lado, punzante sensación de luto, de pasmo, de malestar y de parálisis, de paso por la muerte, ante el espectáculo sombrío de su ausencia física, cuyos tonos umbríos nos recuerdan su viaje al más allá. Por el otro, luminoso sentimiento de gratitud y de fidelidad a su causa y su memoria, por el recuerdo enriquecedor que dejó entre nosotros su generosa personalidad encantadora, llena de dinamismo y energía y no exenta de ternura.
Al homenaje póstumo “Mictlán” a Tomás Castro Bringas, consistente en una exposición acompañada de una hermosa caja-objeto artístico con 25 grabados originales de artistas de toda la república, se suman una serie de reconocimientos que se han venido acumulando a lo largo de un año, que ratifican y autentifican su valor, tanto por su importante trayectoria artística e infatigable labor magisterial, como por haber sido y desde sus entrañas, por ello mismo muchas veces desapercibidamente, un destacado animador de la cultura durangueña.[1] Toca así ver en la fecha mortal lo que tiene de vida, de renacimiento, de inicio de un nuevo ciclo, de regeneración espiritual, de perdurabilidad y de memoria.







         La palabra homenaje, derivada del latín tardío “”homináticum”, proveniente del occitano o de la lengua de Oc, región de Provenza, al sur de Francia, donde nació, entre los siglos XII y XIII,  en la sociedad noble, la idea del amor cortes, base del romanticismo contemporáneo, consistente a la elaboración trovadoresca al vasallaje o subordinación del caballero hacia su dama. Su voz deriva de la raíz “homo”, que significa hombre, significando así una condición de humanización, una nota o cualidad esencial humana, digna por tanto de ser realzada públicamente, a manera de ejemplo, por ser motivo de orgullo colectivo.
El significado primitivo de “homenaje” es el del juramento solemne de fidelidad a un señor feudal, a un rey o a un igual. Juramento de fidelidad y de vasallaje, pues, al maestro Tomás Castro Bringas, en reconocimiento a sus copiosos méritos, a su dignidad o grandeza como persona, a sus cualidades propiamente humanas y a su visión de artista auténtico, siendo uno de los frutos más originales y logrados la cultura regional. Homenaje póstumo, que honra su memoria en actitud de respeto, de subordinación y acatamiento, de veneración y deferencia o consideración especial a su persona, de miramiento y admiración por ser su trayectoria artística motivo de orgullo colectivo, en reconocimiento a ser un bien social, ejemplo o a seguir y horizonte orientador de los valores.
Acto de reconocimiento de su valor, de enaltecer y exaltar su figura, de ensalzarlo por su honradez y rectitud, por su sencillez y generosidad, en muestra de respeto a su persona y obra, vinculadas a sus cualidades morales, a su virtud y merito en el cumplimiento del deber, al distinguirse en el servicio público de la educación y la difusión del arte, actividades que el maestro Bringas interpretó  como una obra esencial y completa de civilización y de cultura, rayando su tarea en la abnegación, el sacrificio e incluso, hay que decirlo, en el  heroísmo, por ser su ardua misión superior a sus fuerzas y acaso a las de toda una generación.

Porque la contribución de Tomás Castro Bringas al arte de la estampa fue, en efecto, la de una rica y compleja obra civilizadora, de refinamiento social y de alta cultura, íntimamente ligada a la tradición vernácula y popular, pero también inextricablemente ligada a su comunidad y a la historia. Su trabajo, así, sentó las bases para hacer de Durango un mejor lugar, por estar su labor orientada al servicio de los demás, en el sentido de explorar, en su calidad de artista, lo que cabalmente significa ser un morador, un hombre entre los hombres, un habitante del mundo.
Porque para el profundo y finísimo burilista durangueño ser un morador fue siempre y simultáneamente ser un hacedor, pues morar no es solo permanecer sino fundamentalmente es hacer, es construir la casa del hombre, esa segunda naturaleza adquirida que nos hace entrar en un mundo espiritual a conciencia, sin filisteismos, para habitarlo demorándose en su interior poniendo manos a la obra, haciendo las cosas que se deben o que hay que hacer, despaciosamente, con tiempo, lentamente, bien hechas, permaneciendo así en su sitio, como en una estancia. Habitar se convierte entonces en una manera de ser y en un carácter artístico, en un éthos estético, que entra en el mundo de la cultura para, luego de recibir y familiarizase con sus contenidos, recrearlos y fundar de nuevo el mundo.
Fidelidad a la visión de una fundación, pues, en la que el maestro Bringas habitó abiertamente, con autenticidad y transparencia, permaneciendo en su sitio, sin intentar ir más o allá ni transgredir la tradición, la cual asumió como fuente de todo cambio y de todo progreso, por lo que su morosa estancia en el orbe estético fue siempre también la del heredero.



Su tarea fue así la dar continuidad a una tradición artística, fijando en una nueva síntesis aquello que queda y que se recuerda, a partir de la intimidad de conocimiento de sí mismo y de la verdad personal. Dilatarse, detenerse morosamente en una tarea para arraigar en su suelo y levantar sobre él la morada de la cultura, ya purgada de sus rémoras e impedimentas, para establecer en esa estancia un proyecto civilizador, a la vez integrador de los otros y unificador de una comunidad. Su enseñanza se basaba así en ese foco de sentido que iluminaba una atmosfera, en un vivir que es a la vez un detenerse y un entretenerse, un compartir y llevar el conocimiento a otros, que es esa casa común y ese suelo compartido de la cultura y de la propia tradición, que circula oxigenando nuestra sangre al estar labrada por Memoria. 
Tarea eminente social, tanto  en el sentido pedagógico de instrucción técnica a los aprendices, como en el sentido humano de la ayuda mutua: de prestar ayuda desinteresadamente a quien lo solicita, pero también de pedirla, humildemente, cuando se necesita, en una doble movimiento complementario de reconocer el talento ajeno y las vocaciones, las predisposiciones de ánimo y aptitudes de carácter, para incluir al individuo dentro de la sociedad; también trabajo compartido, de compañerismo, que pide auxilio a otros para unificarlos a una comunidad, integrando, por la moral del trabajo compartido en una situación concreta, una sociedad de individuos.
Labor de inclusión de los otros, pues, y de la integración de una comunidad, que da por resultado una visión ética del arte, en una palabra, donde se vuelven a abrazar los valores de la verdad, la bondad y la belleza. Excelencia en el dominio de un oficio, es cierto, pero también arraigo en la tierra, en una raíz: penetración en lo que realmente somos. Conocimiento de sí mismo y claridad de la propia visión de las metas y de su realización, pero también enseñanza, exportación de esa visión a los otros. Porque habitar con los otros es, de hecho, educarnos unos a otros, en un proceso que no concluye sino con la muerte. Función general pedagógica de la vida, pues, que Tomás Bringas potenció como un proyecto educativo civilizador, formador de las nuevas personalidades, y cultural, de recuperación de nuestra memoria y de recreación de sus formas y contenidos fundamentales. Lección de humildad, de humanidad y de amor, fundada en una fe en la comunidad, por la convicción profunda no sólo de lo que esencialmente somos, sino de lo que, potenciándonos mutuamente, podemos llegar a ser.[2] 



Pararse, detenerse morosamente en la estancia de una actividad, que es sinónimo de abstraerse y profundizar en ella para hacer memoria. Porque para realmente morar hay que hacer la morada, hacer habitable la casa al encender las luces ciertas del  mundo de la cultura. Hacer la casa humana en el mundo también, creando y enseñando hábitos y costumbres de contemplación y de trabajo, de normas y valores, activando nuestros contenidos latentes espontáneamente a través de la realización de imágenes prístinas, afinando el juicio al discernir las luces de las sombras, teniendo como fundamento la libertad ascendente del espíritu, luchando simultáneamente por extirpar las rémoras, combatiendo abiertamente los estorbos, los miedos, las inseguridades y los falsos modos de relacionarnos socialmente, que nos merman o nos reducen y no nos dejan avanzar.
La creación de hábitos y el rescate de nuestros valores fue el eje de su enseñanza en los oficios tanto de de grabador e impresor como de la fotografía y el diseño de imagen donde, siguiendo el modelo tradicional en la elación diaria del maestro con el aprendiz, se daba paralelamente la transmisión del un arte de la vida como un entrar y residir en el ámbito humano de la cultura auténtica, no como una pose o como la apropiación rentable de un título o de una plaza, sino como una manera de autoconocimiento y de potenciar un alma colectiva. Sitio o morada de la tradición, ‘pues, que no nos pertenece, sino al que más bien pertenecemos, que es un lugar en el que entrar y al que volver o del que somos, en el que interiormente vivimos, siendo por ello su imagen símbolo de identidad. 
Su filosofía del arte del grabado fue así una filosofía del desarrollo individual de la persona, pero también del fortalecimiento de los grupos y de las personalidades colectivas, a través del conocimiento del oficio artesanal no menos que de nuestra circunstancia y de nuestra historia, redundante en hacer historia nosotros mismos por medio de acciones y obras concretas, creativas, de carácter positivo, en el ejercicio del arte y de la libertad ascendente del espíritu. Labor que implica también el superar los escollos y rémoras del camino que no nos dejan avanzar, aprovechando incluso dificultades del medio, como son la parquedad de recursos y el aislamiento cultural que caracteriza a la provincia norteña.
Pedagogía que, adoptando el camino va al centro interior y ascendente de la persona, se realizó en un doble movimiento, que parte del exterior y va hacia adentro, del paisaje rural y urbano y de la historia local a la memoria universal y la intimidad humana, para ascender progresivamente, de abajo hacia arriba, partiendo del automatización de los movimientos y procedimientos para regular el alma inferior mediante el adiestramiento e instrucción técnica y la recepción y asimilación de la historia de las artes gráficas, escalando, en el perfeccionamiento del oficio, hasta las excelencias y florituras de la estampación, a las zonas superiores de la recreación de las formas y los contenidos de la cultura.
El romanticismo y la nobleza del maestro Tomás C. Bringas en su amor a su dama ideal, tomó la forma simbólica de la pasión por la estampa, desarrollando su oficio como un verdadero vasallaje y como una misión, en cuya entrega abnegada construyó una casa interior, ensayando a partir de ella los modos más refinados de la cortesía, practicando en el trato con las demás personas los gestos más sinceros de la deferencia y el respeto, siguiendo las reglas más refinadas y elevadas del espíritu y de la expresión verbal.








[1] Homenajes póstumos que se ha sucedido, iniciaron con la presentación de su último libro objeto de arte “Sotol: la magia del desierto líquido” el mismo día de su partida, el 18 de octubre de 2016, al que siguió un homenaje en la EPEA (UJED) a su memoria el 27 de octubre del mismo año, escuela de la que fuera principal animador y profesor por muchos años. Llegando el reconocimiento de su labor después a Chiapas, donde  el Taller Caleidoscopio rindió un homenaje póstumo al maestro T. C. Bringas, el 2 de abril de 2016, con la exposición de grabados titulada “Historia Viva”, con estampas del artista sobre la Revolución Mexicana, piezas que fueron realizadas en el Taller de Grabado "Pentágono", ubicado en la ciudad de Zacatecas. Pasando por el recuerdo de su memoria, llevado a cabo el 22 de marzo del 2016 por el Taller de Grabado La Chicharra, el cual colaboró en el homenaje póstumo “In Memoriam”, organizado por el IMAC en la Galería de las Instalaciones del Teleférico de la ciudad de Durango.
[2] Proyecto de realización plena de una comunidad, que el artista visualizó bajo la forma de una morada, de una casa compartida, expresando ese ideal utópico con la realización de la Carpeta de Grabado “El Edificio Central de la UJED”, en el año de 2008, con una monografía y grabados del propio Tomás C. Bringas, trabajados en lámina de acero con técnicas mixtas e impresas por los alumnos de la carrera de Artes Visuales de la EPEA (UJED).    





Homenaje a Tomás C. Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(2ª Parte)


II
Tomás Castro Bringas se afanó como nadie en su labor artística, al sentir la necesidad de un arte potente para enfrentar la crisis de nuestro tiempo. Crisis de proporciones intimidantes es, en efecto, la de nuestro tiempo, la cual se presenta como una falla generalizada del mundo en torno, en la que el mismo mundo se tambalea. De ahí que la obra del grabador abunde radicalmente en los claroscuros, que hunda el buril hasta herir profundamente la lámina de cobre y tocar las sombras más densas de la noche, o que de realce en el gofrado a las más claras luces del espíritu, por lo que se puede considerar su arte como el de una obra crítica.
Estado crítico, último, de la crisis de nuestra era, tiempo o mundo, en que se ha dado el subjetivismo rapante de los valores y el rampante emotivismo ético, producto del materialismo contemporáneo y del evolucionismo moderno dado en comparar al hombre con lo inferior, con lo irracional o inconsciente. Lo que ha llevado ya no digamos a la deshumanización del arte, sino del hombre mismo, que se ha quedado nudo, teniendo historia pero sin esencia redentora, complaciéndose incluso en el regodeo o en la complicidad con la vileza. Siglo antisolemne de rebeldes sin causa, caracterizado por la superficialidad y por la simulación, donde los hombres, al aparentar lo que no son, creyendo en nada, se vuelven nada ellos mismos. Época sembrada de falsificación y de confusión en los valores, degradada y excéntrica, donde abiertamente se menosprecian las ideas y la vida edificante del espíritu.
Mundo meramente materialista, en efecto, dominado por los instintos, por los impulsos, por las tendencias, por lo inferior o lo más bajo del alma o naturaleza humana, que se coloca sobre lo superior, e incluso intenta erigirse por arriba del espíritu, desconociéndolo, sobajándolo ignorándolo o volviéndolo invisible. Mundo en donde lo menos valioso, pues, se convierte de pronto en lo más potente, mientras el espíritu, celebrado como lo más valioso, se muestra impotente ante otras potencias que han venido a suplantarlo, quedando inerme frente a la síntesis de los impulsos enemigos o la rabiosa de la estética del peligro. Mundo de aletargados, de dormidos o de muertos en vida, donde lo que debía ser sujeto y domesticado se ha vuelto el amo, en una clara inversión de los valores, con la consecuente ceguera o desdén para lo más valioso. Adoradores de la nada o súbditos de Mamón, en quienes prende fácilmente la tentación animal de dominar al congénere, la tendencia a descalificarlo o hacer caso omiso de su persona, en la cerrazón y exclusión del egoísmo, en la estentórea avaricia del individualismo o en la adoración idólatra del conflicto y  los antagonismos.
Era de despótico desconocimiento de la persona, pues, no sólo en un sentido gnoseológico, sino axiológico, estimativo y práctico, donde se anula su valor para proceder brutalmente con ella. Desconocimiento y  menosprecio de la persona humana en cuanto tal, o que se complace en abatir al otro o desalentarlo, para luego utilizarlo como un utensilio o artefacto. Rebajamiento y ninguneo de la persona, en efecto, que es obra del hedonismo y el materialismo contemporáneo.





Crisis de nuestro tiempo, pues, que se especifica en la circunstancia local bajo la forma de la saña o de la agresiva befa, en la inversión axiológica de la despectiva chunga, de la agresiva befa  y del relajo, lo mismo en el delirio negativo y estéril del pachuco, que en la rigidez acartonada de la solemnidad efímera, en la esclerosis de los arcaísmos ritualizados que en la repetitiva cacofonía de la ideología, en la pobreza de miras provinciana, la xenofobia cordial contra el extraño, redundantes siempre en la exclusión del otro, usando para ello como velo de pudor lo que merecería más bien todo un manto de hipocresía. Apariencias vagas, sin embargo, sin verdadera realidad, que ocultan los complejos de nuestro ser disminuido, que pudiendo serlo todo, se conforma mejor con no ser nada. Rémoras que impiden realizarnos como individuos y que frustran la realización de una comunidad, que vaciando al sujeto de todo carácter auténtico, para medrar socialmente sin centro ni verdadera intimidad.
El arte del maestro se postuló entonces como un arte crítico, por tener que romper los condicionamientos y automatismos mecánicos que nos adhieren a la materia vulgar o a lo que es ajeno, vaciando el ser de toda interioridad e intimidad. Crítico de nuestro oscurantista tiempo en ruinas, el artista se interesó en diagnosticar también los vicios propios del mexicano, para devastarlos con los cloros del humor, el sarcasmo y la ironía. Vicios de carácter que llevan a falsos modos de relacionarnos socialmente, que van del autoritarismo ramplón a la réproba vociferación, de los atavismos con que el hombre viejo encadena y desaloja a las almas de su centro, al complejo de inferioridad de nuestra cultura imitativa.
Rémoras psíquicas y sociales, como la miseria material o moral que invitan a la perdición, como los miedos y temores que paralizan la acción o la melancolía y le nostalgia que cunden de resentimiento a la edad. Soledades ariscas, solazadas en el albur de los valores, en los petardos verbales del lépero, en el exhibicionismo inmoral del pelado, o en los estentóreos modos de dominación del macho mexicano, que cubre con una máscara de valentía la frágil inseguridad de su existencia. Realidades ariscas a las que el artista antepuso una filosofía de la persona: la exigencia de crear dentro de sí una verdadera interioridad y de construir en lo social la casa del hombre La reacción decidida ante la crisis del poder del espíritu, no se hiso esperar, diagnosticando los problemas más patentes de nuestro tiempo, lo mismo que detectando las heridas y de integración dolientes llagas del alma nacional. 





Arte crítico, en efecto, que yendo a fondo enfrentó directamente y sin rehuirlo el problema radical de la naturaleza humana, debatida entre el espíritu y la materia, desterrando tendencias y combatiendo veleidades, formando y equilibrando el espíritu para potenciar su esencia. Señalando con su poderosos buril las sombras cenagosas que roen el alma colectiva, Tomás Bringas fue dejando atrás las vacuas rebeliones e idolatrías de la sociedad tecnocrática moderna, el hueco academicismo estéril, la ceguera para los valores, la codicia del mercado, la vileza de la indistinción y la fealdad de la infrahumanidad, apoyándose entonces en una firme creencia y en una fe, que tenía como foco la comunidad y la valoración social de nosotros mismos, fundada en actos positivos y de integración, en una labor constructiva, cuyo objeto era llegar a la perfecta conciencia de nosotros mismos, de nuestra alma nacional, cristiana y morisca y rayada de azteca.
Salvación de las circunstancias culturales por la cultura misma, pues, cuya tarea fue la de potenciar nuestras posibilidades, interviniendo positivamente en ellas, en el rescate y conformación de la cultura propia, para llegar finalmente a la claridad de la realización cumplida.
Ante tan hirsuto y agreste panorama, ante el agudo problema de la positiva indistinción de los valores, la estética del maestro Bringas imaginó así una rica e ingeniosa solución práctica, consistente en afinar el criterio de lo humano a partir de su propia personalidad, en el sentido de tener claridad de juicio, de entender, de discriminar ente bienes y males, al postularse conscientemente como un habitante o morador del mundo, sabiendo a la vez que no era más que un pasajero en tierra, un ser transeúnte, transitorio, fijito, a fin de cuentas mortal, en búsqueda de la verdadera patria. Porque la extraordinaria personalidad del artista tenía, en efecto, algo del carácter del peregrino.




Habitar el mundo como ser humano, morar en la tierra como su hijo, implica el desarrollo de toda una antropología o filosofía de la persona, pero también de las circunstancias concretas y de lo mexicano, de lo que significa ser habitante de un lugar particular, para poder potenciar así tanto a las personalidades individuales como a las personalidades colectivas: para poder plenamente pertenecer. Porque lo que animaba íntimamente al maestro Tomás Bringas siempre fue la convicción del profundo valor de nuestra cultura y de nuestra alma nacional. Tarea positiva de fortalecernos como comunidad, labor crítica también, de conocernos a nosotros mismos para poder extirpar los temores, solecismos e impedimentas, para erradicar las rémoras que nos dañan e impiden avanzar, para así alcanzar el pleno desarrollo y la verdadera universalización de nuestros valores.
El genio del maestro Tomás C. Bringas, estaba poblado por fuertes contrastes y ricos claroscuros, donde convivían en perfecta armonía el sarcasmo con la alegría, la gravedad con la sonrisa afable, la generosidad al brindar a otros sus conocimientos con el imparable empuje de su dinamismo, la férrea personalidad con el sentido lúdico y juguetón de la existencia, la curiosidad por todo con la abstracción en la labor debida. Compleja y rica personalidad, hecha de profundos pliegues y repliegues, cuyos valores antropológicos se resolvieron bajo la forma de la autenticidad y de la transparencia.
Espíritu libre e independiente, del que manaba su encantadora personalidad y su paradójica humildad orgullosa, donde sin ceder al deseo de importancia ejercía una especie de abnegada solicitud, en medio de la cordial tenacidad de su ternura. Espontáneo espíritu de sacrificio que, combinado con su curiosa voluntad de tener que ver con los otros, miraba siempre de reojo el horizonte indescifrable del misterio. Empresa individual, que no se arredro ante las grandes dificultades, dando batallas cotidianas y atravesado escollos, demostrando con su entusiasmado empuje que en el arte de la gráfica todo puede suceder.
Porque su energía y dinamismo infatigable surgía de un deseo puro, de amor por la sobresignificación de la vida, donde su abnegación era un trabajo que manaba sin esfuerzo, por ser un fluir con la vida, haciendo una especie de vacío de sí para que, sin estorbarla, apareciera la verdad, que hace discernibles los valores ,obligando a quien los mira a hacerse también verdad –pero que se ocultan a quienes son mentira, a quienes simplemente no pueden reconocerlos porque no los ven. Actitud de deseo puro y de apertura, de aceptar vivir de manera transparente, que es aceptar crear, porque crear es hacer vivir algo y llevándolo a la luz. Creación que es a la vez hacer la casa y entrar en un templo, en un lugar sagrado. Arte con mirada, quiero decir, que responde y da cuenta de sí, que se explica, pero que a la vez nos necesita, puesto que pide a su vez que nosotros a su vez lo comprendamos y, por tanto, también a responderle.






 Homenaje a Tomás C. Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(3ª Parte)



III
Tomás Bringas cumplió con la misión de dotar a Durango de una obra gráfica de alto nivel  y a la altura de los tiempos, no sólo por la extraordinaria calidad artística y estética de su obra, sino también por haber sido un infatigable impulsor del oficio de la estampa en su región, siendo formador del relevo generacional y de los nuevos talentos con personalidad propia, por lo que su nombre ocupa ya un lugar de honor en la historia del arte durangueño.
El hombre es un ser de imágenes porque estamos hechos de memoria. Tomás Bringas cultivó el arte de la memoria a través de la imaginación y de la fantasía creadora, concibiendo el arte de la estampa en una de sus formas más altas: como un arte campesino que abre el surco de a tierra para sembrar en ella sus semillas de memoria, levantando simultáneamente una casa común y compartida. Su tarea fue, así, la de levantar de nuevo el mundo de los valores al hacerlos arraigar en tierra, quemando necesariamente la hojarasca dejada por la simulación y superficialidad, por el excentricismo y el subjetivismo extremo, característicos de nuestro tiempo en ruinas. Arte crítico, pues, que combatió con actos positivos el vacío espiritual y moral de nuestro tiempo, causado por la dilatada negación que conlleva la pérdida o inversión de los valores.



Como el experto marinero sorteó los escollos dejados por el individualismo feroz, que a nombre de lo social pulveriza lo social en su raíz misma, creando desequilibrios de tal magnitud y alcance que vuelven a la superficie del camino inestable y fluctuante. Modernidad líquida, en efecto, doblemente desequilibrada, sin suelo estable donde poner la planta del pie, ni punto orientador al alcance de la palma de la mano. Tormenta axiológica de la modernidad, pues, donde, en medio de la aceleración tecnológica y del  vértigo informático, que dispersarse la atención en todas direcciones, fluctúan y zozobran los valores, hundiéndose en la bruma donde se vuelven indistinguibles de los contravalores, causando la ceguera moral generalizada (adiáfora), la insensibilidad respecto de la persona y la falta de discernimiento, la pasividad o indiferencia respecto del bien y el mal morales.
Ante tan intimidante panorama, Tomás Bringas tubo que herir con sus buriles y teñir con sus barnices la placa mineral hasta tocar el fondo, para que aparecieran las escorias y los escollos del trayecto y las sombras más densas y pesadas de la noche, poniendo en evidencia los falsos modos que tenemos de relacionarnos socialmente, lo mismo que nuestros atavismos y temores colectivos, purgado así las rémoras que nos impiden avanzar, para luego bruñir el espejo de cobre y dejar aparecer entre las carnes de algodón las luces más caras del espíritu. Labor crítica de autognosis, de conocimiento profundo de nosotros mismos como individuos y como nación, cuyo objeto constructivo fue el de llegar a la caridad de la conciencia de nuestra alma colectiva, revelando tanto los sueños, ideales y objetivos que tenemos como cultura, como los medios para realizarlos y potencializar nuestras posibilidades.    
El artista, guiado por la luz de su oficio, se ató entonces al timón de su barcaza, campeando la tormenta para fluir con la vida, sorteando la turbulencia axiológica contemporánea para llevar la nave a puerto seguro, concentrando luego su atención en el desarrollo de un arte campesino,  potente para fecundar la tierra. Su obra, todavía hoy en día poco valorada y que apenas comienza a ser reconocida, sorprende, vista un poco más de cerca, no sólo por el gran volumen e intensidad de su producción, sino por la altísima calidad y magnitud de sus resultados, realizados a partir de una energía que se antoja infatigable. Su arte puede calificarse así de campesino por acometer humildemente la tarea nada menor de activar valores y virtudes desarticulados y desacreditados por la modernidad triunfante, en una labor puesta fundamentalmente al servicio de su comunidad, íntimamente ligada al valor de la producción artesanal y el rescate de la dignidad de la persona.



 Extraordinaria fertilidad creativa, pues, que manaba del centro radial de su personalidad, a la vez sarcástica y optimista, crítica y alegre, punzante y plena de generosidad, afable y no exenta de ternura. Espíritu eudemonológico fue el suyo, cuyo genio tenía como fuente inagotable de energía el deseo puro: el querer fervientemente el bien de su comunidad, a partir del cual su trabajo e imaginación creativa manaban naturalmente y sin esfuerzo. Energía hecha de entrega y de abnegación, es cierto, donde  fluir con la vida no era otra cosa que una actitud de apertura, a partir de la cual crear un espacio en blanco para dejar aparecer a la verdad. Hombre abierto y transparente, pues, que por la fe en la promesa del espíritu y la vislumbre de un horizonte futuro, halló el centro de gravedad en la autenticidad. De lo cual no podía sino desprenderse un arte esencialmente antropológico, cuya tarea fue la de cultivar el huerto de memoria, de hundirse en sus aguas superiores para traer de  sus pesquisas fabulosas sus más caras perlas y semillas prodigiosas, para luego con su arado sembrarlas y fertilizar la tierra, esperando su humedad para hacerla fecunda, hundiendo junto con ellas sus raíces hasta el fondo, para arraigar en un suelo firme como el suelo y así poder fundar la casa compartida, para en ella habitar, permanecer, para en ella morar y detenerse, participando luego en la contemplación del paisaje y en la germinación renovada de la vida.
Así, al multiplicar la semilla del grabado, que a partir de una matriz da al vente, al cincuenta o al cien por uno, gracias a la incomparable magia de la estampa, Tomás Bringas desarrolló un arte popular y campesino, potente para hace llegar sus obras originales a bajísimos costos al mayor número posible de personas, contribuyendo así a desarrollar su sensibilidad y su buen gusto. Arte popular y campesino, pues, que incorporó a su visión estética los valores tradicionales del oficio de grabador, lo que se especificó en su obra como una serie de valores eminentemente artesanales.
En principio, el inestimable valor de la maestría del oficio, esa verdadera autoridad ganada con el paciente aprendizaje y la modesta práctica, cuyos productos están bien hechos, porque están hechos lentamente y a conciencia. Todo lo cual implica un servicio y una moral: es decir, una racionalidad como valor. Porque el valor artesanal del objeto se mide entonces, no por la eficacia de la producción y la ganancia, sino por su participación en un mundo humano, al estar la obra pendiente de su fundamento: porque nos responde y corresponde, porque es responsable y se aviene a explicarse, a dar razón de su hechura, de su producción y de su sentido. Porque la obra de arte artesanal, al incorporar la duración y reflejar las condiciones en que fue hecha, al registrar que su existencia está ligada a la tierra y al trabajo del hombre, a los materiales y herramientas a la mano con que fue elaborada, expresa que no está hecha para consumirse y ser tirada, o para su uso y destrucción, sino fundamentalmente para ser amada.
Visión antropológica, poética y romántica del arte, que al incorporar los calideces artesanales a la obra es capaz de unir la apreciación estética a la caricia, y el buen gusto al realismo profundo donde, a partir del trato paciente y amoroso con la materia, puede extraerse de lo ríspido e hirsuto una dulzura, de lo agreste una suavidad y de lo lejano una proximidad. Trasmutación de los valores, pues, potente para hacer de la frugalidad una abundancia, de la restricción una norma niveladora, de la debilidad una fortaleza y de la pobreza una generosidad.  Racionalidad no de la jauría de la eficiencia competitiva, sino del valor, que destaca la excelencia de la manufactura ligada a las propiedades naturales del objeto, hecho para ser apreciado y conservado, acariciado y atesorado en nuestro corazón.   



Porque la práctica artesanal del grabado, consistente en hacer las cosas manualmente, en una labor a medio camino entre la técnica y la artesanía y entre el conocimiento y el don, implica la maestría del oficio y una idea moral del trabajo. Moral del oficio artesanal, cuyo valor de la maestría consiste en hacer las cosas a conciencia, despacio y bien, llevando tiempo su elaboración y reduciendo las ganancias a un mínimo, transformando lo que pierde por un lado en valores que ganar por el otro. El artista asumió así el contexto histórico del arte del grabado, que al sujetarse a la práctica tradicional del oficio artesanal impone por sus propios procedimientos una limitación y una traba, una dificultad y hasta una servidumbre, lo que implica una moral y una responsabilidad. Porque la obra de arte artesanal responde de su hechura, porque no está hecha para consumirse y luego tirarse, sino que está hecha para  servir: para ser contemplada y para ser amada.  Porque responde a los valores que intenta realizar, de servicio o de belleza, incorporados como valores naturales del objeto, en donde se registran las condiciones y limitaciones de su producción.



               Obras que, al preocuparse por su hechura, responden de su legitimidad o fundamento y se comunican  con nosotros, y que al realizar los valores de la maestría y de la tradición se explican y se dejan comprender, pidiendo a la vez abiertamente una comunión con nosotros. Servidumbre artesanal del oficio del grabado, que visiblemente trabaja para nosotros, cuyos valores han quedado relegados por la industria de las artes plásticas contemporáneas, desacreditados  por la técnica moderna y al vértigo del mercado, cuyos valores dominantes se orientan guiados por la eficiencia productiva o por el éxito artístico. Porque las obras artesanales no buscan la eficacia del vertiginoso aparato productivo, que en vistas aumento de las ventas y de las ganancias nos proveen de multitud bienes materiales para su consumo, a costa de  manipular la demanda sin preocuparse de su fundamento. Tampoco se preocupa por la genialidad u originalidad de sus obras o por el éxito comercial, que desdeñando la moral y servidumbre del oficio abren de par en par las puertas a la rebeldía contra las normas del oficio y la excepción de las reglas estéticas del arte, quitando la traba a la responsabilidad fundamental de su trabajo, que ya no se aviene a comunicarse, ni a explicarse o a servir, con una clara pérdida de algo esencial, ya no digamos al arte, sino al hombre mismo.
Direcciones equívocas de los valores sociales, que han dado por resultado ya seres excéntricos o salidos del centro interior de la persona -cuyos afanes de poder marchar al par con sus afanes de consumo, dejando a su paso un inmenso pudridero de detritus mezclados con los fragmentos diseminados de maravillas obsoletas-; ya artistas geniales, que con marcados déficits en materia de oficio y difíciles productos plásticos ininteligibles, desarrollan las estéticas convulsivas del gusto mórbido, que bien a bien no gusta, o del gozo formal y meramente abstraccionista que, al encerrarse sobre sí mismo e incurrir en la hedonista caída de hacia adelante de la libertad descendente, propiamente no goza. Racionalidad como eficiencia y operatividad de la originalidad, a cuya frivolidad y aceleración claramente se opone una racionalidad como valor espiritual, donde la humanidad entra en contacto consigo para comunicarse a sí misma como especie.





Valor del arte artesanal, que no sólo responde de si, sino que nos corresponde como un arte de servicio, dispuesto a trabajar para nosotros. Un arte abierto, pues, responsable, dispuesto a explicarse, a comunicarse e, incluso, a ponerse abnegadamente al servicio de nosotros. Vertiente estética cultivada pacientemente por Tomás Bringas y que halló su expresión más propia y la plenitud de su sentido tanto en la fundación de talleres como en la enseñanza del oficio, culminando su propuesta practica en la elaboración de hermosas carpetas de grabado y de libros objeto de arte. Arte campesino, de servicio, a la vez creativo y pedagógico que, a partir de la racionalidad como valor y de la servidumbre del oficio, permitió al artista incorporar una serie de valores superiores, espirituales, en la articulación de situaciones de convivencia estética y formativa.
Porque la obra de arte artesanal del grabado, al preocuparse por el fundamento y legitimidad de la obra, se interesa esencialmente también por el diálogo con las obras de arte de otros tiempos, que no remiten a tanto a su pasado, sino a su permanencia, es decir, a su ser tradicional. Tradición que no es así una traba para la renovación, el cambio o el progreso estético y moral, sino la condición misma que posibilita su existencia. Tradición que no nos necesita, puesto que puede tranquilamente sobrevive sin nuestro auxilio, depositada como una semilla árida en las obras de la cultura, que sólo necesita del agua y la tierra para su germinación; pero que, en cambio, es necesitada por nosotros, por ser el borbotón de donde nace la memoria, la legitimación de nuestro ser y la posibilidad misma de nuestra subsistencia como especie.



Así, a partir del centro radial de su rica personalidad, Tomás Bringas expandió los rayos de un arte completo y de ricas resonancias poéticas y culturales, siendo a la vez un arte campesino y artesanal, pero también misionero y pedagógico. Arte campesino, por buscar en su propio suelo ser hijo de la tierra, bebiendo de la tradición cultural de su entorno y adaptándose con total entrega a las condiciones exiguas y de aislamiento de su medio. Búsqueda también de la patria perdida, es cierto, que a través del amor a la tierra y a la cultura en la que le tocó en suerte crecer, se especificó como un amor concreto a su comunidad, pueblo, raza y nación.  Arte trascendente, quiero decir, que en el reconocimiento de una madre-patria se encontró con la evidencia de estar los hombres hechos de tiempo, de tradición y de memoria: lugar propio de la cultura al que se entra, como a una estancia, identificándose el artista hasta la raíz con esa alma colectiva, a la que sin residuos quiso servir para pertenecerle plenamente. 





                                          Homenaje a Tomás C. Bringas
Por Alberto Espinos Orozco
(4 Parte)


IV
Ante la urgencia de responder a la pregunta sobre qué es ser hombre, de que significa ser un habitante, un morador del mundo  entre los hombres, el artista respondió dando testimonio de lo que hacemos entre nosotros, expresando aquello que nos ocupa, por lo que tuvo que hundir en la tierra su raíz de hombre para sembrar y cultivarla: para levantar de nuevo la morada y cultivar al hombre. Ser hombre es, esencialmente, vivir entre los hombres, realizar actos que por su propia naturaleza tienen a otros hombres por objeto: es convivir con otros hombres, no solo coetáneos, sino también distantes en el tiempo y lejanos en el espacio o disetáneos. A la vez, puede definirse al hombre como un ser de logos y memoria, que se educa en la palabra y en la imaginación al convivir con otros hombres. Función general de su existencia es educarse entre otros hombres, pues todos estamos educamos mutuamente en un proceso que no termina sino con el fin de la existencia.  Tomás Bringas potencializo la esencia social de la existencia humana especializando la función general pedagógica de la vida, pues asumió que tarea del hombre es a la vez la de un ser social que tiene que cumplir con una misión trascendente
El arte de Tomás Bringas puede calificarse así de campesino y artesanal, y a la vez como un arte misionero y pedagógico. Después de estudiar en la EPEA, marchó a la ciudad de México para titularse en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos de la UNAM (1984-1994), desarrollando luego profesionalmente su pasión y gusto por la estampa esencialmente como un arte de servicio social a su comunidad, con estricto respeto y apego a la memoria y a la tradición.








Al cultivar con singular pasión y decidida entrega el oficio de grabador, abonando y sembrando con sus obras la tierra dormida de memoria, Tomás Bringas fue despertando a la par un arte misionero, no sólo en lo que tiene la estampa de cultivo de la sensibilidad popular, sino también poniendo su impulso decidido al servicio en la  formación de otros hombres, hasta llevarlos a las formas y contenidos más elevados del espíritu. Arte a la vez misionero y pedagógico, prácticamente franciscano, cuyo sencillo evangelio civilizatorio, fundado en la moral del oficio, no era otro que el de la fraternidad y el humanismo; el de la convivencia pedagógica diaria con otros hombres en la tarea común de incorporar calidades en la obra y, a través de ese proceso, lograr habitar naturalmente en el mundo ideal de los valores, logrando la participación del hombre en ellos o su encarnación: construcción, pues, de la casa del hombre, del cultivo del espíritu, de la casa cultural en que morar, en la cual participar y morosamente dilatarse y detenerse, y a la cual finalmente permanecer.
Desarrollo de la formación que va de abajo hacia arriba, de la enseñanza y aprendizaje de hábitos y destrezas técnicas, a la educación de los valores estéticos y morales indisolublemente unidos a una visión del mundo y a una jerarquía ontológica. Por un lado, formación del alma inferior, de los impulsos y las tendencias, mediante el desarrollo de la atención y la adquisición de normas interiores de conciencia, ligados a la hechura y discriminación de valores artísticos en el aprendizaje del oficio. Por el otro, la adquisición del refinamiento y el buen gusto a través de la adopción, asimilación, familiarización y recreación de los contenidos y formas de cultura estética del oficio de la estampa, enriquecedores del alma superior en el sentido de la libertad ascendente del espíritu.








El arte de servicio y pedagógico desplegado por Tomás Bringas estaba animado por la generosidad, propia  del eros pedagógico: por el gusto y afán de enseñar a otros, de compartir sus conocimientos, de ser padre espiritual, de ver crecer aquello que se sembró y desarrollar una personalidad propia, plena y totalizada. Hombree de servicio, cuya mayor satisfacción radicaba en articular situaciones de convivencia estética y formativa, desarrollando aptitudes y predisposiciones de carácter, descubriendo talentos e impulsando vocaciones -virtud, en efecto, que no tiene otro nombre de la generosidad. Orgullosa humildad, pues, que adaptándose a las condiciones del medio y superando la fatiga del esfuerzo, supo contagiar a otros el entusiasmo de su empresa, a la que se entrego enteramente, positivo y optimista y sin ningún resabio de amargura. Porque sorteando los escollos de la travesía y los rigores de la tormenta tardomoderna, supo siempre revertir las condiciones desfavorables y los problemas mediante fórmulas novedosas y creativas para salir adelante, haciendo de la necesidad virtud, de la rugosidad hirsuta del medio una tersura, haciendo, por decirlo así, rodar las piedras del camino.
Hombre de provecho, dedicado a servir a su comunidad, que asumió su tarea pedagógica como una alta misión de despertar conciencias, activar potencias, descubrir talentos y desarrollar vocaciones, el maestro Tomás Bringas impartió sus conocimientos en la Universidad José Vasconcelos de Durango, siendo de 2002 a 2015 maestro de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la UJED (EPEA), donde impartió las cátedras de Dibujo, Fotografía, Medios Audiovisuales, Serigrafía y Escultura, encargándose también de desarrollar en ella el oficio de impresor y las nuevas técnicas de estampación.[1] Siguiendo el modelo del compañerismo y aun el de la fraternidad, el artista  siguió el método ancestral de la enseñanza del maestro-aprendiz, que pide la convivencia diaria en la adopción de habilidades, criterios y virtudes.
A Tomás Bringas se debe, así, el resurgimiento de los talleres de grabado y estampación en la EPEA, viniendo a tomar el relevo real en el tiempo a los viejos talleres de cerámica, vidrio soplado y textiles, que muy a  pesar de sus grandes logros a nivel nacional, fueron menguado, al ser dejados de lado por las autoridades en pro de las nuevas tendencias del arte contemporáneo. Gran animador de la comunidad estudiantil, el artista halló en sus últimos años, en la satisfacción en el cumplimiento de su deber como maestro, la coronación práctica de su carrera profesional.
Su tarea como grabador e impresor, que se prolongó ininterrumpidamente por más de 30 años, estuvo siempre estrechamente ligada a su vocación educativa de formación de profesionales y del despertar de la conciencia estética. Su arte misionero y pedagógico están por ello ligado estrechamente a la fundación de un sinnúmero de talleres de grabado. Su labor como maestro de la estampa comenzó con la fundación del Taller de Grabado del Desierto de los Leones donde, teniendo como a asistente al artista Hermenegildo Martínez,  enseñó la magia y el respeto por el oficio a importantes artistas de su generación, quienes posteriormente desarrollarían esa veta en su expresión artística fundado sus propios talleres, como son: su paisano de Santiago Papasquiaro, el durangueño José Luis Corral (Taller Arteria), Marco Antonio Platas y Felipe Cortez, egresados de La Esmeralda, donde aprendieron los rudimentos del oficio con Ignacio Manrique, quien con Benjamín Domínguez y leo Acosta habían inventado el grabado abstracto en México, en el Taller Profesional del Grabado.






Luego de pasar por el taller Editorial de la UJED, donde dejó muchas muestras de su calidad como artista en memorables carteles, libros folletos, tarjetas de presentación y anuncios, como fue el libro Cartuchos de Cañón del Dr. Enrique Arrieta Silva, estampado con viñetas a  manera de timbres postales en su portada envuelto en sobre amarillo añil,  o la revista “Fragua” del lingüista José Reyes González y Juan Manuel Almonte, prosiguió su labor magisterial con el Taller Experimental de Grafica, situado en los altos de un viejo hotel en la calle de Juárez, en la ciudad de Durango donde, teniendo como asistente a Nuria Montoya, impartía a todo el mundo lecciones abiertas del arte de la estampa. Viajó luego a Chicago, donde alterno el trabajo de constructor con la colaboración en el Taller Mexicano de Grabado (Mexican Print & Making Work Schop) en la década de los 90´s, al lado de los artistas mexicanos René Arceo y Nicolás Tesas, siendo parte clave de la exposición y carpeta de grabado y exposición itinerante titulada “Santitos”, que logrará importante reconocimientos internacionales en países como Alemania y Japón.




De vuelta a su Durango natal, Bringas continuó con la fundación de su talleres con el Taller Mexicano de Grabado, teniendo disímbolas sedes, siendo acogido más tarde por el IMAC, contando con el apoyo de Jesús Alvarado desde 2010, en donde fundó definitivamente, en el año de 2011, el Taller Perro Bravo, dándose a la formación de más de 30 aprendices. Periodo del 2010 al 2013 en el que el artista alcanzo granes resultados pedagógicos, organizando paralelamente una importante labor de difusión cultural con más de 18 exposiciones de grabado, destacándose a muestra “Cien Años del Grabado en México” en celebración a los 99 años del nacimiento de José Guadalupe Posada, que fue acompañada con la conferencia “La Mexicanidad Vista por el Arte”, y la exposición, en mayo de 2012, en honor al descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg, titulada “Tipo, Cali, Lito… Grafía”, celebrada en el ITD, siendo reconocida por la institución por la alta calidad técnica, expresiva y estética de las obras, estando actualmente la colección bajo el resguardo de las autoridades del IMAC. Actos que fueron rubricados por el maestro Bringas en el mismo periodo con el Curso Intensivo de Xilografía, dirigido tanto a profesionales como a los aficionados y al  público en general.  





Por último, aunque en la EPEA no tuvo propiamente la cátedra del Taller de Grabado, desarrolló un cerrado tejido de pedagogía  interdisciplinar, tanto en la experimentación como en la impresión de estampas y libros objetos de arte, poniendo así en práctica sus enseñanzas teóricas en las técnicas de xilografía, huecograbado o calcografía, punta seca, aguafuerte y aguatinta, mezzotinta, reducción, fotograbado, litografía, litografía en seco y grabado no tóxico. Enseñanza que combinaba con el respeto por la tradición y la enseñanza de la historia del arte -historia que no empezó con nosotros ni terminará con el individuo, punto de partida en radical contraste con nuestro época, tan enfrascada con su tiempo y con las frivolidades de su engolosinamiento vanguardista, que ha perdido incuso toda noción del tiempo. Producto de esas empresas es el libro Taller de Grabado “Perro Bravo”. Arte Joven. Catálogo, publicado por el IMAC en el año de 2015, volumen que refleja fielmente el logro de haber dotado a Durango, gracias a sus enseñanzas, de una memoria gráfica a la altura de los tiempos .[2]






Su método de convocatoria fue así el de una graciosa actitud incluyente y de generosa humildad, consistente en prestar ayuda y de pedirla; de brindar a otros generosamente sus conocimientos, para luego pedir su asistencia en un proyecto común, bajo esa otra forma de dar, que es el pedir, como quien invita a una celebración y a una fraternidad. Pedir, pues, que entrañaba en su núcleo el misterio de un regalo: en de la celebración de una fraternidad que baila ante un altar, que baila para celebrar el arte de la cultura, de la trasmisión de una tradición y el del despertar de una memoria.
Arte de la convivencia, pues, que se presentó como una verdadero arte de la vida, su enseñanza dejó rápidamente atrás los convencionalismos constrictivos del academicismo, las abstracciones de los hueros vanguardismos, o los tallados tradicionalismos cacofónicos, encallados en saberes sordos  o muertos, heterónomos sin verdadera creatividad, estancados en su inútil roer sus huesos especulativos, para desarrollar entonces en la plena autonomía de su oficio una labor autentica  expresión y experimentación artística, ceñida fielmente al espíritu de la escuela y a la tradición. Libertad artesanal, quiero decir, que poniendo una limitación a la inventiva, una traba a la originalidad y una dificultad a la eficiencia, encuentra su legitimidad y fundamento en el trato amoroso con la materia, en la excelencia y pulcritud de la manufactura, en el logro de la perfección de la maestría que, pasando los grados de la competencia, la floritura y la excelencia en la realización e impresión de las imágenes, logren reflejar, como valor añadido, las condiciones escasas de su realización.




Continuación de la Escuela Mexicana, pues, no atenazada por dogmas y que se prolonga en el tiempo bajo un mismo espíritu tradicional y moderno, que afianza lo propio para alcanzar lo universal, respirando de las mismas enseñanzas, reglas y normas, pero sin repetir imágenes o actitudes fallidas, sino buscando en la periferia tanto como en el interior de la persona su validez y su verdad. Así, el profundo movimiento en el arte gráfico contemporáneo durangueño, detonado y dinamizado por el maestro Tomás Bringas al través de la enseñanza en inúmeros talleres y en la EPEA, se especificó así como una tarea esencialmente antropológica y civilizadora, pues el artista cumplió con la misión de sembrar en otros el gusto por el conocimiento de su disciplina artística, creando y desarrollando, en la concentración de la atención, hábitos y destrezas artísticas y refinamientos estéticos, decantados en la adquisición de una conciencia despierta y en la sencilla adopción del buen gusto, tanto como en la maduración del propio estilo, que son las metas más altas que se pueden alcanzar en la formación y dignificación de la persona.












[1] Los orígenes de la EPEA se remontan al año de 1952, cuando en septiembre se iniciaron las clases de dibujo en los altos del Edifico Central de la UJED por parte de Francisco Montoya de la Cruz. A la cátedra de Dibujo se fueron sumando las de Pintura, Modelado, Historia del Arte, Dibujo Constructivo y Anatomía, convirtiéndose pronto en un gran polo de atracción y expresión para la sociedad durangueña. La EPEA fue reconocida oficialmente el 10 de febrero 1955, cuando era director de la UJED el Lic. Ángel Rodríguez Solórzano y Gobernador de Durango el Lic. Francisco González de la vega. La escuela, obra maestra de Francisco Montoya de la Cruz, de la que fue inventor y director activo de 1955 a 1988, se preocupó desde un principio por las artes populares, consideradas generalmente como menores o aplicadas, al grado de incluir una serie de talleres artesanales, principalmente el Taller de Fundición para la Escultura, a cargo del propio Montoya de la Cruz,  y el Taller de Talla Directa, pero que fue incluyendo al Taller de Cerámica, el Taller de Textiles y el Taller de Vidrio Soplado, junto con el Taller de Decoración, a los finalmente se sumaron el Taller de Vitrales y el Taller de Estampado. El 15 de junio de 1962 se inauguraron las nuevas instalaciones de la institución educativa por el presidente Adolfo López Mateos y el gobernador Francisco González de la Vega. Junto con ello, en lo que ahora son las nuevas instalaciones de la EPEA, Carretera a Mazatlán, Anillo Circunvalación S/N, se fueron desarrollando los Laboratorios de Investigación Química, desarrollando de la mano del propio Francisco Montoya de la Cruz, profundas investigaciones sobre arenas y pigmentos, aplicados luego tanto a las resinas epócsicas de la pintura como a la decoración de hermosas jarras y vasos trasparentes, que fueron símbolo por muchos años de la manufactura durangueña y que, junto con los zarapes regionales, todavía se alcanzan a ver el Kiosco de la Plaza de Armas, conocido también como Salón de Exhibición y Venta “Los Tlacuilos”, de la señorial ciudad norteña, que el mismo Montoya acondicionó para la distribución y venta de los productos elaborados en la escuela. En 1968 se creó, como foro de exposiciones de la EPEA, la Galería “Los Tlacuilos”, desde el 2002 denominada, “Francisco Montoya de la Cruz”, en la calle Bruno Martínez número 137 Sur, y en 1974 se comenzó a editar la revista “Andamios”. La escuela ha tenido posteriormente como directores a Donato Martínez (1988-1993); Marcos Martínez Velarde (1993-2000); José Candelario Vázquez (2000-2012); Irma Leticia Ontiveros (2006-2012), y; José Manuel Jiménez (2012-2016). Siguiendo la revaloración de lo propio llevada a cabo por la Escuela Mexicana de Pintura, pero también inscrita en las raíces mexicanistas de la UJED, la EPEA se encuentra bajo la advocación del dios prehispánico Huehuetéotl, ostentando la escuela una escultura monumental de la arcaica deidad teotihuacana. Huehuetéotl, el Dios del Fuego, es el Dios Viejo, muy venerado por los antiguos mexicanos, que lleva sobre la cabeza un inmenso brasero o Tecuil,  es el dios del centro donde se cruzan las cuatro regiones del cosmos, teniendo una relación vertical con los tres mundos, con el cielo por su relación con el sol, con la tierra por su poder fertilizador y de transformación, y con el inframundo por su relación con la muerte. Está íntimamente relacionado con Xuihcóatl, o la serpiente de fuego, deidad que lleva un cuerno en la nariz y está rodeado de siete estrellas, quien transporta al sol en su camino por las estrellas y que se identifica con el mismo Huehuetéotl, apareciendo en el Calendario Azteca bajo la forma de una doble serpiente. Patrono del fuego, está relacionado con los ciclos mexicas de 52 años, indicando entonces la regeneración de la vida y del mundo y la restauración del orden social, siendo así símbolo de un agente purificador. Se relaciona también con Huitzilopochtli como símbolo del día, y con Tezcatlipoca como símbolo de la noche. También se le asocia al conocimiento y a la libertad humana, que al decidir por sí mismo se separa de los dioses. Fundador del mundo  se le asocia y aún se le identifica con Ometéotl, entidad generadora y sostenedora del universo y que habito bajo la forma dual de Ometecutli y Omecíhuatl el 13avo cielo. Se le llama entonces solemnemente Tateo Innan Tateo Inta: Madre y Padre de los Dioses; o Tocanla, Padre Unitario. Huehuetéolt se relacionaba en Teotihuacán con el mito de Nnahuatzin, sacrificado para transformarse en el astro rey, en su acepción de Tota, que la valencia macho y fertilizadora o Nuestro Padre. Dios de la vitalidad que concede la cohesión familiar, Huehuetéotl es entonces el dios de hogar, por estar sentado en el centro del universo, sitio del poder regenerador, por lo que también está ligado a los momentos precisos de transición, donde se abren los periodos de purificación, transformación y regeneración, relacionado por tanto a los tiempos específicos de cambio el mundo.  Es entonces el fuego como elemento sacralizado, que define y enlaza los diversos ciclos y procesos sociales, naturales, rituales y míticos.
[2] Taller de Grabado “Perro bravo”. Arte Joven. Catálogo, Perro Bravo Artes Gráficas Ed.  IMAC y Ayuntamiento de Durango. 2015.












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