Biografía de Manuel Guillermo de Lourdes: Primer Muralista de Durango
Por Alberto Espinosa Orozco
(Primera Parte)
“El hombre feliz es el que
cree serlo o el que se lo propone.”
Guillermo de Lourdes
I
Residió sus primeros años en Aguascalientes y luego en Valle de Bravo,
y durante su juventud realizó sus
primeros cuadros, en 1911, sobre tópicos de la Revolución Mexicana. Los
cartones fueron hechos sin finalidades económicas, o para merecer un puesto, sino como un comentario crítico sobre su
realidad dramática y terrible, que vio y vivió como una verdad candente y
precisa.[1] Época en la que sufrió largas pobrezas, empeñándose, sin embargo, en la
disciplina diaria: en el dibujo y la pintura, observando las escenas
callejeras, los paisajes, los animales, los árboles, las actitudes de las
personas impresas en sus gestos y sonrisas. Por ese tiempo de juventud llegó a
coleccionar más de 3 mil dibujos, preocupado por esos años en encontrar un
símbolo que representara a Jesucristo, Señor Nuestro, pues ninguno de los
cuadros que llegó a conocer realizaba el ideal que tenía del Rabí. Además de elaborar una serie de cuadros sobre la realidad del mundo en torno, dramática y
terrible, el joven artista hizo una serie de imágenes sacras, pintando de
rodillas, usando silicios, comulgando a diario y dedicando largas horas a la
oración. Entre esas imágenes contaba un San Estanislao Kostka (1550-1568), el
novicio polaco de la Compañía de Jesús que predijo su muerte en Roma a los 18
años de edad, un San Luis Gonzaga y una Virgen María, más la decoración de un
bautisterio. Su ideal de vida era, así, por ese tiempo, purificar religiosamente su
juventud, como una preparación para la santificación, para que Dios realizara
en él su voluntad -lo que bien puede llamarse, pues, una perfecta mística cristiana.
Su primer viaje a Europa lo realizó de pequeño, en brazos de su madre.
Siendo aún joven, antes de 1913, realizó su segundo viaje al continente
europeo, emprendiendo así su segunda gran circunnavegación platónica. Cuidándose de que
nadie lo viera, se instalaba en la proa del barco para rezar tres credos,
encomendándose a la divinidad. Desembarcó en Hamburgo, entusiasmádnosle con las
ciudades de Múnich, Berlín y Chalotemburg, al grado de querer entrar a una
academia alemana de arte, cosa que su madre le prohibió, ordenándole que
marchara a España.
Radicado en Madrid, entra a estudiar al taller del iluminista valenciano
Joaquín Sorolla y Bastida (1863-1923), quien tenía como lema: "La vida es luz. Por lo tanto cuanto más luz hay en las pinturas más vida, más verdad y más belleza." . En 1920 Sorolla rememoraba así figura: “Cuando llegó a España era éste muchacho un pintor distinguido y digno
de estimación; sin embargo en mi estudio comenzó a trabajar como el más modesto
de los principiantes, hasta que logró demostrarnos su fuerza, su estupendo
color y su gran talento.”
Traba amistad y trabaja con el artista aristócrata Daniel Vázquez Díaz
(1882-1969), interesante pintor vanguardista que desarrollaría en “neocubismo”,
amigo de Picasso, Juan Gris y Modigliani, y de los escritores Pio Baroja, Juan
Ramón Jiménez, Rubén Darío, Manuel
Machado y Amado Nervo. Llamándole la atención el trabajo de De Lourdes por
hacerse de una técnica suya y realizar un mundo de él –tal vez no tanto
luchando por deshacerse de las maneras que le habían inculcado sus maestros,
sino por asimilarlas de un modo personal.
Alfonso Reyes, embajador de México, se ocupa de su caso, brindándole una
serie de atenciones y preocupaciones desinteresadas, y lo encamina con el
pintor asturiano Darío Regoyos y Valdés (1857-1913), importante artista
considerado como el mayor impresionista ibérico, quien fue más allá de la
España sombría de su tiempo y su visión desgarrada de la realidad, superando el
naturalismo al introducir una paleta clara en su obra, logrando imágenes de
hermosos efectos luminosos y atmosféricos que incorporan las metáforas del
simbolismo y alcanzan incluso el expresionismo –por lo que fue una referencia
indispensable para los nuevos artistas españoles, como Picasso.
Entra después a estudiar al taller del pintor costumbrista vasco Ignacio
Zuloaga y Zabaleta, con quien completa
su formación, trabajando en Madrid con fe y disciplina, con fervor y
entusiasmo. El Taller de las Vistillas del famoso pintor vasco Ignacio Zuloaga,
era todo un centro cultural, siendo frecuentado, entre muchos otros, por el
filósofo José Ortega y Gasset y el músico Manuel de Falla. La influencia de
Zuloaga así como su concepción de la
composición e ideal de la cultura y la belleza
será notable a todo lo largo de la obra de Guillermo de Lourdes.
Hay que recordar que Ignacio Zuloaga Zabaleta (Guipúzcoa 1870-Madrid
1945) fue uno de los principales pintores españoles de entre siglos, famoso por
sus cuadros costumbristas y sus retratos. Desarrolló un estilo naturalista de recio
dibujo y oscuro colorido -influenciado por los maestros del Renacimiento y por
Goya, Rivera, Zurbarán, el Greco y Velázquez. Su fama comenzó cuando estudió en
París y trabó amistad con literatos franceses, pero sobre todo con los artistas
vanguardistas Toulouse Lautrec, Jaques Emile Blanche, Degas y Gauguin,
exponiendo en el Salón de los Independientes junto con Gauguin, Van Gogh,
Toulouse Lautrec y Degas. Aunque rechazó adherirse a los movimientos
renovadores de la pintura, huyendo del simbolismo y el impresionismo, se
considera la parte gráfica de la Generación del 98. Fue amigo de del pintor
Pablo Uranga y de grandes figuras de la época, como el poeta Rainer María
Rilke, el escultor Auguste Rodin, el músico Manuel de Falla, Juan de la Encina,
el Dr. Marañón, Ramón del Valle Inclán, Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset,
muchos de los cuales se reunían en su famoso taller madrileño en el barrio de
las Vistillas. La crítica internacional lo situó al lado de pintores como James
Ensor, Pierre Bonnard y Max Liebermann. En la guerra civil española tomó
partido por la falange nacionalista del generalísimo Franco, de quien pintó en
1940 un retrato adulatorio. Su costumbrismo y nacionalismo se resolvió
finalmente en la celebración de temas populares de un sentido conservador y
prácticamente xenófobo, por lo que fue duramente confrontado por los artistas
jóvenes que le sucedieron.
En el taller de Zuloaga conoce al artista realista vasco Aurelio Bibiano
de Arteta (1879-1940), influenciado por los impresionistas Toulousse Lautrec y
Gauguin, quien pinta paisajes urbanos de los barrios obreros y rincones
deprimidos, rescatando a la vez la pintura mural, por influencia del
Renacimiento Italiano, ocupado por esa
época en decorar el Banco de Bilbao de Madrid, con una famosa serie de frescos,
por lo que poco después sería nombrado director del recién creado Museo de Arte
Moderno de Bilbao.
Ahí mismo traba relación con un extraño personaje y pintor admirado,
respetado y escuchado por Zuloaga: Francisco Iturrino González (1864-1923), el
gran fauvista y acuafortista español, quien vestía como pordiosero, sosteniendo
que en la paleta “más que colores, hay
que poner sustancia testicular”.
Guillermo de Lourdes lo frecuenta a consejo de su maestro Zuloaga, quien
lo envió con él para quitarle la timidez.
Iturrino era en realidad un hombre extraordinario: expuso dos veces en París
con Picasso y luego adoptó la influencia de Matisse en su obra. Iturrino,
hombre generoso y artista sensible, se refirió al pintor mexicano con subidas
expresiones de reconocimiento: “Manuel Guillermo de Lourdes es un pintor y
colorista –no colorinista- como los hay de gran nombre. Tiene la preocupación
de los grandes clásicos de la pintura: mejorar cada día su oficio, ampliar sus
capacidades, y mostrarse menos en cenáculos y salones de sociedad. Su arte es
una ambición de altura; su técnica es densa y plástica, llegando a veces, por
medios simples, a la perfección y el dominio. Esas cualidades definen a una
figura relevante en el arte de la pintura”.
El artista mexicano entra a formar parte de la tertulia de Zubiaurre, Juan Gris, Pinazo, Banbiuren, Juan Echevarría, Néstor de Torre y Julio Romero de Torres.[2]
El pintor mexicano asiste a los Salones de Otoño, y vende sus cuadros, especialmente retratos, dejando algunas de sus obras en los salones aristocráticos, gozando de éxito en exposiciones, prensa y comentarios. El mismo Julio Romero de Torres, al ver sus trabajos en el último Salón de Otoño, confesándose amigo de verdad, expresó abiertamente su admiración la emoción extraordinaria que le causaron, reconociendo sus condiciones admirables de pintor, su gran sensibilidad y dibujo vivísimo, así como su interpretación de la vida, tan emotiva y tan personal.[3]
No sabemos a ciencia cierta en qué fecha Manuel Guillermo de Lourdes viajó a París, gracias
a una recomendación expresa de Zuloaga, para estudiar por dos años en el Atelier
del genial escultor Auguste Rodín (1840-1917), en París. Aquella estancia se celebró en los años finales de vida del divino viejo. Lo cierto es que De Lourdes, quien dominaba a la perfección el francés como
lengua paterna, asimiló por esa época el método pedagógico de Rodin, heredado
de su primer maestro de dibujo en la Escuela Imperial de Dibujo y Matemáticas, Horacio
Lecoq de Borsbaudran, cuyo objetivo era la búsqueda de la individualidad del
artista, en base a la observación directa, y el entrenamiento de bosquejos del
natural, con el fin de desarrollar una vívida memoria plástica. También el amor por la perfección y el estudio de la anatomía humana y animal, de la que Rodin fue un gran estudioso a partir de las enseñanzas de su maestro Bayre en el Jardin de Plantes, Trabajando como ayudante en el Atelier de modelado del genial escultor, De Lourdes se
familiarizó con las obras del gran artista: con “La Puerta del Infierno”, coronada por “EL Pensador”, que tardó más de 30 años en lograr, incluyendo la magna obra una serie de figuras que el artista realizaría en gran formato, como "Las tres Sombras", "Dánae" y "El Beso"; con “La Edad de
Bronce”, obra que suscitó la envidia por su perfección anatómica; “El Hombre de la Mancha”; el “San Juan Bautista”; “Los burgueses de
Calais” y; con los dos monumentos a Víctor Hugo. Luego de que su obra de Rodin fuera
reconocida universalmente en 1889 en la Exposición Mundial de París, en el Palace
de L´Ame, presentando Rodín 170 esculturas y algunos dibujos, recibió peticiones
de todo el mundo, en tal número que tardaría 500 años en cumplir, por lo que trabajó incesantemente hasta el último de sus días. Gozando su
obra de reconocimiento universal viajó más tarde a España, donde conoció a
Alfonso Reyes y fue amigo de Ignacio Zuloaga. Murió en París, en 1917,
descansando sus restos junto con los de su mujer Rose Beuret, en los Jardines de la Villa de los Brillantes
de Mendón. Imposible no mencionar aquí a su discípula, modelo, musa y amante por un tiempo, Camille Claudel (1864-1943), quien posó para él y colaboró en algunas esculturas de "La Puerta del Infierno".
Conjugación de riquísimas experiencias artísticas que Guillermo de Lourdes fue aglutinando en su viaje por Europa, enseñando por su paso en La Laguna, muchos años más tarde. Con voz culta y vivaz relataba sus vivencias evocando a los grandes artistas que trató, como discípulo o en sus talleres, dibujando sus contornos como si estuviesen "de cuerpo presente", haciendo revivir sus imágenes ante su auditorio con gran lujo de detalles y sazonadas anécdotas. En alguna ocasión le confesó a su ayudante y discípulo de Matamoros, Manuel Muños Olivares, que la misión del artista es la de viajar hasta los más humildes rincones de la tierra para agasajar al hambriento de espíritu de belleza con los más abundantes manjares, dando con su obra a conocer de su existencia, cumpliendo de tal manera su tarea en el mundo -a la manera, pues, de un testimonio.[4]
Conjugación de riquísimas experiencias artísticas que Guillermo de Lourdes fue aglutinando en su viaje por Europa, enseñando por su paso en La Laguna, muchos años más tarde. Con voz culta y vivaz relataba sus vivencias evocando a los grandes artistas que trató, como discípulo o en sus talleres, dibujando sus contornos como si estuviesen "de cuerpo presente", haciendo revivir sus imágenes ante su auditorio con gran lujo de detalles y sazonadas anécdotas. En alguna ocasión le confesó a su ayudante y discípulo de Matamoros, Manuel Muños Olivares, que la misión del artista es la de viajar hasta los más humildes rincones de la tierra para agasajar al hambriento de espíritu de belleza con los más abundantes manjares, dando con su obra a conocer de su existencia, cumpliendo de tal manera su tarea en el mundo -a la manera, pues, de un testimonio.[4]
Iniciando una promisoria carrera como pintor, se casa en España con
Eloísa Navarro Andrade, con quien procrearía dos hijos: Guillermo y Eloísa, quienes luego de la muerte del pintor vivirían
en San Luis Potosí. No sabemos si la boda se celebró en España; si en cambio
que fue oficiada por el futuro arzobispo de [5]Durango, José María González y Valencia (1884-1959), quien le ayuda con
los gastos de la ceremonia.
Por medio del general Aguilar, Venustiano Carranza pone en manos del
pintor una generosa ayuda económica, quedando favorablemente impresionado por
la labor artística y por los cuadros de Guillermo de Lourdes, cantidad que el pintor envía íntegra a su
madre en México. Le llega incluso a ofrecer un puesto en Europa, en la legación
de París, Madrid o Londres. El pintor viaja por entonces a los Países Bajos,
Holanda e Italia, donde conoce e intenta entrar como estudiante en la escuela
del artista florentino Titto Lessi (1858-1917), el académico más importante del
género histórico, considerado como el género más difícil y más alta de la
pintura, al entrañar el estudio de la iconografía de los personajes históricos
y su rica expresividad –cuando lo sorprende
la noticia de la muerte del general Venustiano Carranza. Tiene que
regresar a Madrid donde sufre grandes pobrezas, por lo que se ve precisado a regresar
a México. Sus maestros y amigos de Madrid se movilizan y le ofrecen una gruesa
serie de cartas para avalar su trabajo, las cuales recibe el artista con
modestia, reconociendo que obedecían más a la amabilidad de sus hermanos de
armas iberos que a la justicia.
El gran maestro cordobés Julio Romero de Torres le escribe unas líneas,
en las que destaca en el joven pintor mexicano la extraordinaria emoción y gran
sensibilidad, así como el dibujo vivísimo y su personal interpretación de la
vida. Por su parte, el maestro Joaquín Sorolla escribe una carta el gobierno de
México para recomendarlo, haciendo constar sus condiciones y gran talento, su
fervor, disciplina y entusiasmo, advirtiendo que sería un crimen matar sus
ambiciones y no ayudarlo. Vázquez Díaz, aplaudiendo al pintor, lamento la
salida del amigo queridísimo, mientras que su maestro Ignacio Zuloaga, por su
parte, diseña para el artista un programa de trabajo para México, consistente
en guardar silencio y trabajar su obra para exponerla en Europa. Con lágrimas
en los ojos se despide de sus queridos amigos europeos y se embarca para volver
a la patria.[6]
[1] “Manuel Guillermo de Lourdes (1898-1971). Datos
Autobiográficos del Pintor.” Museo CJV.
http://www.museocjv.com/guillermolourdesbiografia.htm
[2] El círculo más estrecho de amistades de Guillermo de
Lourdes fue el constituido por los pintores, José Pinazo Martínez (1879-1933),
hijo del impresionista Ignacio Pinzo (1849-1916), del pintor madrileño Valentín de Zubiaurre
(1879-1963), sordomudo al igual que su hermano el también pintor Ramón e hijos
del compositor Valentín de Zubiaurre Urionabarrenechea,
Juan Gris (1887-1927), el artista de Bilbao representante del fauvismo español Juan
Echevarría (1875-1931), el artista modernista y pintor simbolista Néstor Martín
Fernández de la Torre (1889-1938) y el importante pintor cordobés Julio Romero
de Torres (1874-1930), hijo del también pintor Rafael Romero Barros, quien se
ocupo de pasmar el paisaje cordobés, pero sobre todo la belleza femenina
española, con asombrosa precisión, delicadeza y gran altura poética (“La Chiquita Piconera”), influenciando
profundamente a artistas como Ángel Zárraga en su periodo español, y dejando un
museo en Córdoba que lleva su nombre con parte de su obra más representativa.
[3] Exposición Itinerante de
Manuel Guillermo de Lourdes. INBA. Presentación de Fernando Juárez Frías. 1984. http://www.museocjv.com/guillermolourdesinba.html
[4] Manuel Muñoz Olivares, “Reflexiones
al atardecer. Algo de Auguste Rodin”. http://www.museocjv.com/guillermolourdesrodin.html
[6] Hay que recordar que por las mismas fechas, a
principios de 1921, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros se encontraban en
París planeando la revolución pictórica en México, que sería el de un arte
mural, el de una obra monumental pagada por el estado para el gran público,
bajo una estética de liberalismo exaltado. Para ello planean viajar a Italia.
Diego fue primero y estudia el prerrenacimiento italiano, a Guiotto en Asis, y
el arte etrusco; Siqueiros, quien tenía una beca como estudiante de arte por la
Secretaria de Guerra, luego de pasar por los seminarios y prácticas del
ejército galo en la escuela de Saint-Gyr, le sigue para encontrarse con su
pareja de “ojos saltones de rana, ojos feos, opacos, gelatinosos, blanduzcos,
marinos”, y descubrir la hermosa realidad italiana.
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