EL
SUEÑO DE UN SUEÑO
Por
José Gaos
EL PRIMER SUEÑO, poema de Sor Juana Inés de la
Cruz, pertenece a la historia de las ideas en México. Empieza con una soberbia
imagen astronómica y bélica de la noche: la imagen de la guerra
"intimada" por la sombra de la Tierra, es decir, por la noche, a las
estrellas. Guerra perdida por la noche o la sombra, pues que ésta ni siquiera
llega a la esfera de la Luna, no rebasando la del aire. Con dominar en ésta ha
de contentarse la noche, pero como la esfera del aire es la del sonido, el
dominio de la noche sobre el aire se manifiesta en el silencio que ni siquiera
interrumpen las voces oscuras de las aves nocturnas. Así transita el poema a la
representación simbólica de la noche por medio de las imágenes tradicionales, y
mitológicas, de Nictimene, la lechuza, de las hijas de Minias, los murciélagos,
del ministro de Plutón, el búho, y de Harpócrates, el dios del silencio. Pero
no se queda en esta representación simbólica de la noche. Insistiendo en el
elemento del aire, pasa sucesivamente a los elementos del agua y de la tierra,
para evocar en cada uno de los tres a algunos seres durmientes. En el aire es
el can. En el monte es el "vulgo bruto", también en general, pero en particular
el león y el venado, la "leve turba" de los pájaros descendidos del
aire al nido y el águila. La noche es tan profunda que si el águila vigila
sosteniendo en un pie la piedrecilla encargada de despertarla caso de dormirse,
hasta el rey de los animales duerme. Pero la profundidad de la noche la
sugieren mejor que ninguna de las anteriores figuras zoológicas las figuras
humanas que sobrevienen: la noche es tan profunda, tan profunda, que dormidos
se hallan ahasta el ladrón y el amante, habituales vigilantes de las noches.
Con estas figuras humanas termina el poema la
pintura de la noche, de la media noche, como precisa justamente en este punto,
pasando de ellas a los miembros y los sentidos del cuerpo y a la descripción
del sueño fisiológico o del dormir. Fatigados del trabajo y cansado del
deleite, han quedado "ocupados de profundo sueño dulce los miembros"
y los sentidos suspendidos de su ordinario ejercicio, "cediendo al reto
del contrario de la vida", de Morfeo. El alma se limita a dar al cuerpo el
mínimo de animación necesario para que sigan funcionando el corazón y el
pulmón, mientras que sentidos y lengua callan todos, y el estómago envía al
cerebro vapores tan claros, que no sólo no impiden la actividad de la
imaginación, sino que, por el contrario, la estimulan.
A la descripción del dormir o del sueño
fisiológico sigue, así, la del soñar del alma, o con más exactitud, la del
sueño del alma de la poetisa de que ésta hace tema central de su poema. Así
como en el Faro de Alejandría se espejaban las naves que iban o venían por la
mar, así la imaginativa despierta de la poetisa dormida: "iba copiando
imágenes de todas las cosas", "no ya sólo de todas las criaturas
sublunares, sino también de aquellas que son claras estrellas
intelectuales", los astros de las esferas animadas por las inteligencias.
Pero el alma de la poetisa no se conforma con contemplar estos espíritus:
contempla el suyo propio, y considerándose emancipada del cuerpo dormido, se
imagina puesta en la cumbre de un monte. La imagen de la altura de este monte
suscita toda una serie de imágenes aptas para ponderarla: Atlante, el Olimpo,
el "volcán más soberbio que íntima guerra al cielo", el águila, las
pirámides de Menfis y la Torre de Babel. Mayor que todas estas alturas es la de
"la elevada pirámide mental donde se miró colocada el alma", y que
resulta no ser sino una imagen para la parte más alta del alma misma y el
remontarse de ésta a tal parte suya y desde ella por encima de sí misma:
"su ambicioso anhelo, haciendo cumbre de su propio vuelo, la encumbró en
la parte más eminente de su propia mente, tan remontada de sí que salía de sí a
otra nueva región". Así elevada, el alma tiende la vista de sus ojos
intelectuales "por todo lo criado" --mas para experimentar tan sólo
una decepción comparable a la de los ojos corporales que intentan mirar al Sol
o a la de Ícaro.
El alma procede entonces como quien se
acostumbra en la oscuridad a la luz, como los Galenos que hicieron del veneno
triaca, como el náufrago que recoge velas: "juzga más conveniente
reducirse a singular asiento, discurrir separadamente una por una las cosas",
que caen bajo las diez categorías de Aristóteles; el entendimiento "quiere
seguir el método" consistente en ir remontando los grados del ser, desde
el inanimado, por el vegetal y el animal, hasta el del hombre, "fábrica
portentosa" de la que las más fieles cifras simbólicas serían el águila de
Patmos y la estatua de Nabucodonosor. Pero el alma fluctúa, entre el seguir
efectivamente tal método y el disentir por "juzgar excesivo atrevimiento
el discurrirlo todo quien no entendía aún la más pequeña, aún la más fácil
parte de los efectos naturales"; como el curso subterráneo del agua de las
fuentes o la figura, colores, perfume de la flor. A esta prudente consideración
se opone la imagen de Ícaro, ahora vista como ejemplo estimulante de valeroso
afán de gloria...
"Mas mientras la elección, confusa,
zozobrada entre escollos, tocando sirtes de imposibles encantos rumbos
intentaba seguir", habiéndose agotado la sustancia origen de los vapores
ascendentes hasta el cerebro, cesa esta ascensión, y el cerebro, desembarazado,
despierta, y despierta a los miembros y sentidos.
Con el despertar, así brevemente descrito, es
simultáneo el amanecer, pintado en otra soberbia imagen astronómica y bélica:
la del combate de la Aurora y del Sol contra la Noche. Hasta que se encuentra
despierta del todo la poetisa, cuyas últimas palabras revelan que, no
genéricamente humanos, sino personalmente suyos son el dormir y el despertar
descritos y el sueño contado --por más que el dormir y el despertar no haya
podido describirlos sino en lo que tienen de genéricamente humano.
EL RESUMEN que acaba de hacerse prueba que el
poema tiene solamente las siguientes cinco partes: la media noche, el dormir,
el sueño, el despertar, el amanecer. Se trata de una composición de una
simetría perfecta en torno a un centro: en los extremos, la media noche y el
amanecer; el dormir y el despertar, entre los extremos y el centro; en éste, el
sueño. Esta estructura resulta reforzada por el número de versos de las cinco
partes: 150 la noche, 115 el dormir; 560 el sueño; 59 el despertar, 89 el
amanecer. Las descripciones de la noche y del dormir son, sobre poco más o
menos, dobles de largas que las del amanecer y del despertar, respectivamente; pero
la de la noche guarda con la del amanecer una proporción muy cercana a la del
dormir con la del despertar.
Pero la simetría no es meramente cuantitativa.
Es, además, de la siguiente índole cualitativa o espiritual por los temas: en
los extremos, los procesos y fenómenos físicos del conticinio y el amanecer;
entre los extremos y el centro, los procesos fisiológicos del dormir y del
despertar; en el centro, el proceso psíquico y espiritual del sueño. Pero la
simetría de la composición entraña aún otras más sutiles que se destacan al
adentrarse por la textura íntima y móvil del poema.
Éste se abre y se cierra con las dos soberbias
imágenes astronómicas y polémicas de la lucha de la noche con la luz de las
estrellas y con la luz del Sol. Ambas imágenes son grandiosamente cósmicas. La
poetisa se imagina en ambos casos la Tierra y el cielo entero; en el primer
caso, viendo el globo terráqueo con sus esferas elementales suspendido en el
centro de las esferas celestes y proyectando el cono de su sombra hasta los
límites de la esfera del aire; en el segundo caso, viendo a la Noche y a la
Aurora y el Sol como capitanes de ejércitos, de sombras el uno, de luces el
otro, que combaten sobre la faz convexa de la Tierra, entre esta faz y la
cóncava del Cielo, hasta que la Noche se retira del hemisferio conquistado por
el Sol al abandonado por éste. Ambas grandiosas imágenes son, pues, parejamente
prosopopéyicas, aunque sólo la del amanecer personifique los cuerpos y
fenómenos físicos recordando figuras mitológicas; pero no por ello es
precisamente menos plástica la imagen de la noche: la poetisa ve la sombra de
la Tierra y su punta como respectivamente un cuerpo y su rostro negro, ceñudo y
en avance contra la diosa de tres rostros. Y si el cuadro de la lucha de la
noche y el día es mucho más detallado y movido, en cambio a él se reduce el
entero del amanecer, mientras que el cuadro, mucho más consico, de la lucha de
la noche y los astros luminosos, es sólo el inicio del cuadro entero de la
noche que prosigue por los elementos y sus habitantes.
La arquitectura de este cuadro entero de la
noche es expresivamente barroca en su riguroso conjunto y en la selección de
los detalles. La construcción por esferas celestes y elementales no responde
sólo al estado de la ciencia del mundo físico dominante aún en el medio
cultural de Sor Juana; tiene obvia correspondencia con múltiples casos aducidles
de la poesía y de la plástica, y singularmente de la peculiar unión de la
plástica y la poesía que es el teatro: en los autos sacramentales del teatro
del mundo se disponía por esferas y elementos la escena en que comparecían y
dialogaban las figuras simbólicas de elementos y astros. La lechuza, el buho y
los murciélagos, forman bien conocida parte del attrezzo de la pintura barroca,
aunque ésta no pudiera llegar adonde la poesía en presentar la barroca capilla
musical emisora tan sólo de lentas y sordas notas. Ni faltan los no menos
irreconociblemente barrocos entre los detalles del resto del cuadro; así,
singularmente, la representación del elemento tierra por "los senos
escondidos del monte, mal formados de peñascos cóncavos, menos defendidos de su
aspereza que asegurados de su oscuridad, cuya mansión sombría puede ser noche
en la mitad del día, incógnita aún al cierto pie montaraz del cazador
experto". Pero en la selección de las figuras habitantes del elemento hay
mayor ogininalidad personal. Si no en la contraposición del león y del
"tímido venado", ni en la de la "leve turba" de los pájaros
y el águila, ni en el paralelismo de ambos grupos de figuras zoológicas, si,
resueltamente, en la elección del ladrón y el amante como figuras humanas de la
noche. Cualesquiera que puedan ser los antecedentes de la elección, es ésta la
infaliblemente certera de dos figuras tan esencialmente representativas de la
noche, que por tales se las encuentra a tanta distancia en el espacio y en el
tiempo, en el mundo cultural todo, como la que va de Sor Juana a Baudelaire:
He aquí la noche hermosa, propicia al
criminal;
y los ladrones, que no dan tregua ni perdonan,
pronto van a empezar su trabajo...
...la hora en que, ojo sangriento que bizquea
y palpita,
la luz hace una mancha rojiza sobre el alba;
en que el alma, cargando con el cuerpo
agotado,
repite este combate del día y de la lámpara...
y el varón está harto de escribir y la mujer
de amar...
Pero en la poetisa es el acierto aún mayor,
pues la poetisa presenta a ambos vigilantes de la noche dormidos, para dar
concluyentemente la impresión de la profundidad de la noche --y del sueño
universal y en contraste con éste el singular sueño de la poetisa misma,
dormida, pero siempre, aún dormida, soñadora...
Entre las descripciones del dormir y del
despertar hay una nueva simetría, hincada todavía en las imágenes. En ambas
descripciones son todas las imágenes con que se figuran los órganos corporales
y su funcionamiento imágenes tomadas a las artes y los artefactos mecánicos o
físicos en general:
el corazón es el volente de un reloj,
el pulmón es un fuelle, que es a su vez imán
del viento,
la tráquea es un arcaduz,
el estómago es una oficina de calor que
utiliza un cuadrante,
es la fragua de Vulcano, de suerte que hasta
la comparación
mitológica ocurrente aquí es la del local de
la artesanía de un
olímpico;
En fin, el funcionamiento entero de la psique
en el tránsito del dormir al despertar es como el de la linterna mágica, por
aquellos años reciente invención física del Padre Kircher. Imposible no
reconocer en este grupo de imágenes un resabio poético de la concepción
mecanicista de lo somático y fisiológico que hizo su trayectoria en la
filosofía y en la ciencia desde los animales máquinas de Descartes y el
materialismo de Hobbes hasta el materialismo del hombre máquina de Lamettrie.
Claro que en la poetisa no pasa el resabio de consistir en una comparación con
artefactos y artes, inconsciente de sus orígenes y de intenciones de mayores
alcances.
Pero la máxima escrutación la piden y merecen,
naturalmente, las imágenes sobre el encadenamiento de las cuales se articula la
parte central del poema, la narración del sueño de la poetisa. La imagen
inicial, del Faro de Alejandría, encierra cuatro motivos que se revelan
determinantes de todas las demás imágenes de este grupo: el motivo de la
altura, un motivo óptico, el motivo del mar y un motivo de cultura clásica. El
motivo de la altura lo desarrollan inmediatamente la imagen del monte y las
asociadas con ella: las de Atlante, el Olimpo, el volcán, el vuelo del águila,
las Pirámides y la Torre de Babel. El motivo óptico vuelve en las referencias a
los ojos cegados por el Sol y a los que se habitúan en la oscuridad a la luz, a
la primera de las cuales se asocia la primera evocación de Ícaro héroe también
de la elevación. El motivo del mar recurre en la imagen del naufragio. Y aún
hay otras tres recurrencias que señalar: la del motivo óptico y el de la altura
en la visión de Patmos, la del motivo de la altura en la estatua de
Nabucodonosor y la de Ícaro en la segunda evocación de éste. En fin, de cultura
clásica, sagrada o profana, son otdas las imágenes acabadas de enumerar, menos
la del volcán, en que hay que reconocer el Popo nativo y cercano, pero, en
cambio, con la de los Galenos además. Este conjunto de imágenes tiene una
profunda unidad, de origen, en el sentido mismo del sueño, el contenido o la
narración del cual se articula por medio de ellas: unidad y origen que se
concentran peculiarmente en la imagen de Ícaro; todo, según se dirá al exponer
el sentido del sueño.
Antes de proceder a esto, hay que señalar los
otros ingredientes que, además de las imágenes, integran la fábrica del poema:
en un extremo, los ingredientes más intelectuales, los de saber; en el otro
extremo, los ingredientes afectivos, los sentimientos, tradicionalmente
estimados como esenciales a la poesía, si no como los fundamentales y decisivos
de ella.
EL SABER ATESTIGUADO por la poetisa con este
poema es: astronómico, en los pasaje relativos a la noche y el día; físico, en
la referencia a la linterna mágica; fisiológico y psicológico, en las
descripciones del dormir, el despertar y el sueño; humanístico clásico y bíblico,
y el clásico, mitológico e histórico, en detalles esparcidos por todo el poema;
jurídico y político, como en la reflexión sobre los efectos de la publicación
de los castigos y en alguna observación más incidental, así las referentes a
los deberes de vigilancia de los monarcas y a la consiguiente pesadumbre de la
corona; filosóficos, por último, en la narración del sueño.
El saber astronómico atestiguado se contiene
dentro del sistema antiguo y medieval del mundo, dominante aún, incluso entre
los cultos, incluso entre los cultos conocedores del sistema copernicano, pero
fieles a la Iglesia, que aún no admitía este último sistema.
El saber humanístico y el jurídico y político
no rebasan el propio de un varón culto en el medio de la poetisa. Pero quizá sí
rebasa semejante saber el fisiológico, pues no parece que las nociones más
elementales de este saber formasen en aquel medio parte de la cultura general,
fundada todavía en la tradición del trivio y del cuadrivio o en la humanística
exclusivamente. La descripción del dormir y despertar en el poema denuncia la
lectura de libros de Medicina o la conversación sobre materia médica con
personas doctas en esta materia.
La referencia a la linterna mágica supone un
conocimiento directo o indirecto de la obra del Padre Kircher, del cual hay
otras muchas pruebas por parte de Sor Juana.
Pero es sobre todo el saber filosófico el que
se destaca, por lo que se dirá al exponer el sueño y su sentido.
El poema transcurre en su gran mayor parte sin
dar expresión a otra emotividad que la implicada, por ejemplo, en epítetos
admirativos: nada de todo esto denuncia otros sentimientos que los
intelectuales y comunes anejos a semejante terminología o fraseología. Las
razones de tal general impasibilidad son la índole objetiva o material de los
temas simétricamente dispuestos en torno al central, la índole descriptiva del
tratamiento de estos temas, la narrativo-discursiva del tratamiento del
central, el contenido intelectual de éste y, sobre todo, el hechor de que la
poetisa procede en este poema preferentemente por imágenes, el hecho de que su
poesía es en esta composición mucho más cosa de imaginería e ideología que de
ninguna otra, de suerte, que al sentimiento no le quedan sino dos lugares y dos
formas posibles de aparición: o el intersticio incidental por donde escapar
expresado directamente, o entrañado en el sentido simbólico de la imaginería
misma, estremecida entonces por la emoción. Ambos lugares y formas se
encuentran realmente en el poema, y si bien con gran parquedad de lugares, en
cambio con gran intensidad y significación.
Tal sólo dos, y breves, lugares, e
incidentales, hasta por la ortografía, pues se encierran entre paréntesis, tan
sólo estos dos lugares son de directa expresión de sentimiento pero el así
expresado no es otro que el fundamental sentimiento anejo al sentido esencial
del sueño y del poema entero: el sentimiento de la dificultad del trabajo
intelectual y de la decepción que le aguarda. Si en los versos 609 y siguientes
se trata sólo de las primeras, los 299 y siguientes habían anticipado también
la segunda:
la honrosa cumbre mira
--término dulce de su afán pesado,
de amarga siembra fruto al gusto grato,
que aún a largas fatigas fue barato--
...... corporal cadena,
que ...... impide
el vuelo intelectual......
............
--culpa sí grave, merecida pena,
torsedor del sosiego riguroso
de estudio vanamente judicioso--;
De este último sentimiento, del sentimiento de
la decepción, están transidas la mayoría de las imágenes articuladoras del
sueño, que no son, en efecto, sino imágenes del fracaso: unas, por ocurrentes
justo para figurarlo, como la vista cegada por el Sol, el naufragio, la estatua
de pies de barro y sobre todas, Ícaro; otras, porque aunque aducidas a otros
fines, como el de ponderar la altura, o la ponderan con no poder alcanzarla, o
son de suyo ejemplos tan ilustres de fracaso como las ocurrentes para figurar
éste, así la Torre de Babel.
Es que el fracaso, un fracaso, es el sentido esencial del sueño,
tema central del poema, y de éste entero.
El alma de la poetisa se sueña tan librada de
la vinculación al cuerpo, que es el dormido, por este mismo dormir del cuerpo,
que se sueña elevada a la cima de sí misma, o en la parte puramente intelectual
de su espíritu, o concentrada su vida exclusivamente en su más alta actividad
intelectual. Ésta, la más alta actividad intelectual, tiene por objeto, en
virtud de la naturaleza misma de las cosas, el universo en la unidad de su
diversidad, en suma, el objeto tradicional de la filosofía, que no otra que ésta
es la más alta actividad intelectual. Ahora bien, como la vida entera de la
poetisa, dormido su cuerpo, se reduce a la vida de su alma, y esta vida
psíquica la sueña reducida a la pura actividad intelectual que es por
excelencia la filosófica, no puede menos de pensarse que ya este preludio de la
narración del sueño delata el más radical afán vital y personal de la poetisa:
ser puramente intelectual y filósofa. Por lo demás, sin este afán por raíz, no
tendría el sueño sentido.
La actividad intelectual así vuelta autártica
procede a ejercitarse primeramente por la vía de la intuición, pues este nombre
es el propio para lo que el poema mismo llama en determinado punto un
"conocer con un acto intuitivo todo lo criado". La intuición
universal se presenta así como la forma espontánea del ejercicio de la
actividad filosófica, con profunda y certera intuición, hay que repetir el
término, así del desarrollo psicológico del conocimiento humano como del
desenvolvimiento histórico del filosófico.
Pero la intuición unitaria fracasa ante la
diversidad poco menos que infinita del mundo. Y entonces el intelecto acude, ya
reflexivamente, al discurso, a la otra forma del pensamiento opuesta
tradicional y cardinalmente a la del pensamiento intuitivo, a la forma del pensamiento
discursivo. Éste es el único por respecto al cual cabe hablar propiamente de
"método", esto es, de recorrido de un camino, por sus pasos contados,
hasta una meta: no, por respecto a la intuición, cuya esencia está en la
pretensión de adueñarse del objeto, aun cuando éste es la totalidad de los
objetos, en un solo golpe de vista. El alma soñadora de la poetisa piensa en ir
discurriendo por todas las cosas, siguiendo el orden de las categorías que las
abarcan todas, al elevarse por grados de generalización desde las cosas
individuales hasta los géneros supremos; pero el orden en que procede
efectivamente el soñado discurso del entendimiento de la poetisa consiste en
elevarse por los grados del ser creado desde el inanimado hasta el humano. Este
orden no es, sin embargo, distinto del de las categorías, ni el seguirlo un
abandono del plan anunciado inmediatamente antes: el orden de los grados del
ser creado es el orden de las sustancias creadas. Lo que pasa es, pues, que el
soñado discurso no pasa de la primera categoría, porque ya antes de pasar de
ella lo detiene la duda. Es capital reparar en algunos de los términos en que
el poema habla de esta duda. "Mi entendimiento quería seguir el
método" de los grados del ser: este pretérito podría no significar más que
la relación natural entre el tiempo anterior del sueño narrado y el tiempo
posterior de la narración del sueño. "Estos grados, pues, quería unas
veces discurrir, pero otras disentía", "Otras, más esforzada, acusaba
demasiada cobardía ceder el lauro antes que haber siquiera entrado en la lid
dura". "Mientras la elección, confusa, zozobrada entre escollos,
tocando sirtes de imposibles en cuantos rumbos intentaba seguir": pero
estos otros imperfectos tienen el sentido frecuentativo que es peculiar de este
tiempo verbal, como responde al sentido de los contextos todos en que se
encuentran. La poetisa pinta la fluctuación de su entendimiento entre el
insistir en discurrir y el desistir de hacerlo, con el vaivén o la frecuencia
propia de toda fluctuación; pero ¿se trata de una fluctuación padecida sólo en
el sueño, o de que la narrada como padecida por la poetisa con crecientemente
pesada frecuencia a lo largo de años enteros de su vida?... Hay que fijarse en
que el sueño transcurre en el breve espacio de tiempo que va de la media noche
al amanecer.
Lo cierto es que el sueño es el sueño del
fracaso de los dos y únicos métodos del pensamiento, del intuitivo y del
discursivo, si se quiere llamar también método al primero. Ninguno de ambos
métodos le viene a la poetisa del cartesianismo. Entre el Discurso del Método
cartesiano y el método de que habla el poema no hay más relación que la sola
palabra "método". El método de las categorías y los grados der ser
sustancial es un método tradicional al que Descartes viene a oponer, con y como
a todos los tradicionales, su método lógico-matemático, que es un discurrir por
todo más que por formas esenciales y sustanciales... Y la palabra
"método" sin duda no es bastante para dar ni siquiera el grado mínimo
de probabilidad a la conjetura de una influencia, aún sólo simplemente
indirecta, de Descartes, puesto que la palabra dista de ser peculiar de éste,
siendo un vocablo constante de otda tradición filosófica desde la Antigüedad
hasta nuestros días. Por lo demás, Sor Juana no necesitaba ir en busca de los
métodos de la intuición universal y del discurso por las categorías y los
grados del ser sustancial más allá de las máximas tradiciones y escuelas
persistentes y enfrentadas en el medio cultural que más cercanamente la envolvía
y nutría intelectualmente: el intuicionismo de la corriente agustiniana y
franciscana, el racionalismo discursivo de la corriente aristotélica, tomista y
suarista. En sus manuales o tratados escolásticos, o en sus conversaciones con
los doctos que la frecuentaban, pudo encontrar, y encontró seguramente, Sor
Juana, los dos únicos métodos de todo conocimiento posible. Si el renunciar así
a la influencia cartesiana, para quedarse en la mera influencia escolástica, se
siente como un decepcionante renunciar a un interesante descubrimiento
histórico por una apuntación que podía descontarse por consabida, quizá la
decepción resulte compensada por el alcance de la apuntación. Pues si intuición
y discurso son los métodos de la tradición intelectual entera, por ser los
únicos métodos posibles de toda actividad intelectual, el sueño del fracaso de
ambos resulta nada menos que el sueño del fracaso de todos los métodos del
conocimiento humano y de la tradición intelectual entera.
¿Se tratará realmente de un poema de
escepticismo absoluto?
Es pregunta que no puede responderse
puntualmente sino distinguiendo cuatro especies de escepticismo de que puede
tratarse en el caso.
Ante todo, puede tratarse de un escepticismo
filosófico o doctrinal, en el sentido acabado de insinuar. En términos
históricos generales no es nada imposible un poema filosófico de escepticismo,
incluso absoluto, en el tramo de la historia, no ya de Occidente, sino del
Occidente hispánico, que va del escepticismo del Renacimiento, con un Sánchez
por expresión máxima del mismo, hasta el escepticismo de la Ilustración, con el
Feijóo del discurso "Escepticismo filosófico", también por expresión
máxima. Hay que recordar ya aquí las relaciones entre escepticismo y fideísmo
consistentes en utilizar el escepticismo acerca de la razón para dejar a la fe
libre el campo de lo sobrenatural. En ellas puede haber una clave decisiva para
la comprensión definitiva del poema y de la poetisa --según se volverá sobre
esto.
Las probabilidades de un poema de escepticismo
doctrinal o filosófico por influencia del espíritu de la edad suben mucho de
punto, encuanto se recuerda el papel de los temas del sueño y del desengaño en
la literatura y en la filosofía de esta edad del barroco. El tema de la duda
acerca de la realidad, de la decepción por las apariencias y del desengañarse
de éstas, así cuando se trata de las naturales o físicas como cuando se trata
de las propias de la convivencia y cultura humanas, es el tema fundamental de
la filosofía cartesiana y de las obras maestras de la literatura de la edad,
muy particularmente de la española, bastando recordar en prueba los nombres de
Cervantes, Quevedo y Gracián. Y el tema del sueño es predilecto de la edad,
asimismo, para simbolizar la decepción y desengaño de las apariencias de la
vida humana, pero también del espectáculo de la naturaleza, sin necesidad de
recordar de nuevo en prueba los nombres sin duda ocurridos ya a todo lector.
A pesar de todo, el poema no traspira
semejante intención doctrinal, y la razón es la patentísima vinculación del
sueño a la más entrañablemente personal experiencia de la poetisa. Los temas
ambientes del escepticismo y del sueño le ofrecieron a la poetisa como
singularmente apropiados para dar expresión mediante ellos a su intención
--pero ello fue todo: la intención de la poetisa, muy otro que la de filosofar
en verso sobre los límites del conocimiento humano.
LA INTENCIÓN DE LA POETISA es inequívoca,
indisputablemente patente: dar expresión poética a la experiencia capital de su
vida: la del fracaso de su afán de saber, del que había orientado su vida toda,
la vida de ella, Juana de Asbaje, desde la infancia, desde antes de la entrada
en religión, a través de ésta, a lo largo de toda su vida hasta entonces, el
momento ya precrítico, si no resueltamente crítico, de composición del poema.
Por eso la imagen culminante del poema es la
de Ícaro. Bajo la imagen de Ícaro se imagina Sor Juana a sí misma. La imagen de
Ícaro es la decisiva incorporación hípnica de ella misma.
Sólo que tal fracaso, ¿cómo lo aprecia Sor
Juana? ¿Cómo fracaso del afán de saber de una mujer por ser mujer o por ser la
mujer que es ella? ¿Se trata de un escepticismo feminista, por llamarlo así, o
de un escepticismo personal?
El Sueño es el poema del sueño del afán de
saber como sueño.
La poetisa fabula, finge, soñar lo que ha
vivido bien despierta: que el afán de saber es un sueño, una quimera.
¿Hay en el fingir o fabular que se sueña lo
quimérico del afán de saber una salida de escape hacia la efectividad del
saber? ¿Algo más que una manera más moderada, por indirecta, de presentar
semejante escepticismo?
No resulta puramente arbitrario pensar que Sor
Juana bien pudo no sólo conocer, sino tomar, tan sólo más o menos
conscientemente, en serio, la formidable frase inicial de la Metafísica de
Aristóteles: "Todos los seres humanos tienden por naturaleza al
saber." El afán de saber es el rasgo distintivo de la naturaleza misma de
todos los seres humanos. Ella, aunque mujer, es ser humano. Tiene conciencia de
su humanidad --sapiencial. Pero pronto tuvo también el presentimiento de que su
feminidad era impedimento capital a la realización de esa su hamanidad. Procura
la neutralización religiosa de la feminidad que es tal impedimento --y hasta
esta neutralización fracasa. Arribada a semejante punto, no le quedaban sino
dos vías franqueables: la del escepticismo como última palabra o de la meurte y
aniquilación en todos los sentidos menos en el simplemente físico, o la del
escepticismo como vía franca hacia el fideísmo: de la decepción vital al
desasimiento místico: el refugio en Dios, la unión con Dios. Sabiendo es cuál
siguió.
Para dar expresión a tan sañudo momento de su
vida como el de culminación de la experiencia de la imposibilidad de dar
satisfacción a su afán de saber, ningún tema más adecuado que el del sueño que
le ofrecía su medio ambiente cultural; pero la forma en que lo utiliza es literalmente
prodigiosa, por la riqueza de los planos de sentidos contrapuestos.
Hay el plano del sueño de la naturaleza toda,
que duerme en al noche.
De este plano se destaca el del sueño
fisiológico.
Ambos planos del sueño no son más que un marco
para la vida de vigilia intelectual del alma. Pero esta vida consiste en soñar.
Y lo que sueña es que el afán de saber,
animador de la vida real de los seres humanos en cuanto humanos, es un sueño.
Hay, pues, el plano del sueño que es la vida y
el plano del sueño que sueña que la vida es sueño.
A primera vista puede parecer más profundo es
aquel en que se encaja el del sueño que es la vida: el del soñar esto mismo.
Sueño es la vida, la vida toda, ha enseñado en
forma definitiva el poeta dramático.
Sueño es, en especial y colmo, la vida
intelectual, hasta el punto de que su mismo no ser sino sueño es cosa soñada,
es sueño..., enseña, más concluyentemente, más radicalmente aún, la poetisa
filosófica.
La verdad psicológica de tan compleja fabulación
es de veras tan paradójica como impresionante.
La ciencia psicológica de nuestros días nos ha
enseñado que los sueños son instrumentos de satisfacción imaginaria de afanes
insatisfechos en la realidad de la vida, que corrientemente se estima ser la vigilia:
se sueñan precisamente los sueños --los quiméricos.
PERO EL SUEÑO DE SOR JUANA es un sueño de
decepción --porque es el sueño fingido de la decepción de un sueño, reales
ambos, el sueño y su decepción. El sueño de Sor Juana es un sueño creado en vigilia,
un sueño poético: es la poetización como sueño del sueño vital fracasado. Pero
por fingido, creado o poético no resulta precisamente falso, sino todo lo
contrario: superlativamente verdadero, con la verdad que hay en trasponer y
exponer como sueño la concepción de la vida entera como sueño y la experiencia
del afán de saber cómo sueño. O: puesto que el afán de saber es un sueño;
puesto que la vida toda es un sueño, ¿cómo presentar mejor la vida con su afán
de saber que presentándola como soñada?
Es lo que el poema tiene de expresión única de
estas concepciones generales por expresión fiel de la experiencia sigularísima
de la autora, lo que decide de su lugar en la historia de la cultura, módulo de
medida de su valor.
Hay una localización ya tradicional del poema
que, a pesar de ser tal, carece de todo fundamento intrínseco. Sor Juana se
habría propuesto emular las Soledades de Góngora en una serie de Sueños. Pero
si la serie de las Soledades quedó interrumpida al cabo del primero. Cabe
pensar que el Primer Sueño es el poema de un sueño sin posible segundo, por lo
radical y definitivo del primero, mostrado en lo anterior. Pero lo que no es
conjetural, sino paladino, es la absoluta disimilitud del Sueño a las Soledades
en todo lo que pasa de la superficie estrófica de los poemas y de algunos muy
generales rasgos y recursos de la poesía del barroco. Entre las obras del poeta
y de la poetisa no hay similitud ni siquiera en la imaginería; menos que en
nada, en el tema exclusivamente objetivo, itinerante, divagador y puramente
espectacular del poeta y el tema simétricamente concentrado hasta el ápice de
la intimidad intelectual del alma de la poetisa: en el poema de ésta, hasta los
espectáculos cósmicos de la media noche y del amanecer están como desrealizados
e interiorizados por su referencia al sueño al que sirven de marco. En cierto
sentido están como soñados también por la poetisa, sobre todo si es cierto que
la vida entera es sueño.
No, cualesquiera que sean las relaciones
extrínsecas, no ya históricamente comprobadas, sino comprobables, entre
Soledades y Sueño, el lugar histórico de éste no lo determina su relación a
aquéllas, sino su índole de poema filosófico en el más estricto sentido del
término, del género designado por este término. Es en la historia del poema
filosófico del Renacimiento a la del poema filosófico de la Ilustración donde
hay que localizar el Sueño, como ha visto muy bien Vossler. Pero ya a éste, al
intentar localizar más precisamente aún el poema, y a pesar de su conocimiento
de las literaturas occidentales en general, y muy en especial de las románicas,
y singularmente de la española, no se le viene a las mientes un solo término
concreto de comparación y referencia, una sola obra con la que emparejarlo por
alguna influencia o coincidencia. El poema de Sor Juana es un astro de oscuros
fulgores absolutamente señero en el firmamento literario de su edad, a tal
distancia de todas las demás estrellas de su tipo, es decir, de todos los
poemas filosóficos coetáneos, anteriores, simultáneos y posteriores, que no es
dado citar ninguno. Pudiera atribuirse tal situación a la ignorancia de la
autora en materia de literaturas modernas extrañas a las ibéricas y a la
indigencia de éstas en materia de poesía filosófica estrictamente tal, ya que
estrictamente tal no es la poesía religiosa, ni siquiera la mística, y pudiera
ocurrirse buscar los antecedentes del poema en las literaturas clásicas, hechas
inmediatas por el Renacimiento y bien conocidas de Sor Juana. Y, en efecto, más
antecedentes del Sueño de ésta habría en el de Escipión o el de Macrobio que en
ninguno de los sueños coetáneos en verso o en prosa. Pero la razón efectiva de
la situación histórica del poema está en la absoluta originalidad de éste: es
oriundo de la experiencia personal de Sor Juana tan exclusivamente, es
expresión tan fiel de esta experiencia única, que no podía menos de resultar
tan sin antecedentes, concomitantes y consiguientes, tan incomparable como
--Sor Juana misma.
·
La literatura de lengua
española sería paupérrima en este género del poema filosófico, si no contara
junto con éste. Pero cuenta con éste, y éste no cuenta en la historia universal
de la literatura como y donde debiera, pura y simplemente por la ignorancia en
que los historiadores de las literaturas de lenguas distintas de la española
están de la literatura americana en esta lengua. Mas
·
el poetizar el
desengaño de los métodos cardinales del conocimiento humano como experiencia de
una vida de mujer, asegura al poema un puesto tan alto como único en la
historia de la poesía sobre o en torno al tema del desengaño respecto del saber
como experiencia vital y personal radical, que incoada en la realidad de
doctores como Fausto, vacilantes en el tránsito del Medievo a los tiempos
modernos, culmina, en plena época de las decepciones románticas, en los versos
iniciales de la primera escena del Fausto goethiano:
He estudiado, ah, Filosofía,
Jurisprudencia y Medicina
y ¡por desgracia! también Teología
de cabo a cabo, con ardiente afán.
................................
¡y veo que no podemos saber nada!
Historia
Mexicana, 10, no. 1 (Julio-Septiembre, 1960): 54-71.
© El Colegio de México
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