Ricardo
Milla: la Cifra de las Horas y el Puente de los Años
Por
Alberto Espinosa Orozco
(1a de 13 Partes)
“Los hombres dicen que los tiempos son malos,
que
los tiempos son difíciles:
vivamos
bien y los tiempos serán buenos.
Nosotros
somos los tiempos:
así
como somos nosotros, así son los tiempos.”
San Agustín
I
El recorrido de Ricardo Milla Hierro (1974) por el arduo territorio del
arte es, en mucho, análogo al del pasajero, al del peregrino en tierra, el del
artista que va en búsqueda de la patria perdida, que ha sido siempre la
belleza.
Su libro 5, 475 Días Después, dividido en dos partes en cierto modo
opuestas y complementarias, como el día y la noche, como la temporalidad y lo
eterno, como lo finito y lo infinito o la luz y las tinieblas, desarrolla,
paralelamente a su elegancia compositiva clásica, el recuento de su labor
creativa por los últimos tres lustros, de 1999 a 2015, desde que era periodista
en Monterrey a su labor ininterrumpida como artista plástico en Durango. “¡Artists!,
Artists!. Artists!”, es así una lúcida reflexión, una convocatoria y
una invitación a pensar, dirigida a los creadores, pintores, críticos,
escritores, coleccionistas, intelectuales, periodistas y arquitectos, al gremio
todo de los creadores, pues, sobre la problemática del quehacer estético
contemporáneo.[1]
Su obra, realizada a partir de ese
centro cultural de la provincia mexicana, que es Durango capital, azotado por
largo tiempo por el aislamiento, articula, con una mirada tan alegre y cordial
como crítica y penetrante, una serie memorable experimentos visuales, de
ensayos plásticos e instalaciones móviles. Sumando en su recorrido e
infatigables exploraciones 5,475 días de trabajo, experiencia y existencia, que corresponden, en sus
innumerables correrías, encuentros, aventuras experimentales y desafíos conceptuales, al modulo vital
de su primera madurez como creador y como persona. Ciclo vital que se acopla al modulo por excelencia de las generaciones, encabalgadas tres de ellas en cada momento de la historia, separadas por periodos de una longitud de 15 años o tres lustros. Situación que llevada al límite se expresa con la frase del oscuro Heráclito: "El hombre puede ser abuelo a los 10 años".
Espacio de tiempo abierto al recuento y que ahora se cierra, como un
respiro, en el balance de los años transcurridos, ingiriendo en sus impresiones
las correspondencias necesarias con la vida cultural y antropológica de la
región, así como sus singulares reverberaciones en los grandes centros mundiales del arte –dejándonos sus
expresiones, como la piedra arrojada al pozo de agua, empero, con un regusto en cierto modo amargo,
de vacío y de sordera, incluso de exasperante parálisis y esterilidad, de crudo
excentricismo, dispersión y enajenación mental, como si sus ondas no lograran
suavizar el oleaje centrífugo y de tormenta que se agita insensible en su
derredor.
La tarea de Ricardo Milla, sin embargo, ha sido durante todo ese lapso
cronológico, la de concentrarse en el desarrollo estético y conceptual de unos
cuantos temas, estrechamente vinculados entre sí, cristalizando su obra en dos
motivos profundos de reflexión filosófica que giran en torno del arte: el de lo
estático y el de la estética misma. Mundo de la reflexión, y por tanto doble,
en donde el artista se preocupa y ocupa con esos dos conceptos cardinales de la
razón estética, insistiendo n ellos hasta calar en su fondo y profundidades
metafísicas, a partir de una serie de discursos visuales, en cierto modo
cinematográficos, cuyo objeto es la recuperación de un centro. Camino del
centro, en efecto, es el de Milla: el de la metaxis
o mesotes de los griegos, en donde
hallar el equilibrio de nuestras potencias y la armonía de su verdadera
naturaleza, estabilizando de tal forma a la vez nuestra relación con los otros
y con el mundo. Búsqueda de armonía, del orden y del equilibrio y de la belleza,
que al situarse en medio de una aguda crisis de decadencia cultural, tiene
necesariamente que utilizar ingredientes de la crítica, apelando paralelamente
a nuevas formas y contenidos estéticos, y al uso inéditas herramientas de trabajo, provenientes
de la industria de la comunicación tardomoderna, decantando se obra en una
especie sui generis de “minimalismo
conceptual”, de carácter evocador e impresionista,
Artista comprometido con las categorías más elevadas de la estética, que
son el resplandor y la hermosura, Ricardo Milla propone su trabajo como un fiel
testimonio de nuestro tiempo, siendo a la vez una meticulosa y morosa reflexión
sobre el tiempo mismo: sobre los tiempos que pasan, para irse definitivamente,
o que corren a cumplirse . No sólo de los tiempos que vemos y vivimos individualmente, cada uno
de nosotros, cada día, sino del tiempo de todos, de lo que nos pasa en tanto comunidad y, más en
general, por el hecho mismo de ser hombres.
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